lunes, 12 de septiembre de 2016

NUEVAS NARRADORAS Y ENSAYISTAS MEXICANAS, Eve Gil (La Jornada Semanal)

Ellas tienen la palabra: nuevas narradoras y ensayistas mexicanas

De promesas y otras novedades
En nuestro medio las escritoras son, casi siempre, hallazgos tardíos que llevan toda una vida puliendo su escritura. Los resultados de la más reciente promoción de becarios del Sistema Nacional de Creadores reflejan su virtual ausencia de la literatura mexicana de principios del siglo xxi: 81.4 por ciento de los beneficiados son varones y sólo 18.6, mujeres. En la categoría de Ensayo figura una sola mujer: Tedi López Mills, contra seis hombres. Y una vez más circula en las redes sociales la peregrina conjetura de que el género ensayístico es “masculino” por excelencia, y se mencionan repetitivamente a dos cultoras del mismo: Valeria Luiselli y Vivian Abenshushan, como las únicas. Entre los ganadores de los premios convocados para autores menores de treinta y cinco años por la revista Tierra Adentro, nos topamos con que el José Vasconcelos 2015 de ensayo –cuyo jurado encabezó la mencionada Luiselli– lo obtuvo una crítica de arte de treinta y cuatro años llamada Yunuen Díaz, con un ensayo sobre fotografía, con un enfoque socio-antropológico muy a cuento con el relevante espacio que ocupa el retrato en la cotidianidad postmoderna. Yunuen es tan buena en lo que hace como Luiselli… pero Yunuen no es hija de un exembajador, ni cónyuge de un escritor afamado, elementos extracurriculares que tanto contribuyen a bordar leyendas…eso sí: no se atreva nadie a sugerir que ella es superior a su brillante esposo.
Notables ensayistas de nuevo cuño, en una época en que el ensayo tiene más exponentes del sexo femenino que nunca: las también narradoras Mayra Luna, Magali Velasco Vargas, Liliana Pedroza y Gabriela Damián Miravate; la también poeta Mónica Nepote y las exclusivamente ensayistas –o que se han dado a conocer con este género– Iliana Olmedo, Karla Montalvo, Brenda Ríos y la muy lúdica, influenciada por Enrique Vila Matas, Karla Olvera Villegas, ganadora asimismo del José Vasconcelos en 2011; Cristina Ri-vera Garza ha incursionado en el ensayo con igual –o mayor– fortuna que en la narrativa; María Eugenia Merino recién ha publicado una mixtura entrañable de memoria y ensayo, Carson y yo en Nueva York (uam, Unidad Xochimilco, colección Gato Encerrado, México, 2015), donde, estupefacta tras el desastre del 09/11, inicia untête a tête con el fantasma y los libros de la gran Carson McCullers. Por no hablar de autoras de generaciones anteriores, cuya mención debiera ser obvia y no lo es: Margo Glantz, Angelina Muñiz Huberman, Fabienne Bradu, o la filósofa de la bioética, Juliana González Valenzuela.
Hablemos de narradoras, algo en lo que pensé mucho cuando apareció la selección oficialista de los mejores escritores mexicanos menores de cuarenta años, Palabras mayores (Malpaso Ediciones, 2015), realizada por Juan Villoro, Guadalupe Nettel y Cristina Rivera Garza, con manifiesta intención de equidad de género. Mientras apenas puse reparo a los varones elegidos, encontré muy cuestionables a las mujeres, entre las cuales sólo rescaté a (otra vez) Valeria Luiselli, Ximena Sánchez Echenique, Nadia Villafuerte y Fernanda Melchor. Las demás, o carecían de trayectoria, o de un talento excepcional que justificara la distinción. Pensé entonces