jueves, 15 de septiembre de 2011

EMERGENCIAS

Ser poeta no es una ambiciòn mìa,
es mi manera de estar solo.


FERNANDO PESSOA



UNO


Cierren la puerta, corran los pestillos,
que no se transparenten los recuerdos;
apenas llegò arrastràndose la melancolìa
traìa cascabeles en las patas invàlidas
y roncos atardeceres en el pecho.

Cierren la puerta, corran las cortinas,
que no asome el lucero de la dicha pasada;
alguien olvidò un sobre sin destinatario
por la rendija de mi pecho
y ahora gotean mis manos saludos cancelados.

No olviden cerrar las puertas,
pòngale seguro a los suspiros:
no tiene caso recomenzar cenas nunca iniciadas,
ni querer beber de las copas infèrtiles:
aunque llegue la cama con la luna.

Es mejor no asomarse a los espejos,
rematar las puertas de sol,
vender amaneceres al mejor postor
y recomenzar este camino de cencerro sin reses,
de trovador sin canto,
de plañir sin sollozos
que es la vida.


DOS

Tomo un poco de cristalina, lìmpida voz,
del viento tardeado de los àrboles
para, educado, dar gracias al destino;
cuevas son mirador,
làpidas tribuna sempiterna,
àrboles sombra sol
viento pausa certidumbre
duda ensoñaciòn
oscurece:
para antes de dormir:
mirar al Oriente:
maldecirlo todo
antes de entrar a lo impredecible
para siempre.


TRES

Un ocèano interior se vuelve buche de agua;
el oleaje es sonrojo por la inercia perdida;
un alma que nos sueña se embriaga y nos olvida;
pasa el tren de la noche...
¿acaso descarrila?
Escucha bien,
pelele ser:
tràgate, apasionado olvìdate;
un poco de humildad
te volverà al regazo
del paraìso inencontrado.


CUATRO

Acostùmbrate a mirar la noche
porque el olvido es eterno;
serena tu alma en la soledad
porque Dios puede estar en ningùn lado
y entonces, gota a gota,
la mentira y el orgullo de la humanidad
van a chorrear
a crear un ìdolo feroz
como una estalactita
que harà volcanes en el corazòn
e interiores cascadas
hasta anegar la esperanza
y petrificar
todo posible recuerdo.

Acostùmbrate a mirar la noche,
a carecer de horizonte
y a confundir vèrtigos
con amores.
Petrifìcalo todo,
desde cada rincòn de la tarde
para asir la noche
desde el hondo placer
del fango inodoro
de la tristeza.


CINCO

Hace frìo en lo que dices.
Ya no hay eco en tu pecho.
La nada està asomàndose por nuestras azoteas.
Nos ronronea la muerte.
Candados, seguros, botones,
anillos, valen como ceniza
para este humo interior
que es desierto y clamor,
holganza de la compañìa,
temblor por la prisa
e infantil sorpresa,
verde letanìa
por estar cansado
de tanto nacer,
noche y dìa,
como si crecer
fuera lejanìa.


SEIS

La dicha no habla, es muda.
La edad del sol resulta individual;
indivisible es una afirmaciòn,
multiplicables son las negativas:
cuando quieres aprehender al pez
y describirlo:
en tus manos està la red vacìa.

Si cantas por cantar, no tiene caso.
Si te obligas a orar por los amaneceres,
te enseñaràs a vibrar al mediodìa.
Las tardes apenas inician la lecciòn,
cuando improviso: anochece.
Mejor duerme y calla:
la dicha es muda y canta.
La muerte coro y florece.


OCHO

Son silentes los sueños y las pesadillas;
carecen de olor y sabor los buenos recuerdos
y gritas para que te escuchen:
pero aquì no hay nada,
sino desierto.

El cuento ya empezò.
La historia se termina.
La esperanza està flaca,
enferma, en agonìa;
y antes de que te cubras de gloria
exprèsate,
no olvides:
el silencio al final
es la mejor lecciòn
de honor,
color
y hasta sabidurìa.



(DEL LIBRO VAIVÉN, 1998)
(Cuadernos de Malinalco, No. 35; IMC).

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