Entrevista a Cathy Fourez
LA LITERATURA: TENTATIVA PARA SENSIBLIZAR Y HUMANIZAR AL MUNDO
Edgar Armando Córdova García
Cathy Fourez es Doctora en Literatura Latinoamericana; es profesora investigadora en la Universidad Charles de Gaulle-Lille 3, con sede en Francia. Ha impartido seminarios y publicado artículos sobre literatura policiaca mexicana.
Cathy Fourez ha afirmado en diversos foros, entre ellos durante el Encuentro Internacional de Escritores de Durango, en julio del 2014, que la literatura es indispensable para entender nuestra actualidad porque es una propuesta de conocimiento profundo sobre la naturaleza humana, transmitido al lector mediante palabras seleccionadas, trabajadas, pulidas. Por ello, la lectura literaria es un discurso cargado de significados múltiples e inestables que nos ayuda a penetrar la opacidad del mundo. En esa mesa sobre Literatura y violencia, ella comentó que "La literatura describe al ser humano en su complejidad y su inconstancia; y lee al mundo en matices que van más allá de los discursos bipolares que reflejan nuestras trágicas realidades personales, nacionales e internacionales". Es decir, la literatura no nos protege de las balas o de la violencia pero sí nos protege de los discursos unívocos o del tono de blanco-negro porque matiza los diversos puntos de vista.
Entonces ¿Para qué leer literatura?
La literatura hace más que contar una historia; nos ayuda desde la ficción (o sea desde el mundo imaginario del relato que reivindica la creación de sucesos y personajes bien anclados en la vida en aras de la ilusión de lo real), a conocernos y a percibir otros aspectos, otras posibilidades, otros sentidos del mundo, a la altura de nuestra alegría y de nuestra inquietud. La Literatura plantea preguntas, cuestiona; es la marca continua de un descubrimiento para no aceptar la brutalidad y evitar los estereotipos. Sus interpretaciones de diversas manifestaciones de la realidad sirven para rechazar la visión monolítica de esta misma realidad, y lo hace mediante la multiplicación de los puntos de vista, da voz a personajes que viven de diferentes maneras un mismo acontecimiento y revela que lo único auténtico en esta vida confusa e incierta es lo inauténtico.
La literatura hace más que contar una historia; nos ayuda desde la ficción (o sea desde el mundo imaginario del relato que reivindica la creación de sucesos y personajes bien anclados en la vida en aras de la ilusión de lo real), a conocernos y a percibir otros aspectos, otras posibilidades, otros sentidos del mundo, a la altura de nuestra alegría y de nuestra inquietud. La Literatura plantea preguntas, cuestiona; es la marca continua de un descubrimiento para no aceptar la brutalidad y evitar los estereotipos. Sus interpretaciones de diversas manifestaciones de la realidad sirven para rechazar la visión monolítica de esta misma realidad, y lo hace mediante la multiplicación de los puntos de vista, da voz a personajes que viven de diferentes maneras un mismo acontecimiento y revela que lo único auténtico en esta vida confusa e incierta es lo inauténtico.
¿Vivimos en un mundo donde la violencia no se elige sino que se impone? ¿Tiene sentido leer en ese contexto?
Para contestarle voy a inspirarme en las palabras del escritor israelí David Grossman, quien se vale de la Literatura para luchar a favor de la paz entre Israel y Palestina. La violencia y su séquito de múltiples fenómenos abogan por la supresión y la desaparición del otro, por borrar partes que nos singularizan y así anular todos los matices que caracterizan el laberinto que es el ser humano y la pluralidad que es la realidad, por cortarnos de la voz de los demás. La Literatura (como "arte de la palabra" según Aristóteles y "el derecho a decirlo todo" según Jacques Derrida) no simplifica la realidad; siempre está en busca de vocablos y frases que tratan de desnudar y desentrañar las contradicciones del mundo; se rebela en contra de un mundo donde la lengua es cada vez más destruida, manipulada por los medios de comunicación y los políticos que suelen fomentar discursos que trabajan el olvido, las transformaciones silenciosas, las supresiones de nuestra dramática actualidad. La gran Literatura nos ayuda a penetrar la opacidad del mundo, y si no logra entenderlo, por lo menos lo cuestiona este mundo y lo rehumaniza en un siglo que tiene tendencia a arruinar la figura humana.