en Liliana v. Blum, cuya ausencia objeté también en una antología previa a ésta,Grandes Hits Vol. i, de escritores nacidos en los años setenta, compilada por Tryno Maldonado (Almadía, 2008), pese a efectuarse bajo un enfoque mucho más democrático, abarcando juicio y voto de muy diversos especialistas literarios, entre los que me cuento. Liliana, parodiando un poco a los organizadores de la fil de Guadalajara que cada año designan a los veinticinco secretos mejor guardados de América Latina, era “de los secretos mejor guardados de la literatura mexicana”, hasta que Tusquets publicó su inquietante novelaPandora (2015), que aborda la práctica del feederism (pasión por alimentar y engordar a una persona obesa), a través de la relación romántico-fetichista entre un apuesto ginecólogo –con esposa anoréxica–, y una joven obesa, la Pandora que se impregna de las plagas del mundo contemporáneo. Igual eché de menos a Gisela Leal, la más joven autora publicada por Alfaguara. A los veinticuatro años, en 2012, debutó con una novela de sórdido contenido pero magníficamente desarrollada, El club de los abandonados, y casi en seguida superó la hazaña con El maravilloso y trágico arte de morir de amor (Alfaguara, 2015), de lúdico espíritu que me atrevo a equiparar con la Rayuela, de Cortázar.
Ausencias notorias en Palabras mayores, las de Gabriela Jaurégui y Orfa Alarcón, nacidas ambas en 1979. Jaurégui publicó un extraño y sublime primer libro de relatos, La memoria de las cosas (Sexto Piso, México, 2015), en que, inspirada en el exquisito poeta francés Francis Ponge y en la tradición renacentista, dota de “libre albedrío” (palabras) a los objetos y a los animales, mientras que en su novela Perra brava (Planeta, 2010), Alarcón desbarata el entronizado mundo del narco al hacer irrumpir una visión femenina; la de la novia del traficante. Otras, que igualan o superan, tanto en talento como en trayectoria, a las apuestas de la multicitada antología, son Judith Castañeda e Iris García Cuevas. Ambas tienen en común, además de ser poblanas por adopción y ostentar una escritura pulcra y estilizada, una visión hipercrítica de la sociedad. La primera enfatiza bretes socioculturales como el racismo (contra indígenas o negros) y la discriminación en general; la segunda, asuntos directa o indirectamente relacionados con la violencia de género. Conservando dicho enfoque, García Cuevas ha bregado satisfactoriamente en la novela negra con 36 toneladas (Ediciones b, 2011). Consideremos también a las sonorenses Cristina Rascón y Claudia Reina. Rascón ha pasado parte de su vida fuera de México, particularmente en Japón y en Austria, y sus relatos son resultado de una percepción dilatada, casi extranjera de la frontera norte de México. Reina publicó una muy beckettiana novela, La visita del señor Morhl (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012). Si bien ha ganado diversos premios nacionales de novela y cuento, se mantiene muy activa pero apartada de la arena cultural. Aunque llegó a destiempo para ser considerada para Palabras mayores, la poblana Aura Xilonen empezó a escribir una muy madura novela, Campeón gabacho a los dieciséis años, misma con la que obtuvo el iPremio Mauricio Achar 2015, concedido por Penguin Random House, a los diecinueve. Estudiante de cine, piensa dirigir ella misma la adaptación cinematográfica de su obra.

