sábado, 18 de septiembre de 2010

AL FONDO DE LA EDAD, LA LUZ DE LA POESÍA *

En un principio era el verbo. Pero, en esos inicios primigenios del todo, no existía aún el recuerdo ni la experiencia. Sólo después de remontar el laberinto temporal, ganamos en recuerdos. Del verbo, y de los recuerdos, nace la poesía. Es la memoria, pues, un himno al verbo, principio y causa de todo lo que habitamos.

Raúl Cáceres Carenzo es el yucateco más toluqueño que conozco. Desde siempre —es posible aseverarlo— este hombre se supo poeta. Hay llamados ineludibles. En este caso, la poesía y el teatro se fundieron para convertirse en un remolque existencial. Así fue y ha sido a lo largo de las siete fructíferas décadas que apenas el pasado 7 de mayo cumplió Cáceres (justo en un aniversario más del fallecimiento del poeta José María Heredia y Heredia). Y ha jalado Raúl de ese modo, contra viento y marea, en su admirable tráfago de avatares burocráticos, como bien lo sabemos sus amigos y confidentes.

La vocación es así. No repara en tropiezos. Se opone a todo freno o atadura; vence todos los obstáculos. Una prueba de ello es, ahora, Luz de fondo, poemario que aparece poco más de un año después de la edición de la obra antologada de Cáceres Carenzo. Sale a la luz por el empecinamiento del autor y por la complicidad de otro poeta, en este caso convertido en editor, Pedro Salvador Ale (el más toluqueño de los argentinos que conozco), líder y fundador de la editora que hizo posible esta publicación.

"Mira arder las cosas / en la voz de estos ojos", expresa Raúl Cáceres Carenzo. Esa invitación, que es un señalamiento y una súplica al mismo tiempo, nos arrastra a la zona sagrada de la poesía. En otra parte del poemario, el autor advierte: "Mas si abre / el alma / los ojos / en tus ojos / verás crecer / las manos / las alas / los deseos / del Ser". Quizá para recordarnos que El Ser es una presencia imprescindible, parte de la poesía misma, y también para anunciarnos que cuando "La luz entra en el mundo: / con las voces del día / va confesando Dios / su humana forma."

Desde el momento inicial de nuestro encuentro con el poeta, Raúl mostró signos de su marca existencial, en todos sus movimientos. No se trataba sólo de un loco, que algo hay de eso en todo poeta verdadero, sino de algo más: una suerte de misión específica legada por la sangre, desde la herencia más profunda de la cultura maya.

Para ser congruente con ese legado, Cáceres Carenzo expresa en esta obra una profundidad que abisma al lector. No se trata —el poeta nunca lo ha hecho— de sólo jugar con las palabras, sino de entregar al lector una misión sustentada en el lenguaje; se trata de hacerlo cómplice en este viaje por el mundo. Complicidad que es, en un solo movimiento, reflexión, rabia, burla y deseos de cambiar todo desde lo esencial. Por eso, no es extraño leer en "Sortilegio":

Hay voces, hay costumbres…
Se cae de madura alguna estrella.
Existen ciertos mundos, ciertos mares
removiéndose como árboles o nubes.

Hay sombra donde espero tu luz.
Ahí el silencio alumbra íntimas horas.
Urde el día en mi voz un hilo de oro
y toco los abismos con tus manos.
Hay la tarde en tus ojos. Te conjuro:
Recobrar la armonía, la presencia
de la vida y la gente… Así camino
por las veredas que tus ojos abren.

Miro desde tu rostro la fragancia
de los días que pasan.
Todo viene de ti. Todo me habla
en la voz con que inventas mis amores.

Estoy pensando en ti.
Está mi ser reunido
—palabra por palabra—
en tu oído:
Llamándote.
[…]


Hay en este libro, Luz de fondo, un cúmulo importante de homenajes, recuerdos, evocaciones y dedicatorias. Así, es posible identificar con meridiana claridad a quienes son citados con obvios motivos de evocación plausible: Rainer Maria Rilke, san Juan de la Cruz, Nezahualcóyotl, Francisco de Quevedo, Ramón López Velarde, Arthur Rimbaud, Mallarmé, José Martí, Alberto Cervera Espejo, Jorge Guillén, Pedro Garfias, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Saint-John Perse, Gaston Bachelard, Albert Einstein, Albert Camus; así como, la Biblia y el Popol Vuh; también, el padre, la hermana, una hipotética tía y un gato que de algún modo evoca a todos los gatos.

Mediante esa lista de recordaciones, el autor multiplica las posibilidades de comunicación con los lectores invisibles, pues en cada caso torna personal, individual, el llamado. Su palabra es cálida, tersa, confiable; pero, por igual, puede ser dura, como una piedra dispuesta a propiciar el tropiezo ante la menor posibilidad de duda. Se trata —ahora lo sabemos— de una cacereana teología dispuesta en acuerdo con lo inmediato y lo infinito, al mismo tiempo. LC

*Texto publicado por el autor,
Benjamín Araujo,
en la revista "La Colmena"
de la Universidad Autónoma del
Estado de México,en ocasión
del cumplimiento de 70 años
del poeta Raúl Cáceres Carenzo.

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