Fernando Fernández y los enigmas poéticos de López
Velarde
Juan Domingo Argüelles | 01.08.2015
Fernando Fernández,
Ni
sombra de disturbio,
Aueio Ediciones / Conaculta,
México, 2014.
López Velarde es un pozo inagotable cuya
profundidad continúa atrayendo a viejos y nuevos buscadores de tesoros. Desde
el ensayo vindicativo, revelador y fundacional de Villaurrutia (“La poesía de
Ramón López Velarde”, 1935) hasta “El camino de la pasión” (1963; Cuadrivio,
1965) de Octavio Paz, entre los más célebres, pasando por los estudios de Allen
W. Phillips, José Emilio Pacheco, José Luis Martínez, Juan José Arreola,
Gabriel Zaid, Guillermo Sheridan y tantos más, son muchos los poetas y
ensayistas, además de los investigadores académicos, que han encontrado y
siguen encontrando en la obra y en la vida de López Velarde una fuente
enigmática que no ha dejado de manar asombros.
Víctor Manuel Mendiola publicó en 2013 una versión
profusamente anotada de “La suave patria”, antecedida de un amplio estudio (“El
ángel que acompañó a Tobías”), y ahora Fernando Fernández atrapa a los lectores
con su hermoso y meticuloso volumen Ni sombra de disturbio: Ensayos
sobre Ramón López Velarde (Aueio Ediciones / Conaculta, 2014), con el
que abona aún más el campo de la cuidadosa relectura y la especial revisión de
la obra poética del autor de Zozobra, en busca de explicaciones a
los tantos misterios literarios y filosóficos que aguardan a todos aquellos que
han sido seducidos por el poeta jerezano.
Yo diría que el volumen de Fernando Fernández es un
libro sabroso y apasionante, ameno y erudito, y que, pese a su afán
especulativo y de indagatoria, sortea victoriosamente lo que Gabriel Zaid ha
denominado, atinadamente, las “lecturas judiciales” de la “industria
lopezvelardeana”, pues aun reconociendo que hay tantas cosas herméticas y aun
esotéricas en la poesía de López Velarde, el autor de Ni sombra de disturbio procede
con gran lucidez (racional y emotiva) a fin de que los cinco ensayos que
componen su libro no desemboquen en la corriente especulativa amarillista, tan
a la moda, que muchos académicos e investigadores, e incluso poetas, han
adoptado de la escuela de Jaime Maussan y sus paranormales misterios sin
resolver. No exageramos si decimos que a mucha de la hermenéutica literaria de
hoy lo único que le falta es ahondar en los universos alienígenas para explicar
algo demasiado terreno como es la literatura que, de una u otra forma, procede
de la realidad. Cuando la investigación literaria se convierte en exquisita
resolución de acertijos, todos salimos perdiendo y los lectores se aburren.
Si decimos, por ejemplo, que López Velarde tuvo
premonición de su muerte y que esto lo expresó en su poesía, es no decir nada
sino un lugar común y una inocentada que parece muy profunda, pues desde los
primeros hasta los últimos versos del autor de La sangre devota,
pocas cosas hay que no hablen de la muerte, e incluso de su muerte,
pero la muerte es tema universal de los poetas, al igual que lo son el amor, la
desdicha, la soledad, el remordimiento, la inquietud, la amargura, etcétera.
Ni sombra de disturbio es un libro apasionante porque recoge todas las pistas posibles
para el juicio literario que, por cierto, jamás lograremos que sea unánime y no
solo en el caso de López Velarde sino en el caso de cualquier escritor tan
complejo. Estas pistas, apreciaciones, juicios, certezas e intuiciones, de
destacados estudiosos lopezvelardeanos (o lopezvelardianos, como desea
Fernando) sitúan la crítica y la explicación desde perspectivas formales,
estéticas, religiosas, filosóficas (especialmente metafísicas) y desde luego
biográficas y testimoniales. El ensayo inaugural del libro (“Retrato del primer
López Velarde”) aborda el tema de la obra poética que el autor de “La suave
patria” no incluyó en libro, en la cual advierte que hay lo mismo “inepcias
poéticas” que textos más que decorosos y versos singulares que ya anuncian al gran
poeta.
Con dedicación y precisión de cirujano, Fernando
Fernández va examinando poemas y versos, ideas e influencias, equidistancias y
confluencias, auxiliado por los estudios y testimonios de otros adictos de la
poesía de López Velarde con cuyas opiniones unas veces está de acuerdo y otras
no. El estudio de los primeros poemas de López Velarde arroja mucha luz sobre
lo que será su obra madura, y en este punto el autor de Ni sombra de
disturbio es particularmente incisivo en sus ejemplos y paralelismos.
