lunes, 18 de marzo de 2013

ECCE HOMO


Ecce Homo

Escribir una vida. Invertir el gesto divino: pasar de la carne al verbo. Con tamaño desafío se enfrenta todo biógrafo. Si la vida en cuestión es la de un filósofo, los problemas se tiñen de matices particulares. La vida de alguien que se ha dedicado fundamentalmente a escribir, a pensar, ¿puede tener algo suficientemente atractivo como para ser contado? ¿No alcanza con lo dicho y escrito por él? Si estuviéramos pensando en una figura de la Antigüedad, un Sócrates, un Diógenes, esta última pregunta podría carecer de sentido. La vida de un filósofo y su palabra constituían inseparablemente su filosofía. Desde la modernidad, la pregunta por la vida de un filósofo es muy lateral. Casi un pecado de curiosidad. Lo que interesa es qué dijo, qué escribió el filósofo, no cómo vivió. Quizás haya una excepción en aquello que concierne a cuestiones políticas. En ese terreno sí puede pedírsele a alguien que exhiba una cierta coherencia entre lo que sostiene en los textos y su modo de vida. Pero a nadie se le pregunta en un examen de la facultad por qué Rousseau, autor de un texto pedagógico de la altura de Emilio, depositó en el hospicio público a sus cinco hijos recién nacidos.
Benoît Peeters (París, 1956) es un escritor que más allá de haber incursionado en la novela, el comic y la ensayística, tiene especial predilección por la escritura biográfica. Su último trabajo, dentro del género, está dedicado a Jacques Derrida. Peeters estudió filosofía en La Sorbona, y fue dirigido por Roland Barthes en una maestría en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Conoce la tradición filosófica, maneja los recursos típicos del género. ¿Es suficiente para afrontar exitosamente la escritura de la vida de Derrida?
Anticipándose a algunos cuestionamientos de capilla, el autor se apura a confesar: “Mi intención no fue proponer una biografía derridiana, sino una biografía de Derrida. El mimetismo, tanto en esta materia como en muchas otras, no me parece el mejor favor que podamos hacerle hoy”. El texto de Peeters estará escrito, entonces, siguiendo las más habituales reglas del género: organización cronológica (con la correspondiente división: infancia y juventud, madurez, vejez), consulta de fuentes, entrevistas a testigos –en este caso, cerca de cien–.
Con esto le basta al autor para componer un libro ágil, por momentos atrapante, que lleva al lector a recorrer un camino que parte de la situación marginal del niño argelino, atraviesa el esplendor de La Sorbona y de las principales universidades norteamericanas y finaliza en el cementerio de Ris-Orangis. No sería de extrañar que, al llegar a este punto, al lector se le escaparan algunas lágrimas, como si perdiera al personaje de una película hollywoodense, de las que apasionaban a Derrida.
Para dar cuenta de la corporeidad del personaje compuesto por Peeters nos detendremos aquí no en la trayectoria intelectual –de la que también se ocupa el texto–, sino en algunos aspectos “marginales” de su vida. Siga leyendo Ecce Homo

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