Migración, identidad y lengua
Arte Mural en el Chicano Park, Barrio Logan, San Diego, California Fotos: www.chicanoparksandiego.com |
Leer ajeno
Michael K. Schuessler
Para Elena Poniatowska
Me dispongo a leer el texto. Es intimidante pero tengo mi diccionario inglés-español/español-inglés colocado a mi mano derecha sobre la mesa del comedor. Abro el libro y comienzo la faena. Entiendo algo, pero no todo… Son pequeños relampagueos pero algo hay, el sentido toma forma. A veces lo que no comprendo se vuelve inteligible y dinámico gracias al embeleso de mi mirada sostenida.
Subrayo. Subrayo casi cada tercera palabra. Sigo, me obligo, algo me impulsa y me dice que no puedo dejarme vencer por este ejército de consonantes y de vocales. Tomo el diccionario en mis manos: era de mi tía Sandra y data de 1956, cuando estudió en el Mexico City College, efímera habitante de una ciudad muy distinta a la de hoy. Sus hojas, algunas ya sueltas por sobreuso, se abren como abanico de caracteres, blanco y negro. Busco las palabras una por una: estrellas, cometas, planetas de sentido que iluminan y señalan los caminos. Apunto sus equivalencias con lápiz –si es que se puede hablar de equivalencias– encima de cada palabra subrayada. Vuelvo a leer, comienzo a entender…. Estoy leyendo en el español de mi infancia, el de la señora Olivia que echa tortillas gigantescas de harina mientras platica y me regaña porque las devoro embarradas con crema de cacahuate y jalea de uva. Sigo con mi tarea improbable, acompañado de palabras que saben a chile, que huelen a maíz, que son suaves al tacto. Estoy en Arizona, pero mi lectura fragmentada me ha trasladado a otro lugar, a otra época. Acompaño a Pensativa en la guerra de los Cristeros, compadezco a una princesa que “está triste”, me asusta una anciana que se llama Aura y que vive en una calle sin número (o con tres, todos distintos).
¡Estoy leyendo! Se me ha abierto un mundo, un lugar, un tiempo. Una constelación de letras, palabras, sonidos…
¿Se va la migra?
Claudia Parodi
John Berger, narrador, crítico y poeta británico, dice: “Emigrar es siempre desmantelar el centro del mundo y mudarnos a uno de sus fragmentos, a uno solo y desorientado.” Estas líneas ponen énfasis en lo perdido, en lo que se abandona, lo que queda atrás. Nos hablan de la soledad del migrante que deja su casa y su familia para buscar algo nuevo que quizás encuentre o no. Sin lugar a dudas, emigrar es dejar algo de nosotros mismos atrás. Pero emigrar también es encontrar algo nuevo que nos ilumina, nos renueva, nos cambia, nos hace distintos. Si cada uno de nosotros nos preguntáramos qué hemos encontrado en Estados Unidos y seguramente las respuestas serían muy diferentes. Sin negar la importancia de todo lo que dejé en México, mi país de origen, puedo decir que encontré grandes amigos que hablan de distintas maneras.
Encontré amigas yucatecas, norteñas, chilenas, argentinas y de otros países. Encontré colegas brasileños y estadunidenses. Como soy profesora e investigadora, encontré distintos temas de investigación como el spanglish que para mí no es corrupción ni deformación del español o del inglés, sino una variante más, como lo es el español chileno o el argentino. La diferencia es que en elspanglish hay mucha influencia del inglés por razones obvias.
Migra-Migraña
Todos sabemos qué es la migra. Todos le tememos porque nos puede deportar. Eso nos produce unos dolores de cabeza tan fuertes que son verdaderas migrañas. Una de las migrañas que tiene curación es la nueva ley para los llamadosdreamers. Los dreamers son personas que cumplen con siete requisitos:
1.Tener menos de treinta y un años/
2. Haber llegado a eu antes de los dieciséis años/
3. No haber salido de eu desde 2007 hasta la fecha/
4. Estar en los EU cuando se tramiten los papeles/
5. Haber entrado a EU sin pasar por un agente de inmigración/
6. Estar en la escuela y tener el diploma de High School /
7. No tener actividad criminal.
Quien cumpla con estos requisitos es dreamer y puede tramitar sus papeles para que le den la residencia (todavía provisional).
Migrante de mí misma
Rosa Beltrán
Uno. Recuerdo una mujer joven, de unos treinta y cinco años, montada en la parte de atrás de una motocicleta, abrazada a un hombre. Está peinada con una cola de caballo y me dice adiós con la mano. El hombre es su amante. Ella se va con él de México a Guatemala. Yo los observo, pensando en la palabra amante; la conozco en teoría pero no en la práctica. Tengo catorce años; la última imagen de esa mujer es la cola de caballo agitándose al viento. Una vez que los veo partir entro en mi casa y me ocupo de revisar las tareas de mis hermanos. A veces, pienso en la mujer que se fue. Esa mujer es mi madre.
Dos. Cuando el otro se va ¿uno inmigra o emigra? Mi padre se había ido ya de la casa y con su partida se acabó la migra. Siendo muy niños mis hermanos y yo, cada vez que hacíamos un estropicio, mi mamá nos decía: “ya verán cuando llegue su papá”. Él entraba a la casa chiflando tan campante y de pronto, al ver la expresión de mi madre, abandonaba su gesto despreocupado y fruncía el ceño. Se convertía en la migra. Hacía reclamos sobre lo que introducíamos en el hogar. Por qué traes (el mal ejemplo, una mala nota, pleitos, majaderías, un gato recogido en la calle), qué sé yo, las posibilidades eran infinitas. Nosotros, en cambio, nunca le reclamamos lo que se llevó. Por ejemplo, a nosotros mismos. Los que éramos, antes de su partida.
Tres. A veces, me da migraña. Al cruzar los aeropuertos, por ejemplo. Tanto revisar maletas, bolsas, portafolios, zapatos, cuerpos a través del arco magnético. Siempre se dan cuenta de lo que traigo. En cambio, nunca son capaces de ver lo que me llevo. Porque es un hecho, cuando regreso nunca soy la misma. Lo veo claramente en las fotografías.
Lo que estoy haciendo aquí es comprobar hasta qué punto están muertas esas otras que me habitan. Me doy cuenta de que lo están y no. Y es que todos somos migrantes de nosotros mismos.
Tijuana en LéaLA
Susana Hernández Araico
Migración es el desplazamiento que los seres humanos y otras especies han llevado a cabo a través de los siglos, y que continúan haciendo, desde su lugar de origen a otras regiones. El motivo: alguna necesidad de adaptación o supervivencia. Se habla de aves migratorias que hacen un trayecto anual según el ciclo de la naturaleza en distintas partes del mundo. Pero a los pueblos que hacían tales recorridos regulares –y que todavía hacen algunos, como los lapones en Escandinavia y Rusia– se les llama nómadas. Hoy día, a los lapones por ejemplo, aunque se les proteja su migración en los países que recorren, se les ve con desdén, como inferiores e ignorantes por las culturas establecidas en torno. Siglos atrás, a los pueblos indígenas tanto del norte de América como de Sudamérica que no tenían un asiento permanente por vivir en migración continua se les llega a llamar “salvaje” –y eso por los europeos que estaban llevando a cabo una migración invasiva. De la misma manera, siglos incluso más atrás, los romanos habían llamado “bárbaros” a los pueblos que se trasladaron y permanecieron en su imperio, por no entender sus lenguas, las cuales se dice que imitaban de manera burlesca repitiendo la sílaba “barb . . . barb . . . barb” ¿Cómo les habrá sonado de extraño el latín originalmente a esos pueblos que emigraron al imperio o a los de todos los territorios a donde los romanos mismos se habían extendido en migración militar-económica? No lo sabemos. Curiosamente, a las conquistas o invasiones militares a través de la historia no se les llama emigración ni inmigración. Algo tendrá que ver, pues, el poder de los que imponen una lengua en cómo quedan catalogadas sus migraciones masivas. Muy marcadamente, pues, se caracteriza la evolución de la humanidad por distintos tipos de migración –ni fenómeno nuevo ni producto de la globalización– y muchos personajes de la historia o de la imaginación cobran fama por sus largos desplazamientos, viajes y estadías en tierras foráneas que, a la par con la clasificación antropológica homo sapiens y la teológica homo viator, debería hablarse en términos históricos-existenciales delhomo migrans.
Y de ese recurso a la migración que caracteriza a la humanidad se puede decir burlescamente que provienen las migrañas, es decir, los dolores de cabeza, en el sentido de complicaciones y desafíos de todo tipo que las mujeres y los hombres –para bien y/o para mal –continuamente nos buscamos u ocasionamos a los que dependen de nosotros por la insatisfacción con el arraigamiento original a una zona geográfica.
En cambio, la migra –palabra acuñada para referirse popularmente a la autoridad que persigue a los indocumentados– se asocia con la “línea” o frontera mexicana-estadunidense, demarcación internacional que en LéaLA 2013 se destaca por el homenaje a Tijuana como invitado de honor. Tijuana, sofisticada ciudad de efervescente cultura en Baja California, probablemente la ciudad fronteriza más visitada del mundo y claramente el punto del cruce fronterizo más transitado del mundo. Se calcula que 300 mil personas cruzan diariamente entre Tijuana y las ciudades vecinas estadunidenses. No cabe duda, pues, que Tijuana de manera única es el emblema de la migración, la migraña y la migra.
Madre migrante, mi mamá
Sara Poot Herrera
Me preguntan por qué no estoy en Yucatán, que cuándo me fui de Mérida. Todo ocurrió en el Palacio de Gobierno de aquella, ésa, esta ciudad que llevo dentro de mí. Es una mañana de verano del año que ustedes quieran. Sara María Herrera Arceo, mi madre y primera migrante de la familia, viene a cobrar su sueldo de profesora (sueldo que recibía dos o tres meses después de vencidas las quincenas de pago). Mientras mi madre sube para recoger su pago, yo converso con una joven que acompaña a su abuela, quien también viene a cobrar su atrasado sueldo. Allí me entero de un internado para hijas de campesinos y de maestros que está a miles de kilómetros de casa. En ese mismo momento le pido a mi mamá que me lleve a estudiar a ese lugar que mi imaginario concibe ya como una utopía. Préstamos de por medio, largo viaje en tren a Ciudad de México (a practicar el sonido de la “ñ” con la familia de mis padrinos, así no dirán nada de mi español yucateco mis posibles compañeras de internado); estancia en Guadalajara para seguir a Atequiza, Jalisco, donde está la Normal; noche que dormimos en el piso de una escuela primaria enfrente del internado (al igual que otras estudiantes yucatecas como yo); examen de admisión muy de mañana del día siguiente, etcétera. Extrañaré a mi papá y a mi mamá, a mis hermanos, a mis primos, etcétera. Seré maestra rural en los Altos de Jalisco y veré pasar a las enlutadas de Agustín Yáñez, etcétera. Seré maestra en Atotonilco el Alto, “no te andes por las ramas uy uy uy uy uy uy”; bailaré en el ballet folclórico y daré clases en una secundaria, en la prepa, y clases en otra secundaria ya no en los Altos sino rumbo a Chapala, entre los picones de Poncitlán, cerca de La Barca (en que me iré), etcétera. Iré los veranos a la Normal Superior de Tepic, Nayarit, y daré clases en la Prepa Uno de Guadalajara. Ingresaré a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, etcétera. Me iré a El Colegio de México y conoceré a Arreola, a Rulfo, a Borges, a ellos, a ellas, etcétera; más tarde a Sor Juana, a Poniatowska, a Glantz y a cuanta amiga y amigos escritores de los que soy lectora.
Pero hace mucho rato que vine a California y vivo en (la Universidad de California) Santa Bárbara, donde estoy todos los días y diario vuelvo a México, a Guadalajara y a Mérida, como yucateca, yucatanense, yucatequista, yucatequera… Cuánta era, soy, ¿seré?
Yo cambiaría esos futuros ya presentes de mi migración de cada día por aquella mañana maravillosa de un verano cuando en aquel palacio una mujer reina –mi madre– me entregó las llaves de mi destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario