Poemas
Constantino P. Kavafis
Josep María Subirachs, Jònica, en cuyo pedestal se encuentra transcrito un fragmento de “Canción de Jonia”, de Kavafis |
Vuelve
Vuelve siempre y tómame,
amada sensación, vuelve y tómame; cuando aviva del cuerpo la memoria, y el viejo deseo a la sangre torna; cuando los labios y la piel recuerdan, y sienten las manos que de nuevo tocan.
Vuelve siempre y tómame, en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan...
(1912)
Versión de Vicente Fernández
Ventanas
En estos cuartos oscuros,
donde paso mis días oprimido, de un lado a otro me muevo buscando ventanas.
Cuando abra una, tendré un consuelo.
Mas las ventanas no existen, o no puedo encontrarlas. Acaso es preferible no encontrarlas. Quizá la luz sea una distinta tiranía; quién sabe cuántas cosas nuevas revelerá...
Versión de Cayetano Cantú
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A la entrada del café
Algo que dijeron al lado mío
dirigió mi atención a la entrada del café. Y vi el hermoso cuerpo que parecía como si el Amor lo hubiese forjado con su más consumada experiencia– plasmando sus armoniosas formas con alegría, elevando esculturalmente la estatura; plasmando con emoción el rostro y dejando a través del tacto de sus manos un sentimiento en la frente, en los ojos, y en los labios.
(1915)
Versión de Miguel Castillo Didier |
El primer peldaño
A Teócrito se quejaba
un día el joven poeta Eumenes: “Dos años han pasado desde que escribo y un idilio he hecho solamente. Es mi única obra acabada. Ay de mí, es alta, lo veo, muy alta la escala de la Poesía; y del primer peldaño aquí donde estoy nunca he de subir el desdichado.” Dijo Teócrito: “Esas palabras son impropias y blasfemas. Y si estás en ese primer peldaño debes estar orgulloso y feliz. Allí donde has llegado, no es poco: cuanto has hecho, grande gloria. Y aun este primer peldaño dista mucho de la gente común. Para que hayas pisado en esta grada es menester que seas con derecho ciudadano en la ciudad de las ideas. Y es difícil y raro que en aquella ciudad te inscriban como ciudadano. En su ágora hallas Legisladores a los que no burla ningún aventurero. Aquí donde has llegado, no es poco: cuanto has hecho, grande gloria.”
Versión de Miguel Castillo Didier
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Los caballos de Aquiles
Cuando vieron a Patroclo muerto,
tan fuerte, joven y gallardo, prorrumpieron en llanto los caballos de Aquiles.
Su naturaleza inmortal se conmovió
al ver la obra de la muerte; movieron las cabezas, agitaron las crines en el aire y golpearon la tierra con sus patas. Lloraban a Patroclo al darse cuenta que estaba sin vida su carne inerte, su alma perdida, sin aliento, salida a la gran nada.
Zeus vio las lágrimas de los inmortales caballos
y se entristeció: “No debí actuar impulsivamente en la boda de Peleo. No debí regalarlos. Tristes caballos.
¿Qué tenían que hacer allá,
entre los desdichados humanos, juguetes del destino? Ustedes, para quienes no existe la muerte ni la vejez, si algún problema humano los alcanza caerán también en la desdicha.”
Sin embargo, los caballos continúan llorando
por el interminable desastre que es la muerte.
(1911)
Versión de Cayetano Cantú |
Recuerda, cuerpo
Cuerpo, recuerda no sólo cuánto fuiste amado,
no sólo los lechos en que yaciste, sino también esos deseos que por ti brillaban en los ojos claramente y temblaban en la voz –y que algún obstáculo fortuito impidió. Ahora que ya todo está en el pasado, casi parece que a esos deseos te entregaste –cómo brillaban, recuerda, en los ojos que te miraban, cómo por ti temblaban en la voz, cuerpo, recuerda.
Versión de Francisco Torres Córdova
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Murallas
Sin consideración, sin compasión, sin vergüenza
a mi alrededor construyeron grandes y altas murallas.
Y ahora estoy aquí desesperado.
En nada más pienso: este destino me roe la mente
porque muchas cosas afuera tenía que hacer.
¡Ah! cómo no me di cuenta cuando construyeron las murallas.
Pero jamás escuché golpes o ruido de albañiles.
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo
Versión de Francisco Torres Córdova
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Deseos
Cuerpos hermosos de muertos juveniles
entre lágrimas sepultos en rico mausoleo con rosas en el pelo y a los pies jazmines; tal parecen los deseos que pasaron sin cumplirse; sin merecer siquiera del placer una noche, o una radiante mañana.
(1904)
Versión de Vicente Fernández |
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