LAS LETRAS DE BAAM

Literatura y música.

martes, 20 de diciembre de 2016

CONTRA LA DESMEMORIA, Waldo Leyva (Cuba)

Waldo Leyva

CONTRA LA DESMEMORIA

Para José Omar Torres, hermano.

Cantemos la canción de los soñadores,
que no nos detengan las espaldas que se alejan
ni los oídos que sólo quieren escuchar
el repetido canto de las sirenas;
por muy sólo que se anuncie el camino,
cantemos siempre la canción de los soñadores,
que el canto nos acompañe
con su melodía incorruptible.
El fin no es tocarlo sino perseguir el sueño.
Y si algún día, no quiero pensarlo,
nadie canta la canción de los soñadores
si alguna vez, no quiero imaginarlo,
sólo se escucha el alarido de las sirenas,
entonces yo, contra esa desmemoria,
seguiré cantando con mi torpe voz
y estoy seguro, eso quiero creer,
que alguien, cuyo recuerdo ignoro todavía,
se levantará de las aguas para sumarse al coro
y descubrir conmigo la canción de los soñadores.
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MORELOS EN CONFIANZA, Vicente Leñero (Nexos)

MORELOS EN CONFIANZA

Vicente Leñero

Dicen que sufría espantosas migrañas y que por eso se anudaba la cabeza con un paliacate o se ponía chiqueadores en las sienes. No se sabe más. Quizá se le había formado un tumor en el cerebro, que iba creciendo y creciendo, pero no llegó a lo peor porque lo fusilaron cuando acababa de cumplir cincuenta años y a nadie se le ocurrió hurgar en sus adentros. Para qué. No necesitaban hurgar en sus adentros para descubrir que era un tipo fuera de serie; estratega genial, dicen que dijo Napoleón cuando oyó de las hazañas guerreras de don José María Morelos y Pavón. Con cincuenta como ése, dicen que dijo Napoleón en francés, me hubiera quedado chiquito el mundo.
Lo que sí dijo y escribió Jesús Reyes Heroles, en cambio, fue que Morelos había sido el primero en entender el concepto de nación. Ni siquiera lo entendía bien el cura Hidalgo cuando mandó al párroco de Carácuaro, antiguo discípulo suyo en sus clases de teología de la liberación, a combatir en el sur. Hidalgo y sus alzados luchaban por el Fernando VII que pintó Goya para el Museo del Prado y no clachaban que México podía ser, iba a ser, estaba siendo, lo que se dice una Nación. Morelos sí, aunque luego, en su proceso penal, se retractó y firmó muchas tonterías porque tuvo un miedo espantoso a morir excomulgado por los jerarcas de la Iglesia virreinal, aliados como siempre a los poderosos. Se la tenían sentenciada: el canijo cura se había metido en política, se había pasado por el arco del triunfo el celibato sacerdotal —engendró hijos por dondequiera— y no se había tentado el corazón para degollar prisioneros como si fueran gallinas. El caso es que Morelos sintió un miedo pavoroso y abjuró, y hasta delató a sus compañeros. Al menos eso testimonian las relaciones de los juicios militar y religioso, aunque bien pudieron ser amañadas por sus captores —como sostiene el doctor Ernesto Lemoine— para dejar asentado en la historia escrita y deformada desde el poder que José María Morelos y Pavón, el Rayo del Sur, se retractó, cobarde, en el momento final.
Morelos
De nada le sirvió. De todos modos se lo llevaron de la Escuela de Medicina de Donceles —frente a la plaza de los evangelistas de Santo Domingo—, primero a la Ciudadela —donde está la Biblioteca México y donde su envejecido director, José Vasconcelos, también se retractó y expurgó sus memorias para la editorial Jus de Salvador Abascal—, y después al Ecatepec de Onésimo Cepeda. Ahí, cerquita del Canal del Desagüe, lo fusilaron. Desde luego el edificio de Donceles no era entonces, ni es ahora, la Escuela de Medicina —era la cárcel de la Inquisición—, ni existía la biblioteca de la Ciudadela, ni por Ecatepec cruzaba todavía el apestoso canal. Era un paraje tranquilo que a Morelos le pareció “demasiado árido”, donde lo único que se conserva es la iglesita
—con tamaño monumento de Boutier a Morelos— en la que el insurgente se preparó para el viaje. Lo atendió el padre Salazar, no el funesto Onésimo: le sirvió un caldito de pollo, le dio a fumar un habano, y lo invitó a arrodillarse frente a los cuatro sardos realistas. Murió de dos descargas: la primera lo dejó retorciéndose y la segunda lo envió al paraíso del Dante, supongo.
Carlos Pellicer escribió en un poema:
Imaginad:
una espada
en medio de un jardín.
Eso es Morelos.
Tu fuiste una espada de Cristo
que alguna vez, tal vez, tocó el demonio.
