jueves, 30 de junio de 2011
lunes, 27 de junio de 2011
José Alfredo Mondragón (1956-1990)
La muerte, siempre la muerte. La piedra de escándalo del olvido y del recuerdo. El misterio insondable permanente. La muerte como tema perenne de la poesía. Se muere desde el momento mismo del nacimiento; la agonía humana comienza con el soplo vital iniciador. Existe porque hay vida. El yin y el yang. An verso y reverso del momento que nos puebla. Es probable que no exista escritor alguno que la haya podido esquivar, ni como tema. Dejar de tocarla, en sus preocupaciones creativas, para lo que sea: abrazarla, adorarla, solicitarla, temerle, rehuirle, reconocerle, desconocerle, gritarle, murmurarle...
La muerte, multimanoseada por músicos, pintores, escultores, bailarines, artistas de toda laya y hasta no artistas. Razón de ser de la filosofía de todos los tiempos. Motivo para pensar o escapar.
La muerte, cómo no, fue un tema recurrente en la poesía de José Alfredo Mondragón. Ahora podríamos decir, siempre se dicen esas cosas en retrospectiva, que hubiera parecido que José Alfredo, el poeta que naciera en El Oro, en febrero de 1956, sabía que moriría en uno de sus tantos retornos a Ítaca, el 31 de marzo de 1990. Temprana muerte a los 34 años de edad. ¿Alguna muerte no es prematura? Parecía que lo hubiera sabido por algunos de sus proféticos textos de añoranza adelantada. La palabra es poder que cruza el tiempo:
...Con esta mano
que es más polvo que silencio
puedo asir la luz
incendiar el rostro
que no alcanzo a entender
detener el tiempo y detenerme...
En su primer poemario, Metumbe, de dónde está tomado el anterior texto hay azoro y extrañeza por la ciudad, que pareciera envolver al hombre que la habita en un torbellino, velocidad para des-almarlo, quitarle el alma, arrojarlo a la muerte o recordar, contando las cuentas de alguien que es invocado:
...Inclinada sobre la piedra,
sobre la médula eléctrica de una avenida,
sobre el tronco que se extiende
como una pregunta,
la marea enciende los rumores,
los desborda como puñados de arena
hasta sentir la voz de las vértebras,
la identidad de alguien que recuerda una edad...Benjamín Araujo
(fragmento)
Del ensayo de Benjamín Araujo Mondragón
"El león en llamas. José Alfredo Mondragón: Obra poética"
(Edición preparada por Marco Aurelio Chavezmaya)
Septiembre de 2006.
Colección: Raíz del hombre.
Instituo Mexiquense de Cultura.
La muerte, multimanoseada por músicos, pintores, escultores, bailarines, artistas de toda laya y hasta no artistas. Razón de ser de la filosofía de todos los tiempos. Motivo para pensar o escapar.
La muerte, cómo no, fue un tema recurrente en la poesía de José Alfredo Mondragón. Ahora podríamos decir, siempre se dicen esas cosas en retrospectiva, que hubiera parecido que José Alfredo, el poeta que naciera en El Oro, en febrero de 1956, sabía que moriría en uno de sus tantos retornos a Ítaca, el 31 de marzo de 1990. Temprana muerte a los 34 años de edad. ¿Alguna muerte no es prematura? Parecía que lo hubiera sabido por algunos de sus proféticos textos de añoranza adelantada. La palabra es poder que cruza el tiempo:
...Con esta mano
que es más polvo que silencio
puedo asir la luz
incendiar el rostro
que no alcanzo a entender
detener el tiempo y detenerme...
En su primer poemario, Metumbe, de dónde está tomado el anterior texto hay azoro y extrañeza por la ciudad, que pareciera envolver al hombre que la habita en un torbellino, velocidad para des-almarlo, quitarle el alma, arrojarlo a la muerte o recordar, contando las cuentas de alguien que es invocado:
...Inclinada sobre la piedra,
sobre la médula eléctrica de una avenida,
sobre el tronco que se extiende
como una pregunta,
la marea enciende los rumores,
los desborda como puñados de arena
hasta sentir la voz de las vértebras,
la identidad de alguien que recuerda una edad...Benjamín Araujo
(fragmento)
Del ensayo de Benjamín Araujo Mondragón
"El león en llamas. José Alfredo Mondragón: Obra poética"
(Edición preparada por Marco Aurelio Chavezmaya)
Septiembre de 2006.
Colección: Raíz del hombre.
Instituo Mexiquense de Cultura.
domingo, 26 de junio de 2011
sábado, 25 de junio de 2011
OTOÑO
Otoño llega
como precursor
del final de año;
anticipo de las fiestas
que son añoranza
y espera...
fruto del final
que ya todos conocemos,
pero procuramos
evadir
con nuestro lenguaje
de circunloquios.
Los otoños siempre me han entristecido
porque me llevan a recordar
lo que me falta:
las ausencias imperdonables...
el fin del sol en canìcula;
presagio del frìo mortuorio
que ya llega...
Los otoños me entristecen
porque se parecen
mucho
a tus ojos azules
ya sin brillo...
como precursor
del final de año;
anticipo de las fiestas
que son añoranza
y espera...
fruto del final
que ya todos conocemos,
pero procuramos
evadir
con nuestro lenguaje
de circunloquios.
Los otoños siempre me han entristecido
porque me llevan a recordar
lo que me falta:
las ausencias imperdonables...
el fin del sol en canìcula;
presagio del frìo mortuorio
que ya llega...
Los otoños me entristecen
porque se parecen
mucho
a tus ojos azules
ya sin brillo...
OTOÑO
Otoño llega
como precursor
del final de año;
anticipo de las fiestas
que son añoranza
y espera...
fruto del final
que ya todos conocemos,
pero procuramos
evadir
con nuestro lenguaje
de circunloquios.
Los otoños siempre me han entristecido
porque me llevan a recordar
lo que me falta:
las ausencias imperdonables...
el fin del sol en canìcula;
presagio del frìo mortuorio
que ya llega...
Los otoños me entristecen
porque se parecen
mucho
a tus ojos azules
ya sin brillo...
como precursor
del final de año;
anticipo de las fiestas
que son añoranza
y espera...
fruto del final
que ya todos conocemos,
pero procuramos
evadir
con nuestro lenguaje
de circunloquios.
Los otoños siempre me han entristecido
porque me llevan a recordar
lo que me falta:
las ausencias imperdonables...
el fin del sol en canìcula;
presagio del frìo mortuorio
que ya llega...
Los otoños me entristecen
porque se parecen
mucho
a tus ojos azules
ya sin brillo...
BURÓCRATA
Interesado
como estoy
en el vaivén
del tiempo burocrático...
Edicto...
y dicto mi palabra
escondida
perdida
entre los folios
y las telarañas
de una recepcionista
recibidor de voces
que brincan charcos
de ignorancia
y lodo
loseta
piedra de trámite
el dolor del clic
el clic
el clic de una máquina cualquiera
el silente sonido
de un cuerpo
que es número
y tarjeta...
Edicto...
y dicto
cáscara de palabra
el memorándum
recordando
orgasmo
pendiente
oficio
numerotodoscientos
firmaysello
atención
moléculas todas
atención
que calle
cheque su tarjeta
salga
y muera
Surco de palabras, 1984.
Centro Toluqueño de Escritores.
Toluca, México.
MÉXICO
TROTE
...pero amor en amor quiere moneda,
aunque sólo en amor halla su precio...
LUIS CERNUDA
Todo en marchar olvida su sentido
camina por hacerlo
ansía envolturas de calma y calla
perdido por la inercia
Montaña arriba el panorama cambia
los matorrales la arena las piedras
son otros y hablan
cerezas en su acento se escuchan
Una virtual herida purulenta
pequeña e indolora
eres para la patria
esa esencia sin olor
Paz pides y para arrancarla
provocas convulsiones
La paz que en ti no habita
no puedes ofrendarla
¡dales esa alma en pena
sobre la que tu trote es duro!
entrégales el mensaje
que demuestre lo inútil de su marcha
golpea
clama
calma
espera y calla
*Surco de palabras, 1984.
Centro Toluqueño de Escritores.
Toluca, México.
MÉXICO.
aunque sólo en amor halla su precio...
