jueves, 27 de febrero de 2014

LA CIUDAD ETERNA DE JOSÉ EMILIO PACHECO, Gerardo Cárdenas

La ciudad eterna de José Emilio Pacheco

La ciudad eterna de José Emilio Pacheco
A ciudad eternaGERARDO CÁRDENAS [mediaislaPacheco era mayor que yo 23 años. En términos generacionales, esto significa que Pacheco vivió la transición acelerada de la Ciudad de México de una relativamente amable metrópoli a un monstruo peligroso, impredecible y devorador.
No quisiera desmenuzar la obra de José Emilio Pacheco, ni poner bajo el microscopio su vastísima poética, su narrativa, sus estupendas traducciones; queda por reunir los brillantes y sabios artículos que, semana a semana, por décadas firmó como JEP en la columna que bautizó como Inventario, y que se publicó primero en el diario Excélsior y luego, prácticamente hasta el  de su muerte, en la revista Proceso. No es azar que su último Inventario fuese un homenaje al poeta argentino Juan Gelman, quien había muerto pocos días antes. Pacheco, me dicen, nunca quiso reunir esos textos, verdadera memoria de la  cultural del país y no se sabe —es muy pronto— qué disposiciones pudo dejar al respecto. Inventario, he de subrayarlo, estableció un tono y una guía para  aquel que hiciese hacer periodismo cultural en México.
Ya habrá muchos otros, mejor preparados, mejor armados de instrumentos críticos y apreciativos. Yo veo a Pacheco con ojos de lector inmensamente agradecido, carente de toda distancia crítica y argumentativa.
Al escribir estas líneas, quiero pensar en lo que, como lector y escritor me une a Pacheco, y encuentro la respuesta en la ciudad que compartimos, en ese padecimiento mutuo de ser chilango, habitante de la Ciudad de México.
Pacheco era mayor que yo 23 años. En términos generacionales, esto significa que Pacheco vivió la transición acelerada de la Ciudad de México de una relativamente amable metrópoli a un monstruo peligroso, impredecible y devorador, habitado por más de 20 millones de personas y marcado por la cicatriz del devastador sismo de 1985.
Jose emilio pacheco 2Antes de ese sismo, antes de los capítulos finales de la metamorfosis del monstruo, antes de que yo me fuera, me encontré con Pacheco —con sus libros— en una iniciática. Primero, como lector sorprendido, embrujado, por el libro de relatos El principio del placer y la novela Batallas en el desierto; luego, por su poesía y, más o menos por los tiempos del sismo, en los Inventarios cuya revisión y corrección me correspondía como parte de mi , las noches de muchos viernes, como corrector en la revista Proceso.
Tanto su poesía como su narrativa establecían un diálogo continuo conmigo. Caminaba yo por las calles que contenían los relatos o versos que había leído, y al leer o releer volvía a recorrer esa geografía compartida; geografía de amores, desamores, y del permanente desasosiego de ser  más de los muchos millones que se agitaban en esa ciudad que parecía condenada al caos pero que, en la orilla del mismo parecía, milagrosamente, balancearse agarrada del aire.
Sus críticos más feroces indican que Pacheco escribía con una cierta superioridad moral sobre los males que aquejaban (y aquejan) a la ciudad y al país, lamentando desde una torre de cristal la pérdida de un cierto norte ético. Me parece una crítica exagerada e injusta, no porque Pacheco no abordase ciertos temas desde un de vista filosófico y moral, sino porque el poeta y narrador no se encerraba en ninguna torre. Pacheco era un del mundo y en el mundo y, volviendo al tema que he escogido, era un hombre de la ciudad a la que entendía, en la que vivía y con la que sufría.
En vez de un lejano observador, Pacheco es un caminante de la ciudad y sus pasos atestiguan, muchas veces con un dolor sordo, las continuas transformaciones de la urbe:
Ciudad de México
Paso por el lugar que ya no está,
me abandono a lo efímero, me voy
con las piedras que adónde se habrán ido.(Incluido en Los días que no se nombran:
 de poemas 1985/2009
, Asociación Nacional del Libro)
jose emilio 6El dolor y la nostalgia que provocan la brutal y acelerada transformación de la ciudad no son hechos externos. El poeta no toma distancia. Las cosas le pasan a él, así como le pasan a la ciudad. El lugar que buscaba ya no está, y no tiene más remedio que entregarse a la existencia efímera de aquello, innombrable e innombrado, que lo reemplaza. Pero mientras está la callada angustia ante lo perdido, el deseo de irse con las piedras, los paisajes perdidos; y la imposibilidad de hacerlo porque no se sabe hacia qué rumbo ir.
En el prólogo a Los días que no se nombran el poeta Vicente Quirarte lo expresa así: Pacheco “sufre auténticamente como si cada una de las dolencias del mundo fueran la suya. Lo admirable es que, con base en las rebeliones inmediatas que todo ser sensible experimenta ante los desequilibrios de la creación, él haya podido construir una obra unánimemente admirada por su compleja sencillez, por su envidiable claridad, por su honestidad avasallante…”.
