HACIA EL ÁNGEL
BLANDO; blando el cráneo sin vicios,
y el exceso de alimentos líquidos
disuelto en sangre sin arenas. Flúido
donde mueren los sólidos: el carácter,
la seriedad, la respetabilidad, el don
de mando, el sentido de la responsabi-
lidad, la obediencia a la palabra empe-
ñada, el sentimiento de dependencia y
subordinación, la noción de propie-
dad, la consideración al prójimo, el
instinto de vecindad, la previsión, la
ayuda mutua, el carnet de identidad,
el bastón.
y el exceso de alimentos líquidos
disuelto en sangre sin arenas. Flúido
donde mueren los sólidos: el carácter,
la seriedad, la respetabilidad, el don
de mando, el sentido de la responsabi-
lidad, la obediencia a la palabra empe-
ñada, el sentimiento de dependencia y
subordinación, la noción de propie-
dad, la consideración al prójimo, el
instinto de vecindad, la previsión, la
ayuda mutua, el carnet de identidad,
el bastón.
Blando, blando el cráneo sin vicios,
y sin tegumentos confusos los tejidos.
Su voluntad no pudo criar los huesos. Era
incapaz de no entender. Y con la se-
milla de cada ofensa recibida, cultiva-
ba en tiestos, en vez de cóleras, gra-
ciosos Montaignes de salón.
Blando, blando el cráneo sin vicios
y siempre como asno tierno, todavía
plástico al espíritu. Milagro que no fue-
ra estéril, él tan desasido de vísceras,
y su misma fisiología tan escurrida en
embudo hacia el chorro de las ideas.
Mordido de la enfermedad, casi no es-
cupía síntomas: sólo la imaginación
daba señales de padecimiento. Era su
cuerpo transparente, maleable. Con-
traía males al contagio de una palabra.
Blando, blando el cráneo sin vicios,
fontanela a todo servir, mollera sin ce-
rrar, suturas abiertas, mente sin aristas
ni callos, moral sin principios, sistema
en constante reforma, alma -si no ra-
mera, porque ni alquilona ni desga-
nada- sí, en cambio, apetitosa y se-
dienta, lúbrica de nociones y cosas,
anhelante de ser poseída a cada mo-
mento por otro soplo de la brisa: luju-
riosa yegua de Andalucía, cambiante
nube sin miedo a su íntima tempestad.
Blando, blando el cráneo sin vicios;
hasta donde llegó tarde el vino, cuan-
do ya no podía hacer daño: como si
de tanto esperar, el vino hubiera pur-
gado sus venenos; hasta donde el hu-
mo del tabaco subió tan despacio que
se descargó de nicotina; adonde el tem-
blor de amor incesante, si mala costum-
bre a los comienzos, acabó en legítima
naturaleza y propia esencia.
De modo que la plancha ardiente
evaporaba y deshacía al instante toda
gota de vida. De forma que no pudo
haber resquicio al rencor, ¡El panal tan
lleno de abejas! De suerte que no per-
cibía los obstáculos, pues ¿qué sonám-
bulo tropieza? De manera que, blando
e informe, entró, quién sabe cómo,
igual que un grande rayo de acero, has-
ta el cielo de la libertad.
Alfonso Reyes
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