LUIS CERNUDA
Todo en marchar olvida su sentido
camina por hacerlo
ansía envolturas de calma y calla
perdido por la inercia
Montaña arriba el panorama cambia
los matorrales la arena las piedras
son otros y hablan
cerezas en su acento se escuchan
Una virtual herida purulenta
pequeña e indolora
eres para la patria
esa esencia sin olor
Paz pides y para arrancarla
provocas convulsiones
La paz que en ti no habita
no puedes ofrendarla
¡dales esa alma en pena
sobre la que tu trote es duro!
entrégales el mensaje
que demuestre lo inútil de su marcha
golpea
clama
calma
espera y calla
*Surco de palabras, 1984.
Centro Toluqueño de Escritores.
Toluca, México.
MÉXICO.
PACÍFICA
PACÍFICA
En la penumbra del amanecer
te imploro;
te añoro con la complacencia de mis ansias,
con el dolor de no tenerte aquí;
y quiero doblegarme a mis impulsos
y te recuerdo plena,
con luz entorno tuyo
rodeada de pájaros y mariposas.
Creo en lo que veo,
considero lo que me da muestras
de existencia
y tiemblo.
Quiero tener a puño
en la garganta
la sensación de paz
si logro amarte;
estacionado estoy
en tus garras
y no deseo volar
ni predicar maldades
sólo tenerte a puños
en mis ojos.Mujer,
mujer divina,
ven a mí:
dame paz,
desventurada;
dame la paz que no logras
para ti.
Bendíceme con tus ojos.
Ámame con tus manos dulces,
entretenme con tu cuerpo:
quiero amarte por siempre,
enamorada del amor;
loca de celos por la paz
de este mundo
y de los sepulcros
venideros.
En la penumbra del amanecer
te imploro;
te añoro con la complacencia de mis ansias,
con el dolor de no tenerte aquí;
y quiero doblegarme a mis impulsos
y te recuerdo plena,
con luz entorno tuyo
rodeada de pájaros y mariposas.
Creo en lo que veo,
considero lo que me da muestras
de existencia
y tiemblo.
Quiero tener a puño
en la garganta
la sensación de paz
si logro amarte;
estacionado estoy
en tus garras
y no deseo volar
ni predicar maldades
sólo tenerte a puños
en mis ojos.Mujer,
mujer divina,
ven a mí:
dame paz,
desventurada;
dame la paz que no logras
para ti.
Bendíceme con tus ojos.
Ámame con tus manos dulces,
entretenme con tu cuerpo:
quiero amarte por siempre,
enamorada del amor;
loca de celos por la paz
de este mundo
y de los sepulcros
venideros.
GONZALO UTRILLA: el pincel como vocación y cruz
GONZALO UTRILLA O EL PINCEL
COMO VOCACIÓN Y CRUZ
Si bien es cierto que a Gonzalo Utrilla (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 10 de enero de 1945-Toluca, México, 24 de junio de 2008) "lo reconocieron personas de alto impacto intelectual y sólido prestigio", no es menos cierto que para él, pintar era un placer y un sufrimiento, placer y sufrimiento plenos. Nunca se anduvo Gonzalo con medias tintas. Él era un hombre de "todo o nada". Y así se plantó, del mismo modo que pintaba: en un solo trazo, de golpe, sin titubeos ante la vida.
A Gonzalo lo conocí apenas había llegado él a Toluca, por ahí de 1980. De inmediato simpaticé con el artista. Era un tipo de gran talante, mucha miga para la amistad; pero sobre todo un pintor en toda la extensión de la palabra. Inició su carrera artística como estudiante en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH), en la Escuela de Artes Plásticas, que dirigía a la sazón el maestro Jacobo Martínez; ahí fueron sus maestros Luis Alaminos y Ramiro Jiménez Pozo. Más tarde ingresó a la carrera de Arquitectura en la Universidad Veracruzana, en Xalapa, donde fueron sus guías y maestros José Cuervo y Mario Orozco Rivera. Nunca negó las raíces académicas que lo prohijaron, por el contrario, a la menor provocación se daba tiempo de subrayar la importancia de sus mentores en su formación. Humilde como era, hacía suyos, sin aspavientos, los tropiezos y ausencias en su obra.
