La confirmación del mito Fogwill
Mucho antes de que el marketing se constituyera como una disciplina hecha y derecha, los artistas comprendieron la necesidad de configurarse como personajes atractivos y seductores. Es algo indispensable para promocionar la obra, como bien lo demuestra el éxito incombustible de Jack Kerouac y los beatniks, y mucho antes el de Baudelaire y Rimbaud. Por estos lados, Bolaño hizo lo propio al mostrarse justamente como una mezcla de Kerouac y Rimbaud. Pero fue el argentino Fogwill, de quien este mes se cumplen cinco años de su muerte, el que logró construir el mito más poderoso y disruptivo.
Con ocasión de una antología que publicó en España en 1998, Fogwill escribió un prólogo que colocaba la leyenda en letras de molde: el niño de memoria prodigiosa que tuvo su primer revólver a los 10 años, el cocainómano que escribió en tres días la mayor novela sobre la guerra de las Malvinas, el estafador que pasó su estadía en la cárcel recitando lieder (su abogado lo definió como “un punk que escuchaba a Schumann”). Fue millonario, pero el dinero se esfumó entre yates, droga, mujeres y malos negocios.
Estas historias, contadas una y otra vez por el autor, son confirmadas en Fogwill, una memoria coral, un retrato fascinante realizado por Patricio Zunini a partir de 50 testimonios. Escritores, periodistas y editores, amigos y enemigos, dan cuenta de una personalidad contradictoria, que se alimentaba de la rivalidad y que alcanzaba su plenitud en el desborde. Esto lo hacía insoportable por momentos, aunque en el tú a tú, en la esfera más íntima, Fogwill desplegaba una generosidad y nobleza que también son legendarias. El solo hecho de que como editor de poesía haya armado un canon alternativo, con Perlonguer y Lamborghini a la cabeza, y que a través de sus columnas de prensa contribuyera de manera decisiva a la lectura de Mario Levrero y César Aira, ya dice bastante.
Tenía una curiosidad inagotable por las operaciones políticas, los avatares económicos, las señales de estatus y las marcas de todo tipo de productos.Al filtrarse en sus narraciones, esos saberes producen el efecto de un conocimiento social único en su vastedad y precisión.
Quizá por ser publicista, Fogwill entendió que la figura de escritor era su principal producto. Cuando Federico Andahazi ganó el Premio Planeta, se levantó de la mesa y gritó: “¡Esto es una vergüenza pública!”. Al final de la ceremonia, insistía en que había que romper los vidrios. Daniel Guebel le preguntó para qué iba a hacer eso, si lo único que sacaría es que lo arrestaran. Fogwill respondió: “Por autopromoción, por los mismos motivos por lo que hago todo”.
En estas palabras, desde luego, hay mucho del “personaje”. Porque en él no todo era autobombo, indignación y escándalo. Los mitos no se sostienen si no hay una obra detrás. Y la de Fogwill posee una belleza fulminante, capaz de estimular nuevas formas de ver la realidad y de hacernos sentir que la vida es riesgo, libertad y desprendimiento. Sus Cuentos completos y Los libros de la guerra son su mayor legado.
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