El segundo ensayo es de algún modo un tributo
sentimental hacia un poeta olvidado, Alfonso Camín, español mitómano y vanidoso
a quien López Velarde le dedicó un célebre poema, que es célebre por las
imágenes y el magistral lenguaje del autor, pero no por algún valor literario
considerable del destinatario. Más allá de la amistad que unía a López Velarde
con Camín y que este pregonaría a lo largo de toda su vida, Camín es en
realidad un poeta menor y un editor de cierta utilidad que, sin embargo, nunca
entendió (o no quiso aceptar) que los poemas de amigos y los tributos de
amistad entre escritores son, por lo general, testimonios de cortesía (incluso
de Borges hacia Alfonso Reyes), y que si López Velarde escribió: “Equidistante
del rosal y el roble / trasnochas, y si busco en la floresta / de España un
bardo de hoy, tu ave en fiesta / casi es la única que me contesta”, esto no
quería decir que lo estimaba entre los más grandes poetas españoles, sino entre
los cercanos amigos que, además, se esfuerzan por hacerse necesarios cuando no
indispensables.
El texto que Fernando Fernández dedica al episodio
Camín-López Velarde es un ensayo de rescate y de valoración, es decir del
rescate de un personaje (realmente un “personaje”) que estuvo cerca de López
Velarde, y la valoración en claroscuro de tal relación. Es explicable que Camín
tenga el mayor aprecio en su tierra natal (con un énfasis a tal grado
provinciano que más bien mueve a compasión: “de él se hablará tanto como de
Rubén Darío”), y que los juicios más desorbitados sobre su obra sean
precisamente autoelogios: “Oigan ustedes este poemita... y a ver si puede
compararse conmigo ninguno de estos poetillas universitarios por el estilo de
Alberti y García Lorca”. A juzgar por los poemas que podemos leer de él en internet
(incluido “Macorina”), el gijonés tenía una desmedida valoración de su obra.
Los dos ensayos más personales de Fernando
Fernández en Ni sombra de disturbio son “La maestra del mundo”
y “El candil”. El primero sobre un diálogo con los libros y con ciertas
ediciones que lo llevan a algunas imágenes y expresiones de López Velarde que
provienen de antiguas obras y decires españoles. El segundo, sobre el destacado
poema de López Velarde inspirado en el candil en forma de bajel que se
encuentra en la iglesia de San Francisco en la ciudad de San Luis Potosí. Son
dos breves textos de gran emotividad que arrojan luz sobre aspectos muy
concretos: los giros del lenguaje y la procedencia de ciertos temas que se
convirtieron en símbolos personales del poeta.
El texto central y más significativo de Ni
sombra de disturbio es sin duda el ensayo “El enigmático caso de ‘El
sueño de los guantes negros’”, en el cual Fernando Fernández es exhaustivo y
contagia su felicidad lectora de explorar y tratar de explicarse y de
explicarnos a detalle uno de los grandes poemas de López Velarde: el póstumo e
impar “El sueño de los guantes negros”, acerca del cual tanta tinta ha corrido
sin que en realidad los estudiosos puedan ponerse de acuerdo. En realidad, no
se pondrán de acuerdo jamás, porque casi todo es especulación e hipótesis.
Son tantas las hipótesis, tantas las
interpretaciones y tantos los referentes cultos y simbólicos de este poema
encontrado luego de la muerte del poeta (entre sus papeles personales) que
mantendrá su carácter de inconcluso no únicamente porque su original manuscrito
resulta ilegible en algunos versos y términos, sino porque también, como
sospecha y colige razonablemente Fernández (a partir de ciertos testimonios),
era de alguna manera un borrador ya algo avanzado de un poema que el autor
había leído a sus amigos en más de una ocasión pero que no había pasado en
limpio ni reescrito en tinta, sino dejado en la versión provisional a lápiz
sobre un papel membretado del diarioExcélsior. Por ello era sin duda un
borrador y no un poema que estuviese ya listo para la imprenta, lo que tampoco
evita que sea uno de sus grandes poemas, lo mismo si lo escribió antes o
después de “La suave patria”.
Los misterios que encierra este poema son
abundantes, y los estudiosos se han afanado en tratar de resolver con cruce de
informaciones, testimonios y hasta interpretaciones psicoanalíticas, sus
referentes y significados, todo ello ante la imposibilidad, también, de
recuperar las palabras que o bien faltaban de origen en el manuscrito o bien se
borraron de la escritura a lápiz como suele creerse en la hipótesis más
extendida. Fernando Fernández aporta un ensayo de gran utilidad que recoge las
diversas interpretaciones que existen al respecto, desde las que tienen que ver
con lo onírico hasta las más racionales y psicológicas que echan mano, en gran
medida, de la tendencia declarativa necrófila de López Velarde.
Las fuentes en las que abreva Fernández son las
mejores y más sólidas. “Pero lo más apasionante —concluye el autor— quizá sea
que el enigma se mantiene y la puerta a las interpretaciones queda abierta”. Y,
en cuanto a la posibilidad de leer el poema completo (sin las omisiones o
pérdidas en el papel), Fernando Fernández (que tuvo ante sus ojos el manuscrito
original) opta por lo más razonable: “Si no fue posible leerlo completo cuando
murió López Velarde, mucho menos lo es ahora, casi un siglo después. Pero lo
que vemos ofrece algunos cuestionamientos problemáticos y hasta alguna
sorpresa”.