Antes de ser monumento nacional, José María Teclo, huérfano de padre y una carga económica para su madrecita viuda, Juana Pavón, decidió emular al Benito Juárez pastor de borreguitos en Oaxaca y se puso a trabajar con su tío: de arriero, como los de Pedro Páramo. Su madre lo mandó a estudiar al seminario, y luego de que se ordenó sacerdote lo nombraron párroco de Carácuaro. Ahí le llegaron los vientos de la Revolución de la Independencia, como la llamó Luis Villoro, y ni tardo ni perezoso corrió a buscar al cura Hidalgo. Lo encontró en Indaparapeo, o en Charo. Como el cura Hidalgo andaba a las carreras y tenía poco tiempo para discutir estrategias con su acelerado discípulo, resolvió la entrevista con un apurado cortón: si quieres combatir, vete al sur.
Desde Guanajuato, todo el sur era el sur, y Morelos se lanzó a la lucha con una facilidad sorprendente para conseguir adeptos y seguidores. Salió bueno para mandar y combatir, ya lo dijo Napoleón. Lo hemos visto de sobra organizando batallas, soportando y rompiendo los setenta y dos días del sitio de Cuautla, en películas exaltadas como la de Miguel Contreras Torres, El Rayo del Sur, donde Morelos tiene el rostro, el cuerpo y el coraje de don Domingo Soler. Igual lo hemos visto en las telenovelas históricas de Ernesto Alonso, remedado unas veces por Narciso Busquets y otras por Sergio Bustamante, si mal no recuerdo. También Juan José Gurrola hizo un Morelos para el teatro, pero sólo dio tres funciones y salió huyendo, vencido por la inmensa personalidad del caudillo.
José María Morelos y Pavón no batallaba ni triunfaba solo. Tengo dos brazos, decía. El brazo derecho era el intelectual cura Matamoros, y el izquierdo el analfabeta Hermenegildo Galeana. Cuando se los mataron se angustió. Me quedé manco, dijo. Y se soltó a degollar prisioneros. Para su desgracia, de los hijos que fue regando por el país, entre batalla y batalla, uno le salió reaccionario, Juan Almonte, que se confabuló con sus colegas conservadores para traer a gobernar a Maximiliano, hágame usted el favor. De saberlo, a Morelos le hubiera dado el patatús con la noticia. Un hijo rata a él: al Morelos de los Sentimientos de la Nación y del Congreso de Apatzingán, al gran estadista que México sigue necesitando para salir del bache.
Se han escrito libros y más libros de Morelos: historias oficiales y extraoficiales, pero el maestro Pellicer sólo necesitó de cuatro versos para decir todo lo que cabe decir de José María Morelos y Pavón:
Gloria a ti por la tierra repartida.
Piedad por tu crueldad de mármol negro.
Gloria a ti porque hablaste tu voz diciendo América.
Piedad por tu flaqueza en el martirio.
Hoy, en México, todo es Morelos. No hay pueblo en el país, por rascuache que sea, que no tenga tres calles con los nombres de Hidalgo, de Juárez, ¡y de Morelos! Hay tiendas, talleres mecánicos, misceláneas, escuelas oficiales o de paga, hoteles, supermercados, cines, teatros, neverías, restoranes, tendajones, peluquerías, boutiques, estacionamientos, edificios, salones de baile, cantinas, centros sociales, compañías, células subversivas, centrales camioneras, hospitales, dispensarios, lo que usted guste y mande, que se llaman Morelos. Un satélite se llama o se llamó Morelos. Y hay timbres postales de todos los tiempos con la efigie de Morelos. Y escudos. Y monedas. Y billetes. El peso mexicano fue muchas veces Morelos y hoy es Morelos el billete recortado de cincuenta varos.
Todos los pintores y escultores han reproducido a Morelos. Diego Rivera pintó a cada rato, en sus murales, a un Morelos que precisamente se parece a Diego. José Chávez Morado hizo un Morelos de mosaico en la Secretaría de Obras Públicas que derribó el temblor del 85. Los del Taller de la Gráfica Popular reprodujeron a pasto grabados de Morelos. Lo pintó Luis Arenal en Chilpancingo y Arturo García Bustos en el Palacio de Gobierno de Oaxaca y Alfredo Zalee en el Museo de Morelia y Vlady en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada y O’Gorman por dondequiera, lo mismo que Jorge González Camarena. Siqueiros por supuesto.
De estatuas, ni se diga. Hay un Morelos en la Columna de la Independencia y en la Ciudadela y en el bosque de Chapultepec y en la Calzada de Tlalpan. Janitzio es todo un monumento a Morelos, y en el estado que lleva su nombre, ni hablar: el Morelos de Olaguíbel, cerquita del Palacio de Cortés; el Morelos que mira a la autopista de Cuernavaca-México… Oaxaca, Morelia, Cuautla, Chilpancingo, se atestan de monumentos para el héroe indiscutible.
Seguro que sí: Morelos está a la vuelta de cada calle y de cada pueblo y de cada vida mexicana. Nacemos y vivimos viendo y sabiendo de Morelos. Lo que falta es la independencia. n
(Núm. 285, septiembre de 2001)
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lunes, 19 de diciembre de 2016

GAROS PARDOS, Iris García Cuevas

Este es un cuento de Iris García Cuevas (Acapulco, 1977), narradora mexicana reconocida por sus obras dentro de la narrativa policial y sus retratos, duros y penetrantes, de la violencia contemporánea. "Gatos pardos" apareció primero en el libroOjos que no ven, corazón desierto (2009), y muestra no sólo una forma tristemente habitual del abuso del poder en el México actual, sino también el reverso del machismo nacional. Además, es el segundo cuento de la entrega especial con la que Las Historias quiere terminar este 2016. Habrá otras tres entregas más antes de fin de año.
GATOS PARDOS
Iris García Cuevas
Tanto pedo por otro pinche puto, piensa Jesús Palomino Alberto, alias Chucho el loco, comandante de la Policía Judicial del Estado, mientras sale del privado del jefe. Le duele la cabeza. Necesitaba dormir un par de horas más para librarse definitivamente de la cruda. Pero un reportero entrometido interrumpió la siesta.
      Dentro de la oficina, el licenciado Martín Flores Romero, director de averiguaciones previas de la Procuraduría, deposita el periódico parsimoniosamente en el cesto de basura. Él tampoco se ha recuperado de la cruda y no está de humor para contestar preguntas. Mira con desgano al reportero, se arrellana aún más en el sillón y reacomoda las piernas sobre el escritorio.
      Es el quinto insiste el periodista. Lo dejaron en una bolsa de basura en frente de su casa.
      Leí la nota, ¿qué no vio? la barbilla del licenciado Flores señala el basurero.
      ¿Entonces? inquiere el reportero sin lograr disimular su indignación por la actitud del director de averiguaciones previas y por el paradero de la historia que llevó su nombre a la primera plana.
      ¿Entonces qué? pregunta a su vez Flores sin inmutarse.
      ¿Qué están haciendo para aprehender a los degenerados?
      Flores advierte un matiz solidario oculto tras el calificativo. “Este también es puto”, piensa y se dispone a concluir la charla.
      Estamos investigando.
      No se nota.
      Todo a su tiempo responde Flores, llevándose las manos a la nuca. Nosotros sabemos lo que hacemos.
      ¿Eso es todo?
      Cuando tengamos algo nosotros le avisamos.
      El periodista sale. Flores se incorpora con la agilidad de una recién parida, observaChucho el loco desde el quicio de la puerta. Flores abre el cajón del escritorio y saca una grapa. Limpia cuidadosamente la tierra dejada por sus botas. Tiende una línea. Aspira.
      Ya me estaba cagando la madre ese pendejo comenta el licenciado, ya con las pupilas dilatadas y el ánimo repuesto.
      Le van a meter un periodicazo, jefe, debe tener cuidado en cómo le contesta a un periodista.
      Al rato de hablo a Montes. Me quejo de su pinche reportero pendejo y le pregunto cuando viene a recoger su chayo. Verás cómo no saca nada.
      Yo nomás le digo, no hay que confiarse tanto.
      Chucho el loco se acerca al escritorio y se embute la línea dejada gentilmente por el licenciado.
      Vámonos al Arcelia, pinche Chucho, déjate de mamadas.
      Hoy es el operativo en los bares de jotos. Al procurador le urge encontrar un culpable. A él también lo están chingando los medios con esto de los muertos le recuerda al licenciado Flores, con la esperanza de ahorrarse la juerga de esta noche.
      Chucho el loco lleva una semana sin llegar a su casa, manteniéndose despierto a punta de rayas, para cuidarle el culo al director de averiguaciones previas.
      No vamos a ir con ellos, pero hazles un encargo a los muchachos: si descubren quién es el mata putos, que le den un abrazo de mi parte, por hacerle un favor a los machines ríe.
      A Chucho el loco no le hace gracia el chiste. No entiende cómo alguien puede hacerse pendejo de ese modo: Ir al Arcelia es hacerla de nana y alcahuete. Después del tercer trago, Flores lo manda por La Cony, un travesti moreno de pelo oxigenado que la hace de fichera en El Zarape. Él debe estar pendiente del hocico de todos los presentes, porque si alguien se atreve a señalarle al jefe que le gustan las viejas con regalo, termina con las tripas de fuera, por tacharlo de joto.
      Así le pasó al güey del Azuceno, mesero amanerado del Arcelia, que un día, en son de guasa, le dijo al licenciado: Quién me lo iba decir, se ve tan hombrecito y tiene sus requiebros. Fue lo último que dijo, antes que Flores le apretara los huevos, le estrellara la cara encima de la mesa y le enterrara una botella rota en el ombligo, ante el silencio de la orquesta y los gritos de La Cony.