De mayores, autogestivas, exiliadas y otras periferias
Las hay que, superados los cuarenta, igual son dignas de figurar en un recuento de gran literatura mexicana contemporánea. Empiezo por Patricia Laurent Kullick (Tamaulipas, 1962), quien pertenece a la misma generación de reconocidas autoras como Rivera Garza, Ana García Bergua, Rosa Beltrán y Ana Clavel. Hubo un momento en que temí que, como Juan Rulfo o Josefina Vicens, Laurent Kullick pasara a la posteridad como autora de una sola joya literaria, El camino de Santiago (publicada en 1999 por editorial Era y reeditada en 2015 por Tusquets), dado el profundo silencio que pareció engullirla durante dieciséis años… hasta que retornó con otra impecable novela breve, La giganta (Tusquets, 2015) que refrenda su sitio de honor en las letras mexicanas. La giganta cuestiona la imagen materna, tan tierna como brutal; tan acechante como anhelada. Lo curioso es descubrir que todo este tiempo, Laurent Kullick estuvo escribiendo y publicando en Monterrey, donde radica desde hace varios años. La novela en cuestión se titula El circo de la soledad (Ediciones Intempestivas, 2002) y tiene inédita una más, La jugadora. Otra autora de esta generación que no ha dado tanto de qué hablar como ameritaría, es Adriana González Mateos (Ciudad de México, 1964) quien debutó como novelista con una tórrida y angustiosa novela sobre una relación entre tío y sobrina, El lenguaje de las orquídeas (Tusquets, 2007) y retorna, casi diez años después, con otra asimismo apasionante pero radicalmente distinta, Otra máscara de Esperanza (Océano, Hotel de las Letras, 2015), intriga política, en contexto histórico sobre la “hermana incómoda” del expresidente Adolfo López Mateos, Esperanza, escritora y periodista subversiva de quien, se sospecha, se parapetaba tras el pseudónimo de b. Traven. Al igual que Laurent Kullick, González Mateos no dejó de escribir a través de estos años, y eso nos lleva a cuestionar el modus operandi de las editoriales; cómo es posible, por ejemplo, que la antes citada Gabriela Damián Miravate no haya logrado publicar una compilación de sus extraordinarios relatos de ciencia ficción, parcialmente publicados en inglés y diseminados en antologías diversas. Invoco también la narrativa intimista con espíritu de novela negra de Norma Lazo; la desgarradora emotividad sin sentimentalismo de Socorro Venegas; la superlativa irreverencia que enmascara una denuncia de Beatriz Meyer; la encendida elegancia de Martha Batiz; la subversiva sensualidad de Rose Mary Espinoza; la impúdica, desparpajada ternura de Odette Alonso; la nostalgia herida de Vanessa Garnica, la preeminencia de los gólems sobre los zombis de Gabriela Fonseca y la poética del costumbrismo citadino de Angélica Santa Olaya.
Autoras que han tenido que recurrir a financiar sus propias publicaciones o publicar en el extranjero, como Rosina Conde y Francesca Gargallo. La obra de Rosina, asimismo asombrosa cantante de blues, aparece en alrededor de cuarenta antologías en diversas lenguas, incluida Se habla español, Voces latinas en usa, compilación de Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet (Alfaguara, 2000). Ha optado, sin embargo, por editar y distribuir ella misma sus libros (desliz ediciones, en minúsculas), que han tenido gran impacto entre los lectores y, muy especialmente, en el medio académico. Existen múltiples tesis de maestría y doctorado sobre su obra, especialmente de la novela de culto La Genara, en inglés, francés, italiano y rumano. Nadie hasta la fecha la ha reconocido como precursora de la llamada “literatura de la frontera norte”; Eduardo Antonio Parra ni siquiera la considera en otra cuestionable antología: Norte. Francesca Gargallo –siciliana de nacimiento, mexicana por convicción, se hizo escritora escribiendo en español–, también teórica del feminismo, publicó sus primeros cinco títulos en editorial Era. El último que publicó en México, catorce años después de una intensa aventura ecologista, Marcha seca (Era, 1999), fue Al paso de los días (Terracota,2013), hasta donde sé, la única novela mexicana que parte de un desastre aéreo y culmina en un complot político internacional. Recientemente publicó en Colombia una espléndida novela titulada Los extraños de la planta baja (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2015), de