El encuentro de Dickens y Dostoievski
Luis Miguel Aguilar
A finales de 2011 la reseñista del New York Times, Michiko Kakutami, encontró “un registro formidable” en una reciente biografía de Claire Tomalin sobre Charles Dickens. Durante una corta estancia en Londres el año de 1862, Fyodor Dostoievski había tenido un encuentro con Charles Dickens en las oficinas editoriales del escritor inglés.
En una carta escrita por Dostoievski a un amigo dieciséis años más tarde, Dostoievski refería cómo Dickens le había desnudado su alma creadora. Y la reseñista citaba el pasaje de la carta.
Profesores estadunidenses de literatura rusa escribieron en protesta al New York Times; el diario se retractó en su edición on line informándoles a los lectores que se había puesto en entredicho.
Para entonces, en el Times ya había aparecido una segunda reseña de la biografía de Tomalin, citando el mismo pasaje, escrita por David Gates. Poco después, el sitio web del Times le añadió a la reseña en línea de Gates la misma nota precautoria que a la reseñista anterior.
Sin embargo, en enero de 2012 la sección “Sunday Observer” del mismo periódico publicó un tercer artículo sobre Dickens que volvía a citar la carta de Dostoievski. Pronto le añadieron en línea el mismo aviso precautorio.
El Times le preguntó a la biógrafa de Dickens, Tomalin; ella fue a sus notas de investigación y admitió rápidamente que tal vez había caído en un engaño. Cuando la atacaron por ingenua e irresponsable, Tomalin se defendió diciendo que el “registro” le había parecido irresistible y había confiado en la seriedad académica de otros.
El encuentro de Dickens y Dostoievski lo describió por vez primera una autora de nombre Stephanie Harvey en un breve artículo, “Los villanos de Dickens” y publicado el año 2002 en el Dickensian, órgano de la Fraternidad Dickens, una sociedad fundada en Londres desde 1902.
Stephanie Harvey atribuyó este descubrimiento a un académico soviético, K. Shiajmetov, quien había publicado el pasaje de la carta en una revista, Noticias de la Academia de Ciencias de la República Soviética Socialista de Kasajistán, del Instituto de Historia, Filología y Filosofía. El título: “Dos cartas de 1878”.
Y el asunto hizo camino. Michael Slater incluyó el pasaje en su biografía de Dickens (2009). En cuanto aparecieron las reseñas, los expertos cuestionaron la autenticidad del encuentro. Una entre ellos, Sarah J. Young, señaló en su blog “Rusos en Londres” que la carta no se había incluido en la edición estándar de las obras completas de Dostoievski, cuyos volúmenes epistolares comenzaron a aparecer en 1988.
El profesor Michael Hollington leyó la biografía de Slater y se le hizo sospechosa la fuente de ese artículo firmado por Stephanie Harvey. Le pidió al director del Dickensian, Malcolm Andrews, más datos sobre la autora del artículo.
Cuando Andrews le escribió a Stephanie Harvey, recibió en respuesta una carta escrita con pulso temblante o caligrafía de enfermo mental. Harvey decía que ya no encontraba sus notas, tenía mala memoria y ahora estaba en otros temas literarios.
Hollington le pidió a un experto en estudios rusos de Cambridge que investigara sobre la publicación de Kazajistán, y este último le informó que no podía encontrar pruebas de su existencia.
Hollington se lo comunicó a Slater, quien en 2011 quitó la referencia al encuentro entre Dickens y Dostoievski en la reimpresión de su biografía.
Andrew insistió en hacer contacto con la señorita o señora Harvey y recibió un correo electrónico de su hermana informándole que Stephanie Harvey había quedado gravemente herida luego de un accidente automovilístico; tenía daño cerebral y a duras penas reconocía a miembros de su propia familia.
Un artículo anterior de Stephanie Harvey iba a dar en 1993 a la revista Critical Survey, donde comparaba a la escritora Doris Lessing, desfavorablemente para Lessing, con un ignorado cuentista de nombre Leo Bellingham, quien había publicado un cuento, según la fuente dada por Harvey, en una revista de nombre New Beginning. Esta revista, como la publicación académica de Kazajistán, no existía. (O las publicaciones de nombre New Beginning eran, una, de lactancia, y la otra se dirigía a un público de recién divorciados.) Sin embargo, Harvey citaba fragmentos del cuento de Leo Bellingham con certeza de existencia.
Ahora bien: Leo Bellingham era el autor comprobado de una novela, Oxford: The Novel pero, a la hora de averiguar quién era, su nombre resultaba tan misterioso como el de su admiradora Stephanie Harvey.
En su artículo Stephanie Harvey menciona a dos críticos que le permitieron citar de sus respectivos trabajos en curso sobre Bellingham: A. D. Harvey y Graham Headley.
De los dos, A. D. Harvey tenía publicados varios trabajos de historia y literatura inglesas, incluso una novela de ciencia ficción, Guerreros del arcoíris (2000), pero su nombre estaba asociado notablemente con su resentimiento contra las instituciones académicas de Inglaterra por no haberlo contratado, y contra la revista History por no publicarlo. La revista tiene en su lista negra al mencionado A. D. Harvey y a un Trevor McGovern.
Cuando History le negó a Harvey la publicación de un texto, envió una colaboración bajo el nombre de Trevor McGovern. Ya publicado, el editor de la revista tuvo que publicar un artículo, donde se disculpaba ante los lectores porque el texto de McGovern plagiaba un trabajo de Harvey.
En Google, hacia el año 2006, los nombres de McGovern y Harvey aparecían juntos como autores de textos eróticos.
Un texto erótico de Harvey decía en una parte: “Como Jackie, ella tenía aureolas rosadas en los pezones, con la diferencia de que las puntas de sus pezones se negaban a erguirse cuando uno jugaba con ellos. Ella me dijo que la única manera de que se pararan era humedecerlos con saliva y luego succionarlos con delicadeza durante cuatro o cinco minutos”.
Varios años atrás, en 1981, en la mencionada novela de Bellingham, Oxford: The Novel, podía leerse: “Era como si sus pezones se hubieran refugiado dentro de sus pechos. —Tus pezones no se paran —le dijo. —Siempre les pasa lo mismo. El único modo de lograr que se pongan puntiagudos es humedecerlos un poco con saliva y luego chuparlos con delicadeza. Entonces se paran”. Hay muchos pasajes así en los respectivos textos eróticos de Harvey y de Bellingham.
Otro autor de nombre John Schellenberger ha unido los nombres de Harvey y Bellingham; al segundo como un incomparable autor de ficción sobre la vida académica inglesa, y al primero como un crítico de esa vida y como autor de inmejorables textos históricos.
Schellenberger también ha reseñado con admiración una novela de Michael Lindsay, Mind-Sprung (1981), poniéndolo al nivel de George Orwell, y Harvey también ha elogiado a Michael Lindsay. Harvey tiene o tenía la costumbre de enviar cartas a las revistas y suplementos literarios con frases como: “…la conspiración… para elevar a William Golding o Iris Murdoch a expensas de un Michael Lindsay”.
Y aparece también Graham Headley, a quien Stephanie Harvey reconocía en su artículo inicial sobre Bellingham. La obra de Graham Headley consiste hasta ahora en las dos reseñas que ha publicado sobre A. D. Harvey; en ambas lo descalifica pero habla ya de “La tesis de Harvey” como algo atendible e importante, y justifica sus fallas como algo debido a su “intolerable aislamiento”. De paso, Headley descalifica a Harvey pero no sin igualarlo a la baja con otro autor: George Steiner.
El escritor Eric Naiman ha rastreado las conexiones entre A. D. Harvey, Stephanie Harvey, Graham Headley, Trevor McGovern, John Schellenberger, Leo Bellingham, Michael Lindsay (e incluso un académico italiano: Ludovico Parra), pero el círculo de amigos que se analizan, se apoyan y a veces “se critican” podría ser más amplio.
En 2012 apareció una nueva edición de Oxford: The Novel; se presenta como la primera edición y el nombre del autor es A. D. Harvey. El nombre de Leo Bellingham no aparece por ningún lado, y la solapa dice que la novela anterior de Harvey es Guerreros del arcoíris.