¿Por qué digo que para Gonzalo Utrilla pintar era una vocación y una cruz, dicotomía: placer y sufrimiento...? Muy sencillo. Así me llegó a confiar en varias ocasiones. Y daba gran importancia a esa doble vertiente de los rasgos de su personalidad.
Nnunca negó su neurosis creativa. Antes bien la asumió, tan es así que, en confianza, contaba cómo se había recluído, varias veces, en sanatorios mentales, motu proprio.
En diversos momentos estuvo en la casa; e hizo grandes migas con mi mujer, Emiret, y con mis hijos, Venus, Karla y Marte; pero esencialmente se vio provocado por las féminas e hizo retratos de Emiret, de Venus y de Karla. Desconozco por qué nunca hizo apuntes de mi persona o de Marte.
Gonzalo era un cosaco; bebedor de cerveza, vino tinto y güisqui. Gozaba contando su viaje a Alemania, donde triunfó con su obra pictórica. Decía tener raíces germanas en la sangre, aunque nunca negó los gérmenes de evidente origen libanés en su persona. Gran charlista, no gustaba de las interrupciones deportivas, menos en una reunión de amigos, de ahí que recuerde con gran exactitud su enojo contra Guillermo Fernández y yo cuando, en ocasión de festejar su cumpleaños en su estudio (de la Unidad Independencia, en Toluca), nos descubrió hablando de futbol (ya hacía de ello más de dos horas) y nos amenazó con corrernos si no regresábamos "al redil". Todo ello en medio de un gran gozo amistoso, cabe decirlo (lo cual borró de inmediato su disgusto).
Gonzalo era un pintor de dibujo firme. Trazos sinuosos, eróticos, grandes colores y humana visión de las cosas. Cabía en él decir lo que sabemos del erotismo: que es exaltación física del amor, concepto indisociable de la vida y por lo tanto del arte. La plástica de Gonzalo deja ver alta dosis de creatividad y genialidad en complicidad visual.
Chalo, que así era como lo conocíamos sus más cercanos, después de su triunfal estadía en Alemania consiguió exponer dos o tres veces en el Museo del Chopo y en la Galería de Nina Moreno, de la ciudad de México. Ello le permitió ser incluído en el Panorama de pintores mexicanos, que publicara la Universidad de Austin, Texas.
Entre el vasto número de personajes del mundo intelectual que reconocieron la obra de Gonzalo Utrilla, pueden contarse: Dionicio Morales, Raquel Tibol, Elva Macías, Rafael Huerta, Bernardo Ruiz, Otto-Raúl González, Enriqueta Ochoa, Sergio Magaña, Heraclio Zepeda, Pita Amor, Luis Mario Schneider, Hugo Argüelles, Marco Aurelio Carballo, Thelma Nava, entre muchos otros.
La obra de Utrilla toca fibras muy sensibles del arte académico, no obstante aparece libérrima, libre de preceptivas y aparentemente al margen de la academia. Alguien dijo por ahí, con mucho tino, que la obra que nos ocupa es un tratado visual de poesía. Y tuvo mucha razón; en el arte figurativo utrilliano aparece con mucha frecuencia el movimiento; la velocidad impresa en el papel o la tela por el autor parece transformarse en vida para lo representado.
Los desnudos de su vasta obra pueden tejerse familiares con los realizados por Jerónimo Antonio Jil (en el siglo XVIII), José Obregón y José Salomé Pina (siglo XX), aunque aparecen más cercanos en su intención a Manuel Ocaranza y Felipe Santiago Gutiérrez (fines del XIX e inicios del XX); pero sentimos que, por su naturaleza intrínseca, esta obra es más afín técnicamente a Clausell, Saturnino Herrán y Julio Ruelas, sin menoscabo de su individualidad a toda prueba, y su finísima personalidad plástica que nos lleva a aseverar que es una obra utrilliana, en la más completa acepción de la palabra.
No es casual que Gonzalo haya sido alumno de Mario Orozco Rivera, pues aparece el maetro en muchos de los rasgos de la obra aquí someramente analizada. Y en muchos de los apuntes de Utrilla se encuentran definiciones muy parecidas a la obra figurativa de Carlos Orozco Romero, de Cordelia Urueta, de Ricardo Martínez y de Francisco Icaza.
