martes, 5 de agosto de 2014

IMAGEN DE UN NIÑO, Gustavo Hirales Morán

Imagen de un niño roto

Hay cosas que puedes mirar
(el cielo por ejemplo, de un espléndido
azul, escasas nubes, abajo la playa,
un poco sucia, con niños jugando
como niños)
y cosas que no puedes
ni siquiera voltear a ver, u oír:
el escalofriante zumbido
de un proyectil que explota
en la playa,
en medio de cuatro niños;
luego la foto del niño muerto,
trizado para siempre,
en esa playa de Gaza,
algo que realmente da pánico mirar…
Y sientes que te ahoga primero la tristeza
y el dolor de observar la más injusta muerte,
y se encrespa el veneno y te hierve
la sangre y levanta la cabeza
un reptil asesino que se arrastra,
en la parte reptil de tu cerebro,
por lo menos desde hace
tres millones de años;
quieres con una mala querencia
vengar ya, de una buena vez
la muerte intolerable,
y nada puedes hacer
en tu intolerable y achacosa impotencia;
no quieres ver los rostros
los ojos y las manos de los que
apretaron los gatillos,
de los que oprimieron el obturador,
de los que mandaron la cenagosa
muerte,
quisieras mandarlos de regreso
al infierno,
pero sabes demasiado bien
y demasiado pronto que ese
no es ni ha sido nunca el remedio,
sino sólo una nefasta
extensión
de la maldad humana, la venganza…
Porque todo puede ser
y no ser,
las ideologías pútridas, ya muertas y
los nacionalismos vivos,
la industria y las finanzas,
las corporaciones y los gobiernos,
(la boca semiabierta del niño contra
la arena caliente de la playa)
los intereses y las inversiones,
la diplomacia y los grandes hoteles
y los edificios llamados “inteligentes”,
el lobby judío y sus billones,
la CIA y el Mossad;
y en la otra mano
también puede ser
(de hecho así es):
el terrorismo ciego de Hamas
y su oscura, incesante voluntad
de matar
indiscriminadamente, y morir
para llegar al cielo,
ungidos en la clara crisálida
de las vírgenes vestales,
con las que supuestamente
nos seduce el Corán…
las satrapías rampantes de jeques
y tiranos, el desorden de siglos,
el delirio asesino de los yihaidistas…
Todo puede ser y puede no ser
pero el niño roto en la playa
(de escasos cuatro, cinco años),
muerto,
descoyuntado
lo que estaba jubilosa, armoniosamente
unido, su pierna rota dislocada en una atroz,
sacrílega relación con el resto
del pequeño y tierno cuerpo
(como una hipotenusa enloquecida),
en la playa,
donde jugaba al futbol y un proyectil,
el rocket que lanzó quizás
un dron, un avión no tripulado,
famoso por su letal puntería,
que explotó con “precisión quirúrgica" donde
jugaban los niños,
y les quitó, instantánea
e implacablemente,
lo que tenían: la vida sin remedio
(su dulce boca de niño
árabe besando la caliente arena);
no habrá jamás regreso a
la vida (miserable) que seguro llevaban,
pero que era de él, de ellos,
su vida propia única, intransferible,
y que nadie debería poder
despojar de esas vidas sin que antes,
hubieran realizado,
todas las misteriosas o vulgares
o eximias potencialidades
a las que estaban convocados,
y sin que antes hubieran sufrido
todas las desventuras que en la vida
les estaban predestinadas,
aunque esa vida fuera en Gaza,
en sus calles malhechas y malolientes,
y aunque un hermano,
un primo o un cuñado,
fueran en efecto terroristas de Hamas…
Lo que ocurrió en la playa,
eso no puede ser,
es lo que no se acepta
que se le nombre con palabras,
y contra ese crimen,
contra la imagen del hermoso
niño roto del mundo
(con su pelo negro, sus ojos abiertos,
sus nítidas cejas, su pobre ropaje,
su dulce boca de niño contra
la arena tibia o caliente);
contra eso no hay defensa
ni absolución plausible…

No hay comentarios:

Publicar un comentario