      Después fue Chucho el loco quien se llevó al difunto, repartió billetes y amenazas para borrarles la memoria a los presentes, contrató a otros testigos para convencer a Fermín Regules, cliente asiduo y solitario del Arcelia, de que fue él quien se la armó de pedo al Azuceno, porque el mesero se lo quiso ligar cuando se dio cuenta que estaba hasta la madre. El tipo estuvo preso más o menos dos años, por más que juraba: Por mi madrecita santa muerta, no me acuerdo de nada. Esa es la bronca, que no te acuerdas, pero sí lo hiciste, le decía Chucho el loco cuando le llevaba cigarros a la cárcel, porque no por cabrón deja de tener uno conciencia. Lo iba a visitar casi cada semana, hasta que lo mataron en su celda. Chucho el loco no investigó el porqué, más bien se conformó con tener libres las tardes del domingo.
      Tanto pedo para cogerse un puto, piensa Chucho el loco. No lo dice en voz alta. No porque le tenga miedo a Flores, pobre pendejo que se las da de macho y le gusta la ñonga, sino por el aprecio y gratitud que le tiene, aunque se le haga agua la canoa después de cinco güisquis. Una vez una de las hijas del loco se moría de tifo en el seguro, Flores le dio el dinero para llevársela a un hospital privado. La chamaca está viva y soy agradecido, se dice cuando quiere mandarlo a la chingada. Además, fue Flores quien le consiguió la comandancia: pago por arreglarle el asunto del mesero del Arcelia que, según el licenciado, no recordaba ni por qué había matado.
      Chucho el loco respira profundo, para que los restos de la coca que hayan quedado en los pelos de la nariz le den ánimos para la desvelada que le espera. Debe conseguir fondos. Se acuerda del dueño de una disco acusado de abuso por una de sus empleadas. El hombre prometió 30 mil pesos si la actuación del emepé en su contra se pierde del despacho de Flores. Eso será mañana. La oficina está lejos. Habría que bajar a la costera. A esta hora debe estar hasta la madre. La opción es el Quelites. A él seguro lo encuentra en su taller mecánico. Y le queda de paso. Hoy se reportaron cinco coches robados. Él debe tener uno por lo menos. Con eso basta para sacarle un buen billete.
      Chucho el loco conduce. Después de la parada en Niños Héroes toma la Baja California y se mete por Ejido. Se estaciona en la puerta del Arcelia. Las Luces de Nueva York se escurren por debajo de la cortina azul junto con el humo de los cigarros: cualquiera pensaría que es hielo seco. Entran. Flores saluda al capitán de meseros. Los lleva a la mesa de pista que les tiene reservada de perpetuo. Cuando llega la primera botella de Old Parr Flores manda al loco ir por La Cony.
      Es muy temprano, jefe.
       ¡Que te vayas, carajo!
      Chucho el loco está más acostumbrado a la penumbra de cantinas y tugurios: le molesta la luz ámbar del alumbrado público. Quisiera entrar de nuevo, pero debe esperar que el jefe se acabe la primera botella y pida la segunda. Si no, cómo echarle la culpa a la peda de haberse confundido. Lo malo es que siempre se confunde y termina jodiendo con vestidas. Para equivocaciones, con La Cony van varias. ¿Qué le ve el licenciado a ese pinche marica? Trata de encontrarle una justificación a la preferencia de su jefe. Al final se le ocurre solo una: Cualquier hoyo es trinchera.
      Camina por las calles aledañas a los burdeles hasta la fonda de doña Lencha. Pide un socorrido. Se le ocurre: al licenciado también le gusta el huevo con chile pero no revuelto. Sonríe. Pero el jefe está solo, lo recuerda: se le acaba la risa. No le gusta dejarlo mucho rato porque termina haciendo pendejadas. Luego es él quien tiene que arreglarlas. Pide una cerveza para pasarse los bocados y la muina. Media hora después desanda el camino y se mete al Zarape.
      Cuando entra al tugurio, se pregunta por qué nunca ha logrado provocar un incendio, por más colillas de cigarro prendidas arrojadas al piso cubierto de aserrín, con la esperanza de llegarle al jefe con la buena nueva: La Cony se murió chamuscada. Pinche vieja con güevos, seguro le dio yerba al licenciado. Revisa el local. El ambiente es oscuro para que los clientes no se enteren cuando les meten gallo por gallina. Pero a nadie le importa. Todo es cuestión de gustos.
      Encuentra a La Cony en un privado haciéndole el servicio a un gordo bigotón con camisa de cuadros. La toma de los hombros. La separar de la bragueta. El fulano protesta. Se calla cuando al abrir los ojos se encuentra con la fusca frente a ellos.
      Te espera el jefe.
      Dile que se vaya a la chingada. La última vez me mordió el pito y casi me lo arranca. Quesque porque estorbaba, yo no sé para qué si lo que le gusta es meterla por el culo.
      La Cony se zafa. Al loco se le ocurre llevársela a la fuerza, pero el fulano ha tenido tiempo de reaccionar: ahora es él quien le apunta. También el padrote de La Cony lo tiene encañonado. El loco lo sabe: con una pistola no puede matar a dos al mismo tiempo. Se sale del lugar mentando madres, en voz baja como hombre precavido.
      En el Arcelia el licenciado Flores se cachondea con la Rocío. La fichera se deja manosear, por quince pesos, lo que dura una pieza tocada por la orquesta. La matrona le cuenta: Se metió al talón cuando nació su hija. La abandonó el marido y ella no tenía ni para comprar pañales. Flores ha escuchado esa historia muchas veces y sabe: la niña ya tiene diecisiete, ahora ayuda a su madre con la renta, es artista exclusiva de un table en la costera.