tintes autobiográficos, sobre una escritora italiana –e idealista– que habita una comuna en México. En este mismo grupo puedo incluir a la autora española nacionalizada mexicana Marisa De Santos, quien ha publicado su producción en editoriales independientes, incluida una espléndida, meticulosa y muy psicológica novela histórica titulada El canto de la serpiente(Sediento Ediciones, México, 2014), ambientada durante la Guerra civil española, en la que invirtió cerca de veinte años de escritura e investigación. La arriba citada Beatriz Meyer está por publicar en España una novela de connotaciones fantásticas titulada Meridiana (El tapiz del unicornio, Madrid, 2016); Martha Bátiz publicó una extraordinaria novela operísticaBoca de lobo, en la editorial dominicana León Jiménes, en 2008, y un libro de cuentos, Detránsito, en la puertorriqueña Terranova (2014); La ensayista Iliana Olmedopublicó su ensayo Itinerarios de un exilio: La obra narrativa de Luisa Carnés (Renacimiento, ColecciónBiblioteca del exilio, 2014), en Barcelona; en cuanto a la sonorense María Antonieta Mendívil, si bien publicó su más reciente novela, A ras de vuelo, en Tusquets (2012), su hermosa primera novela, Duelo de noche(2006) vio la luz en editorial Almuzarah de España. Alejandra Maldonado, que no figura tampoco en la multicitada antología pero sí en Greatest Hits, recién ha presentado una vertiginosa narración con dos protagonistas, una yonki tardía y el mágico polvo que permite tolerar fiestas extremas en duración y voltaje, de humor tan negro como el color de sus páginas, Mis noches salvajes, en Svarti, diminuta editorial artesanal mexicana.
Existe también el prejuicio contra quienes escriben novela histórica, en su gran mayoría, mujeres. De las pocas que han salido bien libradas de esta empresa, en cuestión de crítica, ha sido Rosa Beltrán, autora, entre otras, de La corte de los ilusos y El cuerpo expuesto, con Charles Darwin como referente. Francesca Gargallo escribió una de las grandes novelas históricas mexicanas de finales del siglo xx, junto con Noticias del imperio, de Fernando del Paso, El seductor de la patria, de Enrique Serna y La corte de los ilusos: La decisión del capitán (Era, 1997), una historia de odio apasionado entre don Miguel Caldera, el huachichila fundador de la capital de San Luis Potosí, y la sensual tratante de esclavos Constanza de Andrada. Tras su publicación, Juan Villoro ubicó a su autora en un sitio honorífico junto con Carmen Boullosa y Beltrán, pero ni remotamente acaparó tanta atención como las otras citadas. En general, la novela histórica (o ficción histórica), como la ciencia ficción, la fantasía y la ya casi “reivindicada” novela negra (gracias a autores varones, aunque mujeres como María Elvira Bermúdez, Ana María Maqueo y Myriam Laurini la hayan cultivado mucho antes), son géneros abiertamente menospreciados por la crítica oficial, lo que no ha impedido el surgimiento de excelentes autoras como Beatriz Rivas, quien espía con travesura la intimidad de personajes como Hannah Arendt, Napoleón, Voltaire o Robert Capa; María Elena Sarmiento, intérprete de mujeres clave de la historia universal como Jantipa, desdeñada esposa de Sócrates, o la psicoanalista Lou Andreas Salome, única amada por Nietzsche y musa de Rilke… o Celia del Palacio, reivindicadora literaria de mujeres que participaron en el movimiento independentista de México.
La crítica literaria: entre ignorar y no cambiar
¿qué se debe que la gran mayoría de las autoras mencionadas hayan sido desatendidas –cuando no deliberadamente ignoradas– por una crítica que se presume omnipotente, pero raras veces mira más allá de Ciudad de México… de su colonia, de su calle… de sus vecinos? No es que la crítica oficial mexicana sea exigente: es visceral, elitista, autoritaria, rencorosa, nepotista, racista…en una palabra: discriminadora. Se saca los ojos y se revienta los tímpanos, de ser necesario. Hace futurismos para no responsabilizarse del presente. Por supuesto, también es misógina… y es la misma que decide quiénes ingresan al snca. En el mejor de los casos, considera sólo a las mujeres que se han plegado a parámetros preestablecidos por ese criterio arbitrario que, si pudiera, reprimiría todo conato de imaginación y excentricidad que no tenga origen en sus filas 

