jueves, 13 de febrero de 2014

DËCIMAS A DIOS, Pita Amor

Décimas a Dios

Producto eres de locura,
mas de locura sublime.
Llevas al Dios que redime
con su inexistente altura.
Eres oculta ranura,
eres el hueco inefable,
la quietud inexplorable,
la invisible salvación.
No hermanas con la razón
porque eres fe inescrutable.

Dios, invención admirable,
hecha de ansiedad humana
y de esencia tan arcana,
que se vuelve impenetrable.
¿Por qué no eres tú palpable
para el soberbio que vio?
¿Por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?
Dios mío, no te detengas,
o ¿quieres que vaya yo?

El inventarte es posible...
Difícil es sostener
la potencia de tu ser,
ser absoluto, intangible.
El que seas invisible
no es el misterio más hondo.
Exaltada hallo tu fondo,
mas cesa mi exaltación,
y tu admirable visión
en mi pensamiento escondo.

Yo siempre vivo pensando
cómo serás si es que existes;
de qué esencia te revistes
cuando te vas entregando.
¿Debo a ti llegar callando
para encontrarte en lo oscuro?,
o ¿es el camino seguro
el de la fe luminosa?
¿Es la exaltación grandiosa,
o es el silencio maduro?

Tal vez yo no quiera hallarte
y por eso no te veo,
que es el ansioso deseo
el que logra realizarte.
A ti no te toca darte;
si mi soberbia te invoca,
es a mí, a quien me toca,
salir al encuentro tuyo.
Me acerco a ti, te construyo...
Ya tengo fe, ya estoy loca.

Dios mío, sé mi pecado,
consiste en verte en concreto;
y tú, el eterno discreto,
por eso me has castigado,
dándome un ser complicado,
que piensa entenderlo todo,
y que jamás halla el modo
de fundir carne con mente,
que pensando con la frente,
se está pudriendo en el lodo.

Te quiero hallar en las cosas;
te obligo a que exista el cielo,
intento violar el velo
en que invisible reposas.
Sí, con tu ausencia me acosas
y el no verte me subleva;
pero de pronto se eleva
algo extraño que hay en mí,
y me hace llegar a ti
una fe callada y nueva.

No te veo en las estrellas
ni te descubro en las rosas;
no estás en todas las cosas,
son invisibles tus huellas;
pero no, que aquí descuellas,
aquí, en la tortura mía,
en la estéril agonía
de conocer mi impotencia...
¡Allí nace tu presencia
y muere en mi mente fría!

No creo en ti, pero te adoro.
¡Qué torpeza estoy diciendo!
Tal vez te estoy presintiendo
y por soberbia te ignoro.
Cuando débil soy, te imploro;
pero si me siento fuerte,
yo soy quien hace la suerte
y quien construye la vida.
¡Pobre de mí, estoy perdida,
también inventé mi muerte!

Es la soberbia, Dios mío,
la que me está haciendo hablar.
¿Por qué insisto en descifrar
el ser, la luz, lo sombrío?
Si sólo existe el vacío,
no es a mí a quien me toca
volver mi cabeza loca
tratando de entender todo.
Este orgullo de mi lodo
sólo con fe se sofoca.

Fácil es creer en ti
y vivir de tu clemencia,
sin desentrañar tu esencia
y gozando lo de aquí.
Yo por desgracia nací
sentenciada a investigar,
a atormentarme, a pensar
y a no aceptar el misterio;
pero a mi humano criterio
le está vedado volar.

No al que me enseñaron, no.
Al eterno inalcanzable,
al oculto inevitable,
al lejano, busco yo.
Al que mi ser inventó,
mi ser lleno de pasiones,
de turbias complicaciones
y rotunda vanidad.
Ser que busca la verdad
y sólo halla negaciones.

Hablo de Dios, como el ciego
que hablase de los colores,
e incurro en graves errores
cuando a definirlo llego.
De mi soberbia reniego,
porque tengo que aceptar
que no sabiendo mirar
es imposible entender.
¡Soy ciega y no puedo ver,
y quiero a Dios abarcar!...

Dios será la salvación,
pero es difícil hallarlo
porque no basta heredarlo
y pedirle comprensión.
Hay que abrirse el corazón
y las entrañas rasgarse,
y ya desangrada, darse,
olvidándose de todo.
Hay que buscarlo de modo
que Dios tenga que entregarse.

Más que nunca te deseo,
y es cuando estás más lejano,
hoy que me consumo en vano
porque ni en la nada creo.
Soledad sola poseo:
opaca, hueca, infinita.
Ni mi sombra me visita,
pues ella salió a buscarte,
y como no pudo hallarte,
volverse conmigo evita.

No tengo nada de ti,
ni tu sombra, ni tu eco;
sólo un invisible hueco
de angustia dentro de mí.
A veces siento que allí
es donde está tu presencia,
porque la extraña insistencia
de no quererte mostrar,
es lo que me hace pensar
que sólo existe tu ausencia.

Oculto, ausente, baldío,
hermético, inalterable,
asfixiante, invulnerable,
absorbente, extraño y frío;
así te siento, Dios mío,
cuando sola y angustiada
me consumo alucinada
por lograr mi plenitud,
rompiendo esta esclavitud
a la que estoy condenada.

Dime, ¿qué es lo que pretendes
con tu silencio y tu ausencia?
¿En dónde está tu clemencia,
si te imploro y no desciendes?
Me creas de lodo inmundo,
luego en más fango me hundo,
y soy, entonces, culpable.
Dios eterno, inexplicable,
¡qué misterioso es tu mundo!

Harás, con mi carne, lodo;
con mi corazón, simiente;
con mi sangre, nuevamente
vida le darás a todo.
Pero, dime, ¿qué acomodo
a mi angustia le hallarás?,
¿en dónde colocarás
mi abismo de soledades?...
¡Sólo inventando oquedades
que no terminen jamás!

Tú sabes de mis pavores
y de mis noches eternas;
de las batallas internas
en que luchan mis ardores
contra los bruscos rigores
de mi helado pensamiento;
conoces mi sufrimiento,
y no me quieres salvar.
¿Qué intentas conmigo hallar?
¿Te sirvo de experimento?

¿Tú inventaste el pensamiento?
o, ¿él es el que te inventó?
¿Quién a quién martirizó,
fabricando este tormento:
la angustia que va en aumento?
Si el pensamiento te hizo,
por soberbio y enfermizo,
¡que pague su vanidad!
Mas, si eres tú la verdad,
¡libértame de tu hechizo!

Con el corazón te llamo,
con los nervios te deseo,
con la mente no te veo,
y por la vanidad te amo.
De ausencia tuya me inflamo:
no existes y estás presente;
eres el eterno ausente
que de la angustia nació,
y la soledad nutrió
haciéndote omnipotente.

¿Por qué con mi inteligencia
te niego rotundamente,
y en mi corazón candente
ya siento latir tu esencia?
Si te inspirase clemencia
y mi tormento midieras,
de mi corazón partieras
dejándolo desolado;
o a mi cerebro ofuscado
con tu presencia invadieras.

La angustia y la vanidad,
fundidas, te han inventado,
y después te han obligado
a ser la sola verdad.
Quiso la fatalidad
que me tocases de herencia;
mas me persigue tu ausencia
y me da espanto mi suerte,
pues voy a morir sin verte
y sin comprender tu esencia.

¿Acaso tú has conocido
mi conciencia destructora,
la soledad invasora
y las muertes que he vivido?
Si tú hubieses padecido
un instante de amargura,
el pavor de la negrura
y la impotencia de ser
habrías hecho de mi ser
de una materia más pura.

¡Ay, cómo te comprometo
con mi egoísta insistencia
de reclamar tu presencia
violando así tu secreto!
Sé que lanzo casi un reto
al no aceptarte como eres.
Pero dime, ¿qué prefieres?
¿Que por cobardía calle
o que, torturada, estalle
diciendo cuánto me hieres?

¿Por qué tratas de ocultarte
y de ser tan misterioso,
cuando el corazón ansioso
te siente y no puede hallarte?
¿Por qué no quieres mostrarte?
Dime, si tiene sentido,
que tú existas escondido,
sabiendo que tu presencia
salvaría mi existencia
de la angustia y del olvido.

Quizá tú eres mi locura
y por enferma te anhelo;
aunque no busques tu cielo,
ni intente escalar tu altura.
Es que es tanta la amargura
de sola habitar mi vida,
que por hallarme perdida
en un mar de sensaciones,
pretendo que me aprisiones
dándome en tu ser cabida.

Ven disfrazado de amor,
de silencio, de quietud,
de ternura, de virtud,
pero aprovecha mi ardor.
A este fuego abrasador
que en mi corazón llamea,
dale un motivo que sea
como eterno combustible.
¡Ya vuélvete, Dios, visible!
¿Qué pierdes con que te vea?

No, no es después de la muerte,
cuando eres, Dios, necesario;
es en el infierno diario
cuando es milagro tenerte.
Y aunque no es posible verte
ni tu voz se logra oír,
¡qué alucinación sentir
que en la propia sangre habitas,
y en el corazón palpitas,
mientras él puede latir!


¿Qué cosas podré decirte
si todo te lo he contado?
Que eres mi Dios inventado
y que insisto en perseguirte;
que mi ambición es sentirte
en todo y a cada instante;
pero que estás muy distante,
más allá del universo.
Entonces ¿por qué converso
contigo, imposible amante?

¡Hoy Dios no quiso venir!...
Se fatiga de escucharme,
y no es que deje de amarme,
es que se cansa de oír
que yo lo obligo a existir
rogándole que se muestre.
Soy tan humana y terrestre,
que lo deseo en presencia;
pero si hallo al fin su esencia,
tal vez a Dios lo secuestre...

Hoy Dios llegó a visitarme,
y entró por todos mis poros;
cesaron dudas y lloros,
y fue fácil entregarme
pues con sólo anonadarme
en la exaltación que tuve,
mi pensamiento detuve,
y al fin conseguí volar...
¡Sin moverme, sin pensar,
un instante a Dios retuve!

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