¡Venid! ¡Venid!
Seguídme los buenos. Dijo con voz de trueno, altisonante; con voz de rayo, el
profeta, unos quinientos años antes de Cristo; era de noche, la luna llena
plagaba de intensa luz la oscuridad, tanto que parecía de día.
¡Venid! ¡Venid! ¿Por qué os quedáis? ...y en su voz la
desdicha predecía desgracias, catástrofes y truenos.
No tardó mucho en suceder. Pese a ser una noche espléndida,
sobrevino el acabase. La lluvia se precipitó. Vinieron los rayos y
centellas, los relámpagos, e inmediatamente después de los fuertes movimientos
de tierra, la lava ardiente del volcán más cercano.
Fueron momentos de hecatombe. Después el sepulcral silencio. Y así
hasta el amanecer. Todo estaba en ruinas. El acontecimiento había concluido.
Nadie fue testigo. Todos perecieron. Sólo los cadáveres hundidos en esas
montañas de escombros y desgracia fueron mudos testigos o señales del
suceso.
e
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