domingo, 30 de junio de 2013

¿SE PUEDE VIVIR DE ESCRIBIR?. Mónica Maristáin

LA GRAN PREGUNTA: ¿SE PUEDE VIVIR DE ESCRIBIR? 

Por: Mónica Maristain - junio 28 de 2013 - 0:01 Fama, INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, TIEMPO REAL, Último minuto - 15 comentarios   Foto: Especial Ciudad de México, 28 de junio (SinEmbargo).- Las penurias económicas son a menudo la salsa con que los escritores condimentan sus alimentos diarios y eso es decir mucho en un universo donde el dinero suele destacarse por su ausencia. ¿Se puede vivir de la escritura?, es la pregunta que se hacen a menudo los jóvenes aficionados a las letras, sin que ese cuestionamiento se replique en otras profesiones. Ningún médico o abogado en ciernes pondría en duda de antemano la posibilidad de desarrollo económico que va implícita en su profesión. Hay que decir en este punto que la tan mentada y sufrida crisis económica ha democratizado la pobreza y no son poco los leguleyos o matasanos que conducen un taxi o atienden en un call center por eso de que “no hay chamba en lo mío”. Pero escribir es todavía un lujo decimonónico para muchas personas. Va de la mano con otras actividades artísticas que la gente se niega pagar. Nadie que se dedique al mundo inasible de las palabras podrá negar lo molesto que resulta aquello de “hacer de onda” lo que constituye a todas luces el único y modesto oficio para el que la naturaleza esquiva lo ha más o menos dotado. Sin embargo, qué mal visto es aquel autor que pide lo que se considera mucho dinero para asistir a un congreso o dar una conferencia, eso cuando el congreso se aviene a pagar por dichas actividades. La mayoría de las veces, se sabe, con el hotel y el pasaje en clase turista de alguna infame compañía aérea low cost, el autor de marras debe darse por bien servido. ¿Por qué el dinero se convierte en un asunto ético de vida o muerte cuando se aplica a los escritores? Si vive bien, vende muchos libros y maneja un buen auto, el consenso general es que el autor no hace literatura sino negocios. Se ha vendido al oro del mercado y por tanto su literatura se pone permanentemente en tela de juicio. Si es un pobre diablo anónimo, leído por dos o tres vecinos y alguna novia incauta, lo más probable es que el olor a fracaso, un mal que muchos consideran contagioso, lo condene al ostracismo absoluto. Hay una tercera categoría, la de autor de culto que aun sin tener éxito o buena posición económica se ha ganado a pulso el respeto de sus pares, un valor que pierde inmediatamente cuando su obra comienza a ser leída por el “gran público”. ESCRIBIR LIBROS Y HACERSE POBRE Si para un plomero importa cuántos baños arregla en el día o para un taxista cuántos pasajeros se suben a su nave cotidianamente, el número no hace al oficio de escribir. Puede tener ensayos, libros de entrevistas, biografías, novelas y poemarios y ser lo que se llama “un autor prolífico”, que nada de eso importa si sus trabajos no cobran relevancia en el mercado libresco. Es más, entre los que se dedican a las letras, permanece mayoritariamente la impresión de que se puede vivir de cualquier cosa menos de los libros. Así, las conferencias, las clases universitarias, los diplomados, los talleres literarios, se convierten en un accidentado modus vivendi que ayuda a pagar renta, comida y demás “lujos” a que el escritor se niega a renunciar. El joven autor juarense César Silva, autor de la reciente Juárez Whiskey, novela editada por Almadía, ha ganado varios premios literarios, escribe sin parar a razón por lo menos de una novela cada dos años y junto a su mujer, la también escritora Magali Velasco, han fundado recientemente la librería Caballito azul en Coatepec, donde residen. Ambos trabajan en el ámbito universitario y en la esfera pública de la cultura de Xalapa, demostrando con ello que escribir no es un asunto directamente relacionado con lo material, sin que por ello busquen labrarse una imagen de autores románticos dispuestos a pasar hambre en nombre de las letras. Escribes porque tienes que escribir y escribes lo que tienes que escribir. Si te va bien qué bueno y si no te va tan bien, también. Esa es un poco el sentir generalizado entre los autores. DIVERSAS PROFESIONES EN EL DÍA, LA VOCACIÓN EN LA NOCHE Muchas veces se ha hablado, en relación con el chileno Roberto Bolaño (1953-2003) de sus diversos trabajos como vendedor de bisutería y vigilante en un camping, cuando no mantenido por su esposa, Carolina López, empleada pública en Blanes. Se sabe que el famoso autor de Los detectives salvajes, hoy una figura más que consagrada en el ámbito de las letras mundiales, siempre anduvo detrás de la chuleta, aunque con resultado infructuoso. Hacer de camarero o de repositor de supermercado, de periodista y traductor, de corrector o profesor universitario, para el caso da lo mismo: muchas veces resultan oficios paliativos que esconden la verdadera vocación del autor, que no es nada más ni nada menos que escribir. Están los que se benefician de becas estatales y no faltan aquellos que como el argentino Martín Cristal (1972), autor de Bares Vacíos y la reciente Las ostras, huyen de ellas como de las gripes. Martín, que de día oficia de diseñador gráfico en un despacho en su provincia de Córdoba natal, está convencido de que “cuando ya te sacas todos los ropajes del escritor, la editorial importante, los premios, etcétera etcétera, lo único que importa es ese espacio en tu recinto de trabajo, cuando sencillamente escribes”. “La literatura que hay que escribir para propiciar cierto grado de rédito económico, y además de propiciarlo, asegurarlo y hacerlo durar, a mí simplemente no me sale”, dijo el también argentino Martín Kohan (1967) al periodista Nicolás Parrilla, del diario Clarín. En una entrevista para dpa, el hijo del poeta chiapaneco Jaime Sabines (1926-1999), Julio, contó que el autor de Tarumba escribía a mano, en carpetas de tapa dura, generalmente a la tarde, después de comer y antes de irse al trabajo. Tuvo varios negocios familiares, entre ellos una fábrica de comidas para animales y una mueblería que hacía “objetos burdos, chiapanecos, de los cuales todavía conservamos algunos”, contó el hijo, quien a su vez se mostró orgulloso de un progenitor “que nunca vivió de becas ni de subsidios, para poder escribir, según decía, lo que viniera en gana”. ¿CUÁNTO TE PAGAN POR ESCRIBIR UN LIBRO? Cuando un escritor firma un contrato por un libro, generalmente suele recibir un adelanto por regalías. Es decir, cobra una suma de dinero que deberá ser descontada de las ventas de su novela. Si bien le va, en la primera tirada logra saldar esa deuda con la editorial y a partir de allí recibir el 10 % por cada ejemplar vendido. Entre las editoriales que jamás presentan un informe de regalías hasta aquellas puntillosas y serias que contabilizan con precisión cada movimiento, se debaten los autores. Un libro suele venderse en el lanzamiento y poco más allá. Después, ingresa a un catálogo que se asemeja al triángulo de las Bermudas, pues las librerías reemplazan inmediatamente los ejemplares por las novedades, con el pretexto de que no hay espacio para “los libros que no se venden”. Es un verdadero galimatías: si no está en las librerías, ¿cómo se va a vender? Una circunstancia como la de que el libro en cuestión comience a formar parte de los programas educativos le da un cierto aire benéfico al escritor toda vez que posibilita la venta en gran escala a las distintas escuelas y bibliotecas que forman parte del sistema educativo nacional. “Me gusta mucho lo que dijo José Emilio Pacheco cuando recibió el Premio Cervantes, en el sentido de que el escritor pertenece a un gremio mendicante, que era reivindicar precisamente lo contrario, la marginalidad del escritor, su anonimato, la vida dura, la falta de reconocimiento y sin embargo la escritura que florece, poderosa, sin premios ni nada”, agrega. “Las ventas bajan pero también bajan los honorarios de los cursos, de las conferencias y siempre he preferido hacer eso a tener que escribir columnas en los periódicos sobre temas que no me apetecen”, agrega. “El Premio Alfaguara me ha dado una beca para lo que me dure”, reconoce el autor madrileño, quien ha recibido un nada despreciable cheque por 175 mil dólares, la moneda corriente en las universidades estadounidenses que suelen contratar por sueldos exorbitantes a autores de acuerdo a su fama y prestigio. Por caso, se dice que 500 mil dólares al año recibe el peruano Mario Vargas Llosa por sus semestres en la Universidad de Princeton, aunque va de suyo que no es un salario excesivo para quien ha tenido entre otros premios un Nobel. Como sea, escribir es la mayoría de las veces un sino fatal que lejos de brindar bienestar económico a quien lo ejerce, obliga al autor a navegar con mucha ansiedad por un mar de incertidumbre que explota el día en que se vencen la renta y los servicios básicos. En ese sentido, se trata de un destino compartido con muchos otros oficios y siempre queda la satisfacción moral que deviene de hacer, después de todo, aquello para lo que ha nacido, la vocación a la que está “condenado”, más allá de justas o insignificantes remuneraciones. 