Puede decirse entonces que el utrillismo es ecléctico, en la mejor de las formas y aseveraciones, pues resume muchos de los conceptos, definiciones y variaciones de la pintura mexicana de todos los siglos, sin dejar de lado los logros alcanzados por la plástica en el ámbito internacional. No obstante lo cual, Gonzalo Utrilla fue siempre humilde y sencillo; amigo de sus amigos; enemigo de los enemigos del artista e incapaz de soportar los eufemismos burocráticos vestidos de pompa y leontina en aras para convertir el arte, y a sus creadores, en un botín, presa fácil para inconfesables fines.
Es una pérdida muy grande la ausencia de Gonzalo Utrilla, porque evoca a un artista a carta cabal, a un amigo sincero y a un valiente hacedor de existencia sin tapujos para llevar a buen puerto su obra, sin concesiones. Por eso se le extrañará, pero queda su obra como una herencia perenne para las generaciones venideras.
Toluca, México, junio de 2009.
Benjamín A. Araujo Mondragón
COMO VOCACIÓN Y CRUZ
Si bien es cierto que a Gonzalo Utrilla (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 10 de enero de 1945-Toluca, México, 24 de junio de 2008) "lo reconocieron personas de alto impacto intelectual y sólido prestigio", no es menos cierto que para él, pintar era un placer y un sufrimiento, placer y sufrimiento plenos. Nunca se anduvo Gonzalo con medias tintas. Él era un hombre de "todo o nada". Y así se plantó, del mismo modo que pintaba: en un solo trazo, de golpe, sin titubeos ante la vida.
A Gonzalo lo conocí apenas había llegado él a Toluca, por ahí de 1980. De inmediato simpaticé con el artista. Era un tipo de gran talante, mucha miga para la amistad; pero sobre todo un pintor en toda la extensión de la palabra. Inició su carrera artística como estudiante en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH), en la Escuela de Artes Plásticas, que dirigía a la sazón el maestro Jacobo Martínez; ahí fueron sus maestros Luis Alaminos y Ramiro Jiménez Pozo. Más tarde ingresó a la carrera de Arquitectura en la Universidad Veracruzana, en Xalapa, donde fueron sus guías y maestros José Cuervo y Mario Orozco Rivera. Nunca negó las raíces académicas que lo prohijaron, por el contrario, a la menor provocación se daba tiempo de subrayar la importancia de sus mentores en su formación. Humilde como era, hacía suyos, sin aspavientos, los tropiezos y ausencias en su obra.
¿Por qué digo que para Gonzalo Utrilla pintar era una vocación y una cruz, dicotomía: placer y sufrimiento...? Muy sencillo. Así me llegó a confiar en varias ocasiones. Y daba gran importancia a esa doble vertiente de los rasgos de su personalidad.
Nnunca negó su neurosis creativa. Antes bien la asumió, tan es así que, en confianza, contaba cómo se había recluído, varias veces, en sanatorios mentales, motu proprio.
En diversos momentos estuvo en la casa; e hizo grandes migas con mi mujer, Emiret, y con mis hijos, Venus, Karla y Marte; pero esencialmente se vio provocado por las féminas e hizo retratos de Emiret, de Venus y de Karla. Desconozco por qué nunca hizo apuntes de mi persona o de Marte.
Gonzalo era un cosaco; bebedor de cerveza, vino tinto y güisqui. Gozaba contando su viaje a Alemania, donde triunfó con su obra pictórica. Decía tener raíces germanas en la sangre, aunque nunca negó los gérmenes de evidente origen libanés en su persona. Gran charlista, no gustaba de las interrupciones deportivas, menos en una reunión de amigos, de ahí que recuerde con gran exactitud su enojo contra Guillermo Fernández y yo cuando, en ocasión de festejar su cumpleaños en su estudio (de la Unidad Independencia, en Toluca), nos descubrió hablando de futbol (ya hacía de ello más de dos horas) y nos amenazó con corrernos si no regresábamos "al redil". Todo ello en medio de un gran gozo amistoso, cabe decirlo (lo cual borró de inmediato su disgusto).
Gonzalo era un pintor de dibujo firme. Trazos sinuosos, eróticos, grandes colores y humana visión de las cosas. Cabía en él decir lo que sabemos del erotismo: que es exaltación física del amor, concepto indisociable de la vida y por lo tanto del arte. La plástica de Gonzalo deja ver alta dosis de creatividad y genialidad en complicidad visual.
