lunes, 2 de mayo de 2016

EL VUELO DE ANSELMO, Ricardo Iribarren (Mar del Plata, Argentina)


  • Ricardo Iribarren
    La Agonía del Unicornio (38)

    El Vuelo de Anselmo
    Ricardo Iribarren

El doctor Petrov recordó uno de los principios del chamanismo: “Comer y ser comido son una ley del espíritu que predomina en todo el universo”. Ahora, el propio Petrov era el bocado.

El Vuelo de Anselmo y la Soledad de Petrov

1Anselmo: según los parámetros qué nos informan de la realidad, este salón donde nos encontramos, no existe. Necesito saber si estás de acuerdo con esta sentencia y en caso afirmativo, cómo la aplicas a la teoría de los dos vientos.

Parado, en posición de firme, Anselmo, el mayordomo escuchaba en silencio al Doctor Petrov. Para la ocasión, llevaba librea y polainas y en la cabeza lucía una ajustada peluca blanca y empolvada. Sostenía entre las manos un prolijo atado de papeles. Aquella mañana, después del ritual que fuera acompañado de una violenta explosión, el galeno ordenó que redactara un ensayo sobre los dos vientos: el que soplaba cargado de vacío y su contraparte, el que debiera circular cargado de sustancia.

Anselmo cumplió estrictamente el mandato de Petrov. Lo hizo con el mismo espíritu con que ordenaba las tareas del día a lavanderas, y cocineros; con el mismo celo con el que aseguraba las puertas de la mansión al caer la tarde. Años atrás, el médico le había exigido que viajara a la Selva de Iquitos donde sería recibido por reputados chamanes que lo prepararían para convertirlo en un poderoso mago. El mayordomo cumplió sus estudios, acatando con obediencia ciega las órdenes de Petrov. Al regresar demostró una capacidad especial en las antiguas artes y desde entonces ayudó al médico con sus experimentos y la preparación de complicadas ceremonias. Petrov sugirió muchas veces que el mayordomo elaborara sus propias pócimas, que asistiera a las reuniones secretas de los magos, que formara grupos de siete para efectuar rituales en la luna nueva; en suma, que actuara con total independencia. Anselmo, cuya virtud principal seguía siendo la obediencia, se negó en forma pertinaz a actuar por sí mismo. En una ocasión replicó a su amo: “No estaría contento si llegara a parecerme a usted, Dr. Petrov. De ocurrir eso, no podría servirlo y hacerlo feliz”.

Si este ámbito es irreal, todo lo que encierra también estaría contagiado de la irrealidad, empezando por esta enorme cucaracha, por ti, por mí y por todos los que han entrado en el salón. Digamos que la brutal explosión que ha producido el uranio tampoco existió. Que no son ciertas la sangre, las entrañas y las extremidades del toro que salpican todo; los resultados del ritual que efectuamos, se contaminarían de inexistencia. Entonces te preguntarás, que sentido tiene haber elegido este sitio para cumplir con una ceremonia tan importante como el abrazo entre Mika y el unicornio, siendo el uranio el intermediario, Los efectos reales del encuentro nunca se cumplirían; el unicornio no podría resucitar y a esta altura debería estar muerto... Anselmo, es sumamente importante tu opinión.

El mayordomo tosió brevemente antes de contestar.

―Doctor Petrov Usted dice que el salón no existe porque las señales más evidentes afirman que en este lugar no entra en las leyes de la observación y de la lógica. Reconozco que estos son los criterios actuales que permiten definir qué es real y qué no, así que estoy de acuerdo, con sus afirmaciones, pero efectuando una pequeña salvedad: lo que asegura en relación al salón es aplicable a todas las instancias de lo que llamamos realidad. Todo es irreal. Todo participa de la esencia de los sueños. Todo, con excepción del viento. En su carácter incorpóreo, no hay nada más cierto que la brisa o que el huracán. Cuando en un futuro más o menos lejano el mundo se destruya, sólo el viento soplará entre los bloques de la nada.

―Anselmo, me has dado una respuesta excepcional. Con esto has llegado al núcleo de lo que te he pedido en el día de ayer: un estudio de los vientos, En esos papeles que sostienes, debes haber volcado tus conclusiones. Estoy dispuesto a escucharte.

