domingo, 20 de febrero de 2011
DOS CUENTOS: Bertha y Roberto ...y...La Vida en Rosa
Bertha y Roberto
A poco tiempo, en una lejana ciudad del horizonte, surgió un deseo, convertido en mujer. Era bella a más no poder. Sus miradas insinuaban lascivia; todo su entorno se convertía en amor en su entorno. No sólo era deseo puro, sino mucho amor y buenos apremios.
A poco tiempo de su aparición llegaron los magos de la añoranza y la raptaron. Sólo se oían quejas y llantos en esa comarca, hasta que un príncipe rojo, pleno de erotismo, la hizo suya y la rescató de las garras de sus captores.
Muchos años pasaron de esa aventura y desventura. Surgieron los hijos, nacieron las plantas, se escribieron los libros y nunca más hubo silencio; la música llegó a ser la coronación del desvarío, el desvarío, lujuria y placer puro; y ambos elementos se convirtieron en sonatas y conciertos para los habitantes de la región.
Bertha era la mujer. Así se llamaba. Y todos los días se inscribían delante de ella paisajes nuevos para ser acariciados por su mirada. Roberto, que era su príncipe rojo, logró hacerla ver los más increíbles paisajes jamás presentados a ojo humano alguno, hasta que un día, por razones poco creíbles, los paisajes se refugiaron en un pasadizo secreto, lejos de la vista inquisitiva de Bertha y de Roberto, los que, ya sin paisajes, perdieron el gusto por el placer y la lujuria fue secuestrada por los malvados paisajes…
¿Irán a ver al médico nuestros personajes? ¿Se aliviarán algún día? ¿Tendrán, una vez más, ante sus ojos los paisajes, la lujuria y la alegría? Nadie puede saberlo. Sólo es cuestión de tiempo para lograr el final de esta historia. Una cosa es verdad: la literatura siempre miente, pero es verdadera.
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LA VIDA EN ROSA
Buena vida era la consigna. Acumular, tener, juntar, coleccionar, parecían los verbos más usuales en su existencia. Pero llegó la vejez. Y con la vejez, los años; y con ellos los males consecuentes: riñones adoloridos, dolores de espalda, de cabeza, de rodillas, de codos, en fin: una pésima digestión y el inmediato llamado a los médicos. Uno de ellos, finalmente el especialista en problemas propios de la edad le hizo saber que en realidad era un millonario coleccionista.
-Usted, le dijo, colecciona males. Le felicito.
Desapareció del panorama. Poco tiempo pasó para que llegaran, en ese orden: el funerario, los deudos, los herederos, el notario público y un moño rosa culminó esta historia, colocado en el pórtico de Samuel, el avaro, que me olvidaba decirles así se llamaba el hombre de esta tierna historia.
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