viernes, 16 de septiembre de 2011

Raúl Rodríguez Cetina (1953-2009)






Recordar a Raúl Rodríguez Cetina (1953-2009) es entrar a la dimensión de la fatalidad, sin ánimo de intentar colocarse en ese ángulo o perspectiva, queramos que no. Se trató de un hombre signado por el dedo del drama existencial. Y decir eso no sólo hace referencia a su persona, sino también a su obra. Vida y obra pocas veces hacen tan hondo doble carril, como en este caso; paralelismo sin igual que parece signado por el mal fario. Conocí a este yucateco, por otro yucateco, también de nombre Raúl, Cáceres Carenzo; y casi de inmediato nos hicimos amigos. Asi fuí conociendo su novelística que, poco a poco, ocupó un lugar importante en la literatura mexicana contemporánea, como bien da cuenta de ello, por ejemplo, John Stubbs Brushwood (1920-2007), en sus estudios sobre la nueva novelística mexicana de los últimos años del siglo XX, especialmente en su libro “La novela hispanoamericana del siglo XX”.




Prácticamente leí todos sus libros. Todos con el dramatismo de su vida personal. Y los leí todos, desde “El desconocido”, pasando por “Alejamiento”, “Flashback”, “Fallaste, corazón”, “Lupe, la canalla”, “Ya viví, ¿ahora qué hago? Corazón de acero”, “Bellas en su abandono”; sólo en el caso de este último libro, citado así por avatares de la memoria, narraciones cortas (cuentos o biografías); pero las demás, novelas, todas, todas, dedicadas una a una por el puño del autor y con la doble dedicatoria a mi persona y a Emiret, mi compañera (por quien siempre tuvo una manifiesta admiración: “¡Cómo te pareces a, Claudia Sheffer”, le decía. Todas sus novelas eran autobiográficas según lo constaté y comprobé en múltiples charlas con Rodríguez Cetina; y su libro de cuentos, más dedicado a su otra afición, la admiración del mundo femenino y sus íconos. Insisto que me hice lector de la obra de RRC, a excepción de “El pasado me condena”, título que festejó conmigo cuando, vía telefónica me dio la noticia de su aparición, en coedición entre el Ayuntamiento de Mérida y Plaza & Valdés, y que me prometió, para lo cual me solicitó por enésima ocasión mi dirección: “pues te la voy a hacer llegar; con otro ejemplar para Cáceres, pues ya ves que él no tiene dirección”, me dijo. Insisto en que sus novelas, desde la primera hasta la última, son libros sacados de sus vivencias personales, desgarradoras, las más de las veces; libros fatales, desde el primero de ellos, hasta el último –“este es más autobiográfico que los demás”, según palabras del propio Raúl.
En “El desconocido” que salió a luz en 1978, por parte de una editora del sureste mexicano, Duncan editores, y reimpreso por Plaza y Valdés apenas en 2008 (y de algún modo reescrito por RRC), se dibuja la sombría semblanza de un niño que es violado por un hombre mayor y empujado por esa experiencia a la prostitución, en Mérida. Es evidente que se trata de una desgarradora confesión del autor sobre su propia experiencia con la doble moral meridana. Eso lo llevó a ser catalogado como parte importante de la literatura gay de nuestro país, al lado de autores tan importantes como Luis Zapata, Alberto Dallal, José Ceballos Maldonado, Miguel Barbachano Ponce y otros, según estudiosos del fenómeno como José Joaquín Blanco, Rodrigo Laguarda y Héctor Carrillo.




“Flashback” (1982), es la segunda de sus obras, en ella se da subrrayadamente cuenta del espíritu contestastario, inconforme, incómodo, siempre enemigo del establecimiento, de RRC.




En “Alejamiento”, que me parece su mejor obra y acaso la única con la que guardó cierto distanciamiento, aparecida en 1987, se cuenta la vida de una poeta suicida. Es acaso la obra más poética de Rodríguez Cetina pues logra convertir la desdicha en un lago de tranquilidad que acaso nos dice en el entrelineado del apego enfermizo de Raúl por el suicidio. Obsesión que lo llevó en más de una ocasión a intentar fugarse por la llamada “puerta falsa”. Era un caso absoluto de depresivo obseso.




Todas sus obras, como lo relatan en muchos de los casos los títulos mismos, están emparentadas con el cine. Al que RRC tenía un especial afecto y afición. Incluso su ritmo narrativo es, declaradamente, cinematográfico como lo reconocieron importantes críticos literarios nacionales, como Héctor Manjarrez, Sara Sefcofich, Vittoria Borsó, René Avilés Fabila, Margo Glantz, Juan Domingo Argûelles e Ignacio Trejo Fuentes, éste último acaso la última persona con quien Rodríguez Cetina bebió unos tragos, según me lo confesó en la última llamada telefónica que yo le hice, pocos días antes de su trágico fallecimiento a causa de un infarto al miocardio, según lo reza el parte médico oficial, fruto de la autopsia que le practicaran luego de haber muerto como un perro callejero, solo y su alma, hasta que los vecinos, extrañados por su ausencia, pero más que nada por el nauseabundo olor que se desprendía de su vivienda, iluminada desde hacía algunos días, dieron parte a la autoridad que descubrió el cadáver de varios días, según lo consignó, en nota periodística de Milenio, el propio Nacho Trejo el lunes 29 de noviembre. De acuerdo con lo indagado: el suceso, la muerte, ocurrió entre el 20 y el 22 de noviembre, aunque el hallazgo se dió hasta el 25 del mismo mes.




