sábado, 30 de octubre de 2010

T O T E M (tercera parte)

Precisamente se trataba de que Catalina dejará de fichar. Y no se crea que el cura Adelfo Zamarripa y la cuarteta masónica compuesta por Matías Mondragón, Jeremías González, Caín Contreras y Abel Salgado, luego de su pacto acudieron a la policía o cosa que se le pareciera. De ninguna manera. Un buen día: -Eso sí, sólo puedo entre semana, para dejar a cargo del changarro al vicario-, había advertido Zamarripa; ese buen día era jueves, en un vehículo que les consiguera Ponchito Sierra y que condujo Caín, se dirigieron a Zitácuaro en pos de una misión que se miraba contra la corriente.


Catalina es hoy la madre superiora de la órden de las monjas de Lourdes. Muchos en el pueblo no tocan el tema de sus orígenes; es tabú. Otros, los más jóvenes, desconocen la historia. Aunque, como en todas partes, no falta la maledicencia que recuerda de dónde fue sacada por esa coalisión de jacobinos y el líder religioso de San José.


Ponchito, desde aquél remoto entonces, es fiel del Bar Tolo. Predica además un respeto a la pluralidad política, religiosa e ideológica que ralla en doctrinal. Y locuaz y dicharachero en su charla, se ha encargado de tejer en torno al sitio de reunión un halo de salud y dicha, de ecumenismo, que no descubren quienes, atraídos por las promociones de Sierra, llegan a tomarse ahí, muy al estilo de la región, cuando es verano y el estío arrecia, una cerveza helada, diciendo:


-Me da una tres taches, bien helodia.


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Cuando José Carmen casó por primeras nupcias, con Áurea, que frizaba apenas por los 14 años de edad, él ya tenía 27. Poco tiempo tenía de haber regresado de la capital, a donde había estudiado el señorito, como le decían las sirvientas y los peones y caballerangos que trabajaban en la hacienda de Don José Trinidad, su padre. Él fue el único hijo y por ello, mientras paseó su adolescencia en el rancho, y su primera juventud en la ciudad de México, recreaba en su mente la posibilidad de tener una familia numerosa. María Concepción Espinoza de los Monteros y Fernández, conocida por todos como Mariquita, su madre, murió en un ataque de influenza que asoló los estados de México y Michoacán a la mitad del siglo XIX.


José Carmen estudió en la Escuela de Derecho de la insigne Universidad Nacional. Pero sólo fue de manera oficial, porque a la escuela iba muy poco, cada vez menos, conforme fue perdiendo el afecto a la jurisprudencia mientras se metía cada vez más en los ambientes bohemios de la capital del país. Conoció en esos círculos lo mismo a vates de un impresionante talante que hablaban de las corrientes y autores europeos en boga, en medio de libaciones báquicas de rompe y rasga -como se decía en aquellos años- que a connotados liberales y famosos conservadores que rumiaban sus disquisiciones políticas al interior de esos ámbitos en donde, desde luego, no faltaban nunca las mujeres de grande atractivo. Lo mismo algunas de fama resguardada y cubierta de dones familiares que hablaban de alcurnia económica y raigambre sangíneo, que aquellas de la vida galante, en veces hasta mejor provistas físicamente que las primeras, que no dudaban ni un ápice en burlarse de los pendones de aquellas y entregarse sin reparos a violentas pasiones con casi todos los asiduos a las tertulias que se desataban sin menosprecio del día que se tratara, pero con mayor vehemencia y asiduidad, como era natural, los fines de semana.


José Carmen volvió a San José del Rincón en 1865. Un año después ya era el marido de Áurea, y vivían en una prolongación de los terrenos paternos, que le cediera Don José Trinidad, ubicados muy cerca de San José, en las inmediaciones de La Rosa; terrenos altos, boscosos, de oyamel, conocidos como Las Palomas, porque ahí, precisamente en esas frondas montañosas, las mariposas Monarca, hacían año con año, su refugio temporal, huyendo del helado invierno canadiense; de manera que esas tupidas cúspides de los cerros preñados perennemente de oyameles, era el habitat de esos bellos insectos que encontraban en ellos su alimento y casa resguardo.


La gente llamaba las palomas, a esas mariposas, por creer que ellas en realidad eran una especie de la naturaleza, con dotes sobrenaturales, puesto que, creían, las mariposas, ó palomas, eran realmente las almas de los fieles difuntos que volvían del más allá, para reunirse con sus seres queridos, de ahí que no fuera casualidad, pregonaban que esa creencia desde tiempos prehispánicos simplemente se confirmara, a la conquista e invasión de los españoles, que ya impuesta su religión, hicieron notar que las Monarca llegaban a suelo mexicano, precisamente en épocas de los Fieles Difuntos, a inicios de noviembre, año con año, para irse al llegar la primavera ya desatada la mutad del mes de marzo.


En Las Palomas precisamente, Áurea y José Carmen procrearon a sus hijos: José Concepción -que iba a ser llamadodesde adolescente, por bien ganados atributos de su carácter, Chon el Diablo-, a Elodia, a Leonor, a Camerina, a Ángela, a José Trinidad del Sagrado Corazón de Jesús -que acaso por su nombre, como marca de establo, terminó como monje carmelita descalzo, aunque luego se le descubrieran, por los lindes del Valle de Bravo, sus secretos amoríos con una bella criolla, y el fruto de ese lujurioso desvarío, tres hijos; el descubrimiento acarreó la tajante órden de los superiores monacales, y del episcopado, para enviarle ipso facto a Puntarenas, en Costa Rica-, a Cándida y a José Francisco. Ocho hijos que fueron el inicio de una dinastía que había sido pensada, desde las soledades adolescentes, por José Carmen.


(continuará)

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