      El loco entra solo y compungido. Flores deja a Rocío en medio de la pista.
      ¿Y La Cony?
      No estaba, Jefe, la estuve esperando pero no llegó.
      Vámonos a la chingada dice flores en medio de su encabronamiento.
      Chucho el loco lamenta no haber podido complacer a su jefe. Mucho más engañarlo. Casi nunca le ha echado mentiras. Pero si le dice: La Cony no quiso venir, capaz se le trepa el diablo y se va echando tiros al Zarape. Lo malo no sería que matara a La Cony, sino que el padrote o el gordo bigotón dispararan primero y mataran a Flores. Eso no le conviene. Él es quien lo protege dentro de la procuraduría. Nomás por eso lo hago, se dice Chucho el loco. Ya después vendrá él solo a ajustarle las cuentas al puto y al mayate por ponérsele al tiro y despreciar al jefe.
      Pagan la cuenta. Salen del Arcelia. Flores se mete en el asiento trasero del coche.Chucho el loco ya sabe lo que sigue: Hacer de catador tocando las verijas de las putas, hasta encontrar una con huevos que le guste a su jefe. Es el arte de hacerse pendejo, piensa el loco, porque Flores, sobre todo borracho, tiene ojo clínico para detectar a las vestidas. El loco está allí para asegurarle al licenciado, contra las evidencias, que son hembras de veras.
      En la Condesa escogen. Chucho el loco se pone de acuerdo en la tarifa. La vestida se sube en la parte trasera con el jefe. Empieza a manosearlo. Chucho el loco siente un retorcijón en la barriga. Procura no ver por el retrovisor, porque si lo hace, tendrá ganas de madrearse al marica. Es por el pinche asco, se dice Chucho el loco. Da vuelta en la Diana. Para frente a un súper para comprar cervezas. Suben por farallón hasta llegar a los moteles de la Rancho Acapulco. Se meten al Edén. El empleado corre la cortina y extiende la mano por entre los pliegues para recibir el pago por dos horas. El licenciado Flores sube con su conquista. Chuco el loco espera en el coche. Fumando mariguana y tomando cervezas. Escucha los quejidos. Los gritos. Prende el radio y destapa otra chela para no imaginarse a su jefe cogiéndose al travesti.
      Muy poquito después, el licenciado Flores baja solo. Desnudo. Se sienta junto alloco.
      Era puto, pinche Chucho, ¿por qué no te fijaste?
      Las lágrimas escurren por el rostro de Flores y Chucho el loco siente algo parecido a la ternura.
      Lo traía bien escondido, licenciado asegura Chucho el loco limpiándole los mocos con una servilleta.
      Parecía vieja ¿verdad? pregunta, como niño asustado, necesita que su madre le diga: no has hecho nada malo.
      Sí, licenciado.
      Pero no tenía chichis, pinche Chucho, traía chichis postizas y peluca.
      No me fijé en eso, licenciado.
      ¿Y ahora? el licenciado Flores se deshace en pucheros.
      Usted no se preocupe, licenciado.
      ¿Verdad que no soy puto, pinche Chucho?
      Cómo cree, licenciado. De noche cualquiera se equivoca.
      Chucho el loco lo abraza, le pasa una cerveza para que se entretenga. Flores se tranquiliza. El loco sube al cuarto. Lo sabe: va encontrar al hombre con las manos de Flores marcadas en el cuello. Deberá recoger la ropa y cualquier cosa dejada por el jefe. Luego, meterá el cuerpo en la cajuela.
      Pinches putos, si se meten de putas, por lo menos que se inyecten las chichis. Flores puede pasar por alto los tanates, pero no le parece que le salgan sin tetas. Con éste ya son seis, en lo que va del año, metidos en bolsas de plástico nomás por no inyectarse. A éste no va a entregarlo a domicilio. Quiere uno ser amable y lo tachan de degenerado.
      El loco ayuda a Flores a vestirse. Lo sube al coche y le da otra cerveza. Salen del motel y se encaminan al baldío de la Suiza. En el trayecto el licenciado Flores se queda dormido en el hombro del loco, por eso, cuando llegan, el loco lo toma del rostro suavemente y lo acomoda poco a poco en el respaldo del asiento para no despertarlo. Procura hacer el menor ruido posible al abrir la cajuela y bajar el cadáver. Lo bueno de los putos que le gustan al jefe es que no pesan mucho. Bastante tiene ya la espalda del loco con cargar a Flores cada vez que se embriaga.
      Ya en casa del licenciado lo desviste, lo baña y lo mete en la cama.
      ¿Qué pasó con el puto? pregunta Flores con desasosiego.
      Le metí unos madrazos y lo mandé a su casa, licenciado.
      Flores acostumbra dormir con el aire acondicionado encendido. Chucho el loco lo arropa para evitar que se resfríe.
      Ya no puede uno confiar en nadie, pinche Chucho.
      En mi sí, licenciado afirma Chucho el loco antes de apagar la luz del cuarto y hacerse un lugarcito en el sofá para velar los sueños de su jefe. Chucho el loco es sincero.
Alberto Chimal | 19 diciembre, 2016 a las 9:23 am | Etiquetas: Internet | URL: http://wp.me/pjEhq-3oA