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VÉRTIGO, Benjamín A. Araujo Mondragón

VÉRTIGO

Voy caminando por la noche, sin detenerme para nada,
esta desdicha que me alumbra, se abate sobre mi
y me arrastra; no me permite detenerme, no he de parar
para pensarlo, pero hay momentos de alto vértigo,
en que quisiera ya situarme, y conocer, tan sólo un rato:
a dónde voy con tanto paso, corro y corriendo doy mil pasos,
corro y corriendo no me alcanzo,
pero no entiendo por qué lo hago; ya mi cansancio es
fuerte y caigo, y pocas son mis energías, pero sé, tengo
que pararme, debo pararme y continuar, asì no sepa
qué me impulsa, ni para qué me desespero,
tanto...
por qué...
             ...me abrumo en este vértigo de fuego, que amenaza consumirme.

TRES CUENTOS, Nadia Contreras

TA


TAmanecer con aire fresco
Amanecer con aire fresco

Nadia Contreras
Lo que irremediablemente no deja de hacer es abrir las cortinas y la ventana. Una especie de ritual, un hábito. Al despertar, las manos de la mujer, casi de manera automática, corren las cortinas, destraban el seguro y, quien observa, puede ver el desplazamiento vertical de las hojas de vidrio. La mujer se levanta sobre su lado derecho, oprime el botón off del despertador y es, en ese preciso momento, cuando quien observa puede ver la figura, corre las cortinas, abre la ventana que da al traspatio y como una fantasía el cuerpo entero de la mujer bañado por el aire de la mañana. El observador, la mirada en el rectángulo del espacio, ajusta la visión de los binoculares y logra los detalles: la mano llevada al sexo y la mirada. La mirada.
Otros días, la mujer vuelve a la posición habitual del sueño y el observador debe esperar. Otros días, a la mujer simplemente deja de importarle lo que sucede más allá de la ventana. Lo que sigue (estamos dentro de la mente del observador) es una larga lista de suposiciones:
1. Prepara una taza de café.
2. Abre las llaves de la regadera, siempre las dos al mismo tiempo, ajusta la temperatura exacta del agua, la temperatura de su cuerpo.
3. En la pantalla de la computadora diarios locales, nacionales, extranjeros en una segunda o tercera lengua.
4. Se tira sobre el piso o sobre la alfombra. Hace contacto con el cuerpo de la tierra, con su cuerpo.
5. Vuelve a la cama (una cama que el observador no alcanza a ver) y concluye, acompañada o no, lo que se ha comenzado de manera incesante.
En cualquiera de éstas, el observador tiene que esperar o claudicar. Se desvive ciertamente: bajo la bata el cuerpo desnudo de la mujer y, luego el vacío, el infinito vacío, su ambigüedad.
La mujer observada sabe que es observada en punto de las siete y quince de la mañana, pone sus ojos en aquella figura, la descubre algunas veces en la ventana, en la ventana de la habitación del lado derecho o la ventana de la habitación del lado izquierdo. Un edificio partido por la mitad, las escaleras, ese espacio ahogado y las ventanas. ¿Qué implica el cambio de lugar? ¿Los rayos de sol como una bocanada de reflejos? ¿La inquietud del hombre o lo que quiere ver? ¿Su intento por develar lo que el aumento distorsiona?
La mujer observada, su mirada siempre hacia el séptimo piso de un edificio allá en la distancia, ese complejo de departamentos que en el pasado revolucionó la arquitectura, corre las cortinas y sabe lo que el otro (ha comprobado que se trata de un hombre), observa. Su estrategia es ver siempre hacia un punto indeterminado y colocar la mano sobre el sexo. Se apropia de la forma tibia, la lentitud (como si abriera una ventana más) de lo que la mano agita y posee. Se sabe observada, se siente observada; la mirada, lo que busca, lo que le infunde vida dentro. Luego, las suposiciones.
1. El hombre es un pervertido, un acosador sexual. Un asesino.
2. O un pintor, un periodista, un escritor.
3. Vive solo, lo que lo lleva, como cualquier animal de la selva, a estar siempre al acecho.
4. Y como el animal que es, preparado para la fricción, le multiplicará el dolor del miembro y los testículos.
5. Simplemente un observador. Un observador.
La mirada de uno y de otro se pierde en el infinito. Un día la curiosidad se acaba o simplemente se va a otra parte, abiertas nuevas ventanas o el deterioro del tiempo. Sobre todo éste, el tiempo, destruye los cuerpos, los edificios, las ciudades mismas. Cuando llegue ese otro tiempo (luego de la destrucción el vacío puede ser menos triste), si existieran, otros observarán lo que irremediablemente la mujer no deja de hacer: correr las cortinas y abrir la ventana, esas hojas corredizas, la desnudez traslúcida. Y el hombre, desde un punto lejano, ajustará la visión de los binoculares.
Fui arrojado al mundo
José Remus Galván
Fui arrojado al mundo, decía Heidegger. Tuve un profesor que estudió con Heidegger. Y un día me arrojó de su clase. Y caí en el mundo. Sin estrépito. Cayendo en la cuenta de varias cosas: me gusta el globo terráqueo con un sombrero de palma campesino que tengo en mi biblioteca. Mi biblioteca (en realidad una serie de estantes con libros y un conjunto de curiosidades y polvo), tiene a la izquierda unas gavetas con mis instrumentos amados de pintura (el aroma del óleo carmesí me recuerda a Gandhi, no sé por qué). A la derecha está el clóset con mi ropa convencional, un tanto en desorden. A la izquierda de las gavetas con pintura se localiza la espléndida ventana que mira al sur con una vista de árboles (algo raro en esta ciudad). A la derecha del clóset está ubicada la puerta (de entrada, de salida o simplemente de posibilidad); aún más a la derecha hay un mueble bajo con medicamentos, cosas viejas y cosas para dormir o leer, un reloj y otros etcéteras. Y aún más a la derecha estoy yo. A la izquierda de la ventana también estoy yo. ¿En qué iba? Ah, donde fui arrojado. Frente al globo terráqueo con sombrero campesino.
Desolación
Raúl Sergio de la Fuente Hernández
La puerta de la casa estaba abierta, pero por primera vez Josué no pudo entrar: gente extraña la habitaba. En ella había nacido y ahí, en un rinconcito, tenía escondidos los recuerdos de su infancia y de su juventud; cada vez que iba al pueblo la visitaba y, como si fueran juguetes, los sacaba de su escondite y evocaba los momentos más gratos de su vida. Ahora todo era asaz diferente, la tía Ciotis ya no existía, la casa había pasado a otras manos, a otros fines.
Se sintió invadido por una inmensa desolación. Comprendió que ya nunca volvería a encontrarse con sus recuerdos y que éstos quedarían olvidados para siempre, como las tumbas de algunos muertos.
La calle desierta permaneció silenciosa y, emitiendo un profundo suspiro, Josué continuó su camino.