Esta última, la sorpresa, que descubre el autor en
el manuscrito original, entre otros detalles dignos de mencionarse, es que uno
de los versos ya fijados en las ediciones canónicas (“libre como cometa, y en
su vuelo”), tiene un artículo indeterminado que ha pasado inadvertido para
todos y, entre ellos, especialmente pasó inadvertido para José Luis Martínez,
su editor. El verso dice, en realidad, tal como lo leyó Fernando en el
manuscrito: “libre como un cometa, y en su vuelo”. Todo esto sugiere
que la poesía y la vida de López Velarde siguen teniendo zonas oscuras, pero
que más allá de ellas o incluso por ellas, continúa apasionando a viejos y
nuevos lectores, algunos de los cuales, como Fernando Fernández, siguen
explorando ese pozo de ciencia y saber, con deleite y amable erudición.
Quizá no sea impertinente de mi parte cerrar esta
reseña con un apunte simple, opuesto por completo a la industria hermenéutica
lopezvelardeana de la que habla Zaid y que, en efecto, existe. Se trata de la
obviedad (que, por serlo, carece de buena prensa) de que “El sueño de los
guantes negros” pueda ser, ni más ni menos, un sueño: literalmente, como lo
define el diccionario de la lengua española, una “sucesión de imágenes que se
representan en la fantasía de alguien mientras duerme”. La debilidad de esta
hipótesis es que López Velarde, que les leyó el poema a sus amigos, jamás les
dijo que el texto era la transcripción de imágenes que recibió mientras dormía.
Pero también es sensato preguntarnos si tenía obligación alguna de informarles
algo así. Esta posibilidad (la del simple sueño) no es glamorosa en absoluto ni
demasiado misteriosa ni suficientemente enigmática para merecer gran atención, pero
es justo advertir que no sería el primer texto literario que surgiera y se
transmutara de los sueños que, a fin de cuentas, no escapan a la realidad más
prosaica de quien sueña.
Cito nada más un ejemplo: “Casa tomada”, de Julio
Cortázar, uno de los mejores y más enigmáticos cuentos de este gran escritor
argentino, y que la hermenéutica académica ha fatigado vinculándolo a la
protesta política, al antiperonismo y al incesto, antes, y aun después, de que
Cortázar confesara lo siguiente en una entrevista a Evelyn Picon Garfield (Cortázar
por Cortázar, Universidad Veracruzana, 1978):
Cuando yo escribí ese cuento era una mañana de
mucho calor en pleno verano de Buenos Aires; yo estaba en pijama, me acuerdo
muy bien, me acababa de levantar de la cama a las siete de la mañana con una
sensación de espanto porque acababa de soñar el cuento. Es uno de mis cuentos
más oníricos. Yo soñé no exactamente el cuento, sino la situación del cuento.
Allí no había nada incestuoso. Yo estaba solo en una casa muy extraña con pasillos
y codos y todo era muy normal, ya no me acuerdo de lo que estaba haciendo en mi
sueño. En un momento dado desde el fondo de unos de los codos se oía un ruido
muy claramente y eso era ya la sensación de pesadilla. Había algo allí que me
producía un terror como solo en las pesadillas. Entonces yo me precipitaba a
cerrar la puerta y a poner todos los cerrojos para dejar la amenaza del otro
lado. Durante un minuto me sentí tranquilo y parecía que la pesadilla volvía a
convertirse en un sueño pacífico. Pero entonces de este lado de la puerta
empezó de nuevo la sensación de miedo. Me desperté con la sensación de angustia
de la pesadilla. Me acuerdo muy bien que tal como estaba, en pijama y sin
lavarme los dientes ni peinarme, me fui a la máquina y en una hora estuvo
escrito. Por razones técnicas nacieron los dos hermanos y se organizó todo el
contenido del cuento. Es mi pesadilla la que hay que analizar. [...] Para mí no
tiene absolutamente ningún contexto de ninguna naturaleza salvo la pesadilla.
[...] No le di el menor sentido político.
Si López Velarde soñó su poema, o la situación de
su poema, no podremos saberlo nunca. Por supuesto, ni en la literatura ni en
ninguna otra circunstancia de la vida las cosas son tan simples ni tienen que
ser tan prosaicas, pero tampoco tendrían que ser, siempre, tan misteriosas o
inexplicables nada más para que los profesores busquen significados escondidos.
Recordemos a aquel profesor que le preguntó a sus alumnos qué significado tenía
la letra “e” invertida en la portada de Cien años de soledad, cosa
que no sabía, dice García Márquez, ni siquiera Vicente Rojo, el autor del
diseño de tal portada.
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JUAN DOMINGO ARGÜELLES (Quintana Roo, 1958) es
poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus más
recientes libros son: Antología general de la poesía mexicana (Océano
/ Sanborns, 2012-2014), Escribir y leer con los niños, los adolescentes
y los jóvenes (Océano, 2014) y Por una universidad lectora (Laberinto
/ UJAT, 2015).
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