miércoles, 25 de septiembre de 2013

NO SE ACEPTAN DEVOLUCIONES, reseña de Verónica Sánchez


FICHA TÉCNICA
No se aceptan devoluciones 
No se aceptan devoluciones
 
México
2013
 
Director:
Eugenio Derbez
 
Con:
Eugenio Derbez, Loreto Peralta, Jessica Lindsey, Karla Souza Daniel Raymont, Hugo Stiglitz
 
Guión:
Guillermo Ríos, Leticia López Margalli, Eugenio Derbez
 
Fotografía:
Martín Boege, Andrés León Becker
 
Edición:
Carlos Bolado, Santiago Pérez Rocha León
 
Música
Carlo Siliotto
 
Duración:
115 min.
 
 
No se aceptan devoluciones
Publicado el 21 - Sep - 2013
 
 
 
Por Verónica Sánchez (@SofiaSanmarin)
Que las producciones mexicanas estén de moda no es algo exclusivo de la crítica internacional, Cannes u otros festivales como la Berlinale, Venecia, San Sebastián, o el de Londres, donde los mexicanos no solo han presentado películas como parte de la programación, también en competencia y, en varias ocasiones, han salido triunfantes. Esta invasión audiovisual también se ha dado en una de las taquillas más jugosas: la estadounidense, a través de uno de los artífices populares de la televisión abierta mexicana: Eugenio Derbez.
No se aceptan devoluciones, ópera prima de Derbez –coescrita y protagonizada por él mismo–, es una película cuya historia logró meterse en el gusto del público estadounidense. Incluso consiguió algo que parecía imposible dada su condición de extranjera: convertirse en éxito de taquilla para el imperio de Hollywood. Su concurrencia fue tal que a menos de un mes de su estreno en aquel país, superó los números de Como agua para chocolate (1992), que fue durante once años la película mexicana que más recaudó en aquella taquilla.
El guión de este inusitado éxito no inventa nada nuevo: el argumento ya ha sido explotado en multitud de ocasiones en el cine, por ejemplo en The Kid (1921) oKramer vs. Kramer (1979). Una madre decide abandonar a su hija y el padre tiene que hacerse cargo por primera vez de ella. La adopta criándola a su manera. Años después, la mujer regresa a reclamar la custodia. Ante la negativa del hombre, se inicia la guerra legal y sentimental para lograr la tutoría de la pequeña. Solo que esta historia es una comedia que se sitúa en pleno siglo XXI y en un contexto de choque cultural (él es mexicano, ella estadounidense), además de todos los elementos que se podrían esperar de Derbez, que apela a los resortes del humor ya probados, toques de melodrama y breves chispazos ingeniosos.
Eugenio Derbez, hijo de la actriz de cine y telenovelas Sylvia Derbez, es una figura exclusiva de la cadena Televisa. Ha sido reconocido por la audiencia latina por sus personajes cómicos como El Lonje Moco, Marilín Mensón, Armando Hoyos o Ludoviko Peluche. Pero su incursión en la pantalla grande se ha dado de manera gradual, con apariciones secundarias en películas norteamericanas congruentes con su forma de estudiar el humor. Su anterior esfuerzo cinematográfico transfronterizo fue al lado de Adam Sandler en la lamentable comedia estadounidense Jack and Jill (2011), seguido de Educando a mamá (Girl in Progress, 2012) de Patricia Riggen (Bajo la misma luna, 2007), compartiendo créditos con Eva Mendes. Este regreso a la pantalla grande, con No se aceptan devoluciones, explora otros horizontes.
Se trata de una comedia con tintes de melodrama que narra las peripecias de Valentín (Derbez), un gigoló acapulqueño (guiño a Mauricio Garcés), pícaro y zángano capaz de invertir sus días en la conquista de turistas que visitan el puerto. Una mañana, mientras duerme junto a dos bellezas con poca ropa, Valentín es visitado por Julie (Jessica Lindsey), una aventura del pasado, quien le trae una tierna sorpresa: su pequeña hija, Maggie. Resulta que es padre y él no lo sabía. Ella le dice que volverá después de salir a pagar el taxi, pero no regresa, dejándole a la niña. Confundido y desesperado, Valentín decide irse de mojado a Hollywood tras los pasos de Julie. El personaje se traga sus miedos, originados desde la niñez (vértigo, recelo a las responsabilidades); como prueba, se avienta al agua desde un balcón varios pisos arriba en un acto de entrega paternal —acción heroica que resulta compensada por Frank Ryan (Daniel Raymont), un productor de cine que de buena gana contrata a Valentín como stuntman.
