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En próximos días comienza a circular, bajo el sello editorial de Almadía, el segundo tomo de Ciudad fantasma, compilación de relato fantástico con el tema de la capital mexicana. En el prólogo que lo antecede y aquí se publica, los antologadores indican algunos motivos de su selección, así como las líneas fundamentales de una poética que contempla la urbe como suma de historias, presencias y encuentros insólitos.
En algún lugar del mutilado territorio, diciembre de 2012
Amigos Esquinca y Quirarte:
Servicios secretos bibliográficos me hicieron llegar un ejemplar de Ciudad fantasma. Me sorprendió agradablemente saber que se trata de un primer volumen y que el segundo viene en camino. Sé que ustedes habrían querido entregármelo en persona: lo impide mi existencia trashumante y mi carencia de domicilio fijo. Nos debemos ese tequila para celebrar su aparición. Tiene que ser en una cantina del centro, en ese menguado inventario de una ciudad que algún día las tuvo todas. Es incomprensible: aunque proliferen otras formas de paraísos artificiales, no creo que hayan disminuido los borrachos, pero sí de manera alarmante las cantinas del centro. Desaparecen de la noche a la mañana. Las que a duras penas subsisten son como Titanics desiertos y a la deriva, a punto del hundimiento. Los fantasmas son los que no se van, y en su labor de cazadores hicieron un buen trabajo de recolección.
Qué bueno que no me paró la boca aquella tarde en Donceles cuando nos encontramos en la librería Inframundo. Qué bueno haberlos provocado y, mejor todavía, encontrar su respuesta en este libro. Me hubiera gustado un prólogo que situara de mejor manera al lector ante el bosque que le ofrecen, o que hubieran mencionado los dignos antecedentes de su propia aventura. En 1973, Emiliano González, autor fundamental del canon y quien recientemente nos entregó el primer volumen de su Historia de la literatura mágica (Editora y Distribuidora Azteca, 2007), publicó Miedo en castellano. 28 relatos de lo macabro y lo fantástico. Pero el más notable trabajo de esta naturaleza lo hizo la poeta Frida Varinia en el libro Agonía de un instante. Antología del cuento fantástico mexicano (1992), cuya selección se ve enriquecida por un proemio de su padre, el maestro Raymundo Ramos, y un prólogo donde Frida —la Varinia— hace una minuciosa disección del género fantástico.
Inadmisible no recordar el prólogo de Isabel Quiñones a las Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México, número 557 de la Colección Sepan Cuántos…, aparecido en 1988. Es un lugar común, injusto y pedante, descalificar los volúmenes de esa benemérita colección que tiene, además, ejemplos memorables de lo que debe de ser un prólogo: el de José Emilio Pacheco a las Vidas imaginarias de Marcel Schwob o el de Arturo Souto Alabarce a Tirano Banderasde Ramón María del Valle-Inclán. El escrito por Isabel Quiñones pertenece a ese linaje y no existe mejor síntesis sobre los orígenes y desarrollo de la literatura fantástica en México que el realizado por alguien que supo ser igual en forma y fondo. Isabel Quiñones, con s y sin acento. Sólo por joder. Lejana a los reflectores, tan discreta e insoportablemente bella, como sus palabras iluminadas, desaparecida tempranamente de este mundo. En nuestro veleidoso circo literario, nadie recuerda que es autora de uno de los libros de poemas más bellos y valientes escritos entre nosotros: Esa forma de irnos alejando, donde habla de la muerte del amado:
Buena es la muerte.
Termina el dolor
y el miedo
la dulce muerte.
Ilumina apacible,
no destroza;
el horror
que la prosigue
es obra de la vida.
Termina el dolor
y el miedo
la dulce muerte.
Ilumina apacible,
no destroza;
el horror
que la prosigue
es obra de la vida.
Obviando el paréntesis de ésta que acaso es una póstuma declaración de amor, vuelvo a Ciudad fantasma. No podía estar ausente José Emilio Pacheco, cuyo primer libro de cuentos, El viento distante, que este 2013 cumple cuarenta años de su primera publicación, es una exploración del territorio de la infancia y su enfrentamiento con un mundo tan hostil y ajeno, que acaba por convertirse en siniestro. Yo hubiera preferido “Tenga para que se entretenga”, un magistral cuento de fantasmas situado, como bien saben, en el bosque de Chapultepec. Varios taxistas lo saben de memoria porque lo consideran real e incluso le añaden nuevos elementos. Luego conjeturé, al ver la lista de autores que aparecerán en el segundo volumen, que en su intento por dar mayor variedad a los hitos urbanos, espigaron “Las aventuras de Pipiolo en el bosque de Chapultepec”, un texto excepcional de nuestra tradición y salido además de la pluma de alguien considerado fundamentalmente historiador del arte, don Manuel Toussaint. Por cierto que Chapultepec es una cantera inagotable de presencias: piensen tan sólo en los numerosos restos enterrados a raíz de los enfrentamientos entre los ejércitos de México y el invasor de Estados Unidos en septiembre de 1847. No en vano Chapultepec fue el lugar elegido por nuestro poeta romántico Ignacio Rodríguez Galván para situar su “Profecía de Guatimoc”: el fantasma del último emperador azteca se aparece para recordar la caída de su ciudad, su gente y su cultura. Qué bueno igualmente que en el segundo tomo aparezca “Bodegón” de Guillermo Samperio, uno de los cuentos más extraños y bien estructurados escritos entre nosotros, y cuyo tema es el edificio que en 1910 alojó al pabellón japonés durante las fiestas del centenario, luego se convirtió en gabinete de horrores aunque su nombre fuera Museo de Historia Natural y actualmente continúa con su inquietante presencia, hito imprescindible en el imaginario fantástico de nuestra ciudad.
Espero con impaciencia el segundo volumen de Ciudad fantasma. Y, ¿por qué no?, un tercero con leyendas de cada una de las ciudades de nuestra vasta República, que debería titularse País fantasma. Una necesaria excursión a descubrir los nuevos misterios de México, en un territorio donde aumentan cada día, y donde las antiguas piedras hablan con más fuerza, a pesar del asfalto, el cristal y el acero. Los abraza fraternalmente,
Gregorio Monge
HACIA UNA POÉTICA DE LA CIUDAD FANTASMA
I
Inicia este volumen la carta enviada a nosotros por Gregorio Monge, provocador de la obra, como queda claro en su texto y en el prólogo al primer volumen de Ciudad fantasma. La epístola contribuye a modificar su leyenda de criatura ágrafa. Como Howard Phillips Lovecraft, Monge dedica su tiempo a la lectura, a revisar textos de otros y a escribir cartas de manera obsesiva, invariablemente enviadas por correo convencional y con timbres postales. Si se reunieran las innumerables enviadas a sus más bien pocos pero buenos amigos podría surgir un volumen considerable.
La auténtica literatura es fantástica: vulnera, subvierte y transforma la existencia dictada por la norma. Sin embargo, de acuerdo con la definición clásica de Tzvetan Todorov, lo fantástico es “aquel acontecimiento imposible de explicar por las leyes del mundo familiar o cotidiano de nuestra realidad”. Caso extremo, el de la literatura de terror o el cuento de fantasmas, a cuya estructura tradicional se acoge la mayor parte de nuestra selección.
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