Quirarte subraya también que, en su poética, Pacheco funde también el “yo” con el “nosotros”, nos transporta, nos hace partícipes, nos lleva de la mano por calles, parques, , plazas, y nos enfrenta a nuestros propios dilemas.
 de San Juan
Entre el mercado de San Juan el enorme pez
en su tumba de  sangra.
Visto así de perfil, hosco y sombrío,
remota y acremente se parece a nosotros.
Hay la posibilidad de que él también
sea nuestro consanguíneo antepasado.
Es mejor no pensar entonces
que otra especie en peligro: la humanidad
está muriendo
en la tumba de hielo del pez que sangra.
(de Los días que no se nombran)
jose emilio 8Enfrentados a lo monstruoso a través de la vista (otra de las grandes temáticas de Pacheco) el poeta nos ofrece el horror, pero al mismo tiempo nos propone una epifanía, un descubrimiento, una posible redención en forma de advertencia. Sus periplos por la ciudad lo confrontan de manera constante con esta disyuntiva: ceder al abismo al que inevitablemente parecemos estar condenados, o dejar un atisbo de esperanza, una puerta entreabierta. Pacheco nunca nos da la respuesta. La disyuntiva está en manos del lector. El poeta, como profeta, señala y expone lo que su vista ha desnudado, a los ojos de los otros que tal vez estaban parcial, o totalmente cubiertos.
Pacheco recoge en muchos escritos una dualidad de la ciudad. La ciudad es dos: la del día y la del noche. Conozco pocas ciudades donde esto sea más verdadero que en la Ciudad de México. Pacheco aclara que no se trata de dos mitades de un mismo ser; se trata de versiones distintas y enfrentadas; opuestos; imágenes que no se reconocen al verse en el espejo. Veamos por ejemplo las estrofas de Tres nocturnos de la selva en la ciudad, parte de La arena errante.
Tres nocturnos de la selva en la ciudad
1
Hace un momento estaba y ya se fue el sol,
doliente por la historia que hoy acabó.
Se van los pobladores de la luz. Los reemplazan
quienes prefieren no ser vistos por nadie.
Ahora la noche abre las alas. Parece un lago
la inundación, la incontenible mancha de tinta.
Mundo al revés cuando todo está de cabeza,
la sombra vuela como pez en el agua.
2
El día de hoy se me ha vuelto ayer.
Se fue entre los muchos
días de la eternidad –si existiera.
El día irrepetible ha muerto
como arena errante en la noche
que no se atreve a mirarnos.
Fuimos despojo
de su naufragio en la hora violenta,
cuando el sol no se quiere ir
y la luna se niega entrar
para no vernos como somos.
3
Volvió de entre los muertos el halcón.
En los desfiladeros de la ciudad,
entre los montes del terror y las cuevas
de donde brotan las tinieblas,
se escuchan
un aleteo feroz, otro aleteo voraz
y algo como un grito pero muy breve.
Mañana en la cornisa no habrá palomas.
El trabajoso nido abandonado,
el amor conyugal deshecho,
la obra inconclusa para siempre.
En la acera unas cuantas plumas,
ahora llenas de sangre.
Esta misma sensación de inevitable tragedia, de pérdida irremediable se nos aparece en otro recorrido por la ciudad, esta vez cuando Pacheco habla Barranca del Muerto (nombre de por sí ominoso), un viejo cauce convertido en avenida que, para mí, siempre ha tenido el aspecto de una frontera mágica entre partes bien diferenciadas de la ciudad.
La Barranca del Muerto
Cómo volver a ese lugar que ya no está.
Imposible encontrarlo
entre los edificios de Insurgentes.
Lo estoy viendo: había casas,
casas de un solo piso o dos cuando mucho,
no grandes torres de altivez y de vidrio
o muros de concreto y soberbia insultante.
Cómo volver si no recuerdo ni el número.
En el lugar de aquel sitio
se levanta una tumba etrusca:
al despertarla se pulveriza en el aire.
Destruyeron la casa. Al demolerla
erosionaron la memoria.
Lo único irrefutable es que estaba muy cerca
de la Barranca del Muerto,
cuando era de verdad una barranca
con un hilo de agua
más turbio e inconfiable que mi empañado
            recuerdo.
Hoy no es barranca
sino avenida indiferente.