VESTIGIOS (Entrevista con Javier Sicilia), Juan Domingo Argûelles


Fotos: María Luisa Severiano/ archivo La Jornada
Vestigios y el inicio del silencio
entrevista con Javier Sicilia
Juan Domingo Argüelles
Poeta, novelista, ensayista y editor, cuya obra está estrechamente vinculada a la fe católica, Javier Sicilia (Ciudad de México, 1956) es autor de diez libros de poemas, entre los cuales destaca Tríptico del desierto, con el cual fue merecedor del Premio de Poesía Aguascalientes, en 2009; también de las novelas El Bautista (Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares), El reflejo de lo oscuro,Viajeros en la nocheA través del silencioLa confesión: el diario de Esteban Martorus, y El fondo de la noche, esta última acerca de la vida de San Maximiliano María Kolbe (1894-1941), fraile franciscano que fue asesinado por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz. Es autor también de las biografíasConcepción Cabrera de Armida, la amante de Cristo, y Félix de Jesús Rougier, la seducción de la Virgen. En el género de ensayo ha publicado Cariátide a destiempo y otros escombros y Poesía y espíritu, y en el análisis político es autor de los libros La voz y las sombras y Estamos hasta la madre.
Ha sido director de la revista Ixtus (1994-2007) y a partir de 2009, de Conspiratio. Es columnista del semanario Proceso y de La Jornada Semanal. Activista social, Javier Sicilia encabeza el movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, surgido a raíz del asesinato de su hijo Juan Francisco y de otros jóvenes a manos del crimen organizado. Este Movimiento, que recorrió todo el país y que en 2012 llevó su marcha en una caravana por diversos estados de  Estados Unidos, ha venido exigiendo a las más altas autoridades y, especialmente, a los aparatos de justicia, que encaren el problema de la inseguridad, que admitan que se han equivocado en las estrategias para combatir al crimen organizado y que asuman la defensa de las víctimas, tanto las de la corrupción y la impunidad de los órganos del Estado como las de acciones criminales de organizaciones delictivas. Fruto de esta lucha y de esta presión social y ciudadana fue la promulgación, por parte del gobierno federal, de la Ley General de Víctimas, un instrumento a todas luces insuficiente pero al menos un paso en la larga marcha del poeta para exigir justicia y dignidad en México.
Desde el momento del asesinato de su hijo Juan Francisco, Javier Sicilia hizo pública su decisión de ya no volver a escribir poesía por considerar que la realidad mexicana no era digna de la palabra poética, pues más que la poesía lo que necesitaba (y necesita) es la protesta ciudadana y la exigencia de justicia. Hoy, Javier Sicilia ha cruzado el umbral de la mudez y ha entrado definitivamente al silencio poético. Lo ha hecho luego de publicar Vestigios (México, Ediciones Era, 30 de abril de 2013), el último de los diez libros de los que consta su obra poética y que contiene los poemas que escribió antes de los últimos y aciagos días de marzo de 2011, cuando su hijo fue asesinado, y luego de escribir los versos postreros que le dedica a Juan Francisco y con los que cierra, precisamente, estos Vestigios:
Ya no hay más que decir
el mundo ya no es digno de la Palabra
nos la ahogaron adentro
como te asfixiaron
como te desgarraron a ti los pulmones
y el dolor no se me aparta
sólo pervive el mundo por un puñado de justos
por tu silencio y el mío
Juanelo.
Luego de casi tres décadas de obra poética, desde que apareció su primer libro,Permanencia en los puertos (1982), Javier Sicilia acude al silencio como una manera de hacer escuchar su protesta en un país y en un momento en que las víctimas de todos (de los delincuentes y de los poderes) son doblemente escarnecidas con injusticia y con olvido.
Javier Sicilia ha tomado la decisión más extrema que puede tomar un poeta: renunciar a la palabra poética, es decir a su voz. Para un poeta, silenciar su obra es evidenciar la banalidad del canto y la celebración en un medio avasalladoramente infame, donde poetizar ha perdido su sentido frente a la realidad más apremiante.
Desde la muerte de su hijo, el poeta que había cantado y celebrado el mundo supo que tenía que caminar, denunciar y abandonar el canto. Nos ha dejado una obra plena de bondad y de esperanza:La presencia desierta (1985), Oro(1990), Vigilias (1994), Resurrección(1995), Trinidad (1996), Pascua (2000),Lectio (2004) y Tríptico del desierto(2009), además de Permanencia en los puertos, el primero, y de Vestigios, el último, éste con el que ahora cierra todo un ciclo.
Su obra cabe en el título general La presencia desierta, pues en 2004 agrupó todos sus libros, hasta ese momento, bajo este nombre simbólico que es, a un tiempo, Alegoría y Verdad. En el prólogo, el autor anticipó: “Siempre he creído que toda poesía narra un largo viaje hacia la luz. En mi caso, ese viaje es, como el título de mi primer libro, una permanencia. En realidad, nunca partí. Desde que decidí viajar para encontrar a Dios, Él ya estaba en mí y me aguardaba. Estos poemas, en su pequeñez, son sólo un atisbo a las confidencias de ese misterio.”
Al margen de la poesía, en este inicio de su silencio poético, en medio de la tragedia por la que atraviesa el país, conversamos con él.
–¿Qué representa Vestigios dentro de tu obra poética y, en general, literaria?
–Lo que queda de una obra poética trabajada a lo largo de casi treinta años. De allí el nombre de Vestigios. Podría decir, en relación al nombre bajo el cual reúno toda mi obra poética, La presencia desierta, que son los vestigios de esa presencia y el inicio del silencio de lo que siempre he considerado el lenguaje más sagrado y profundo de todos, el del poema.
–¿Dónde está Dios, y de qué modo, en estos Vestigios?
–Donde siempre ha estado, en el misterio del amor, una realidad pobre, impotente para cambiar la herida de la historia y, sin embargo, eterna. Esa presencia, enVestigios, aparece como un tenue resplandor, como una huella casi imperceptible, como digo en uno de los poemas, “Absconditus” “el pulso en el fondo de una arteria”.
–¿Para qué sirve la poesía en tiempos de miseria?
–Hölderlin, quien fue el primero en formular esta pregunta en su poema “Pan y vino” (“¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”), da allí mismo una extraña respuesta: “Pero ellos son, dices tú, como los sacerdotes sagrados del dios del vino. Los que fueron de un país a otro en noche sagrada.” Para Hölderlin –que también terminó en el silencio; al final de su vida sólo pronunciaba dos palabras incomprensibles, “Pallaksch, Pallaksch”–, nuestra época se caracteriza por el hecho de que el sentido permanece lejano por falta de Dios y, en consecuencia, carece ya de fundamentos y pende del abismo, de la noche, que se expresa en la barbarie del todo está permitido. Todos quieren hacerse y hacernos creer que no existe, pero el poeta decide encararla, mirar esa ausencia que, semejante a la noche del Sábado Santo o a la noche anterior a la creación, puede preparar el advenimiento de una nueva presencia que, de alguna manera, el poeta contempla, en medio de la noche y del desastre, en las huellas, en los rastros, en los vestigios del Dios. Esas huellas son el pan y el vino –o como lo digo, pensando en Hölderlin, en el poema “Época”, “un fragmento de pan/ y los restos del vino”–, los frutos de la tierra trabajados en la comunión y la alegría. Ser poeta, diría Hölderlin, es contemplar esas huellas, porque en la noche su sentido se encuentra más allá del lenguaje: de allí ese “Pallaksch, Pallaksch”. Yo diría, incluso, vivirlas en lo que podemos rescatar y mantener vivo del amor.
–¿Cómo podremos salir de esta oscuridad en la que hemos caído?
–No me gusta dar respuestas de esa naturaleza. La enseñanza de la historia nos muestra que cuando alguien dice tener la clave para salir de la herida de la historia termina por ahondarla. No hay peor cosa que los ideólogos o los planificadores de la realidad. Sus razones se edifican sobre el odio, el dolor, los cadáveres y las fosas comunes. Algo, sin embargo, que no puede ser reducido a ningún racionalismo, es lo que indica Hölderlin, lo que siempre ha revelado la poesía y, para hablar de los fundamentos traicionados o corrompidos de Occidente, lo que de novedad trajo el Evangelio: el amor como don, como pobreza, como límite, como reino: donde dos seres se encuentran y se ayudan, donde se trabaja no para ganar, sino por la alegría de compartir el pan y el vino en su pobreza, donde el decir es la profundidad del ser inabarcable, allí está el reino, allí está el amor; allí está una tenue luz que hace que las tinieblas del sinsentido y la barbarie no sean absolutas.
–¿Hemos tocado fondo en nuestra tragedia?
–Por desgracia, no. Seguimos tolerando lo intolerable. Aceptando que siga habiendo seres humanos torturados, destazados, secuestrados, desaparecidos, extorsionados, prostituidos, comerciados para la esclavitud y el placer de imbéciles; seguimos tolerando gobiernos que son cómplices de ese horror y lo retroalimentan; seguimos tolerando la miseria y deseando la riqueza. Seguimos haciendo como si el espanto del abismo y de la noche no existiera.
–¿Las víctimas del crimen organizado lo son también del Estado?
–Son víctimas de ambas partes. Hay víctimas del crimen organizado y víctimas de violaciones a los derechos humanos. Ambas víctimas sufren también, por parte del Estado, una revictimización porque no sólo no se las atiende, sino que a veces se les culpabiliza y, también, porque hay profundas redes entre el crimen y las policías, se les amenaza.
–¿Hacia dónde se dirige México con toda esta des-dicha bárbara?
–Si no la detenemos, hacia la destrucción de la civilidad, de la cultura y de la democracia; hacia la destrucción de lo humano.
–¿Dónde quedó el Edén?
–Allí, velado por la noche. El amor siempre está allí. Una reflexión del staretz Zósima, el santo de Los hermanos Karamazov, lo dice con la sencillez del místico: “No comprendemos que el mundo es el Paraíso. Bastaría que lo deseáramos para que se nos revelara en toda su belleza.” Es lo que de otra manera nos dice Hölderlin cuando nos invita a ver las huellas del Dios en medio de la noche.
–¿Qué podemos esperar de la justicia humana?
–Mientras no seamos capaces de hacerla –continuamos con el noventa y cinco por ciento de impunidad en este país–; mientras los gobiernos y los partidos continúen tolerando y encubriendo en sus filas a criminales –son cientos–; mientras las leyes, que son la palabra de la justicia, continúen malversándose; en síntesis, mientras la palabra sea usada como una moneda de cambio y traicionada, no podremos esperar mucho de ella.
–¿Les interesa a los partidos políticos asumir la defensa de las víctimas?
–No. No sólo por lo que he dicho sino también porque están muy lejanos a la realidad del país. Mientras no limpien sus filas y continúen usando la vida partidista y al Estado con una lógica patrimonialista, nunca podrán comprender el dolor de las víctimas y lo que significa su defensa en la salud del país.
–¿Cómo leer tu silencio final en la poesía?
–Como mi imposibilidad, en medio de la noche y del abismo, de articular la palabra sagrada; como una contemplación de las huellas del Dios –por ahora indecible y ausente– en el centro del abismo, como el silencio que está después de la palabra y aguarda el advenimiento de una nueva presencia, como un acto de amor al sentido. Si contra ese silencio decidiera volver a hablar en el poema, lo único que saldría de mí es el balbuceo inarticulado del último Paul Celan o del último Hölderlin, el del “Pallaksch, Pallaksch”.
Ciudad de México, 14 de junio de 2