Para contestarle voy a inspirarme en las palabras del escritor israelí David Grossman, quien se vale de la Literatura para luchar a favor de la paz entre Israel y Palestina. La violencia y su séquito de múltiples fenómenos abogan por la supresión y la desaparición del otro, por borrar partes que nos singularizan y así anular todos los matices que caracterizan el laberinto que es el ser humano y la pluralidad que es la realidad, por cortarnos de la voz de los demás. La Literatura (como "arte de la palabra" según Aristóteles y "el derecho a decirlo todo" según Jacques Derrida) no simplifica la realidad; siempre está en busca de vocablos y frases que tratan de desnudar y desentrañar las contradicciones del mundo; se rebela en contra de un mundo donde la lengua es cada vez más destruida, manipulada por los medios de comunicación y los políticos que suelen fomentar discursos que trabajan el olvido, las transformaciones silenciosas, las supresiones de nuestra dramática actualidad. La gran Literatura nos ayuda a penetrar la opacidad del mundo, y si no logra entenderlo, por lo menos lo cuestiona este mundo y lo rehumaniza en un siglo que tiene tendencia a arruinar la figura humana.
¿Cómo podemos acercar a los niños y a los jóvenes a la literatura? ¿Al lado estético del discurso?
Una sola palabra que es fácil pronunciar pero resulta difícil ponerla en práctica sobre todo en un contexto de desmantelamiento de la transmisión del saber en el seno de la enseñanza pública: Educación. La Literatura (sin fronteras) debería formar parte del programa de toda la escolaridad (primaria, secundaria, preparatoria, universitaria) del individuo alumno y estudiante. Leer no es algo innato sino que necesita aprendizaje, desarrollo, consolidación para generar esta convivencia con el libro. Para eso el trabajo colectivo entre maestros, profesores, documentalistas, bibliotecarios es indispensable para formar a los futuros lectores y sensibilizar también a sus padres. Es una cuestión política que tiene que ver con qué tipo de sociedad queremos construir y en qué tipo de sociedad queremos vivir.
Una sola palabra que es fácil pronunciar pero resulta difícil ponerla en práctica sobre todo en un contexto de desmantelamiento de la transmisión del saber en el seno de la enseñanza pública: Educación. La Literatura (sin fronteras) debería formar parte del programa de toda la escolaridad (primaria, secundaria, preparatoria, universitaria) del individuo alumno y estudiante. Leer no es algo innato sino que necesita aprendizaje, desarrollo, consolidación para generar esta convivencia con el libro. Para eso el trabajo colectivo entre maestros, profesores, documentalistas, bibliotecarios es indispensable para formar a los futuros lectores y sensibilizar también a sus padres. Es una cuestión política que tiene que ver con qué tipo de sociedad queremos construir y en qué tipo de sociedad queremos vivir.
En la mesa redonda definiste a la literatura como el laboratorio de lo posible ¿Podrías ampliar este planteamiento?
La Literatura revela, tiene que revelar cuando reanuda con la materia misma del mundo. Dicha revelación pasa por proyectos de imaginación para contrarrestar una actualidad mediática agobiada y aplastada por una saturación de realidades a fin de explicar con otra óptica y otros anteojos el pasado o el mundo que nos toca vivir. La Literatura, por consiguiente, tiene este poder, esta autoridad casi divina de inventarlo todo, reconstruirlo todo, resemantizarlo todo para denunciar los abusos y las mentiras, para desenmascarar las falsas apariencias, para "desficcionalizar" el mundo en el que nos encierran los órganos oficiales del Poder que se presentan siempre como la única alternativa para (no) contestar a nuestra desesperanza.
La Literatura revela, tiene que revelar cuando reanuda con la materia misma del mundo. Dicha revelación pasa por proyectos de imaginación para contrarrestar una actualidad mediática agobiada y aplastada por una saturación de realidades a fin de explicar con otra óptica y otros anteojos el pasado o el mundo que nos toca vivir. La Literatura, por consiguiente, tiene este poder, esta autoridad casi divina de inventarlo todo, reconstruirlo todo, resemantizarlo todo para denunciar los abusos y las mentiras, para desenmascarar las falsas apariencias, para "desficcionalizar" el mundo en el que nos encierran los órganos oficiales del Poder que se presentan siempre como la única alternativa para (no) contestar a nuestra desesperanza.
¿Cómo influye o participa la nota roja, el periodismo sensacionalista en la literatura de la violencia?
La nota roja, tal como la practican algunos periodicuchos, se inclina a lo sensacional, a lo horrible, a una obscena verbosidad que intensifica su escenografía mediática en el interior de la esfera pública, con el apoyo de la cámara fotográfica. Los "flashes" se prestan a la porfiada cristalización de lo sanguinolento, materia viscosa para puntear los miedos. El tono impersonal de la noticia y la palabra neutra elegida, cuyos criterios semánticos son la derogación a la norma y la sorpresa, definen este texto mediático; texto que trata ante todo de entablar una connivencia entre lo que se cuenta y el receptor de este mensaje, y de ser disponible inmediatamente sin conocimiento específico para ser entendido. La dimensión sobrecogedora y emocional de la nota roja se acentúa en la hipertrofia gráfica que privilegia una puesta en relato consolidada en lo llamativo y lo compendioso. Las propuestas de títulos escuetos se configuran a partir de un vocabulario estereotipado que flirtea con lo grandilocuente y lo melodramático; un recurso reductor y maniqueo para facilitar la proyección y la identificación del lector con los protagonistas del drama expuesto, que gravita, en la mayoría de los casos, en un cóctel de sexo y de violencia extremos. La meta consiste en producir un relato "extra-ordinario", alimentado de lo infraordinario, para espantar al lector, y también en despuntar un espacio notorio de la alteridad, y eso desde la actualidad de actores anodinos perjudicados personalmente por una ruptura en su vida cotidiana. Desgraciadamente, muchos de los autores de notas rojas no son escritores como lo era en su época Félix Fénéon, quien publicó en el diario francés "Le Matin", entre 1905 y1906, este tipo de noticias; las interpretaba breve y brutalmente mediante un enunciado elíptico e impactante que contenía en sí todo su saber así como lo trivial y lo escandaloso del hecho presentado.
En cuanto a la escritura que ficcionaliza la nota roja, esta escritura debe trabajar las emociones, pero sobre todo desempeñar el importante papel de la revelación en sociedades donde se cultiva el olvido y la carnavalización de la realidad. Es necesario saber contar el sentido de la tragedia. El escritor Sergio González Rodríguez insiste en que “toda libertad implica una responsabilidad” y que "no es sano divulgar la nota roja sin recontextualizarla". Se trata de buscar de dónde ha emergido el proceso criminal, de empeñarse en entender los hechos. La estrategia literaria consiste en impulsar una atmósfera textual y armonizarla con un trabajo de archivos y de observación, esforzarse por filtrarse en las huellas, en las cicatrices, y no en lo sensacional del acontecimiento mismo. Así trabajar desde la literatura la nota roja consistiría en transformarla, torcerla sin hacerla irreconocible y sin huir de ella porque, como lo aclara Merleau Ponty “los pequeños hechos verdaderos no son cascajo de la vida sino signos, emblemas, llamados”.