Me pregunto quién será el muerto.(de El silencio de la luna)
jose emilio 9El 19 de septiembre de 1985 tembló en la Ciudad de México. No es el Valle de México una zona ajena a los fenómenos sísmicos. Pero nunca tembló como entonces, ni ha vuelto a temblar así después. Nadie sabe cuántos murieron. La ciudad, y el país, no volvieron a ser los mismos (el temblor era tal vez la manifestación física de otras sacudidas políticas, anímicas, morales). Ninguno de quienes lo vivimos en carne propia podemos ver la ciudad de la misma manera. Pacheco se encontraba en Maryland ese día, pero logró regresar a México el 21 para encontrarse con la ciudad en ruinas. Resultado de esa experiencia, escribe Elegía del retorno, un largo poema que se incluye en su totalidad y constituye la primera de tres partes de Miro la tierra, su octavo poemario, que se publica en 1987. Debido a su extensión, me es imposible reproducirlo aquí pero el lector puede acudir al propio poemario que publicó Era, o al magnífico volumen Tarde o temprano del Fondo de Cultura Económica, que reúne los poemas de Pacheco publicados entre 1958 y 2000.
Enfrentado a las ruinas, a la muerte, a la desesperación, Elegía del retorno es un canto de amor desesperado a la ciudad amada y herida, es un canto de desesperación ante los muertos, una angustia inabarcable ante la incapacidad de las palabras para rendir testimonio de lo que los ojos viven pero, al final, y muy en la temática continua de Pacheco, una epifanía, un reto al lector, a reconstruir: no una ciudad material, que finalmente, tarde o temprano, podría ser víctima de otro sismo, sino otra vida, otra ciudad interior que no se derrumbe; y a honrar a los muertos que nada pudieron hacer para escapar de su suerte. Espero que los fragmentos seleccionados permitan ver la particular mirada de Pacheco, la mirada que ya hemos perdido.
Las ruinas de México(Elegía del retorno)
Y entonces sobrevino de repente un gran terremoto
Hechos de los Apóstoles 16, 26
Volveré a la ciudad que yo más quiero
después de tanta desventura, pero
ya seré en mi ciudad un extranjero.
Luis G. Urbina, Elegía del retorno (1916)
I
1
Absurda es la materia que se desploma,
la penetrada de vacío, la hueca.
No: la materia no se destruye,
la forma que le damos se pulveriza,
nuestras obras se hacen añicos.
2
La tierra gira sostenida en el fuego.
Duerme en un polvorín.
Trae en su interior una hoguera,
un infierno sólido
que de repente se convierte en abismo.
3
La piedra de lo profundo late en su sima.
Al despetrificarse rompe su pacto
con la inmovilidad y se transforma
en el ariete de la muerte.
4
De adentro viene el golpe,
la cabalgata sombría,
la estampida de los invisible, explosión
de lo que suponemos inmóvil
y bulle siempre.
5
Se alza el infierno para hundir la tierra.
El Vesubio estalla por dentro.
La bomba asciende en vez de caer.
Brota el rayo en un pozo de tinieblas.
II
Las piedras que hay en la oscuridad y en sombra
de muerte abren minas lejos de lo habitado.
En lugares ignotos donde el pie no se posa se
suspenden y balancean.
Job 28, 4-5
1
Crece en el aire el polvo,
llena los cielos.
Se hace de tierra y de perpetua caída.
Es lo único eterno.
Sólo el polvo es indestructible.
2
Avanzo, doy un paso más,
miro de cerca el infierno.
Muere el día de septiembre
entre la asfixia y los gritos.
Arañamos las piedras y brota sangre.
Todo el peso del mundo se ha vuelto escombro.
La palabra desastre se ha hecho tangible.
10
Con qué facilidad en los poemas de antes hablábamos
del polvo, la ceniza, el desastre y la muerte.
Ahora que están aquí ya no hay palabras
capaces de expresar qué significan
el polvo, la ceniza, el desastre y la muerte.
12
Esta ciudad no tiene historia,
sólo martirologio.
El país del dolor,
la capital del sufrimiento,
el centro deshecho
del inmenso desastre interminable.
IV
Patria, patria de lágrimas, mi patria.
Guillermo Prieto
1
Si volvieran los muertos
no te reconocerían, ciudad
manchada por el desastre,
capital del vacío.
Fluye la noche inerme, continúa
su infinito desplome,
envuelve las ruinas
con un nuevo dolor que lo cubre todo.
V
Facilis descensus Averni
Eneida VI, 58
4
Era tan bella (nos parece ahora)
esa ciudad que odiábamos y nunca
volverá a su lugar.
Hoy una cicatriz parte su cuerpo.
Jamás podrá borrarse. Siempre estará
Dividiéndolo todo el terremoto.
11
Jamás aprenderemos a vivir
en la epopeya del estrago.
Nunca será posible aceptar lo ocurrido,
hacer un pacto con el sismo,
olvidar a los que murieron.
12
Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer
otra ciudad, otro país, otra vida?
De otra manera seguirá el derrumbe.
_________________________
GERARDO CÁRDENAS (México, DF, 1962), escritor y periodista, dirige en Chicago la revista cultural contratiempo. Su libro de relatos A veces llovía en Chicago (Ediciones Vocesueltas/Libros Magenta, 2011) ganó el Premio Interamericano Carlos Montemayor a Mejor Libro de Relatos publicado en 2011 y 2012.

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