DOS MIRADAS A LA OBRA DE RULFO, Juan Manuel Roca

Dos miradas a la
 
obra de Rulfo


obra de Rulfo

Juan Manuel Roca
Autorretrato de Juan Rulfo en el Nevado de Toluca,
década de 1940
Pedro Páramo
Para Ignacio Ramírez, en su memoria
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.

Netzahualcóyotl
Asombra el caudal de poesía que hay en Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo publicada en 1955, el mismo año de la segunda edición de El Llano en llamas.
Si imaginar es crear imágenes, en Pedro Páramo esto podría parecer algo más que una simple y programática premisa. Hay en esta novela una imaginación, una carga de imágenes que parecen liberarse, de manera por lo demás natural, de una profunda carga de silencios.
Tanto el tono como la atmósfera, afirmó alguna vez su autor, le fueron allanados por la intuición, por una suerte de dictado secreto. Escribió su primer manuscrito en un cuaderno escolar y en cualquier sitio, recordaba el parco escritor mexicano en alguna de sus entrevistas.
Ese tono y esa atmósfera parecen desprendidos del conticinio, que es esa hora de la noche en la que han cesado todos los ruidos o, posiblemente, de las cabeceras del mejor romanticismo, de cierto irracionalismo: “el hombre es un dios cuando sueña, un mendigo cuando piensa”, dijo Hölderlin, alguien que conocía muy bien los hilos tan tenues que separan a deidades y parias. Pero, sobre todo, nacen de su capacidad natural para descubrir en todo lo cotidiano, en los hechos en apariencia más triviales, una veta poética.
Así como Gustave Flaubert afirmó alguna vez que la escritura de Madame Bovaryfue un intento por lograr la tonalidad de musgo, el color de la pátina de algún rincón de un cuarto de un hotel de paso, Rulfo quiso con Pedro Páramo atrapar el tono opaco, ceniciento, de un presente poblado por fantasmas. Es el tono plomizo que recorre la casa de sus palabras, las voces de los muertos que viven en la incierta comarca de Comala.
Alguna vez dijo: “Pedro Páramo nació de una imagen y fue la búsqueda de un ideal que llamé Susana San Juan. Susana San Juan no existió nunca. Fue pensada a partir de una muchacha que conocí brevemente cuando yo tenía trece años. Ella nunca lo supo y no hemos vuelto a encontrarnos en lo que llevo de vida.”
La anterior clave de la escritura de Pedro Páramo tuvo nacimiento en el hecho de imaginar a partir de una imagen, que es lo propio de la poesía como forma exploratoria de la percepción, como una forma escrita de diseminar entre los lectores, que siempre son una suerte de interlocutores de la misma materia de los fantasmas, unos arraigados recuerdos, una corresponsalía del sueño y una ración de miradas.
En otros grandes novelistas latinoamericanos, como José Lezama Lima, Alejo Carpentier, José Eustasio Rivera, Gabriel García Márquez o Héctor Rojas Herazo, la poesía se da casi siempre por abundancia verbal, por un desborde de voces.
Lo que hubiera sido una descripción exhaustiva en estos autores, el sentido de la distancia, por ejemplo, en Rulfo se da desde una magra expresión. Dice, hablando de la ubicación de Comala: “su lugar queda más allá de muchos días”. Lo que resulta una medida que metería en líos al más certero agrimensor, pero no a quien reconoce en la vaguedad de la expresión una distancia sin medidas.
Expresiones como “era un pedazo de culebra sin vida” para hablar de un machete, o “estaba revolcada en la tierra” para hablar de una mirada melancólica, aluden a un origen metafórico.
Ese es otro rasgo que lo separa de la corriente realista de la narrativa mexicana anterior a su obra.
No hay requisitorias, casi desaparece del relato para mostrarnos las cosas con una hondura y una desnudez verbal que a poco tiempo de ser leídas se nos hacen imborrables.
Pedro Páramo es una metáfora de la soledad y de la muerte, de ahí que su lenguaje acuda al hueso más que a la carnosidad, como en las obras de dos grabadores del México insurgente, Manilla y Posada, que hacían su crítica social desde las cuencas de las calaveras.
Juan Rulfo es, antes que nada, un observador de sí mismo, lo que también es como  decir un observador de su pueblo, de sus animales, sus frutos, de sus voces y murmuraciones.
Durante algún tiempo pensó en titular su novela, precisamente, Los murmullos. Esas voces, esos murmullos que según Elena Poniatowska cruzan toda la novela con “un rumor de ánima en pena que vaga por las calles del pueblo abandonado”, tienen hondas y claras raíces en su infancia. Son los gestos o las voces apagadas por una larga historia de violencias y miserias, de grandes heroísmos y de más grandes entregas.
Los asesinatos de su abuelo y de su padre, los años de orfanato en Guadalajara, la revolución de los cristeros, son hechos que le hablan desde tiempos diferentes, como le hablan a Juan Preciado en muchos recodos de su libro.
Desde la primera frase de la novela: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, el narrador se asoma  al pasado, que es un tiempo que siempre, con sólo escarbar un poco en la realidad inmediata, se pone de presente en la cultura mexicana. Por eso resulta tan natural la manera como Rulfo se aproxima a los sucesos pretéritos desde un  lenguaje lírico, algo que sin embargo no lo hace perder de vista las clavijas de su estructura novelística.
Bebió en William Faulkner y en los expresionistas pero también en poetas como Edgar Lee Masters, creador de Spoon River, otro poblado irreal donde los muertos cuentan su historia, donde una coral de voces ausentes fragua las historias de un poblado imaginario. No resultaría tampoco caprichoso hermanarlo con un legado de Francisco de Quevedo y Villegas: “Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.”
El Llano en llamas
Golpeábamos en los muros de adobe
y era nuestra herencia una red de agujeros.