El miedo es un tema recurrente en la película. En retrospectiva se nos muestran los temores ocultos de Valentín. Vemos a un niño acosado por lobos amenazantes, escorpiones al acecho que lo dejan paralizado, el precipicio de una quebrada del que fue lanzado a los seis años por su padre, un tal Johnny Bravo (Hugo Stiglitz), verdugo emocional de su vida infantil. La segunda trama de la historia, donde el personaje de Valentín ha sido extirpado de su contexto playero y se ha imbuido en la vida cotidiana de un profesionista mexicano en tierra estadounidense, está directamente vinculada con la inminencia de la muerte y es probablemente el leitmotiv más honroso detrás de la comedia. Valentín se transforma en un stuntman profesional, establecido, solvente, que ha creado un mundo mágico, lleno de juguetes, alrededor de su hija Maggie (Loreto Peralta), ahora de siete años –encantadora bilingüe que sirve como intérprete a su padre, quien se niega a aprender inglés–. Ese universo perfecto pronto se pone en riesgo ante la repentina reaparición de Julie, quien desafía su paz y amenaza con llevarse a la pequeña. Un cambio radical de tono acompañará las emociones de pérdida al final de la película.
Los mejores momentos de la cinta se encuentran en la interacción entre el padre y la hija. En sus conversaciones, que se representan a través de animaciones –como una fotografía del pensamiento de Maggie que se enciende cuando su padre le lee cuentos fantásticos o le narra causas nobles y aventuras ficticias que han mantenido a su madre lejos–, episodios que se combinan con sentimientos dolorosos (el temor emerge nuevamente, ahora enfocado a la separación y la muerte). Valentín juega dos roles: el de bufón y héroe trágico —éste último, un papel poco explorado en la carrera de Eugenio Derbez.
El filme tiene elementos y fórmulas comerciales efectivas, aunque a veces excesivamente tópicas; fárragos discursivos que resaltan al bufón frente al héroe sin eficacia ni practicidad. Satisfacen al público, pero solo a medias: la tragicomedia no alcanza la naturalidad del drama. Por eso el humor, principal gancho comercial, la mayoría de las veces va en detrimento de la narración. El aparato de mercadotecnia dispuesto alrededor del filme goza de mayor consistencia en su ejecución para capturar al público. Por ejemplo, el copy con el que han presentado a la película le da mayor redondez al argumento: "Eres lo mejor que no quería que me pasara”: emotivo, directo, preciso y capaz de resumir el primer bandazo de emoción que se urde detrás del entramado cinematográfico. No así el bufón polifónico de Derbez, derivado directamente de su carrera televisiva.
Tal vez por eso el director y protagonista resulta más convincente en No se aceptan devoluciones cuando se instala en su papel de hombre temeroso, que durante sus recurrencias constantes a los personajes que él ha creado para la pantalla chica (Ludoviko Peluche o Aarón Abasolo), con chistes que apelan a una hipertextualidad innecesaria para la historia; quizá un aliciente para el espectador latinoamericano acostumbrado a la repetición constante de las (des)gracias de, por ejemplo, la familia Peluche. Lo que más estorba en los diálogos son los chistes bobos que pretenden dar acentos a momentos en los que no hacen falta (chanzas referidas a la nacionalidad de su hija “gringa” o las desventajas de ser mexicano). Colocado en este terreno de payaso gesticulante y excesivo, nos remite a la etapa temprana de la carrera de Jim Carrey (Lier, Lier, o Dumb & Dumber), cuando lo último que veíamos era su capacidad camaleónica.
Técnicamente, todo el filme está bien resuelto, pero con inconsistencias lógicas y tonales. Por ejemplo, cuando el juez le ordena a Valentín que aprenda inglés. No es precisamente la mayor falta, dada su condición de ilegal. Sin embargo, no todo es calamidad comercial. Derbez y Peralta desarrollan una química dulcemente eficaz en sus escenas juntos. La relación entre sus personajes es conmovedora por la naturalidad paternal del actor –algo que pocos se esperarían dadas las extremas payasadas a las que somete al personaje–. Las escenas más crudas se vierten en las secuencias finales, cuando la felicidad es absoluta para la niña, sin desencantos; y como era de esperarse, devastadora para los adultos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario