MUJERES AL DESNUDO
Esa pintura (Olympia) resultó ignominiosa porque retomaba un cuadro de tema mitológico, La Venus de Tiziano
ANA CLAVEL. La autora es narradora. Las ninfas a veces sonríen, publicado por Alfaguara, es su libro más reciente (FOTO: )
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ANA CLAVEL
| DOMINGO, 20 DE OCTUBRE DE 2013 | 00:10
La pelirroja Victorine Meurent fue una joven de clase trabajadora en el París del siglo XIX, que pasó a la historia del arte por haber sido modelo de dos cuadros afamados de Édouard Manet: El almuerzo sobre la hierba y Olympia, ambos de 1863. En ellos, Victorine luce victoriosa, valga la redundancia, su espléndida desnudez. Tanto un cuadro como el otro fueron polémicos, pero el segundo fue un verdadero escándalo en el Salón de 1865 en que se exhibió para descontento de muchos visitantes que llegaron a golpear con sus bastones el lienzo, y a impedir que sus mujeres se detuvieran ante tal obscenidad. Y es que ahí, la modelo, en vez de agachar la mirada cual musa atribulada o Magdalena redimida, enfrenta al espectador y lo observa con la fuerza de su dignidad. Otra de las razones por las que esa pintura resultó ignominiosa fue porque retomaba un cuadro de tema mitológico, La Venus de Urbino de Tiziano (1538), pero lo volvía una materia más mundana: aludía a las costumbres carnales de la época. No obstante las críticas, el cuadro siguió su camino como obra de arte y le ganó a su autor un reconocimiento allende fronteras y épocas. En cambio, su modelo pasó a la historia como una prostituta más. La leyenda negra que se fabricó en torno a ella fue que murió joven, alcohólica y que también fue lesbiana.
Un poema de Margaret Atwood, Manet's Olympia, desmantela algunos de los entretelones de esa condena social: en la descripción del cuadro, coloca un “globo” encima de la criada negra que ofrece a Olympia un ramo de flores, presuntamente de uno de sus clientes o admiradores, con la frase invisible: “¡Puta!”, el grito acallado de cuantos han puesto en una mujer desnuda la furia de sus deseos enjaulados. Pero la frontalidad del cuerpo de la modelo y su mirada desnudan a cuanto mirón se ponga delante. Ella, reconocerá la Atwood, es el verdadero sujeto del cuadro que nos interpela y nos escudriña. El resto somos mobiliario ante su lucidez.
Al parecer, el mayor pecado de Victorine no fue posar desnuda. Muchas mujeres de escasos recursos de la época lo hacían. Ni tampoco haber tenido presuntos amoríos con los pintores para quienes trabajó. (La escultoraCamille Claudel posó para Rodin y fueron amantes pero eso no la convirtió en meretriz a la vista de la sociedad y la historia —pero su vida turbulenta provocaría que su familia la internara 30 años en un manicomio.) En el libro Alias Olympia (1993), la historiadora de arte Eunice Lipton investiga la biografía de Victorine, destacando la actividad pictórica de la modelo posterior a su relación con Manet, entre las clases de canto que impartía, los trabajos ocasionales, la vida nocturna y los amoríos de una larga vida que terminó a los 83 años, y no en plena juventud como se decía. De hecho, algunos de sus cuadros fueron aceptados en el Salón de París, pero a la fecha sólo se conserva uno: Le jour des rameaux en el Museo de Colombes, en el que una niña sostiene una palma bendita en una mano; sus cabellos desordenados y el gesto de inocencia reconcentrada evocan la influencia de Courbet. Un verdadero atisbo a sus habilidades creativas.
¿Hubiera sido diferente su historia de haber sostenido su pasión por la pintura como un proyecto más autónomo y contar con las condiciones necesarias para imponerse en un medio tan rabiosamente patriarcal? Unos han insistido en un enfoque de género para rescatar su figura del olvido; otros buscan explotar el aspecto borrascoso de sus amores —por ejemplo, el filme Las mujeres de Manet—. Pero Victorine Meurent, alias Olympia, sigue siendo en gran medida un misterio que se resiste y… en el cuadro de Manet nos confronta a la luz de nuestros deseos más en sombra.
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