Hoy 12 de diciembre. Se celebra la extraña relación de la población mexicana con la Madre, la Diosa, la Tierra, la que llaman Guadalupana...Hoy 12 de diciembre, quiero volver a compartir este texto publicado en mi blog el año pasado y que escribía solicitud de una revista catalana que, ya estoy segura, nunca se va a publicar. Pero el texto está aquí y me gusta.
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Tonantzin
¿Auh cuix ye tehuantin toconitlatozque in huehue tlamaniliztli,
in chichimeca tlamaniliztli, in tolteca tlamaniliztli,
in colhuaca tlamaniliztli, in tepaneca tlamaniliztli?
Ce ye iuhca toyollo ipan yolihua, ipan tlacatihua, ipal nezcatilo,
ipal nehuapahualo, inin nonotzaloca, inin tlatlauhtiloca.1
in chichimeca tlamaniliztli, in tolteca tlamaniliztli,
in colhuaca tlamaniliztli, in tepaneca tlamaniliztli?
Ce ye iuhca toyollo ipan yolihua, ipan tlacatihua, ipal nezcatilo,
ipal nehuapahualo, inin nonotzaloca, inin tlatlauhtiloca.1
Hubo un tiempo en que la representación de la virgen de Guadalupe era inexistente. Y también lo era ella. El cerro del Tepeyacac era sitio sagrado consagrado a Nuestra Madrecita, Teotonantzin, la madre de todos los dioses, que es Tonantzin, la que dio a luz a todos los seres que reptan, vuelan, saltan, caminan, corren, nadan. De los que se mecen con el viento. De lo visible y lo invisible. De su vientre que no es vientre brota el agua, de su cuerpo que no es cuerpo la tierra, de la tierra que es nace el maíz, Teocintli / Cintéotl, su hijo bien amado.
Tonantzin, la de los mil nombres, recibía ahí, en el Teocalli del Tepeyacac, veneración y reverencia mexica, que grabó su gloria en sus piedras para que nunca venga el olvido. Y al Tepeyacac llegan procesiones de texcocanos, tlatelolcas, chalcas, tepanecas, coyoacas, los de Acolman, Culhuacan e Iztapalapa, Atlapulco. Y aún más allá del gran lago concurren a verla gentíos, porque su poder es tan antiguo que se pierde en la noche de los tiempos, de las cuevas, de los caminos andados. Los mexicas construyeron el Teocalli, pero Tonantzin ya estaba en los corazones vivos, en los cantos profundos, en las flores de todos los días.
Ahí habita, en el corazón macehual, en el granito de maíz, en el acocil. Lo saben las manos que aran, los pies que levantan el polvo, las pieles que reciben el calor del sol. Ella nunca se ha ido. Ella se sabe fuera del tiempo pero le duelen sus criaturas. Ya volvía por la noche a llorar, se lamentaba. Sabía que la rueda da vueltas y acaban unos para empezar otros, y otros, y otros, hasta que ya no quede nadie para quemar su incienso ni voces que agradezcan quedito en sus corazones. Nadie que reciba la lluvia en la cara ni cenzontle que cante en mil lenguas.
Hubo un tiempo entonces que la rueda dio un brusco giro. Las llamas se mezclaron con las lágrimas de los hijos de la tierra y el agua. Los gusanos se pusieron gordos y la sangre corrió imparable para honrar a dioses-diablos. A diablos-dioses que llegaron allende el mar y con ellos el metal que mata y unos hijos que reniegan de ella con palabras falsas y olores fuertes. Cayeron las piedras del Teocalli, a los cerros les crecieron altas casas que ocultaron las casas de los dioses. El lago se tornó rojo y triste. Y Tonantzin se quitó el tocado.
Hubo un tiempo en que las calles se llenaron de otra gente y el lago se fue llenando de amarga sal. Tonantzin sin embargo sigue ahí y lo saben. Ellos y los otros, porque ellas nunca olvidan. Los dioses y diosas nuestras fueron humilladas, destruidas, envilecidas. Es el tiempo de la cruz sangrienta, de la espada sangrienta. El tiempo triste y miserable.