“Fallaste corazón” (1990), es la cuarta de sus novelas, con la que conquistó un buen número de lectores y críticas muy favorables. Sigue la brecha trágica; la brecha cetiniana.




“Lupe, la canalla” (1996) es una novela divertida, con fuertes tintes tragicómicos, pues parte de una relación heterosexual de Rodríguez Cetina con una admiradora que, a final de cuentas, llegó a convertirse en su mecenas y después en una auténtica carga existencial, para Raúl. Los que estuvimos cercanos al autor logramos conocer a esta mujer que iba a convertirse en personaje de una de sus obras más discutidas, y acaso menos logradas de este narrador mexicano.




Con “Ya viví, ¿ahora qué hago...”, se rompe una larga cadena de infertilidad que padeció Raúl por años, tantos que el libro aparece hasta, 2004, Acaso explicada por un proceso muy acelerado de deterioro personal, en la salud física, en el ánimo y en la salud mental de este hombre que parece desprendido de las páginas más desdichadas de la literatura mexicana. Y es precisamente su salud personal, el relato central de la novela, el deterioro físico, que en realidad llevó a Raúl a estar internado en un centro hospitalario por más de tres meses, fue el leit motiv de la narración angustiante, desgarradora; la tristeza y la soledad como núcleo de este relato.




La narrativa de Rodríguez Cetina constituye un aporte en el sinuoso y arduo camino en la lucha contra los clichés, el machismo y la deformación ideológica de amplios sectores de la sociedad mexicana. Podría decirse, sin exagerar, que RRC fue siempre un bastión de la lucha contra el provincianismo más chato. Además de militar siempre, con claridad, en el espectro más lúcido y menos discutido de la izquierda nacional. En reiteradas ocasiones escuché de su voz las quejas, sombrías siempre, por la situación económica, política y social de nuestro país. Sin perder por cierto una mínima esperanza que asomaba como una rendija de luz en su expresión porque las cosas cambiaran para mejorar.




No puede soslayarse, desde luego, por aparecer esta nota en las páginas de “La Colmena”, su participación en esta revista de la Universidad Autónoma del Estado de México. Fueron cuatro las aportaciones de Raúl Rodríguez Cetina para esta importante publicación del panorama cultural de la entidad y la nación. 1994, 1995, 1996 y 1997, en ese órden riguroso fueron los años en que RRC aportó sus artículos. La primera aportación de Raúl para “La Colmena” fue una traducción y notas a la misma de un artículo de Isadora Duncan, “Reflexiones después de Moscú” (No. 4, p.p. 25); después vinieron, ahora sí, aportaciones propias: “Antonieta Rivas Mercado, una mujer que puso condiciones al destino” (No. 7, p.p. 4), “Una escritora bella en su abandono” (No. 11, p.p. 14) y “Sensatez y sensibilidad de Charlotte Bronte” (No. 14/15).




Antonio Marquet, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana –UAM-, habla de la obra de Rodríguez Cetina para emparentarla, “por su carácter urbano”, con las tareas periodísticas, más que literarias, que hiciera David García Salinas en los Populibros La Prensa; y lo coloca, ahora sí desde la perspectiva de la literatura con autores como Carlo Coccioli y Salvador Novo, sus predecesores en la mal llamada “novela gay” de la literatura mexicana, en el siglo XX.




También tuvo este autor que se nos ha ido con el año, una larga carrera periodística. Fue del periodismo que Raúl logró sobrevivir siempre, aún en los peores momentos de su perenne crisis económica personal. Fue jefe de redacción de “Primera plana”, colaborador de El Día, El Universal y Por esto!. Y esporádico escriba para otras publicaciones del país y el extranjero.




No debe olvidarse sus tareas de traductor para una empresa privada, ligada a la aviación, en alguna época inicial de su estadía en el Distrito Federal, del que logró hacerse un verdadero “chilango”, pues cuando volvía de Mérida, me contaba que extrañaba “esta pinche ciudad a la que odio pero de la cual no puedo deshacerme ni en sueños”.


Descanse en paz Raúl Rodríguez Cetina. Ya leeremos su último libro, “El pasado me condena” y, si siguen abiertas las puertas de “La Colmena”, aquí mismo lo comentaremos. Cabe decir, como última acotación, que de acuerdo con informes extraoficiales, Plaza y Valdés publicará póstumamente “Turbulencias”.*

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