Poema náhuatl
El primer libro publicado por Juan Rulfo, El Llano en llamas (México, 1953), es un fresco de las miserias humanas. Una historia clínica, si se quiere, de las grandes soledades de un país en el que también vive la muerte.
De ahí que resulte, más que un volumen de cuentos, una suerte de Biblia de pobres, de saga que entremezcla el mito y la realidad inmediata, la historia como una forma circular de la pesadilla.
Al autor le basta con una cuantas pinceladas expresionistas, con un ascetismo del lenguaje venido del fondo de la historia mexicana, con unos giros de cosa hablada, para atraparnos sin tregua hasta su último aliento.
Alguna vez Marta Traba, señalando los cuentos de un autor casi olvidado, Hernando Téllez, a quien debemos el más agudo y bien escrito de los cuentos colombianos que giran en torno a la violencia, “Espuma y nada más”, decía que Téllez era un virtuoso escritor que sabía muy bien cómo describir a sus personajes. En oposición, a contramarcha, agregaba que Juan Rulfo no describe sino que “sufre” a sus personajes. Tal vez por eso sus relatos están teñidos de un acento confesional. De una carnadura humana que resulta padeciente.
La afirmación de Marta Traba tiene visos de irrefutable. Hasta el paisaje en Rulfo es padecido más que descrito. Parajes como Comala o Luvina, donde los cactus parecen ser percheros del viento y los fantasmas tienen su reino, hacen su desolado maridaje con los personajes que los habitan.
No hay costumbrismo, así haya cuadros de las costumbres campesinas mexicanas. No hay realismo, así todo tenga el sabor real de una historia de revueltas y traiciones. No hay evidencias antropológicas, aunque sí una especie de arqueología del miedo. Es como si la diosa de la vida, Coatlicue, llevara sobre su rostro la máscara de los muertos. No hay excesos líricos pero todo deviene poesía.
Son diecisiete narraciones que encabalgadas resultan diecisiete retratos colectivos de una misma tragedia.
En “Luvina”, un cuento sobre un lugar anclado en otro mundo en el que sólo se oye el viento, le basta para señalar el señorío de los fantasmas con tres pinceladas teñidas, como tantas cosas del pueblo mexicano, de un atávico fatalismo: “Entonces yo le pregunté a mi mujer: En qué país estamos, Agripina?, y ella se alzó de hombros.”
En “No oyes ladrar los perros”, la sombra de un hombre que lleva a cuestas a su hijo herido es en realidad una sombra doble fusionada por una misma tragedia. Van en busca de Tonaya, un poblado al que esperan llegar oyendo en la noche el ladrido de los perros, ese “horizonte de perros” del que hablara Federico García Lorca.
Es el diálogo de quien asiste a la agonía del otro y al velorio de sus propias esperanzas.
Una esquirla más de ese comercio con la muerte que es toda la obra de Rulfo se hace manifiesta en “Diles que no me maten”, historia de odio y revanchismo.
Si bien El Llano en llamas es un prontuario de ausentes, no se siente el peso del monotema ni el de una coral que tararea la misma tonada, una y otra vez, como si fuera un mantra entonado a las puertas del purgatorio.
He ahí la magia de quien avanza en círculos y vuelve a su centro para de nuevo sorprendernos.
Carlos Fuentes señaló que Juan Rulfo cierra “con llave de oro la temática documental de la Revolución”. No hay duda de que lo hace desde un registro de acontecimientos irreales que se vuelven reales a fuerza de un lenguaje riguroso y cotidiano. Esa terca ternura y ese amor hacia los derrotados, no obstante sus rasgos de humor negro, parece injerta en los frutos amargos de una infancia rural y de un profundo conocimiento del ser mexicano.
Todo está tocado de un habla tan sencilla que resulta elusiva, de una forma de dialogar y de narrar que no fue aprendida como insumo para la escritura. “Nunca dije: a ver cómo hablan, voy a aprender su forma de hablar. Así oí hablar desde que nací”, afirmó alguna vez el escritor, rompiendo la tela de araña de uno de sus largos silencios.
El Llano en llamas es un manual de sombras o un repertorio de orfandades.
Es un libro que deja en el aire una serie de preguntas que parecen montadas en un trípode conformado por la soledad, la muerte y el poder, instancias que desde la Antigüedad hasta hoy han sido tres cercos en los que se debate la condición humana.
Leer su obra es una forma de leernos a nosotros mismos.

CARLOS FUENTES Y LAS PALABRAS (I de II), Hugo Gutiérrez Vega


Hugo Gutiérrez Vega
Carlos Fuentes y las palabras (I DE II)
Una tarde del verano de 1964 celebramos, en el Palazzo Rúspoli de Roma, una semana de la cultura de México: Grabados de Posada, óleos del pintor tapatío Claudio Favier Orendáin, una pequeña muestra de libros y de revistas culturales, la proyección de las películas RaícesEnamorada,Los olvidados (con todo y el absurdo prólogo impuesto por los censores de Gobernación) y El compadre Mendoza. El que les habla, y que a lo largo de su vida siempre ha hablado de más desoyendo el consejo alteño de su prudente abuela, dio dos charlas: una sobre Juan Rulfo y la otra sobre Carlos Fuentes. Estaba presente el embajador de México, Rafael Fuentes, diplomático ejemplar, hombre bueno en el sentido machadiano de la palabra, y padre del autor de las tres novelas comentadas por el locuaz conferencista: La región más transparenteLas buenas conciencias y La muerte de Artemio Cruz. Recuerdo haber dicho que la primera abría las puertas a la novela urbana en México, y haber analizado algunos antecedentes de descripción de la ciudad capital: Los bandidos de Río Frío, de Payno, algunas novelas cortas de José Tomás de Cuéllar, Facundo, los cuentos de Micrós y las novelas iniciales de José Revueltas. Sin embargo, la primera novela en la que el personaje principal es la ciudad con sus avances y retrocesos, su crecimiento teratológico, sus contradicciones sociopolíticas, sus facetas canallas, sus niños bien, sus caifanes (retratados con gran vigor en la película cuyo guión escribió Carlos basado en el acierto verbal delspanglish fronterizo: me cae fine –y de ahí, me cae bien, o sea, caifán–; sus barrios nuevos, sus fiestas tradicionales y el final, tan celebrado por Rafael Alberti (quien por aquellos años vivía en Roma) en el cual la resignación nacional se deslíe en la aurora de Nonoalco, como la alondra de Gorostiza, y se abisma en la transparencia. Novela de personajes ficticios y reales a la vez, como la mayoría de los creados por ese fabulador incansable que fue Carlos Fuentes, La región más transparente tiene una fuerza lírica especial y está llena de valores musicales que ponen a danzar, a cantar, a llorar y a reír nuestra lengua que, bien lo sabemos, tiene una riqueza inagotable. Pasados los años, lo que queda incólume y rejuvenecido es el lenguaje. Las estructuras narrativas pueden ser efímeras, pero las palabras permanecen y se van ennobleciendo con el polvo del tiempo.
Las buenas conciencias, en cambio, tiene su ámbito de acción y de expresión en la provincia, y hace realidad el viejo apotegma: “Pueblo chico, infierno grande.” El personaje central de esta saga de encuentros, desencuentros y malos entendidos es la moral social autoritaria y represiva que, desde siempre, entristece la vida y retuerce las conciencias de muchos habitantes de las ciudades de la provincia hispánica, mestiza y católica.
La muerte de Artemio Cruz pone fin a la valiosa y crítica serie de la llamada novela de la Revolución mexicana. Si aceptamos una catalogación más flexible, podemos partir de Azuela, pasar por Vasconcelos y Nellie Campobello, Martín Luis Guzmán, Rafael F. Muñoz, Magdaleno, Rubén Romero, Urquizo, Yáñez, Rulfo, Arreola y Fuentes. Artemio, moribundo en su lecho de angustias y de memorias, pone fin a una historia de valor, audacia, corrupción, ambigüedad moral, cinismo, demagogia, simulación (gesticulación, diría Usigli, quien, junto con Elena Garro y su Felipe Ángeles, nos dan la visión teatral del largo conflicto); pena, remordimiento, en fin, el conjunto de sentimientos encontrados que libran a esta excelente novela de la maldición nacional del maniqueísmo y del hábito melodramático iberoamericano.
Terminó la charla y, ya en el pasillo de salida, bajo un retrato de César Borgia (“César o nada” era el lema de la terrible familia), el embajador me abrazó y, con un candor inusual en el experimentado diplomático, me preguntó con lágrimas en los ojos: “¿En verdad son tan buenas las novelas de Carlos?” Asentí con la cabeza y le entregué una libreta en la que Elena Mancuso, la traductora de Rulfo y de Asturias, me hacía una serie de preguntas sobre las novelas de Carlos en las que estaba trabajando. “La muerte de Artemio Cruz es lo mejor que he leído últimamente”, comentaba la hábil traductora. “Lo ve, embajador, aquí tiene un testimonio extranjero intachable y competente.” Esa noche, el embajador impecable y su verboso agregado cultural bebieron unas copitas de más del peleón vino dei castelli romani.
(Continuará)

¿QUIÉN LE TEME A WILHELM REICH?, Gérard Guasch

¿Quién le teme a Wilhelm Reich?
Gérard Guasch*
Si Reich fue un loco y los individuos que nos gobiernan, los del Pentágono y Westminster, están cuerdos, el mundo es un lugar bastante extraño... No soy discípulo de Reich. Sólo soy un individuo que ve en Reich un genio, un hombre de gran percepción y de infinita humanidad, un hombre que, con decisión, se puso del lado de la juventud, de la vida, de la libertad.
A. S. Neill, Hablando sobre Summerhill.
Figura emblemática de los movimientos de protesta juvenil en los años sesenta, Wilhelm Reich fue “el hijo terrible” del psicoanálisis. Discípulo disidente de Freud y principal representante de la izquierda freudiana, fue un agudo crítico social, un investigador intrépido, un ardiente defensor de la vida y, en muchos terrenos, un precursor. Por desgracia, malquerido por las escuelas psicoanalíticas tradicionales y en gran parte “olvidado” por las universidades, sus aportaciones originales son todavía demasiado poco conocidas. ¿Será que aún se tiene miedo de sus ideas y su radical denuncia de la sociedad opresiva?

Ilustraciones de Sergio Bordón
Un hombre loco por la vida
Reich nunca fue un pensador “encerrado en su santuario” (como decía Freud de sí mismo), sino un hombre de terreno y de acción, un hombre que buscó apasionadamente defender la vida y en quien siempre cohabitaron el investigador, el político y el terapeuta. Su vida entera así lo demuestra.
El 24 de marzo de 1897 nace en el seno de una familia judía acomodada que vive en una provincia fronteriza del imperio Austro-Húngaro, la Galicia. Es en este ambiente medio rural medio burgués que el pequeño Willi crecerá. Muy pronto al tanto de las cosas de la vida, observa los animales, colecciona los insectos, monta a caballo. Toda su vida conservará el gusto de estar en comunión con la naturaleza, el agua, el cielo. Arruinado por la desdicha (su madre se suicida cuando él tiene apenas catorce años; tres después muere su padre) y por la guerra (el ejército ruso invade la propiedad familiar) se alista y participa en la primera guerra mundial. De regresó a Viena se inscribe en Derecho, pero pronto pasa a Medicina. Estudiante pobre, tiene que ingeniárselas para sobrevivir. Se apasiona por la biología, la filosofía (Bergson en especial) y el psicoanálisis. Una cuestión le inquieta: “¿Qué es la vida?” Convencido de que la sexualidad es “el eje alrededor del cual gira tanto la vida social como la vida íntima del individuo”, en 1919 participa con unos compañeros de facultad en la organización de un seminario sobre sexología, lo que le lleva a conocer a Freud quien lo recibe con gran cordialidad.
Con sólo veintitrés años y siendo todavía estudiante, es admitido como miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Le gusta debatir con los “padres fundadores”. En 1922 participa en la creación del Dispensario Psicoanalítico y del Seminario de Técnica Psicoanalítica. Freud lo considera como uno de sus más brillantes alumnos, pero él (rechazando en especial la idea de pulsión de muerte) no tarda en manifestarse como un hijo rebelde. En 1924 se recibe como psiquiatra. En 1927, publica Die Funktion des Orgasmus (La función del orgasmo), obra en la que, mucho antes que Masters y Johnson, analiza en forma detallada la respuesta orgásmica en el hombre y en la mujer.
Sensible a las necesidades de las masas y considerando que “la existencia humana está determinada por unos procesos instintivos y socioeconómicos” denuncia la miseria social, emocional y sexual generada por la sociedad capitalista y se lanza a la acción directa. Al mismo tiempo, se propone realizar una síntesis entre las ideas de Marx y Freud. Abre clínicas de salud sexual en Viena para impartir consultas, consejos y medios anticonceptivos gratuitos. En septiembre de 1929, viaja a la Unión Soviética donde conoce a Vera Schmidt, psicoanalista famosa por sus experimentos pedagógicos en el Hogar Experimental de Niños.
En 1930 deja Viena por Berlín. Antes de irse, visita a Freud en su residencia de verano; será la última vez que los dos hombres se verán. En septiembre presenta una comunicación en el IIICongreso internacional por la reforma sexual: “Necesidades sexuales y reforma sexual”. Participa activamente en la creación y animación de un vasto movimiento para la política sexual proletaria, la Verlag für Sexualpolitik (Sexpol) que, en pocos meses, logra reunir a decenas de miles de miembros. Publica la primera versión de lo que se convertirá después en La revolución sexual. Sostiene que la lucha por la liberación sexual es un paso previo para una revolución política más amplia; ideas que influyeron profundamente en los movimientos de protesta de los años sesenta. Publica un pequeño manual de educación sexual para los adolescentes: La lucha sexual de los jóvenes. En aquel entonces, ya algo distanciado de los círculos psicoanalíticos ortodoxos llama a su enfoque personal, economía sexual. El Partido comunista alemán, al cual pertenece, prohíbe la difusión de sus escritos. En estos años recibe en análisis a Fritz Perls, el fundador de la Terapia Gestalt que no olvidará lo que aprendió con él. 1933 verá parecer una obra de gran importancia ¡y todavía actual!: La psicología de masas del fascismo, en la cual, partiendo de la pregunta: “¿qué entorpece el desarrollo de la conciencia de responsabilidad en la gente?”, analiza el fenómeno de la victoria del fascismo, destacando el papel del irracionalismo y de la represión sexual en el origen de las dictaduras. “Todo orden social produce en la masa de sus componentes las estructuras de carácter que necesita para alcanzar sus fines”, dice, y puntualiza: “La mentalidad fascista es la del pequeño hombre mezquino, sometido, ávido de autoridad y a la vez rebelde.” No tardará en condenar cualquier forma de fascismo sea éste “blanco” o “rojo”. En El análisis del carácter, publicado el mismo año, da cuenta de su nuevo enfoque analítico. Según él, las defensas psíquicas, íntimamente ligadas al carácter, forman en cada uno de nosotros una “coraza caracterial”. Criticado por los psicoanalistas ortodoxos por su militantismo político, ese mismo año es expulsado del Partido Comunista alemán por sus ideas “demasiado psicoanalíticas”. Entonces se exilia en Dinamarca. En Berlín sus libros son quemados públicamente con los de Freud y otros autores judíos por orden de los nazis. En 1934 publica Materialismo dialéctico y psicoanálisis. La Asociación Psicoanalítica Internacional lo expulsa por sus ideas “demasiado políticas”. En octubre se traslada a Noruega.
En pos de la energía
Cada vez más deseoso de poner en evidencia la realidad física de la energía vital (que llama “bioenergía”), lleva a cabo diversos experimentos originales en Oslo, uno de ellos “sobre la naturaleza bioeléctrica del placer y de la angustia”. Esto lo lleva a considerar al ser humano como un sistema energético en el cual las funciones psíquicas y corporales no pueden ser separadas. Considerando que había descubierto una forma de transición entre lo vivo y lo no-vivo bajo la forma de una microscópica vesícula llena de energía, llama a ésta “bion”. En este período agrega al concepto de “coraza caracterial” el de “coraza muscular” y desarrolla una nueva forma de psicoterapia que completa su técnica de análisis del carácter: la vegetoterapia-caracteroanalítica. Ésta, mediante la movilización de los músculos y la respiración, favorece movimientos vegetativos en el cuerpo y liberaciones emocionales, dando así paso a la expresión corporal y emocional sobre la expresión verbal. Hablando de su experiencia personal con Reich, A.S.Neill (1883-1973) dice: “En seis semanas de tratamiento adquirí una capacidad de reacción y de equilibrio emocional mucho más grande de lo que había podido adquirir a lo largo de varios años de tratamientos convencionales.”
Publica La sexualidad en el combate cultural y analiza “el caos sexual”. En esta época se puede apreciar su pasaje del materialismo dialéctico al funcionalismo energético. En 1939, considerando que había puesto del todo en evidencia la naturaleza biofísica de la energía vital universal, la llama “orgón”. En agosto, deja Europa para instalarse en Estados Unidos. Ahí imparte clases en la New School for Social Research en Nueva York, reinstala su laboratorio y retoma sus investigaciones sobre el cáncer. Inventa un sencillo dispositivo para acumular la energía atmosférica (acumulador de orgón) que experimenta primero en ratones y luego en humanos.
En 1941 sostiene una larga entrevista con Einstein acerca de su acumulador. Sigue desarrollando sus ideas sobre “la democracia del trabajo”. El 12 de diciembre, a las 2 de la madrugada, agentes del FBI lo sacan de la cama y lo llevan a Ellis Island, “la isla de las lagrimas”. Como Alemania había invadido Austria, se considera que Reich pertenece a una nación enemiga. Enterado de la situación, su amigo el antropólogo Bronislaw Malinowsky, le escribe el 31 de enero de 1942, cuando ya lo habían liberado: “Todo este asunto era, por supuesto, ridículo pues nadie que estuviera en su juicio puede sospechar que albergaba usted tendencias o simpatías pronazis. A pesar de lo cual, estas cosas son siempre extraordinariamente penosas.”