Eve Gil: Hermosillo, Sonora, 1968. Narradora, ensayista y periodista cultural. Es autora, entre muchos otros títulos, deHombres necios y Sueños de Lot.

ENTREVISTA CON ELMER MENDOZA, Javier Moro Hernández

ENTREVISTA

LA INTUITIVA IMAGINACION DE ELMER MENDOZA

2016-09-09 10:40:35
Figura fundamental de la narrativa mexicana, Elmer Mendoza ha trazado caminos literarios por medio de la experiencia personal, la historia local y nacional, así como por una intuición que sólo su sensibilidad ha podido resolver para crear sus novelas. De esto charló con Desocupado




Pocos pueden discutir el lugar que dentro de la literatura mexicana contemporánea ocupa el escritor sinaloense Élmer Mendoza, autor de novelas ya indispensables como El asesino solitario, El amante de Janis Joplin o Balas de plata, libro con el que se hizo acreedor al Premio Tusquets de Novela en el 2007. Sin embargo, es interesnte saber que Élmer Mendoza empezó a escribir tarde, ya que primero estudió Ingeniería “en el Poli”, como puntualiza en entrevista para Desocupado en una reciente visita a la Ciudad de México. Durante esta charla el autor nacido en Culiacán en 1949 también dijo que “ una vez graduado y ya con una beca para ir a estudiar a Houston, de pronto, una noche me puse a escribir, toda la noche y a la mañana siguiente sabía que lo que yo quería era escribir y que la mejor manera de hacerlo era estudiar Letras, por lo que hice el examen a la UNAM, hice mi examen en el estadio Azteca y entré, ahí me sentí muy bien respirando literatura, aprendiendo de los maestros, escuchándolos hablar y leyendo a todos estos autores, leer a Borges, a Cortázar, era abrir una puerta a la fascinación, a la imaginación.
"Pero me ocurría algo curioso, porque algo me pasaba con Juan Rulfo, porque lo sentía muy cercano, porque yo crecí en el campo con mi abuelo, entonces, no sé, no me gustaba leer a Rulfo, pero poder leer a Borges fue algo sensacional para mí, porque venía de un entorno en dónde se nos decía que a Borges ni lo leyéramos, que no lo íbamos a entender, que era un escritor muy hermético, entonces para mí fue impresionante poder leer a estos autores que eran casi míticos, era el contacto con otras cosas, también descubrí a Carver, ese fue mi taller a la hora de escribir cuentos, pero en la novela lo que me cambió fue leer José Trigo de Fernando del Paso, porque para él Joyce es un mito, entonces tenía un maestro que era fan de Joyce y yo le decía que yo iba a escribir mejor que Joyce, y el problema es que no se me olvida entonces que todos los días cuando me sentaba a escribir me retía 'tengo que ser mejor que Joyce'”.
Esto lo relata el escritor antes de empezar la charla que sostendrá con su editor Ricardo Cayuela en el Centro Cultural Bella Época.
                                                         
Los cambios del "Zurdo"
En tu novela más reciente Besar al Detective (Literatura Random House), la cuarta de la saga del “Zurdo Mendieta” cambian muchas cosas en sus circunstancias y él termina acercándose mucho al cartel de la droga.

Es que el “Zurdo” tiene un problema muy serio y entonces tiene que llegar a hacer cosas extremas para rescatar a su hijo. Fui trabajando la novela de tal manera que no tiene otra opción. Trato de mostrar que la relación del “Zurdo” con los miembros del cartel ya es tan íntima que ellos ponen todo lo que está a su alcance para ayudarlo: la relación con policías, con miembros del mismo cartel en los Estados Unidos, ahí todo lo posible.

El “Zurdo” tiene una relación tensa y distante con los narcos en su natal Culiacán, algo que, en la vida real, debe ser muy complicado y muy peligroso para cualquier policía ¿no?

Yo creo que en cualquier lugar del mundo es muy difícil de hacer, porque una vez que caes en eso es muy difícil de salir y el “Zurdo” Mendieta ha hecho trato con los jefes del narco, lo que indican que está cayendo pero al mismo tiempo siempre pasa algo que lo mantiene fuera.

Has logrado crear un universo particular a lo largo de la saga del “Zurdo” Mendieta, un universo distinto, que tiene similitudes con la realidad pero que es un universo autónomo.