Chalo, que así era como lo conocíamos sus más cercanos, después de su triunfal estadía en Alemania consiguió exponer dos o tres veces en el Museo del Chopo y en la Galería de Nina Moreno, de la ciudad de México. Ello le permitió ser incluído en el Panorama de pintores mexicanos, que publicara la Universidad de Austin, Texas.
Entre el vasto número de personajes del mundo intelectual que reconocieron la obra de Gonzalo Utrilla, pueden contarse: Dionicio Morales, Raquel Tibol, Elva Macías, Rafael Huerta, Bernardo Ruiz, Otto-Raúl González, Enriqueta Ochoa, Sergio Magaña, Heraclio Zepeda, Pita Amor, Luis Mario Schneider, Hugo Argüelles, Marco Aurelio Carballo, Thelma Nava, entre muchos otros.
La obra de Utrilla toca fibras muy sensibles del arte académico, no obstante aparece libérrima, libre de preceptivas y aparentemente al margen de la academia. Alguien dijo por ahí, con mucho tino, que la obra que nos ocupa es un tratado visual de poesía. Y tuvo mucha razón; en el arte figurativo utrilliano aparece con mucha frecuencia el movimiento; la velocidad impresa en el papel o la tela por el autor parece transformarse en vida para lo representado.
Los desnudos de su vasta obra pueden tejerse familiares con los realizados por Jerónimo Antonio Jil (en el siglo XVIII), José Obregón y José Salomé Pina (siglo XX), aunque aparecen más cercanos en su intención a Manuel Ocaranza y Felipe Santiago Gutiérrez (fines del XIX e inicios del XX); pero sentimos que, por su naturaleza intrínseca, esta obra es más afín técnicamente a Clausell, Saturnino Herrán y Julio Ruelas, sin menoscabo de su individualidad a toda prueba, y su finísima personalidad plástica que nos lleva a aseverar que es una obra utrilliana, en la más completa acepción de la palabra.
No es casual que Gonzalo haya sido alumno de Mario Orozco Rivera, pues aparece el maetro en muchos de los rasgos de la obra aquí someramente analizada. Y en muchos de los apuntes de Utrilla se encuentran definiciones muy parecidas a la obra figurativa de Carlos Orozco Romero, de Cordelia Urueta, de Ricardo Martínez y de Francisco Icaza.
Puede decirse entonces que el utrillismo es ecléctico, en la mejor de las formas y aseveraciones, pues resume muchos de los conceptos, definiciones y variaciones de la pintura mexicana de todos los siglos, sin dejar de lado los logros alcanzados por la plástica en el ámbito internacional. No obstante lo cual, Gonzalo Utrilla fue siempre humilde y sencillo; amigo de sus amigos; enemigo de los enemigos del artista e incapaz de soportar los eufemismos burocráticos vestidos de pompa y leontina en aras para convertir el arte, y a sus creadores, en un botín, presa fácil para inconfesables fines.
Es una pérdida muy grande la ausencia de Gonzalo Utrilla, porque evoca a un artista a carta cabal, a un amigo sincero y a un valiente hacedor de existencia sin tapujos para llevar a buen puerto su obra, sin concesiones. Por eso se le extrañará, pero queda su obra como una herencia perenne para las generaciones venideras.
Toluca, México, junio de 2009.
Benjamín A. Araujo Mondragón
sábado, 4 de junio de 2011
LA LIBERTAD, UNA UTOPÍA
Libertad,
amiga mía;
en tu nombre se escriben
incoherencias,
inconsistencias,
falsedades...
Pero,
yo no te he visto.
Te percibo a lo lejos,
en lontananza:
y tengo mil sensaciones
cercanas a la agonía:
siento la paz caer sobre mis hombros,
siento la guerra huir por las montañas...
siento la soledad en el espejo...
Pero,
tú,
libertad,
tú;
¿realmente existes?
Eres aunque nos mientan
los demagogos,
¿eres?
aunque se caigan los pedestales.
¡¡¡¿Eres?!!!
Dime, ya,
libertad,
¿agonizas
o eres
una Utopía?
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