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sábado, 17 de diciembre de 2016

AMOR TORMENTOSO, Benjamín A. Araujo Mondragón

Debo decir que te amo
contra viento y marea
y aunque parezca que
la barca se hunde:
yo te quiero, te adoro.
Mi corazón es tuyo
y tiemblo al recordarte.
Publicado por Benjamín Adolfo Araujo Mondragón en 12:42 No hay comentarios:

miércoles, 14 de diciembre de 2016

UNA MIRADA FEMINISTA, Lucía Melgar

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Una mirada feminista

DIC 10 • DESTACAMOS, PRINCIPALES, REFLEXIONES • 2989 VIEWS • NO HAY COMENTARIOS EN UNA MIRADA FEMINISTA
LUCÍA MELGAR
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Elena Garro no se consideraba feminista. Sin embargo, en su obra hay una mirada feminista. Tomar las palabras de la autora al pie de la letra es sustituir la entrevista por la crítica y olvidar que la obra, como escribiera Lukács acerca de Balzac, puede decir más de lo que el autor pretende, en ese caso mostrar las contradicciones de la sociedad burguesa de su época, además de retratarla. En cuanto a la obra de Garro, su importancia para el feminismo es innegable, si por mirada feminista se entiende una perspectiva crítica de la condición de la mujer, de la desigualdad y de la violencia machista. Ya en los años 70, la crítica chilena Gabriela Mora ofreció agudas lecturas del teatro de Garro desde la perspectiva de la entonces naciente teoría literaria feminista latinoamericana.
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Quizá se ponga en duda la pertinencia de definir como feminista a la autora de Los recuerdos del porvenir, Testimonios sobre Mariana, o La señora en su balcón debido a las contradicciones de su propia persona o de su personaje público. Elena Garro fue en más de un sentido una mujer de vanguardia: arrojada, independiente, capaz de tomar decisiones y de enfrentar al poder desde la fuerza de sus convicciones. Fue también una mujer vulnerada y vulnerable, arrebatada, que se volvió temerosa, a veces hasta la “paranoia” (fundamentada o no).
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En su obra, por otra parte, se cierne sobre las protagonistas de numerosas novelas y piezas de teatro una recurrente fatalidad que a veces se asocia con un vago destino y a veces remite a la violencia estructural que se deriva de la desigualdad de género. La cualidad de “rebeldes fracasadas” que atribuyó Mora a las protagonistas de las farsas de fines de los años 50, caracteriza también a las de las novelas de los 80 y 90, aunque éstas resulten cada vez menos rebeldes y más fracasadas. La repetición de la desesperanza y la pasividad de muchas personajes que carecen de capacidad de acción, de autonomía, puede desalentar a quienes buscan en la literatura escrita por mujeres a heroínas admirables o vanguardistas, aun si la autora cae en anacronismos, exageraciones o clichés. Lejos están las personajes garrianas de ese perfil, y lejos está también la exaltación de la super-mujer de la literatura feminista crítica.
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La obra de Elena Garro es importante para el feminismo, no porque cree mujeres liberadas, o heroínas de avanzada edad, sino porque capta con particular agudeza las desigualdades y violencias que afectan a mujeres y niñas y desmonta, y expone, los mecanismos de abuso, violencia psicológica, física y sexual que las limitan. Con gran lucidez sugiere también las conexiones entre la violencia política, social y personal, los efectos destructivos del machismo en las mujeres y en los hombres, así como la contaminación del discurso político y cotidiano por la mentira, la demagogia y el abuso del poder.
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Si muchos de estos temas han sido retomados y ampliados por el feminismo, Garro de hecho se adelantó a su tiempo. Su crítica del amor romántico, del matrimonio, y de lo que hoy llamamos estereotipos de género aparece ya en sus farsas de 1957, Un hogar sólido, Los pilares de Doña Blanca y Andarse por las ramas, con una fina ironía que mueve a la risa y a la reflexión. En sus dramas rurales Los perros y El rastro, como expondré aquí, pone en primer plano temas silenciados en su época y todavía problemáticos, como la violación y el feminicidio. No esquivó tampoco la violencia entre mujeres, por razones de clase y etnia, como ejemplifican las piezas El árbol y La mudanza. Supo plasmar, además, las contradicciones e injusticias de una sociedad clasista y racista, y de un mundo que encumbra a los poderosos, y excluye a los disidentes, a los pobres y marginados y a los millones de seres que, sin papeles, dinero, ni hogar, se convierten en ”no personas”, es decir, en gente sin derechos, para muchos desechable y en todo caso vulnerable.
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Más allá de su vigencia por las experiencias de vida y los problemas sociales que plantea con gran lucidez en su ficción y teatro, Elena Garro es una de las mejores plumas del siglo XX por la maestría de su escritura, por su sensibilidad para la oralidad, la agilidad de sus diálogos, la belleza o densidad de sus imágenes visuales, el ritmo y, en general, la calidad poética de su prosa, en sus mejores textos.
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A modo de invitación a la lectura o a la relectura en el centenario de la escitora, comentaré brevemente aquí Los perros y El rastro, obras muy sombrías e impactantes por su fuerza dramática y poética. Dejo de lado facetas más luminosas, como los cuentos con niñas protagonistas de La semana de colores (1964) donde la idealización del jardín de la infancia no vela del todo la represión de la sensualidad femenina pero se mantiene la fuerza de la imaginación como vía para superar la mediocridad del mundo.
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La magia negra de la palabra
Mientras que la mayoría de las obras de teatro en un acto de Garro mezclan ironía, fantasía y a veces humor, incluso cuando tratan del desamor o del fracaso matrimonial, Los perros y El rastro son textos obscuros. En ellos, el lenguaje poético revela el poder de la palabra y del silencio como instrumentos destructivos al servicio de los personajes masculinos. La intensidad poética refuerza las críticas de Garro contra la opresión y el machismo. La conjunción sensibilidad, sentido crítico e intensidad dramática al tratar temas tan complejos y dolorosos como la violación o el feminicidio en estos textos es magistral.