Los escritores tenemos la obligación de crear un universo para nuestros personajes y en el caso de la novela policiaca uno tiene que recrear un lugar, pero debe tener otras características para poder decir que creaste un espacio literario, eso es algo que ayuda mucho al tratar de crear un sentimiento de libertad cuando se trata de hablar de lugares que existen, lugares reales que existen en la mente de todas las personas que viven ahí y que tienen en su memoria muchos elementos que yo utilizo para recrear el espacio en donde se mueve el "Zurdo" Mendieta. Pero no me preocupo por crear una ciudad estrictamente real, sino crear una ciudad literaria a partir de elementos notables.
                                                 
La novela negra como sendero vital
¿Cómo se dio tu acercamiento creativo al género policiaco?

Cuando era chico leía muchos cómics de vaqueros y de novelas policiacas y en algún momento empecé a leer muchas novelas, los clásicos del género, pero también leía muchas novelas de ciencia ficción, a Phillip K. Dick, Ray Bradbury, entre muchos otros. De hecho, quería escribir ciencia ficción pero no me salía, hasta que un día pensé en escribir una novela policiaca, pero no pude avanzar demasiado, aunque ya había escrito diversos ejercicios en los que investigaba algunos delitos. Después de haber publicado mis primeras tres novelas fue que me di cuenta que tenía una historia que quería escribir pero no tenía el final, no sabía si en la historia real habían atrapado al asesino o no, pero un buen día pensé que debería escribirla, esperando que la misma novela me diera la solución, que fue lo que me paso con Balas de plata, que fue la primera novela policiaca que escribí. Yo quería escribir una novela de este género, porque muchos críticos decían que mis novelas tenían estructuras similares a la de este género y eso me animo a intentarlo, pero no soy un escritor de decisiones inteligentes sino de decisiones intuitivas, de ideas que me pregunto si puedo llevarlas a cabo.

¿Has cambiado como autor desde que decidiste empezar a escribir novelas policiacas?

Espero haber cambiado, sin duda, pero hay muchos lectores que piensan que por ejemplo El amante de Janis Joplin es mi mejor novela, por lo que ahora en Besar al Detective regresé constantemente a ver qué había hecho en el Amante para ver qué había hecho y qué tenía que superar en esta nueva novela. Me costaba mucho a llegar a decisiones inteligentes, como te decía, por lo que dejé que mi instinto me llevará por ciertos caminos, esperando que fueran los mejores.

En Besar al detective además aparece en una escena Belascoarán, el detective icono de las obras de Paco Ignacio Taibo II, en un guiño que seguramente a los lectores mexicanos, amantes de la literatura policiaca, agradecerán.

Paco y yo hemos estado juntos en muchas ocasiones y un día un lector nos preguntó que por qué no cruzábamos a nuestros personajes en nuestras historias, entonces quedamos en hacerlo, y bueno me tocó a mí ahora cumplir con esa promesa.

El género policiaco tiene lectores en México pero ha sido poco abordado por los creadores y maltratado por la crítica literaria.

Los autores también buscamos nichos que sean prestigiosos y la verdad es que hacer novela negra en nuestro país no era prestigioso, incluso cuando Paco empezó a publicar su saga sobre Belascoarán todo el mundo le caía encima, fue muy criticado y a los escritores de mi generación nos desanimaban a escribir novelas del género policíaco y nos decían que en México la policía es absolutamente corrupta, no hay investigación. Donde todos los crímenes se resuelven con tortura y con golpes. Entonces, es un nicho poco prestigioso y todos te desaniman, porque la realidad tiene ciertas características, pero en mi caso creo que fue un proceso de formación previo y que yo tenía que arribar a una decisión sobre cuál era la literatura en la que yo me sentía cómodo para contar las historias que me interesaban. Fue como ir caminando, fue muy largo el proceso, porque me tomó como veinte años para llegar a escribirUn asesino solitario” y años después escribí Balas de plata y me sentí cómodo. La verdad es que solo iba a escribir esa, pero mucha gente a mi alrededor me dijo que había creado un personaje como el “Zurdo” y que debería escribir más sobre él y ya voy en la cuarta novela  sobre él.

Moldear al personaje soñado
¿Cómo es trabajar en la creación de un personaje como el “Zurdo” Mendieta que en muchos sentidos es un hombre normal que no cumple con las características de un héroe, más bien se acercaría más a la definición de anti-héroe no?

Lo que hago es trabajar las dos características, para encontrar el equilibrio exacto, porque eso me permite ser serio, ser irónico, y según lo requiera la atmósfera específica que esté trabajando, puedo ponerlo en esas dos ideas.

Quería platicar sobre la llamada “Novela del Narco”, sé que tu obra no encaja exactamente con la definición de este subgénero, en tu obra es más un ambiente que el tema, pero pareciera que en México cierta crítica quisiera que no se hablara del “narco”, ¿qué opinas?

El narco es parte importante del contexto y si son novelas que tienen una pretensión de hablar sobre la realidad, el narco tiene que aparecer, ya que es una parte muy importante de la cotidianidad de este país y ocultarlo, en lo que es la novela policiaca donde se resuelve algún tipo de delito, no tendría sentido, porque ellos están siempre por ahí. Entonces lo que yo hago es eso, darles su lugar donde están. El “Zurdo” Mendieta trata de mantener distancia, a pesar de que se lleva bien con ellos, pero no siempre lo consigue, pero sigue empeñado en que no quiere tener contactos con ellos, solo el necesario, solo el que se ve obligado a tener por su profesión.

¿Qué opinas sobre el subgénero del narco? ¿Crees que es un género creado para vender o que es la crítica y el periodismo el que han creado un mito alrededor de este tema?

Me parece que existen escritores muy potentes, que están desarrollando una obra muy interesante, escribiendo sobre ese tema, por ejemplo Alejandro Almazán que está escribiendo una narrativa que tiene el tema del narco como central. Creo que existe una narrativa que tiene al narco como ese eje central y existe porque es un tema absolutamente subyugante, es un tema del que todos los días se está hablado, todos los días los narcos  manifiestan su presencia de maneras muy espectaculares y es un tema muy seductor, muy novelable, pero es importante que los autores que se acercan a este él no deben olvidar que hay que hacer literatura.

¿Cómo lograr que un tema no subyugue al escritor? ¿Cómo mantener esta distancia entre el autor y el tema?

Es la formación de cada quién y también las pretensiones literarias de cada quién, porque si tienes muy claro que lo que quieres ser es ser escritor tienes que trabajar bajo las reglas de la ficción, de la inventiva, de la imaginación y aunque trates un personaje real y de acciones reales, siempre puedes cambiarlas de lugar, de tiempo, siempre puedes modificarlas a través del lenguaje, de la imaginación. Creo que los escritores están obligados a crear símbolos a partir de allí y no permitir ser seducidos y subyugados por un tema.
                                            
La responsabilidad del escritor
Quería preguntarte sobre otra faceta que has venido desarrollando en los últimos seis años, como reseñista en El Universal ¿Cómo te sientes en ese papel?

Pues me gusta, aunque debo confesar que no demasiado, pero han pasado cosas muy lindas, como por ejemplo, un día José Emilio Pacheco me dijo que no lo dejara de hacer porque en los periódicos habían desaparecido los espacios sobre los comentarios de libros y eso era muy útil e importante para la literatura nacional, y pues me lo dijo José Emilio, no podía decir que no ¿Me entiendes? Además creo que sí ha tenido cierta utilidad para dar a conocer la obra de autores jóvenes.

¿Crees que tienes una responsabilidad como autor que va más allá de la literatura, una responsabilidad como autor conocido?

Yo creo que sí, porque como en el caso de la columna, tengo una responsabilidad a la hora de presentar los libros que se están produciendo. Yo mismo leo a ciertos reseñistas y a ciertos medios en los que confió para poder comprar un libro y leerlo. Entonces sí creo que es una responsabilidad porque das pautas para que los demás puedan acercarse a comprar un libro y también porque me he encontrado a mucha gente que me ha dicho que a partir de la lectura de mi reseña leyó un libro que le gustó. Somos una comunidad que al final de cuentas requiere ciertas orientaciones.

¿Qué pueden esperar los lectores de la saga “Zurdo” Mendieta?

Pues espero que tenga más aventuras, ya estoy escribiendo la quinta novela de la saga que involucra hechos que sucedieron recientemente en Los Mochis y espero encontrar la forma correcta de simbolizarlos, porque fueron hechos muy intensos.