El mayordomo suspiró y al sacudir la cabeza, la peluca emitió una pequeña nube de polvo

―El viento cargado de vacío es propio de esta época. Sopla para limpiar todas las ilusiones acumuladas en nuestra epidermis. Sin embargo, la gente lo toma como parte de esa ilusión. Algo que llega para satisfacer nuestros deseos. En el día de ayer, como parte de este informe observé por televisión que se promocionaba este viento como exfoliante de la piel. Una modelo exhibía su cuerpo luego de haberse sometido a una sesión en la parte baja de la casa donde usted permitiera permanecer a ella y al equipo que la filmaba. Nadie piensa que si el fenómeno durara un día entero y en el mismo se colocara una persona bajo su influjo, en pocas horas sólo quedarían los huesos, es decir lo más básico; lo que nos constituye y que no está sujeto al glamour y a la pompa.

Anselmo se interrumpió para ordenar las notas. El doctor Petrov se sentía incómodo al ver que el mayordomo permanecía de pie, con la espalda recta y el constante aspecto de solemnidad hierática. De ordenarle que se siente en uno de los tres sillones mullidos, el sirviente se negaría; una exposición como las que le solicitaba el doctor Petrov debía ser pronunciada en posición vertical.


2La última de las ceremonias realizadas en el salón inexistente de la versión subterránea de la mansión de Petrov, llevó el nombre de “Ritual del Uranio” y sería considerada por magos y chamanes del mundo entero como “el más importante y completo de los rituales efectuado jamás en cualquier rincón de la tierra y en cualquier época.”

El objetivo de la ceremonia era interrumpir la agonía del unicornio, cuya Cripsis humana se desarrollara hasta mostrarlo como un famoso escritor. Un año atrás, la conductora Irma La Morte, en un fallido intento por seducirlo, había tomado en la mano el corazón del hombre. En el momento en que lo sujetaba, el disparo de un soldado le atravesó la cabeza, inoculando la muerte en el órgano vital que en los unicornios funciona como un vaso encargado de recibir y volcar la sangre.

El centro del ritual organizado por Petrov, fue el abrazo entre el escritor y el habitante del Mudo sin Nombre, que tomara el aspecto de una hermosa muchacha llamada Mika. El objetivo era devolver la vida plena al unicornio. Hasta el momento, la relación entre la joven y el escritor se había basado en una persecución constante y cuando estaban a punto del contacto físico, se apartaban uno del otro. Por primera vez ambos deberían abrazarse para sacar al unicornio de su agonía. Las brillantes partículas de uranio alineadas en el pecho del yacente, serían el único intermediario. Al estrecharse los cuerpos, el material radiactivo produciría una suerte de explosión hacia adentro. Esto bastaría para detener el proceso de la muerte.

El médico no conocía experiencias previas de una ceremonia semejante. Había elaborado el ritual partiendo de deducciones, y no sabía si luego del “Abrazo Colosal”, como lo llamaba, la recuperación del escritor sería inmediata o si debía esperar algún proceso extraño y complicado. Una de sus máximas era “con los Unicornios, nunca se sabe…”.

Precedió a la ceremonia una danza sagrada que el galeno debía ejecutar desnudo, luego de haber invocado a los dioses menores que tomaron la forma de cuatro homúnculos. Una misteriosa y bella muchacha, que también respondiera al llamado, danzó con él. Al pasar los minutos, se transformó en una desagradable anciana y finalmente en un toro furioso de varias toneladas. La mujer era la propia Irma La Morte, quien desde la muerte no cejaba en apoderarse del escritor. El toro era su tío, el Camahueto unicornio de la isla de Chiloé. Había llegado dispuesto a evitar el abrazo entre el agonizante y la bella Mika, de quien estaba enamorado y a la que llamaba “mi vaquillona”.

Habitante de la muerte, sin importarle la destrucción propia y de los otros, el Camahueto buscaba que las partículas de uranio alineadas en el pecho del escritor produjeran una reacción en cadena. El resultado de la misma, no sólo sería la destrucción de aquel salón y de quienes lo ocupaban, sino que evaporaría la ciudad y sus efectos se harían sentir en el planeta.

Cuando se produjo la explosión, la bella Mika expresó una facultad congénita de los seres del Mundo sin Nombre: la capacidad de convertirse en nada por un momento infinitesimal. El cuerpo de la joven se transformó en una suerte de instantáneo agujero negro y canalizó en sí misma el estallido que abortó en las profundidades del espacio como un bostezo que se interrumpiera de pronto. Mika procuró que una de las partículas de uranio explotara en el vientre del Camahueto. De este modo el toro voló despedazado y los trozos del cuerpo se diseminaron por siete porciones del espacio. A partir de entonces, ignotas leyendas explicarían que en algunos medios crepusculares que aún no llegaran a la forma, un cuerno y un ojo del animal, serían el sol y la luna de un nuevo mundo.

Cuando las nieblas del estallido se hubieron disipado, Petrov descubrió el resultado de la unión entre Mika y el escritor: una enorme y lustrosa cucaracha cornuda, que ocupaba más de la mitad del salón y agitaba ansiosa las largas patas sin moverse de su sitio. Orientada hacia la ventana que daba al este, el enorme apéndice ubicado en la cabeza del insecto, recogía la claridad del día

Tras un cuidadoso examen, Petrov estableció una hipótesis que comunicó a Anselmo: “Mi primera conclusión es que Mika y el escritor formaron un cuerpo con el abrazo y el mismo tomó la forma de esta extraña cucaracha. Pero también sospecho que ambos pueden encontrarse intactos en el útero del insecto. Éste sería una Cripsis de queratina y uranio; una envoltura encargada de protegerlos”

Al realizar algunos estudios de imagen en el interior de la cucaracha, el médico detectó pequeños remolinos de aire, muy concentrado que no dejaban de girar sobre sí mismos. “También concluyo, Anselmo que la cucaracha tiene que ver con el viento. Es más: el insecto es un compacto depósito de huracanes, e ignoro cuál es el sentido de esto”.


3.― Querido Anselmo: hace veinte minutos que hablamos de lo que es real y lo que no lo es, pero no has terminado con tu informe de los vientos. Espero con ansiedad tus conclusiones.

El mayordomo fijó los ojos en el doctor Petrov, acomodó los papeles que sostenía en la mano y empezó a leer, aunque por momentos levantaba la vista para explicar el contenido o hacer aclaraciones al texto.

― El viento cargado de vacío tiende a llevarse los restos de la personalidad. No sólo arrastra las células de la piel física, sino que desgasta la piel de adentro. Con mucha lentitud nuestros pensamientos superficiales se adelgazan hasta desaparecer. Junto a él, doctor Petrov, existe otro viento que quizá haya soplado en tiempos remotos del planeta. Uno, como dije, es el viento cargado de vacío. Al otro lo denominaremos “Viento Cargado de Sustancia”, que se ocuparía antes que nada de hacer crecer un cuerpo y una mente nuevos. Cuerpo y mente que estarían preparados para cumplir en forma material con un axioma que resulta fácil de comprender y difícil de realizar: todo s somos uno; estar separados es sólo una ilusión. El viento cargado de sustancia nos levantaría en el aire y nos llevaría a esa región donde el lobo y el cordero conviven…

Anselmo se interrumpió. Bajo la luz del día, el caparazón de la colosal cucaracha en que se habían convertido Mika y el unicornio, vibraba con reflejos iridiscentes. Alguna vez Petrov había pronunciado una conferencia en la que se refería a la belleza oculta en aquello que nos resulta turbio o problemático: los brillos de la traspiración axilar de la amada, el color carmín que toman los cadáveres o los dientes de las calaveras antiguas brillando como perlas extrañas bajo la luna llena. Ahora, los reflejos que despedía la cucaracha monstruosa, se sumaban a aquel catálogo de bellezas perturbadoras.

Lo que había llamado la atención de Anselmo eran pequeños remolinos se formaban a lo largo de la superficie compacta que cubría el caparazón. Petrov y el mayordomo se acercaron para verlos mejor: Torbellinos grises, azules de pocos centímetros, giraban furiosamente sobre sí mismos.

Con ciertas precauciones rituales que incluían la recitación de una frase poderosa, y un mudra por el cual levantaba hacia arriba los dedos de la mano derecha, el doctor Petrov se arrodilló junto a la cucaracha y colocó el índice en medio de uno de aquellos torbellinos.

―Anselmo: siento una fuerza centrífuga y ala vez centrípeta, con una periferia fría y un centro caliente.

―Periferia fría y centro caliente― murmuró Anselmo mientras buscaba en los apuntes ―…aquí está doctor Petrov: el “Grimorio de Pedro el Sabihondo” afirma que los huracanes con esa característica en vez de dispersar, de arrastrar, de separar, atraen y unen. Si alguna vez soplaran sobre el mundo, la existencia volvería a su origen y el universo quedaría en reposo. Agrega el Grimorio; “Seres, cosas, tiempo, espacio; una tarde de sol; un pétalo que cae; el fantasma de una mirada, todo sería contenido en un punto pequeño”. El viento cargado de sustancia tendría así una característica purificadora y compensadora de la tarea dispersante del viento cargado de vacío. Las cosas volverían a su origen para ser renovadas…

Un ruido súbito como la explosión de una bolsa de palomitas, interrumpió a Anselmo. Uno de aquellos torbellinos había estallado y una brisa tibia sopló en la habitación. Relajaba las extremidades y producía una extraña plenitud en el cuerpo que se acentuaba en el bajo vientre.

―Anselmo, estoy a punto de confirmar que la cucaracha surgida del abrazo entre Mika y el unicornio, produce un viento cargado de sustancia. Una brisa que influye sobre nosotros. Intuyo también que corremos peligro al permanecer aquí.

―Doctor Petrov. Usted me ha indicado que investigue. He podido acumular cierta experiencia en mi carácter de mago mayordomo, y por lo tanto he establecido que este viento al que el Grimorio considera un ser mítico y omnipresente, se genera siempre en organismos que participan de la vida. Esta es una distinción superflua, ya que todo lo que existe vive de alguna forma, pero la movilidad que caracteriza a ciertas formas de existencia es la que genera las brisas cargadas de sustancia. Esta cucaracha es algo vivo. Es el producto de dos elementos que la constituyen y que a la vez permanecen intactos en la intimidad del caparazón. Usted mismo ha detectado los signos vitales propios del escritor al medir latidos y respiraciones. Quizá luego del abrazo y de esta metamorfosis, el unicornio se esté alejando de la agonía. En otro sentido y encaramándome en el atolón de la realidad, puedo manifestar que el viento cargado de sustancia sigue siendo un elemento teórico. Nunca sopló en la mansión y por las noticias que llegaron hasta nosotros, nunca sopló en ningún lugar de la tierra. Entelequia teórica, surge como producto de la deducción básica por la cual si hay un viento cargado de vacío debería haber otro…

Anselmo se interrumpió: un segundo remolino, había explotado en la caparazón de la cucaracha y lo siguieron un tercero y un cuarto. Petrov, que los observaba, advirtió un instantáneo abanico de colores que descompuso la luz del salón, antes que volvieran a sentir con más intensidad los efectos de la brisa.

―Doctor Petrov: usted alguna vez sugirió que cuando no podíamos profundizar lo suficiente las cosas que nos rodeaban, era necesario mantener el silencio de los símbolos y regresar a la rastrera causalidad como si se tratara del ancla que hiciera permanecer a un dirigible unido a la tierra…

“¡Benitoque benitoque!. ¡Que lo que ha subido, caiga en la boca del monstruo y no me toque…!”

Este conjuro, elaborado por primera vez en un idioma antiquísimo, que en su pronunciación recordaba vagamente al latín, fue pronunciado por Petrov en una traducción. Con esto procuró conjurar aunque inútilmente, lo que ocurría a Anselmo: había pronunciado el último párrafo desde el aire y ahora flotaba a unos treinta centímetros del suelo y seguía ascendiendo hacia el techo.

El viento lento y dulce rozó las mejillas de Petrov que estaba cerca de la puerta, alejado de su influencia directa. A diferencia de los tornados o los huracanes, no arrastraba brutalmente. Más tarde, cuando el médico hiciera las exactas y precisas preguntas a las entidades representantes del caos, sabría que aquella brisa no muy fuerte, con un calor delicioso que repercutía en el fondo del paladar, seducía al cuerpo, a las entrañas para que se elevaran en el aire. Luego del rapto, muchos de los que experimentaron aquello, afirmaban que una voz muy tenue hablaba en sus oídos derechos y le sugería que debían volver en cuerpo y alma a aquella matriz tibia de la que alguna vez habían salido.

Quizá fuera por eso que en los casi treinta años que Anselmo servía al doctor Petrov, era la primera vez que su amo lo veía sonreír. No hacía nada por oponerse al vuelo; la boca se arrugaba y el rostro cambiaba en un inesperado júbilo. Acostumbrado a servir a su señor con un aire de solemnidad perpetua, se deshacía ahora en un gozo interior, casi íntimo. De pronto una extraña voltereta lo elevó aún más y lo condujo a la única ventana del cuarto. Con lentitud atravesó los cristales sin quebrarlos y se alejó. Detrás de él volaron los miles de pequeños objetos que se elaboraran para el ritual. Petrov se acercó a la ventana. En su ascenso imparable, el cuerpo del mayordomo giró tres veces y se alejó hasta ser una mancha en el cielo.

En el caparazón de la cucaracha, explotaron otros dos torbellinos. Petrov sintió el olor dulce de la brisa, y una parte de sí mismo se hundió en un sopor delicioso.

“Mamarula Mamarula Dame tus tetas sin forma y sin pezón para hundirme en el caos del principio”.

Repetido tres veces, este nuevo conjuro hizo que la brisa retrocediera y que lo rodeara deteniéndose a un centímetro del contorno del cuerpo. En forma casi instintiva, el médico caminó hasta la puerta, dispuesto a abandonar el salón, pero se detuvo: no debía marcharse a pesar de la amenaza. Allí estaba aquella cucaracha cornuda, gigante, que contenía a Mika y el escritor. El médico se sintió responsable por el unicornio. Debía cuidar que nada le ocurriera.

Una fase del Ritual del Uranio exigía una cuerda unida a las vigas de acero que sostenían la mampostería. El objeto era retener cualquier entidad extraña que irrumpiera en la ceremonia, aunque no dio resultado con la intrusión de Irma La Morte. Petrov sopesó el grueso y áspero cáñamo y lo amarró a la cintura con varias vueltas. Más adelante, bautizaría aquel viento con el nombre de “Sirena”, ya que, como las míticas bestias, seducía con su voz. Por esta razón, permanecer sostenido a un punto fijo, aunque fuera a las resistentes barras de acero, no era ninguna garantía. En el antiguo Grimorio se afirmaba que aquel viento “era capaz de cautivar sin límites a todos los seres de la creación. Un impulso violento que actuaba desde dentro; que rompía voluntades sin que nadie pudiera evitarlo”. Era de suponer que el propio Petrov desataría los nudos y seguiría al mayordomo en aquel misterioso vuelo.

El médico admiraba la temeridad Ulises. Ahora recordó la descripción del héroe atado a la arboladura de la nave mientras las sirenas cantaban; las órdenes que vociferaba a los marineros reclamando su libertad, mientras que los hombres, con los oídos repletos de cera no podían escucharlo. Al efectuar sus prácticas chamánicas, Petrov debía imitar muchas veces a aquel Ulises que se hundía en los extremos del deseo; en la sed que nunca sería saciada.

Ahora el galeno tenía la oportunidad de vencer a aquella fuerza que intentaría seducirlo desde la entraña. El viento necesitaba de su consentimiento, de su deseo de elevarse para ser arrastrado. Confiaba en los conjuros y en la fuerza de voluntad para impedirlo. Reforzó los nudos de la cuerda con lazos complicados que aprendiera en el año que ofició como marinero. Mientras elaboraba las complicadas trabazones, pensó que no tendrían mucho sentido: conocía la forma de deshacerlos, y si el viento triunfaba en la seducción, el artificio sería inútil.

Varios torbellinos pequeños en el caparazón de la tortuga volvieron a estallar. La brisa tibia y lenta se elevó hasta cubrir el techo del salón inexistente. Petrov la sitió como un animal sin forma, acechante; preparado a actuar.


4El médico respiró treinta y cinco veces, llevando el aire al abdomen y dejándolo salir con lentitud. En el intenso entrenamiento que recibiera en Iquitos, había comprobado que la hiperventilación cambiaba el metabolismo del hígado, renovaba la sangre y preparaba el cuerpo para la llegada de una presencia auxiliar. El viento cargado de sustancia acumulado en el techo no tendría las características de un huracán convencional, sino que procuraría seducir la mente y a cada uno de los órganos. El fenómeno sería capaz de argumentar, de insistir en que debía abandonar la tierra y dirigirse a un punto remoto; a perder la conciencia en un ámbito poderoso, tibio y dulce. .