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Inspirada en el contacto de la escritora con el medio rural mexicano, Los perros expone la violación como un instrumento que, conforme a las normas sociales machistas, permite mantener a las mujeres en una posición social subordinada. En una choza aislada en un paisaje estéril, una madre y su hija de doce años se preparan para ir a la fiesta del pueblo a vender tortillas y a escoger un día colorido que les cambie la suerte. Úrsula, la hija, se resiste a ir pues, como intenta explicarle a su madre, ha captado una mirada amenazante, la de Jerónimo, un hombre que, como se confirma después, la desea, pese a su corta edad. Mientras que Manuela, la madre, trata de restarle importancia a los temores de su hija, el aislamiento en que viven, el silencio que las rodea y las palabras cargadas de amenazas con que su primo Javier finge advertir a la niña del destino que la espera, crean una atmósfera tensa y cargada de presagios.
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El poder de la palabra se refuerza aquí con la creencia de que si se enuncia algún hecho terrible (pasado o presente), éste sucederá (o se repetirá). Así, por ejemplo, a través de imágenes que humanizan la naturaleza y vuelven ominoso el silencio, Javier enuncia el rapto que va a suceder en la silenciosa obscuridad de la noche, como una violencia inevitable.
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La alusiones al deseo “torcido” de Jerónimo y al acto de quitar “la inocencia”, configuran la violación como un despellejamiento, casi ritual, que prácticamente destierra a la mujer del mundo, al convertirla en “la sin piel, la desgraciada, la que no puede acercarse al agua ni a la lumbre, ni dormir en paz con ningún hombre” (Los perros). Lejos de atribuir esta horrible transformación al mero “capricho” de un hombre sin escrúpulos, Garro expone los prejuicios de una sociedad machista que estigmatiza a la mujer violada, no al violador, y denuncia la violación como un arma con la que los hombres, con la complicidad social, impiden que ésta se convierta en “una mujer lucida y temida de los hombres”, es decir, en una mujer libre y autónoma.
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La visión crítica del machismo y de la violencia de género culmina con el relato de Manuela, quien rompe un silencio ancestral para narrar su propia violación a manos del padre de Úrsula. Su discurso no cambia el destino de la hija, que será raptada por los cómplices del violador. Sin embargo, la ruptura del tabú sobre la sexualidad y la violencia sexual que supone, es importante para Úrsula, ya que así podrá entender lo que le suceda, y sabrá que su madre irá a buscarla. Al mismo tiempo, la forma en que Manuela alude a su propia experiencia resignifica, desde una perspectiva femenina, la violencia sexual y pone en palabras el dolor del cuerpo vejado y violado.
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A la vez que rompe con la tradición occidental de velar la violación como “seducción”, en éste y otros textos, Garro evita la descripción gráfica de los hechos que pone al espectador o lectora en posición de voyeur. Aquí y en otros textos, como Los recuerdos del porvenir, recurre a la elisión o a un silencio que resulta más terrible que las palabras porque permite imaginar lo peor.
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La construcción de la enemiga
El rastro, cuya acción también se sitúa en un páramo aislado, puede leerse como complemento de Los perros. Aquí, el asesinato de la mujer se configura como consecuencia de un concepto exacerbado del machismo. Este ideal distorsionado contrapone a hombres y mujeres, conlleva una visión dualista de éstas como santas o prostitutas, y favorece la aceptación social de la violencia. Al mismo tiempo, Garro expone los códigos sociales del machismo que imponen a los hombres un concepto de masculinidad insostenible y destructivo. Además de promover la violencia contra las mujeres, este modelo social, inalcanzable, fomenta la violencia entre los mismos hombres, ya que quienes transgreden la norma han de ser castigados.
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En un paisaje nocturno similar al de algunos cuentos de Rulfo, el protagonista, Adrián Barajas, enuncia un discurso delirante mientras se encamina hacia su choza. De principio a fin, dos hombres anónimos lo observan y comentan sus palabras. Barajas lamenta la muerte de su madre y expresa su furia y sus amenazas implícitas contra su pareja, Delfina, quien, embarazada, lo espera junto al fogón.
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En un pasaje densamente poético, Barajas alude al asesinato con que espera liberarse de los lazos afectivos que ahora, dolido “huérfano”, le pesan como traición a su venerada madre. Ésta, imagina, lo espera en un cielo ensangrentado, donde “la tierra no devora la sangre y ésta permanece regada sobre los campos como hermosos granizos carmesíes”. En ese paisaje, anhela en su delirio encontrar a sus antepasados, a su madre, y a las mujeres “a las malignas, a las que nos atan a estas piedras, con los pechos cortados en cuatro lenguas de sangre “ (El rastro). El exceso metafórico de los ríos de sangre sugiere una honda y expansiva corriente de violencia, que denota la profunda misoginia que manifiestan testigos y protagonista, y la fuerza de la culpa, desesperación y rencor de éste. La intensidad poética de las imágenes transmite a la vez el sufrimiento del hombre y la crueldad que, con su puñal, descargará sobre su pareja.
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Al llegar a la choza, Barajas insulta a Delfina, la denigra como agente del mal, víbora, prostituta y devoradora insaciable. A las súplicas de la mujer que alude a su futura maternidad con la esperanza de salvarse, el hombre responde con saña. Barajas, idealiza a su madre pero denigra hasta la deshumanización a la mujer deseada, a la madre de carne y hueso, contraste que lleva hasta sus últimas consecuencias la dualidad atribuida al “mexicano” en El laberinto de la soledad.
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Tras matar a Delfina a cuchilladas, Barajas sale al campo y llora su soledad y su dolor: teme que el fantasma de ésta lo ronde y sigue lamentando su orfandad. Los hombres anónimos, testigos y cómplices silenciosos del asesinato, deciden entonces matarlo “para que aprenda, aunque sea tarde”. Lo que castigan no es el feminicidio sino el que Barajas se raje. Infligen así un castigo ejemplar a quien transgrede el patrón social de la masculinidad violenta y estoica. Como puede notarse, lejos de caer en la mera denuncia, Garro desmonta en este texto los mecanismos del machismo, de la opresión y la violencia, y muestra claramente su destructividad.
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Por la lucidez de su mirada crítica, feminista, y su prosa excepcional, Elena Garro es sin duda una de las escritoras más significativas para nuestro tiempo.
Publicado por Benjamín Adolfo Araujo Mondragón en 13:57 No hay comentarios:

martes, 13 de diciembre de 2016

YA SÉ POR QUÉ ES, Manuel Acuña

A Elmira

Era muy niña María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
—Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
—Ya lo sabrás más delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: —¡Ya sé por qué es!

Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: —¡Ya sé por qué es!—
y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso ducle y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: —¡Ya sé por qué es!

Era muy joven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
—Oye, ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
—Ya lo sabrás mas delante,
niña amante—,
le contesté yo... ¡después!
Y más tarde ¡ay! una noche,
la joven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: —¡Ya sé por qué es!

Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque, y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: —¡Ya sé por qué es!—.
Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
—Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
—Ya lo sabrás más delante
niña amante,—
le contesté yo... ¡después!

Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
—¡Ya sé por qué es!

Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ¡ya lo ves!
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir:
—¡Ya sé por qué es!
Publicado por Benjamín Adolfo Araujo Mondragón en 13:31 No hay comentarios:
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Benjamín Adolfo Araujo Mondragón
Escritor y periodista. Nació en Toluca, estado de México, México, el jueves 31 de marzo de 1949. Como autor ha abordado diversos géneros, en orden de prioridades: poesía, narrativa, ensayo, crónica, biografía y otras mixturas. Ha publicado siete libros: -1981: A propósito (poesía) (UAEM). -1984: Surco de palabras (poesía) (Centro Toluqueño de Escritores). -1994: Frontera interior (poesía) (La Hoja murmurante). -1998: Vaivén (poesía) (Cuadernos de Malinalco) (IMC). -1999: Apetencias (poesía) (La Tinta del Alcatraz-UAEM). -1994: Patíbulo de banqueta (cuento) (La Tinta del Alcatraz). -2001: Será mi asilo el mar. Biografía de José María Heredia y Heredia. (1803-1839). Coautor: Periodismo regional en el Estado de México (Gobierno del Estado de México, 1992). Amistad y utopía (La vida de José Luis Guevara, una búsqueda constante). (Testimonios). (2003, Universidad Autónoma de Tamaulipas). (Roberto Arizmendi, compilador). Aves Nocturnas (diecinueve escritores del Valle de Toluca). (FONCA-Tunastral, 1998). (Autora: Luz del Alba Velasco).
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