Sinaloa es un estado con una personalidad muy fuerte, que tiene el estigma del narcotráfico. ¿Cómo vives esta situación como autor?

Pues vivimos una situación dicotómica, hay mucha gente que trabaja honestamente, que genera riqueza, tenemos un estado que tiene una de las mejores investigaciones científicas del continente, por lo menos en materia agropecuaria, con técnicas inventadas que se han exportado a Sudamérica, a Israel, un trabajo que se realiza en la Universidad del estado en donde yo doy clases, y eso por supuesto que da mucho gusto. Por otro lado está la parte de que los sinaloenses somos un pueblo bastante temerario, pero ese espíritu se ha puesto al servicio del narcotráfico, con la consecuencia de que algunos de los principales capos han nacido ahí. Somos las dos cosas, tenemos una para sentirnos orgullosos y otra que pide que nos autoregulemos, pero yo creo que Sinaloa es un estado muy trabajador, muy rico, y que ha estado provocando un proyecto cultural que está dando sus frutos en la región.

Hay un tema que ha aparecido a lo largo de tu obra, aunque de manera colateral, que son los movimientos sociales y la guerrilla en tu estado, en Sinaloa, un tema que me parece muy interesante y quería preguntarte ¿Le dedicarás alguna novela en algún momento a este tema?

Pues ese es un tema pendiente, porque tengo varios amigos que estuvieron y conocen bien los entretelones de los movimientos sociales y que me dicen que tengo que hablar y escribir sobre el tema, pero no ha llegado el momento para hablar del tema, tengo varios amigos que cayeron, que murieron estando en la guerrilla, hay historias muy cercanas, peo creo que es una parte de la historia de México que no se debe de perder de vista, porque tienen que ver con lo que está pasando en México en estos momentos. Tiene que ver con Ayotzinapa, tiene que ver con la CNTE, hay una recuperación de un valor para protestar, un valor de estar ahí, un valor de ver y plantear a México desde un ámbito que el gobierno pretende olvidar. Creo que eso es algo de lo más rescatable sobre el movimiento de los padres de los chicos de Ayotzinapa, muy rescatable del movimiento de la Coordinadora, que es no aceptar lo que nos dan, lo que nos dicen, lo veo como una continuación de todo lo que fueron los años setenta de los movimientos guerrilleros y sociales que existieron en nuestro país. 

Fotografías: Luis Chimal.

*Javier Moro Hernández (Bucaramanga, Colombia) Poeta, periodista y promotor cultural. Autor del libro de poesíaMareas (Abismos 2013). Es colaborador del periódico La Jornada de Aguascalientes y de las revistas Suplemento de Libros, Noiselab, BunkerPop.

EL OTOÑO ME AMAÑA

Otoño amarllento, solaceo, levantisco,
anunciador de penas y alegrías matutinas;
quiero mirarte siempre desde mi edad de risco
y pasarme las horas con noches repentinas.
Eres una verdad que se acerca a los fines
y levantas rumores como noticias finas
quiero tenerte siempre como a los delfines
y saber que me quieres con buenas clementinas.
Por eso ya te espero con ansias infinitas
para que el año muera y con él la esperanza
florezca con el nuevo calendario de hojas finas.


Benjamín Araujo Mondragón

jueves, 8 de septiembre de 2016

LIGAS, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

LIGAS
Estoy ligado a ti,
como fenómeno simbiótico,
ligado a ti...y pleno:
con el gozo de estar en tus ojos
y en tu pensamiento...

Tengo aún el calor de tus besos,
y el roce de tu piel en mis manos;
quiero saber de ti todo, todo:
saciarme de tu biografía
hasta sentir que soy ya parte de ella.

Estoy ligado a ti:
tengo el cordón umbilical de los sentimientos
atado irremediablemente a ti
y muy bien me sabe...

No me quejo, peor aún me felicito
por estar ligado a ti por siempre
en un hoy eterno. Eterno. Eterno....
eterno, sin que cuente el tiempo;
ni la división entre día y noche...