La nota roja, tal como la practican algunos periodicuchos, se inclina a lo sensacional, a lo horrible, a una obscena verbosidad que intensifica su escenografía mediática en el interior de la esfera pública, con el apoyo de la cámara fotográfica. Los "flashes" se prestan a la porfiada cristalización de lo sanguinolento, materia viscosa para puntear los miedos. El tono impersonal de la noticia y la palabra neutra elegida, cuyos criterios semánticos son la derogación a la norma y la sorpresa, definen este texto mediático; texto que trata ante todo de entablar una connivencia entre lo que se cuenta y el receptor de este mensaje, y de ser disponible inmediatamente sin conocimiento específico para ser entendido. La dimensión sobrecogedora y emocional de la nota roja se acentúa en la hipertrofia gráfica que privilegia una puesta en relato consolidada en lo llamativo y lo compendioso. Las propuestas de títulos escuetos se configuran a partir de un vocabulario estereotipado que flirtea con lo grandilocuente y lo melodramático; un recurso reductor y maniqueo para facilitar la proyección y la identificación del lector con los protagonistas del drama expuesto, que gravita, en la mayoría de los casos, en un cóctel de sexo y de violencia extremos. La meta consiste en producir un relato "extra-ordinario", alimentado de lo infraordinario, para espantar al lector, y también en despuntar un espacio notorio de la alteridad, y eso desde la actualidad de actores anodinos perjudicados personalmente por una ruptura en su vida cotidiana. Desgraciadamente, muchos de los autores de notas rojas no son escritores como lo era en su época Félix Fénéon, quien publicó en el diario francés "Le Matin", entre 1905 y1906, este tipo de noticias; las interpretaba breve y brutalmente mediante un enunciado elíptico e impactante que contenía en sí todo su saber así como lo trivial y lo escandaloso del hecho presentado.
En cuanto a la escritura que ficcionaliza la nota roja, esta escritura debe trabajar las emociones, pero sobre todo desempeñar el importante papel de la revelación en sociedades donde se cultiva el olvido y la carnavalización de la realidad. Es necesario saber contar el sentido de la tragedia. El escritor Sergio González Rodríguez insiste en que “toda libertad implica una responsabilidad” y que "no es sano divulgar la nota roja sin recontextualizarla". Se trata de buscar de dónde ha emergido el proceso criminal, de empeñarse en entender los hechos. La estrategia literaria consiste en impulsar una atmósfera textual y armonizarla con un trabajo de archivos y de observación, esforzarse por filtrarse en las huellas, en las cicatrices, y no en lo sensacional del acontecimiento mismo. Así trabajar desde la literatura la nota roja consistiría en transformarla, torcerla sin hacerla irreconocible y sin huir de ella porque, como lo aclara Merleau Ponty “los pequeños hechos verdaderos no son cascajo de la vida sino signos, emblemas, llamados”.
¿Cuáles son las funciones de la novela negra?
La vertiente negra de la literatura policial conlleva varias tendencias; la que más me interesa se acerca a lo que llamamos en Francia "le polar" que asume ciertas claves genéricas para quebrantarlas, que cuenta las fracturas sociales y se vale de su propia intriga como lugar de experimentación literaria. Como lo comentó el escritor Jean-Patrick Manchette, este tipo de novelas negras "encarna, como nunca, la escritura de la crisis". La corriente literaria llamada "le polar" es, con un fulminante arranque desestabilizador, el arte de decir la vergüenza, el escándalo, el dolor, la sordidez, la barbarie; es el arte de inquietar las representaciones consensuales que existen en lo que se llama la realidad. Sus más auténticas novelas no entregan sistemas cerrados con recetas ya hechas, sino vértigos que hermanan el furor de saber y la potencia de crear, así como historias que nos obligan a salir de nuestro mundo para que podamos, como lo hubiera dicho Octavio Paz, aventurarnos en su "cara de todos los días, la que nunca vemos". Por otra parte, la novela negra actual se dirige al lector no para tranquilizarlo sino para que se sienta mal, para moverlo y sacudirlo de su inercia frente a los horrores que nos rodean porque su apatía y su indiferencia son otras formas de barbarie.