Pero Tonantzin sigue ahí. Sus criaturas continúan venerándola en el Tepeyacac que ahora se llama Tepeyac. Y los otros lo ven y le cambian el nombre y el tocado y le amarran historias a sus manos y a sus pies ahí donde había cascabeles. Y le dan un nombre de otro pueblo que probó la sangre de la misma espada y la misma cruz y la llaman Guadalupe, como un río donde se guardan los lobos. Pero ni el nombre ni la ropa importan. Ni las historias.
Hubo un tiempo en que Tonantzin-Guadalupe latía fuerte en el corazón de las criaturas de la tierra, sus hijitos, sus hijitas. La memoria de otros tiempos era tan sutil como el oráculo en el agua por lo que los cantos cambiaron y los sacrificios y los rituales pero no la adoración. Aún concurre a su templo gran gentío desde todos los rincones de la nación mexicana y más allá, porque su poder trasciende las fronteras humanas. Los otros ahora son parte de nosotros, en parte. Pero los dioses-diablos siguen exigiendo sus ofrendas de oro de todos los colores y sus sacerdotes humillan, destruyen, envilecen a Nuestra Madre. Tonantzin se sabe fuera del tiempo, pero le duelen sus criaturas, que le lloran incansablemente sus miserias.
Hubo un tiempo en que la devoción hizo concurrir gentíos a los pies del Tepeyac. Pero lo único que queda, parece, es el llanto y la tristeza. Tonantzin es su escudo y cobija pero no la escuchan. Porque Ella no está en el Tepeyac sino en la tierra que pisan, el agua que beben, la sombra del huizache, el ahuehuete y el ahuejote. Les habla cuando muerden la tortilla, tlaxcalli de todos los días, cuando el sol quema más las pieles y cuando se oye el silencio de los cantos.
Hubo un tiempo en que el corazón de sus criaturas se hizo amargo en el olvido y ya no reconoció a su hermano. Los gritos de guerra ensordecieron su ser y cortó cabezas y troncos y matas de maíz. Ya no quiso al agua ni a la tierra y se humilló, destruyó, envileció adorando lo que no es, no sirve, no vive. Y ya nadie recibe la lluvia en la cara ni se oyen las voces del cenzontle.
Pero Tonantzin sigue ahí.
Tonantzin, la de los mil nombres, recibía ahí, en el Teocalli del Tepeyacac, veneración y reverencia mexica, que grabó su gloria en sus piedras para que nunca venga el olvido. Y al Tepeyacac llegan procesiones de texcocanos, tlatelolcas, chalcas, tepanecas, coyoacas, los de Acolman, Culhuacan e Iztapalapa, Atlapulco. Y aún más allá del gran lago concurren a verla gentíos, porque su poder es tan antiguo que se pierde en la noche de los tiempos, de las cuevas, de los caminos andados. Los mexicas construyeron el Teocalli, pero Tonantzin ya estaba en los corazones vivos, en los cantos profundos, en las flores de todos los días.
Ahí habita, en el corazón macehual, en el granito de maíz, en el acocil. Lo saben las manos que aran, los pies que levantan el polvo, las pieles que reciben el calor del sol. Ella nunca se ha ido. Ella se sabe fuera del tiempo pero le duelen sus criaturas. Ya volvía por la noche a llorar, se lamentaba. Sabía que la rueda da vueltas y acaban unos para empezar otros, y otros, y otros, hasta que ya no quede nadie para quemar su incienso ni voces que agradezcan quedito en sus corazones. Nadie que reciba la lluvia en la cara ni cenzontle que cante en mil lenguas.
