miércoles, 27 de julio de 2016

PREOCUPANTE SE OLVIDA LO SUCEDIDO EN IGUALA Y LA FALTA DE JUSTICIA, Javier Moro Hernández



CULTURA

Lo preocupante es que olvidáramos lo que pasó en Iguala y no se hiciera justicia

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Entrevista a Tryno Maldonado, acerca de Ayotzinapa: El rostro de los desaparecidos

La noche del 26 de septiembre de 2014 la ciudad de Iguala, en Guerrero, se convirtió en el epicentro del peor terror proveniente de las fuerzas armadas estatales, que en connivencia con un grupo de sicarios pertenecientes al grupo del narcotráfico autodenominado como Guerreros Unidos, desató el infierno en las calles de la tercer ciudad más importante del Estado, un centro económico importante por la cercanía con las minas de oro que hay en la región, pero que además se ha convertido en epicentro del negocio ilegal de la heroína, que vive un boom de consumo en el vecino Estados Unidos. Todo ese caldo de cultivo explotó en la ciudad teniendo como víctimas a un grupo de estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, que llegaron a la ciudad en la noche a botear para conseguir recursos para viajar a la Ciudad de México y participar en la marcha del 2 de octubre, como todos los años.
El infierno desatado esa noche dejó como saldo la desaparición de 43 estudiantes normalistas, más el asesinato de 6 personas, entre ellos el estudiante Julio César Mondragón, cuyo cuerpo, con el rostro descarnado, aparecería a la mañana siguiente en una calle de terracería de la ciudad.
Un crimen terrible, atroz, cometido por fuerzas policiales de la ciudad, que en coordinación con los sicarios, atacaron los autobuses que los estudiantes habían tomado en la central de autobuses, disparádoles y atacándolos durante varias horas, ante la mirada impasible (por lo menos) de las otras fuerzas de seguridad ubicadas en el estado, como la policía estatal y el Ejército Mexicano. Pero ¿Quiénes son estos estudiantes desaparecidos? ¿De dónde venían? ¿Quién los impulsó a estudiar en la Normal?
Estas son varias de las preguntas que el escritor mexicano Tryno Maldonado se dio a la tarea de responder en su más reciente libro Ayotzinapa: El rostro de los desaparecidos, (Editorial Planeta) en donde el también autor de las novelas Viena Roja, Temporada de caza para el león negro y Teoría de las catástrofes, entre otros libros:
“A los 43 desaparecidos yo les llamo por sus nombres, no les digo los “43 de Iguala”, no son un número, y hay libros y reportajes en los que ni siquiera se menciona su nombre, y creo que ahí hay una gran diferencia, darles un trato de seres humanos, contar su historia, darles voz, nombrarlos, eso ya es una gran diferencia a tratarlos como un índice, como un número o una cifra fría, no me gusta tanto el número 43, no me gusta mencionarlos así, aunque entiendo que engloba una metáfora de todo lo que ocurrió y que se ha vuelto un símbolo, pero sí vas a hacer un libro es importante tomarte tu tiempo para preguntar, para conocer la historia.” Nos dice el autor en entrevista.
Javier Moro Hernández (JMH): Nombrarlos me parece esencial para contarnos su historia, por ejemplo a Bernardo lo llamas siempre por su nombre y no por su apodo, nunca es el Cochiloco, es Bernardo.
Tryno Maldonado (TM): Es que a veces los periodistas solo utilizan los apodos que les dio la PGR, por ejemplo a Miguel Ángel nadie le llama Patilludo, su hermano está en la Normal, conocí a su familia y en ningún lado le dicen así, pero hay reportajes en donde se refieren a él así, lo cual es un error porque se utiliza la retórica de Murillo Karam que permeó a muchos de los reporteros que se nutrieron de fuentes de Internet, y esas pequeñas mentiras, que son detalles, terminan permeando las versiones públicas.
JMH: ¿Cómo se dio el proceso de acercarte a las familias, de conocerlos, ganarte su confianza?
TM: Cuando llegue a la Normal nadie me conocía, yo era el de los lentes que estaba ahí ayudando a cargar los víveres, había pasado el primer mes y los padres estaban cansados de hablar tanto para los medios y no obtener resultados, porque se dieron cuenta de que eso no servía para encontrar a sus hijos, que eran lo que ellos querían, y conmigo no querían ni hablar, entonces me puse a trabajar en el movimiento, a brigadear, estar en las marchas, a dar mi taller en la escuela, y poco a poco y gracias de estar ahí me fui haciendo amigo de algunas de las familias, y un día cuando ya estaba a punto de tirar la toalla se me acercó doña Blanca y me preguntó si no quería platicar de su hijo, y platicamos dos horas seguidas, así poco a poco me fui ganando la confianza de ellos, pero también lo importante es que yo estaba ahí, con ellos, en lo que les importaba que era estar en la búsqueda, en las marchas, el libro era lo de menos para ellos, pero te ven en las marchas, cargando los víveres, muchas de las familias ya son como mi propia familia, el primero que habló conmigo fue don Mario, con quien empiezo el libro.
JMH: La parte de don Mario González con la que inicia el libro me parece muy importante porque nos estás contando la cotidianidad de su hijo César Manuel, nos dejas ver el dolor que sintió desde el primer momento, el dolor de un padre que entera de la desaparición de su hijo, lo cual debe ser un momento de mucho dolor.
TM: Ha sido un proceso muy complicado para los padres, que han estado conteniendo el dolor, tratando de esforzarse en mantener la esperanza, y eso es algo que yo pude ver y me compartí en una especie de esponja que absorbía todo, pero lo más duro fue platicar con los chavos que sobrevivieron a la noche del 26 de septiembre, no querían hablar con nadie, pero una noche pude hablar con todos, a los casi ochenta sobrevivientes de esa noche, y les platiqué del proyecto, les dije que quería escribir y que me interesaba tener la versión de ellos, y estuvieron de acuerdo, hicimos una lista y poco a poco empezaron a platicar, aunque algunos seguían renuentes, porque es muy doloroso para ellos, hay un chico al que le dispararon en el antebrazo, es el único sobreviviente del tercer autobús, son chicos que no han querido hablar, quedaron muy golpeados por lo que les pasó a ellos y a sus compañeros y no querían hablar, tenían miedo por su seguridad, entonces fue un proceso de ganarse su confianza y asegurarles que no los iba a poner en riesgo, hay varios chicos que después de un tiempo se fueron acercando y se sentían en confianza para platicar lo que vivieron esa noche, ellos mismos me iban presentando a sus amigos y los animaban a hablar. Hay historias muy dolorosas, que no se conocían, y por esa razón tuve que cambiar los nombres, para proteger sus identidades, hay un chico que en el libro se llama “Ricardo”, que es sobreviviente del tercer camión, a él le dispararon en el antebrazo y es el único sobreviviente de ese tercer camión, ese es un testimonio que no se conocía, él no había hablado con nadie, hay muchos sobrevivientes que tienen muchas secuelas psicológicas producto del ataque. Está la versión del chico al que le dicen Pulmón, esa es otra versión inédita, que nos cuenta una parte del ataque que no se conoce, él vio la balacera desde el otro lado porque tiene una enfermedad respiratoria, de hecho fue operado poco antes de entrar a la Normal, y los policías le permiten alejarse de los autobuses y desde ahí ve la balacera mientras espera una ambulancia, y Güicho y Ernesto me ayudaron mucho.
JMH: Es un libro que nos permite conocer la vida que tenían antes de entrar a la Normal, pero también es un libro, que a partir de esta diversidad de testimonios, nos permite reconstruir lo que sucedió en esa noche en Iguala.
TM: Fue un trabajo complejo, largo, porque a veces tenía que trabajar entre ocho y diez horas diarias, buscando información, rastreando datos, porque tengo muchas horas de conversación grabadas, el libro está construido con base en perfiles, entonces yo tomaba a uno de estos perfiles y hablo sobre todo lo que lo rodeaba, su vida previa, su familia, su entrada a la Normal y el lugar que ocupaban en el camión, y tenía que revisar muchos datos, porque quería que tuviera un nivel de detalle que le permitiera al lector sentirse ahí, junto a ellos, en ese sentido quise ser muy estricto con la información, pero yo no tengo oficio de periodista, así que tuve que hacerlo por primera vez.
JMH: Ese nivel de detalle da la sensación de que el narrador estuviera junto a ellos en los autobuses, de que supiera lo que estaban pensando o sintiendo en determinado momentos, lo cual me hace pensar en la mezcla de géneros narrativos y periodísticos para permitir al lector conocer más de la historia.
TM: Busqué justo eso, al estilo de Gay Tallese, de Truman Capote, por ejemplo, tomarte libertades estilísticas para contar las cosas sin falsear la realidad, por ejemplo algún diálogo que se haya sostenido en los autobuses, aunque el autor de esas palabras está desaparecido, yo sé que lo dijeron, está sustentado en los testimonios de los otros chicos que sobrevivieron, no alimenté cosas que no existieron, todo está cotejado, argumentado en tres versiones distintas, por ejemplo en el caso de Julio César Mondragón, que fue el caso más difícil de reconstruir, porque él corrió hacia otro lado y lo vieron pocas personas, pero hay testimonios de sobrevivientes que estaban cerca de él que lo vieron, de maestros que lo vieron pasar, por ejemplo, o sea fue un trabajo de reconstrucción fragmentaria que me permitiera construir todo el perfil del chavo desaparecido en cuestión, fue un trabajo de investigación que te permite especular qué estaban pensando, qué estaban sintiendo.
JMH: Reconstruir los perfiles nos permite conocer quiénes eran estos chicos, qué hacían en su vida cotidiana antes de entrar a la Normal, qué querían hacer de sus vidas, cuáles eran sus sueños, sus preocupaciones, sus planes, y desmentir las versiones periodísticas que los han acusado de ser parte de algún grupo delincuencial, por ejemplo de Bernardo al que llama Cochiloco y que ha sido señalado por medios de ser parte de un grupo del narco.
TM: Conozco a la familia de Bernardo, a su mamá la conozco muy bien, y por eso me parece absurdas esas declaraciones que han manejado varios medios a lo largo de la investigación; Bernardo es hijo de familias de maestros, de campesinos, su tía es profesora, hablé mucho con la maestra Isabel, su mamá, porque traté de que fuera lo más amplio el espectro de personas con las que platicaba para que el perfil fuera lo más amplio posible, lo otro pues ya es una campaña de desprestigio para Ayotzinapa en la que mucha gente cae, aunque la sociedad mexicana es más madura y está indignada ante las mentiras recurrentes que han manejado las autoridades.
JMH: Una de las cuestiones que resaltan en tu investigación fue una acción coordinada entre diferentes dependencias del estado de seguridad, tanto federales como estatales, las imágenes que nos muestras de los autobuses destruidos a balazos por el ataque son terribles y debería permear el imaginario colectivo de los mexicanos.
TM: Si se revisa el mapa de Iguala y checas los lugares de los ataques te das cuenta de que es un círculo, una zona que estaba cerrada, encapsulada, por eso es muy extraño lo del quinto autobús que nadie toca y que después en el peritaje, porque queda como evidencia, es cambiado, entonces ¿hasta dónde está involucrado el mismo estado para que ellos mismos estén manipulando la evidencia que quedó? Porque la información de lo que sucedía en Iguala la noche del 26 de septiembre le llegaba en tiempo real a Osorio Chong, entonces por falta de acción también el estado es culpable, y sigue siendo el estado el mismo el que trata de manipular las investigaciones, incluir testimonios hechos en base de tortura sin que medie el Protocolo de Estambul, basándose en la palabra de sicarios que no queda claro cómo fueron interrogados y para ellos eso es la “verdad histórica”, y el libro intenta ser un contrapeso, ver la otra parte, porque no les han preguntado a los familiares, a la mamá de Bernardo, ver su pueblo, platicar con su familia, porque nadie lo ha hecho, y creo que era importante abordar el otro lado, saber quiénes son estos chavos, de dónde vienen, para darnos cuenta de que en realidad no eran miembros de ningún grupo de la delincuencia organizada como se ha dicho por ahí, el dinero de la droga es algo que no se puede ver, y la escuela Normal de Ayotzinapa es un lugar muy pobre económicamente, y es justo la pauperización de todas las escuelas normales, que están siendo abandonadas por el estado, no se sostiene la versión del 

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