La vertiente negra de la literatura policial conlleva varias tendencias; la que más me interesa se acerca a lo que llamamos en Francia "le polar" que asume ciertas claves genéricas para quebrantarlas, que cuenta las fracturas sociales y se vale de su propia intriga como lugar de experimentación literaria. Como lo comentó el escritor Jean-Patrick Manchette, este tipo de novelas negras "encarna, como nunca, la escritura de la crisis". La corriente literaria llamada "le polar" es, con un fulminante arranque desestabilizador, el arte de decir la vergüenza, el escándalo, el dolor, la sordidez, la barbarie; es el arte de inquietar las representaciones consensuales que existen en lo que se llama la realidad. Sus más auténticas novelas no entregan sistemas cerrados con recetas ya hechas, sino vértigos que hermanan el furor de saber y la potencia de crear, así como historias que nos obligan a salir de nuestro mundo para que podamos, como lo hubiera dicho Octavio Paz, aventurarnos en su "cara de todos los días, la que nunca vemos". Por otra parte, la novela negra actual se dirige al lector no para tranquilizarlo sino para que se sienta mal, para moverlo y sacudirlo de su inercia frente a los horrores que nos rodean porque su apatía y su indiferencia son otras formas de barbarie.
¿Por qué consideras que es necesario leer a Sergio González?
No he dicho que "es necesario leer a Sergio González Rodríguez". No es cuestión de necesidad sino aquí la conciencia de la presencia de un "arte de la palabra" que despierta en el lector su lado vivo y sensible desde una exploración pluridisiciplinaria de la violencia que asuela actualmente México. Sergio González Rodríguez es un narrador en movimiento que choca su pluma con la realidad; pone en peligro su palabra y su persona al infiltrase en los orificios de la máquina deshumanizante, y objetiva abiertamente sus hallazgos a partir de una lectura mestiza, consciente de la polisemia tanto del presente como del pasado. Para pensar al ser humano y escribir sobre él, lleva de excursión a sus ojos de observador y de analista por diferentes estados de la República y por plurales modos de escritura (artículo de prensa, crónica, ensayo, novela). Sus desplazamientos le permiten realizar una auscultación hacia lo que ya no se ve o lo que nunca se vio, mostrando “jirones de vida” de la experiencia colectiva pasada, pero también sacados desde las tragedias actuales de México. Desde una voz mutante que busca la lógica de este desequilibrio, Sergio González Rodríguez exterioriza los demonios y, con el ojo del creador y del investigador, sabe captar y narrar el sentido de la tragedia y de las cicatrices, así como la riqueza exorbitante de la crueldad terrenal. Su escritura trabaja las emociones desde la diáfana palabra arraigada en su significado original hasta la palabra desubicada, torturada y pulverizada por la depravación, pasando por la “resemantizada” que intenta contar para no morir.
No he dicho que "es necesario leer a Sergio González Rodríguez". No es cuestión de necesidad sino aquí la conciencia de la presencia de un "arte de la palabra" que despierta en el lector su lado vivo y sensible desde una exploración pluridisiciplinaria de la violencia que asuela actualmente México. Sergio González Rodríguez es un narrador en movimiento que choca su pluma con la realidad; pone en peligro su palabra y su persona al infiltrase en los orificios de la máquina deshumanizante, y objetiva abiertamente sus hallazgos a partir de una lectura mestiza, consciente de la polisemia tanto del presente como del pasado. Para pensar al ser humano y escribir sobre él, lleva de excursión a sus ojos de observador y de analista por diferentes estados de la República y por plurales modos de escritura (artículo de prensa, crónica, ensayo, novela). Sus desplazamientos le permiten realizar una auscultación hacia lo que ya no se ve o lo que nunca se vio, mostrando “jirones de vida” de la experiencia colectiva pasada, pero también sacados desde las tragedias actuales de México. Desde una voz mutante que busca la lógica de este desequilibrio, Sergio González Rodríguez exterioriza los demonios y, con el ojo del creador y del investigador, sabe captar y narrar el sentido de la tragedia y de las cicatrices, así como la riqueza exorbitante de la crueldad terrenal. Su escritura trabaja las emociones desde la diáfana palabra arraigada en su significado original hasta la palabra desubicada, torturada y pulverizada por la depravación, pasando por la “resemantizada” que intenta contar para no morir.
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