En la Biblioteca Británica hay un libro, poco más que una plaquette, titulada “Symbol and Narrative in Oxford: The Novel”. Tiene siete páginas. No aparece el nombre del autor, pero el nombre de Nold Jonson (la “A” en el nombre de Harvey es por “Arnold”) está escrito a mano en la parte de abajo. La tarea de la plaquette es demostrar que todos aquellos aspectos de esta novela que parecerían defectos inicialmente son, en realidad, manifestaciones sutiles de su grandeza.
En la portada hay una dirección. El director de la revista Dickensian confirmó que era la misma desde donde le habían enviado el artículo “Los villanos de Dickens: una confesión y una sugerencia”, donde aparece el encuentro de Dickens y Dostoievski.
En el pasaje, Dostoievski refería lo que Dickens le había dicho:
Toda la gente sencilla y buena en sus novelas, la Pequeña Nell, incluso sus simplotes como Barnaby Rudge, son lo que él (Dickens) quería haber sido, y sus villanos eran lo que él era (o más bien, lo que él encontraba en sí mismo), su crueldad, sus ataques de animosidad sin causa alguna hacia aquellos que estaban indefensos y que buscaban alivio en él, su apartamiento de aquellos a los que debía amar, consumido en lo que escribía. Había dos personas dentro de él, me dijo: una que siente lo que es debido y otra que siente lo opuesto. A partir de la que siente lo opuesto hago mis personajes malignos; a partir de la que siente lo que un hombre debería sentir, trato de vivir mi vida. “¿Sólo dos personas?”, pregunté.
El inventor del falso encuentro, bajo el nombre de Stephanie Harvey, es el mencionado Arnold Jonson, creador también de la “cofradía” de comentarios y elogios mutuos. Frente a todos los otros autores que creó, la pregunta final de “Dostoievski” a “Dickens”, “¿Sólo dos personas?”, es como la burla en clave del mismo Jonson mientras fraguaba sus copiosas engañifas.
“Prefiero Dickens a Dostoievski”, dice un verso de la poeta polaca Wislawa Szymborska. Dostoievski también prefería a Dickens.
Durante una fiesta en 1880, cuando un mujer dijo no haber leído a Dickens, Dostoievski dio un salto para exclamar ante los invitados: “Entre nosotros se encuentra la persona más feliz del mundo. Anna Ivanovna es feliz porque no ha leído a Dickens y tiene esta felicidad por delante. Ojalá yo estuviera en su lugar”.
En una carta de 1867, mientras comenzaba su novela El idiota, Dostoievski escribió: “Sólo hay un hombre absolutamente bueno en el mundo: Cristo… entre las figuras buenas de la literatura cristiana, la más perfecta es Don Quijote. Pero es bueno sólo porque al mismo tiempo es ridículo. El Pickwick de Dickens (una concepción mucho más débil que Don Quijote, y no obstante inmensa) es también ridículo y está logrado por virtud de tal hecho”.
La esposa de Dostoievski escribió poco después de la muerte del novelista en 1881: “Durante el almuerzo hablamos sobre The Pickwick Papers. Luego salió a caminar. Fue su última caminata”.
Y sobre todo, la pobre biógrafa Tomalin que cayó en “el encuentro” de Dickens y Dostoievski, se habría librado del engaño con sólo reparar en esta otra alusión, entre las constantes alusiones, de Dostoievski a Dickens. Un amigo recordaba a Dostoievski diciéndole sobre Dickens: “Cuando no me siento bien, nada me da más gozo que este escritor, uno de los mejores del mundo”. Dostoievski no añadió: “Y también una persona encantadora”. Quedaba claro que solamente lo había conocido de leídas.
Referencias: Times Literary Supplement, abril 12, 2013 y junio 7, 2013; Wislawa Szymborska: “Possibilities” en People on a Bridge (trad. Adam Czerniawski), Forest Books, Londres, 1990; Charles Dickens: Pickwick Papers (epílogo de Steven Marcus), Signet Classics, NY, 1980. n
Luis Miguel Aguilar. Poeta y ensayista. Entre sus últimos libros: Las cuentas de la Ilíada y otras cuentas y El minuto difícil.