Fotos: www.quickiwiki.com/es
Al año siguiente, en El descubrimiento del orgón I: la función del orgasmoresume la evolución de muchos años de investigación. Después de haber adquirido una gran propiedad en Rangeley, Maine, Reich decide vivir allí e instalar un centro de investigación y docencia para continuar sus experimentos, Orgonon, donde organizará cursos internacionales de verano. Demuestra que sus acumuladores pueden disminuir el dolor y mejorar el estado general de los pacientes con cáncer terminal. En 1945 publica (en inglés) La revolución sexual, obra a la cual sucederá Escucha, hombrecito, llamada de atención al hombre “neurótico-normal”, y El descubrimiento del orgón II: la biopatía del cáncer. Hablando de sí mismo en esos años, Reich dice:
Los psicoanalistas neuróticos me califican de esquizofrénico, los comunistas fascistas me combaten como trotskista, las personas sexualmente lascivas me han acusado de poseer un burdel, la policía secreta alemana me persiguió como bolchevique, la estadunidense como espía nazi, los charlatanes de la psiquiatría me llamaron charlatán, los futuros salvadores del mundo me calificaron de “nuevo Jesús” o “nuevo Lenin”... Yo estoy dedicado a otra labor que requiere todo el tiempo y la fortaleza de que dispongo: el trabajo sobre la estructura irracional humana y el estudio de la energía vital, descubierta hace muchos años; en pocas palabras: “estoy dedicado a mi trabajo en orgonomía”.
Hasta el último soplo
Después de una campaña de prensa denigrándolo, la FDA (administración sanitaria de EU) lo acusa de prometer curar el cáncer con sus acumuladores y lo cita ante la justicia. Reich se rehúsa a acatar la orden. En 1951, en Orgonon, se lanza en un peligroso experimento para averiguar los efectos del orgón sobre un material radioactivo. Tres años después, gracias a un aparato de su invención, el cloudbuster (Rompenubes), logra que llueva en Arizona. La televisión y los periódicos confirman su éxito: “¡Está lloviendo en el desierto!”
En 1956 es encarcelado por desacato a la autoridad y sus publicaciones quemadas en un incinerador público en Nueva York. En la cárcel todavía busca poner en ecuaciones sus descubrimientos energéticos hasta que, agotado por los años de lucha y el peso de las presiones, muere de un ataque al corazón el 3 de noviembre de 1957.

Fotos tomadas del documental ¿Quién le teme a Wilhelm Reich?, © dominio público
El mensaje de Reich
Desde cualquier lado que lo veamos, Reich se muestra como un explorador audaz, un hombre que ve más allá de lo ordinario. Nos invita, tanto a nivel personal como colectivo, a liberarnos de los dogmas, los prejuicios, los partidos, las representaciones mentales  estrechas. Nos invita a no tener miedo de la fuerza de vida que sentimos dentro de nosotros y nos propone luchar activamente contra los bloqueos que obstaculizan su flujo y el del amor para conservarnos móviles psíquica y físicamente. Esto va en contra del esfuerzo reductor y encarcelador de la sociedad; esto va en contra de cualquier totalitarismo intelectual o político, y asusta. Por eso es más cómodo considerarlo como un original, un loco y querer callar su voz. Sin embargo, no deja de interpelarnos:
...“¿Qué haces en la práctica para alimentar a la nación sin asesinar otras naciones? ¿Qué haces como médico contra las enfermedades crónicas, qué como educador para promover la felicidad infantil, qué como economista contra la pobreza, qué como trabajador social contra el agotamiento de las madres con muchos hijos, qué como constructor a favor de la higiene de las viviendas? Ahora no parlotees. ¡Da una respuesta práctica y concreta o cállate!” (La psicología de masas del fascismo).
Reich en la web
Reich dejó establecido en su testamento que sus archivos personales fueran resguardados hasta cincuenta años después de su muerte, plazo que se ha cumplido en noviembre de 2007. Hoy en día esos documentos se conservan en la biblioteca de la escuela de medicina de la Universidad de Harvard. The Wilhelm Reich Museum, indica, las condiciones para tener acceso a ellos. El sitio del American College of Orgonomy, también es de interés para quien quiera saber más.
En Facebook: Wilhelm Reich Connections y Wilhelm Reich Énergie vitale et Psychothérapie, donde se puede ver un documental de Antonin Svoboda, “Wer hat Angst vor Wilhelm Reich” (¿Quién teme a Wilhelm Reich?), subtitulado en inglés.
* Sobre Reich, el mismo Guasch publicó en el núm. 383 (7/VII/2002) de La Jornada Semanal.

sábado, 29 de junio de 2013

EL LIBRO BLANCO DE MATEO DE Marcela Rodríguez Loreto

El libro blanco de Mateo. Marcela Rodríguez Loreto. Almaqui Editores 


Por: Redacción / Sinembargo - junio 28 de 2013 - 0:00 En librerías, TIEMPO REAL, Último minuto - Sin comentarios   El libro blanco de Mateo es una evocación que se inscribe en la narrativa de tono intimista, confesional. Tamara rememora el pasado inmediato, centrada en una experiencia de corte sentimental: la renuncia-renuencia a entregarse. Imposibilidad no del amor sino de amar. Tamara vive como Miller respecto a June hacia el final de su relación, “la prolongación de un ímpetu que no puede detenerse bruscamente”. Una mujer confrontando a sus demonios. El recuerdo de su amante Mateo. Egotismo. Displicencia. Y como si sólo se tratase de una realidad provisional, se abandona a ese estado de ánimo conocido como abulia. La atmósfera que rodea y que viste a Tamara no es otra sino la inexorable soledad del ser humano, y aquello que los franceses llaman ennui. ………………………………………………………………………………………………………… Marcela Rodríguez Loreto. Es autora de la novela Los extraditables (Plaza & Janés). La revista del Pen International, editada en Londres, la tiene como una de las plumas jóvenes representativas de América Latina. Es creadora de la serie radiofónica “Una habitación propia”, finalista del New York Festival Award, y de la radionovela “Grandes esperanzas”, transmitidas por Radio Educación. Colaboradora frencuente de SinEmbargo y la revista Poder, ha sido becaria de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.

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UNA POSTAl PARA MI MAGA, Alberto Ruy Sánchez

UNA NOCHE DE ESPANTO, Antón Chéjov

SÁBADO, JUNIO 29, 2013

“Una noche de espanto”, de Antón Chéjov









Palideciendo, Iván Ivanovitch Panihidin empezó la historia con emoción:

—Densa niebla cubría el pueblo, cuando, en la Noche Vieja de 1883, regresaba a casa. Pasando la velada con un amigo, nos entretuvimos en una sesión espiritualista. Las callejuelas que tenía que atravesar estaban negras y había que andar casi a tientas. Entonces vivía en Moscú, en un barrio muy apartado. El camino era largo; los pensamientos confusos; tenía el corazón oprimido...

"¡Declina tu existencia!... ¡Arrepiéntete!", había dicho el espíritu de Spinoza, que habíamos consultado. Al pedirle que me dijera algo más, no sólo repitió la misma sentencia, sino que agregó: "Esta noche".

No creo en el espiritismo, pero las ideas y hasta las alusiones a la muerte me impresionan profundamente. No se puede prescindir ni retrasar la muerte; pero, a pesar de todo, es una idea que nuestra naturaleza repele.

Entonces, al encontrarme en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba lastimeramente, cuando en el contorno no se veía un ser vivo, no se oía una voz humana, mi alma estaba dominada por un terror incomprensible. Yo, hombre sin supersticiones, corría a toda prisa temiendo mirar hacia atrás. Tenía miedo de que al volver la cara, la muerte se me apareciera bajo la forma de un fantasma.

Panihidin suspiró y, bebiendo un trago de agua, continuó:

—Aquel miedo infundado, pero irreprimible, no me abandonaba. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba oscura. El viento gemía en la chimenea; como si se quejara por quedarse fuera.

Si he de creer en las palabras de Spinoza, la muerte vendrá esta noche acompañada de un gemido... ¡Qué horror!... Encendí un fósforo. El viento aumentó, convirtiéndose el gemido en aullido furioso; los postigos retemblaban como si alguien los golpease. "Desgraciados los que carecen de un hogar en una noche como ésta", pensé.