Hubo un tiempo entonces que la rueda dio un brusco giro. Las llamas se mezclaron con las lágrimas de los hijos de la tierra y el agua. Los gusanos se pusieron gordos y la sangre corrió imparable para honrar a dioses-diablos. A diablos-dioses que llegaron allende el mar y con ellos el metal que mata y unos hijos que reniegan de ella con palabras falsas y olores fuertes. Cayeron las piedras del Teocalli, a los cerros les crecieron altas casas que ocultaron las casas de los dioses. El lago se tornó rojo y triste. Y Tonantzin se quitó el tocado.
Hubo un tiempo en que las calles se llenaron de otra gente y el lago se fue llenando de amarga sal. Tonantzin sin embargo sigue ahí y lo saben. Ellos y los otros, porque ellas nunca olvidan. Los dioses y diosas nuestras fueron humilladas, destruidas, envilecidas. Es el tiempo de la cruz sangrienta, de la espada sangrienta. El tiempo triste y miserable.
Pero Tonantzin sigue ahí. Sus criaturas continúan venerándola en el Tepeyacac que ahora se llama Tepeyac. Y los otros lo ven y le cambian el nombre y el tocado y le amarran historias a sus manos y a sus pies ahí donde había cascabeles. Y le dan un nombre de otro pueblo que probó la sangre de la misma espada y la misma cruz y la llaman Guadalupe, como un río donde se guardan los lobos. Pero ni el nombre ni la ropa importan. Ni las historias.
Hubo un tiempo en que Tonantzin-Guadalupe latía fuerte en el corazón de las criaturas de la tierra, sus hijitos, sus hijitas. La memoria de otros tiempos era tan sutil como el oráculo en el agua por lo que los cantos cambiaron y los sacrificios y los rituales pero no la adoración. Aún concurre a su templo gran gentío desde todos los rincones de la nación mexicana y más allá, porque su poder trasciende las fronteras humanas. Los otros ahora son parte de nosotros, en parte. Pero los dioses-diablos siguen exigiendo sus ofrendas de oro de todos los colores y sus sacerdotes humillan, destruyen, envilecen a Nuestra Madre. Tonantzin se sabe fuera del tiempo, pero le duelen sus criaturas, que le lloran incansablemente sus miserias.
Hubo un tiempo en que la devoción hizo concurrir gentíos a los pies del Tepeyac. Pero lo único que queda, parece, es el llanto y la tristeza. Tonantzin es su escudo y cobija pero no la escuchan. Porque Ella no está en el Tepeyac sino en la tierra que pisan, el agua que beben, la sombra del huizache, el ahuehuete y el ahuejote. Les habla cuando muerden la tortilla, tlaxcalli de todos los días, cuando el sol quema más las pieles y cuando se oye el silencio de los cantos.
Hubo un tiempo en que el corazón de sus criaturas se hizo amargo en el olvido y ya no reconoció a su hermano. Los gritos de guerra ensordecieron su ser y cortó cabezas y troncos y matas de maíz. Ya no quiso al agua ni a la tierra y se humilló, destruyó, envileció adorando lo que no es, no sirve, no vive. Y ya nadie recibe la lluvia en la cara ni se oyen las voces del cenzontle.
Pero Tonantzin sigue ahí.
Elizabeth Ross
Para mi papá, que nunca fue guadalupano.
Tenochtitlan, 23 de abril del 2015
Para mi papá, que nunca fue guadalupano.
Tenochtitlan, 23 de abril del 2015
1: De In tlamantinime ihuan teopixque intlahtol , Palabras de los sabios y sacerdotes: “ Y ahora nosotros, ¿destruiremos la antigua regla de vida? ¿la de los chichimecas, de los toltecas, de los acolhuas, de los tepanecas? Nosotros sabemos a quién se debe la vida, a quien se debe el nacer, a quien se debe el ser engendrado, a quien se debe el crecer, cómo hay que invocar, cómo hay que rogar”. Traducción de Miguel León-Portilla. La tinta negra y roja, antología de poesía náhuatl. Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg/Era/Colegio Nacional. 2008
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