La seducción del viento no se dirigía tan sólo a él. El Grimorio de Pedro el Sabihondo, afirmaba que las construcciones y los objetos que consideramos inanimados también serían convencidos por el viento.

En el caparazón de la tortuga, seguían explotando los remolinos y las brisas cálidas ascendían como columnas de vapor que iban del amarillo al azul intenso. Acumuladas en el techo, unos pocos soplos que bajaban rodeaban a Petrov e intentaban meterse por sus genitales, ombligo o narices. En el Grimorio de Pedro el Sabihondo, se afirmaba que podían atravesar la piel y seducir a cada uno de los órganos. Los argumentos hablarían del dulce oráculo de una tierra pura. El antiguo manuscrito redactado en piel de cabra, también afirmaba que muchos místicos que dejaban la existencia, habrían sido víctimas de aquel viento, al que llamaba “un poderoso mago”.

Petrov pensaba que en otras condiciones, él podría dejarse llevar por la fascinadora brisa; quizá permaneciera un largo tiempo en las fronteras del ser para luego volver. Ahora no podía hacerlo; la presencia lúcida del médico era necesaria en el mundo de las cuatro direcciones. Su ser, sujeto con firmeza a las condiciones del tiempo y del espacio, le servía antes que nada para conjurar la agonía del unicornio; para permitir que recobre su forma y que abandone el grueso caparazón de aquella cucaracha gigante.

―”Anta Anta Anta… que las hormigas me traigan la tierra con forma de planta…”

Tres conjuros y tres mudras sucesivos en los que las manos se retorcían y tomaban la forma de diferentes animales, eran la base de un poderoso llamado. En el techo, los soplos preparaban un asalto definitivo. Quizá se llevara para siempre aquel salón fantasma, que a pesar de la solidez de las paredes, tenían la consistencia de los sueños. Si la protección invocada por Petrov llegara a tiempo, el médico podría salvarse de la catástrofe.

Las brisas emergían como columnas de humo cobrizo de la punta del cuerno de la cucaracha. Petrov las veía balancearse hasta que se concentraban en el techo con un extraño y ominoso gorjeo. Al viento le interesaba el salón: techo, piso, mampostería, pero Petrov era el objetivo principal. Recordó uno de los principios del chamanismo: “Comer y ser comido son una ley del espíritu que predomina en todo el universo”. Ahora, el propio Petrov era el bocado.

“Mama rupa Mama rupa. Que el océano de pan se tienda en el azul…”

En la ventana del salón que daba a la zona sur del parque, saltaron algunas chispas. Petrov suspiró: aquello era un anuncio que la presencia auxiliar que invocara estaba cerca. El galeno ignoraba la formar que tomaría. Las brisas volvieron a desprenderse de la masa acumulada en el pecho. Al sentirlas sobre la piel, Petrov advirtió que eran más potentes y cálidas que las anteriores. Buscaban su ombligo: el agujero del cuerpo más público, lógico y manifiesto. Las sintió recorrer las entrañas y formar una suerte de envoltorio cálido alrededor de los intestinos.

Un estallido de cristales rotos del extremo sur del cuarto anunció la llegada de la presencia. El médico no podía verla. Por el ruido que hacía al desplazarse, parecía arrastrar algo áspero y voluminoso.

―Te pido que me protejas no sólo a mí, sino a la cucaracha que ocupa el salón. Ella es la unión de un habitante del mundo sin nombre y de un unicornio. Ella es sagrada ― pidió Petrov.

El médico aún no podía torcer la cabeza y ver la entidad, pero le resultó familiar la carcajada que lanzó ante sus palabras.

―No puedo proteger a la cucaracha. El viento que quiere llevarte proviene de su cuerpo. La cucaracha vive por su cuenta. Ella es el centro de este salón y de todas las cosas. No tengo imperio sobre ella.

La entidad acabó de entrar en el área visual de Petrov. La parte superior del cuerpo estaba envuelta en una niebla brillante y el médico sólo distinguió los pies: raíces nudosas, llenas de vello; arrastrarse por el piso del salón la obligaba a moverse con lentitud. En el techo las brisas habían vuelto a detenerse y el ruido áspero de los pasos era lo único que rompía el silencio amenazante

Siete ráfagas súbitas descendieron de pronto, atravesaron el abdomen de Petrov y se instalaron en el bajo vientre desatando una melancolía inesperada. Las nubes que acompañaban a la presencia se disiparon y el médico se encontró frente a Karina, la Reina de la Bailanta. Sabía que no era ella. Que la presencia había seleccionado entre recuerdos y afectos para forjar esa forma. Era idéntica al original, con la excepción de los pies. Las enormes tetas se movían como un par de péndulos; los pezones habían crecido y de ellos colgaban animales pequeños y peludos parecidos a ratones.

El viento desde el techo lanzó cuatro nuevas ráfagas. La nostalgia dolorosa se cebó en un punto del bajo vientre de Petrov. Desde allí emitió silenciosas lenguas que llegaron al pecho.

El médico no supo en qué momento la entidad con la forma de Karina lo tomó de las piernas y lo hundió en las tetas como si lo engullera. Con una sensación de alivio, Petrov entró en la vieja calidez de aquellos senos esponjosos, amplios como un océano. Proporcionaban la tibieza que solía buscar para compensar las consecuencias desbordantes de los rituales. En medio de la oscuridad tibia, flotaba una luz azul y constante. Años atrás, el maestro de Petrov en la lejana selva de Iquitos había explicado que el punto luminoso entre las sombras de la mente era “aquello que el fuego no destruye ni el acero puede hendir”.

El viento cargado de sustancia ya no podía influirlo. Lo escuchó bordear las tetas; soplar; girar; buscar un resquicio para entrar y apoderarse de Petrov; lo escuchó platicar con los elementos del salón. A los ladrillos y la mampostería, se dirigía con un tono seco, como los golpes de un tambor. A los insectos y los organismos diminutos que pululaban en el polvo, hablaba con un susurro casi nostálgico. Las cosas y los seres debían realizar un gesto de asentimiento para recibir la influencia de esa brisa; para remontarse en busca del jubiloso origen de todas las cosas.

El cuerpo de Petrov se disolvía sin dolor en la blandura caliente y oscura de las tetas apoteósicas de la Reina de la Bailanta. Como otras veces, se sintió una gota de gelatina en el tejido esponjoso e infinito; un sueño imprevisto lo mostró a si mismo cabalgando huracanes, llegando a los límites de mundos desconocidos y regresando siempre al punto donde la luz azul no dejaba de brillar.

Más allá de las tetas, escuchó como todo se destruía; como el salón inexistente caía y se plegaba a una nada absoluta. Sintió como aquella réplica subterránea de la mansión, atravesaba los espacios, se subía a la cresta de los tornados, ablandaba el mundo y se disolvía en él..

En el silencio la brisa se hizo más poderosa. Aquella luz azul, el punto fresco que compensaba el calor opresivo de las tetas de Karina, era el único sitio seguro. Muelle, ancla, palenque; más fuerte que las columnas de concreto que ahora se disponían a volar por los aires siguiendo los designios del viento cargado de sustancia. Las manos del médico se habían vuelto diminutas y de un intenso color verde. Las vio aferradas a la pequeña y brillante esfera azul; por momentos se resbalaban, pero volvían a asirse con empecinamiento.

Todo terminó en otro sueño. Petrov se paseaba por un mundo desolado. (“La vida estaba en otra parte”, como afirmara Milán Kundera). Seres y cosas habían cedido al llamado del viento cargado de vacío. La enorme cucaracha cornuda en la que se transformaran Mika y el unicornio, seguía convocando a la totalidad de la creación desde un lugar alejado y oculto. El médico era el único que no se plegaba al llamado. Pudo verse desde el aire, desnudo, abatido. Recorriendo los desiertos del planeta en medio de una dolorosa soledad. 

  • Ricardo Iribarren

    Ricardo Iribarren

  • Ricardo Iribarren
    (seudónimo: Gocho Versolari, aplicado a su obra poética)

    Escritor argentino, nacido en 1949 en la ciudad de Mar del Plata. Actualmente reside en Estados Unidos.

    Sus principales publicaciones en papel son “El ángel y las cucarachas”, Mérida Venezuela, 2006 y “La vida está aquí – seis ensayos y siete leyendas sudamericanas” Editorial “Abya Yala” — Buenos Aires — (1992).

    La mayor parte de su obra se encuentra publicada en Internet y es inédita para los circuitos comerciales convencionales.

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