No pude proseguir mis pensamientos. A la llama amarilla del fósforo que alumbraba el cuarto, un espectáculo inverosímil y horroroso se presentó ante mí... Fue lástima que una ráfaga de viento no alcanzara a mi fósforo; así me hubiera evitado ver lo que me erizó los cabellos... Grité, di un paso hacia la puerta y, loco de terror, de espanto y de desesperación, cerré los ojos. En medio del cuarto había un ataúd.

Aunque el fósforo ardió poco tiempo, el aspecto del ataúd quedó grabado en mí. Era de brocado rosa, con cruz de galón dorado sobre la tapa. El brocado, las asas y los pies de bronce indicaban que el difunto había sido rico; a juzgar por el tamaño y el color del ataúd, el muerto debía ser una joven de alta estatura.

Sin razonar ni detenerme, salí como loco y me eché escaleras abajo. En el pasillo y en la escalera todo era oscuridad; los pies se me enredaban en el abrigo. No comprendo cómo no me caí y me rompí los huesos. En la calle, me apoyé en un farol e intenté tranquilizarme. Mi corazón latía; la garganta estaba seca. No me hubiera asombrado encontrar en mi cuarto un ladrón, un perro rabioso, un incendio... No me hubiera asombrado que el techo se hubiese hundido, que el piso se hubiese desplomado... Todo esto es natural y concebible. Pero, ¿cómo fue a parar a mi cuarto un ataúd? Un ataúd caro, destinado evidentemente a una joven rica. ¿Cómo había ido a parar a la pobre morada de un empleado insignificante? ¿Estará vacío o habrá dentro un cadáver? ¿Y quién será la desgraciada que me hizo tan terrible visita? ¡Misterio! O es un milagro, o un crimen.

Perdía la cabeza en conjeturas. En mi ausencia, la puerta estaba siempre cerrada, y el lugar donde escondía la llave sólo lo sabían mis mejores amigos; pero ellos no iban a meter un ataúd en mi cuarto. Se podía presumir que el fabricante lo llevase allí por equivocación; pero, en tal caso, no se hubiera ido sin cobrar el importe, o por lo menos un anticipo.

Los espíritus me han profetizado la muerte. ¿Me habrán proporcionado acaso el ataúd?
No creía, y sigo no creyendo, en el espiritismo; pero semejante coincidencia era capaz de desconcertar a cualquiera. Es imposible. Soy un miedoso, un chiquillo. Habrá sido una alucinación. Al volver a casa, estaba tan sugestionado que creí ver lo que no existía. ¡Claro! ¿Qué otra cosa puede ser?

La lluvia me empapaba; el viento me sacudía el gorro y me arremolinaba el abrigo. Estaba chorreando. Sentía frío... No podía quedarme allí. Pero ¿adónde ir? ¿Volver a casa y encontrarme otra vez frente al ataúd? No podía ni pensarlo; me hubiera vuelto loco al ver otra vez aquel ataúd, que probablemente contenía un cadáver. Decidí ir a pasar la noche a casa de un amigo.

Panihidin, secándose la frente bañada de sudor frío, suspiró y siguió el relato:

—Mi amigo no estaba en casa. Después de llamar varias veces, me convencí de que estaba ausente. Busqué la llave detrás de la viga, abrí la puerta y entré. Me apresuré a quitarme el abrigo mojado, lo arrojé al suelo y me dejé caer desplomado en el sofá. Las tinieblas eran completas; el viento rugía más fuertemente; en la torre del Kremlin sonó el toque de las dos. Saqué los fósforos y encendí uno. Pero la luz no me tranquilizó. Al contrario: lo que vi me llenó de horror. Vacilé un momento y huí como loco de aquel lugar. En la habitación de mi amigo vi un ataúd... ¡De doble tamaño que el otro!

El color marrón le proporcionaba un aspecto más lúgubre... ¿Por qué se encontraba allí? No cabía duda: era una alucinación... Era imposible que en todas las habitaciones hubiese ataúdes. Evidentemente, adonde quiera que fuese, por todas partes llevaría conmigo la terrible visión de la última morada. Por lo visto, sufría una enfermedad nerviosa, a causa de la sesión espiritista y de las palabras de Spinoza. "Me vuelvo loco", pensaba, aturdido, sujetándome la cabeza. "¡Dios mío! ¿Cómo remediarlo?".

Sentía vértigos. Las piernas se me doblaban; llovía a cántaros; estaba calado hasta los huesos, sin gorra y sin abrigo. Imposible volver a buscarlos; estaba seguro de que todo aquello era una alucinación. Y, sin embargo, el terror me aprisionaba, tenía la cara inundada de sudor frío, los pelos de punta... Me volvía loco y me arriesgaba a pillar una pulmonía. Por suerte, recordé que, en la misma calle, vivía un médico conocido mío, que precisamente había asistido también a la sesión espiritista. Me dirigí a su casa; entonces aún era soltero y habitaba en el quinto piso de una casa grande.

Mis nervios hubieron de soportar todavía otra sacudida... Al subir la escalera oí un ruido atroz; alguien bajaba corriendo, cerrando violentamente las puertas y gritando con todas sus fuerzas: "¡Socorro, socorro! ¡Portero!". Momentos después veía aparecer una figura oscura que bajaba casi rodando las escaleras.

—¡Pagostof! —exclamé, al reconocer a mi amigo el médico—. ¿Es usted? ¿Qué le ocurre?

Pagostof, parándose, me agarró la mano convulsivamente; estaba lívido, respiraba con dificultad, le temblaba el cuerpo, los ojos se le extraviaban, desmesuradamente abiertos...

—¿Es usted, Panihidin? —me preguntó con voz ronca—. ¿Es verdaderamente usted? Está usted pálido como un muerto... ¡Dios mío! ¿No es una alucinación? ¡Me da usted miedo!...
—Pero, ¿qué le pasa? ¿Qué ocurre? —pregunté lívido.
—¡Amigo mío! ¡Gracias a Dios que es usted realmente! ¡Qué contento estoy de verle! La maldita sesión espiritista me ha trastornado los nervios. Imagínese usted qué se me ha aparecido en mi cuarto al volver. ¡Un ataúd!

No lo pude creer, y le pedí que lo repitiera.

—¡Un ataúd, un ataúd de veras! —dijo el médico cayendo extenuado en la escalera—. No soy cobarde; pero el diablo mismo se asustaría encontrándose un ataúd en su cuarto, después de una sesión espiritista...

Entonces, balbuceando y tartamudeando, conté al médico los ataúdes que había visto yo también. Por un momento nos quedamos mudos, mirándonos fijamente. Después para convencernos de que todo aquello no era un sueño, empezamos a pellizcarnos.

—Nos duelen los pellizcos a los dos —dijo finalmente el médico—; lo cual quiere decir que no soñamos y que los ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos ópticos, sino que existen realmente. ¿Qué vamos a hacer?

Pasamos una hora entre conjeturas y suposiciones; estábamos helados, y, por fin, resolvimos dominar el terror y entrar en el cuarto del médico. Prevenimos al portero, que subió con nosotros. Al entrar, encendimos una vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. El portero se persignó devotamente.

—Vamos ahora a averiguar —dijo el médico temblando— si el ataúd está vacío u ocupado.

Después de mucho vacilar, el médico se acercó y, rechinando los dientes de miedo, levantó la tapa. Echamos una mirada y vimos que... el ataúd estaba vacío. No había cadáver; pero sí una carta que decía:

"Querido amigo: sabrás que el negocio de mi suegro va de capa caída; tiene muchas deudas. Uno de estos días vendrán a embargarlo, y esto nos arruinará y deshonrará. Hemos decidido esconder lo de más valor, y como la fortuna de mi suegro consiste en ataúdes (es el de más fama en nuestro pueblo), procuramos poner a salvo los mejores. Confío en que tú, como buen amigo, me ayudarás a defender la honra y fortuna, y por ello te envío un ataúd, rogándote que lo guardes hasta que pase el peligro. Necesitamos la ayuda de amigos y conocidos. No me niegues este favor. El ataúd sólo quedará en tu casa una semana. A todos los que se consideran amigos míos les he mandado muebles como éste, contando con su nobleza y generosidad. Tu amigo, Tchelustin".

Después de aquella noche, tuve que ponerme a tratamiento de mis nervios durante tres semanas. Nuestro amigo, el yerno del fabricante de ataúdes, salvó fortuna y honra. Ahora tiene una funeraria y vende panteones; pero su negocio no prospera, y por las noches, al volver a casa, temo encontrarme junto a mi cama un catafalco o un panteón.




1884