La ciudad eterna de José Emilio Pacheco
No quisiera desmenuzar la obra de José Emilio Pacheco, ni poner bajo el microscopio su vastísima poética, su narrativa, sus estupendas traducciones; queda por reunir los brillantes y sabios artículos que, semana a semana, por décadas firmó como JEP en la columna que bautizó como Inventario, y que se publicó primero en el diario Excélsior y luego, prácticamente hasta el de su muerte, en la revista Proceso. No es azar que su último Inventario fuese un homenaje al poeta argentino Juan Gelman, quien había muerto pocos días antes. Pacheco, me dicen, nunca quiso reunir esos textos, verdadera memoria de la cultural del país y no se sabe —es muy pronto— qué disposiciones pudo dejar al respecto. Inventario, he de subrayarlo, estableció un tono y una guía para aquel que hiciese hacer periodismo cultural en México.
Ya habrá muchos otros, mejor preparados, mejor armados de instrumentos críticos y apreciativos. Yo veo a Pacheco con ojos de lector inmensamente agradecido, carente de toda distancia crítica y argumentativa.
Al escribir estas líneas, quiero pensar en lo que, como lector y escritor me une a Pacheco, y encuentro la respuesta en la ciudad que compartimos, en ese padecimiento mutuo de ser chilango, habitante de la Ciudad de México.
Pacheco era mayor que yo 23 años. En términos generacionales, esto significa que Pacheco vivió la transición acelerada de la Ciudad de México de una relativamente amable metrópoli a un monstruo peligroso, impredecible y devorador, habitado por más de 20 millones de personas y marcado por la cicatriz del devastador sismo de 1985.
Tanto su poesía como su narrativa establecían un diálogo continuo conmigo. Caminaba yo por las calles que contenían los relatos o versos que había leído, y al leer o releer volvía a recorrer esa geografía compartida; geografía de amores, desamores, y del permanente desasosiego de ser más de los muchos millones que se agitaban en esa ciudad que parecía condenada al caos pero que, en la orilla del mismo parecía, milagrosamente, balancearse agarrada del aire.
Sus críticos más feroces indican que Pacheco escribía con una cierta superioridad moral sobre los males que aquejaban (y aquejan) a la ciudad y al país, lamentando desde una torre de cristal la pérdida de un cierto norte ético. Me parece una crítica exagerada e injusta, no porque Pacheco no abordase ciertos temas desde un de vista filosófico y moral, sino porque el poeta y narrador no se encerraba en ninguna torre. Pacheco era un del mundo y en el mundo y, volviendo al tema que he escogido, era un hombre de la ciudad a la que entendía, en la que vivía y con la que sufría.
En vez de un lejano observador, Pacheco es un caminante de la ciudad y sus pasos atestiguan, muchas veces con un dolor sordo, las continuas transformaciones de la urbe:
Ciudad de MéxicoPaso por el lugar que ya no está,
me abandono a lo efímero, me voy
con las piedras que adónde se habrán ido.(Incluido en Los días que no se nombran:
de poemas 1985/2009, Asociación Nacional del Libro)
En el prólogo a Los días que no se nombran el poeta Vicente Quirarte lo expresa así: Pacheco “sufre auténticamente como si cada una de las dolencias del mundo fueran la suya. Lo admirable es que, con base en las rebeliones inmediatas que todo ser sensible experimenta ante los desequilibrios de la creación, él haya podido construir una obra unánimemente admirada por su compleja sencillez, por su envidiable claridad, por su honestidad avasallante…”.
Quirarte subraya también que, en su poética, Pacheco funde también el “yo” con el “nosotros”, nos transporta, nos hace partícipes, nos lleva de la mano por calles, parques, , plazas, y nos enfrenta a nuestros propios dilemas.
de San JuanEntre el mercado de San Juan el enorme pez
en su tumba de sangra.Visto así de perfil, hosco y sombrío,
remota y acremente se parece a nosotros.Hay la posibilidad de que él también
sea nuestro consanguíneo antepasado.Es mejor no pensar entonces
que otra especie en peligro: la humanidadestá muriendo
en la tumba de hielo del pez que sangra.
(de Los días que no se nombran)
Pacheco recoge en muchos escritos una dualidad de la ciudad. La ciudad es dos: la del día y la del noche. Conozco pocas ciudades donde esto sea más verdadero que en la Ciudad de México. Pacheco aclara que no se trata de dos mitades de un mismo ser; se trata de versiones distintas y enfrentadas; opuestos; imágenes que no se reconocen al verse en el espejo. Veamos por ejemplo las estrofas de Tres nocturnos de la selva en la ciudad, parte de La arena errante.
Tres nocturnos de la selva en la ciudad1Hace un momento estaba y ya se fue el sol,
doliente por la historia que hoy acabó.Se van los pobladores de la luz. Los reemplazan
quienes prefieren no ser vistos por nadie.Ahora la noche abre las alas. Parece un lago
la inundación, la incontenible mancha de tinta.Mundo al revés cuando todo está de cabeza,
la sombra vuela como pez en el agua.2El día de hoy se me ha vuelto ayer.
Se fue entre los muchos
días de la eternidad –si existiera.El día irrepetible ha muerto
como arena errante en la noche
que no se atreve a mirarnos.Fuimos despojo
de su naufragio en la hora violenta,
cuando el sol no se quiere ir
y la luna se niega entrar
para no vernos como somos.3Volvió de entre los muertos el halcón.
En los desfiladeros de la ciudad,
entre los montes del terror y las cuevas
de donde brotan las tinieblas,
se escuchan
un aleteo feroz, otro aleteo voraz
y algo como un grito pero muy breve.Mañana en la cornisa no habrá palomas.
El trabajoso nido abandonado,
el amor conyugal deshecho,
la obra inconclusa para siempre.En la acera unas cuantas plumas,
ahora llenas de sangre.
Esta misma sensación de inevitable tragedia, de pérdida irremediable se nos aparece en otro recorrido por la ciudad, esta vez cuando Pacheco habla Barranca del Muerto (nombre de por sí ominoso), un viejo cauce convertido en avenida que, para mí, siempre ha tenido el aspecto de una frontera mágica entre partes bien diferenciadas de la ciudad.
La Barranca del MuertoCómo volver a ese lugar que ya no está.
Imposible encontrarlo
entre los edificios de Insurgentes.
Lo estoy viendo: había casas,
casas de un solo piso o dos cuando mucho,
no grandes torres de altivez y de vidrio
o muros de concreto y soberbia insultante.Cómo volver si no recuerdo ni el número.
En el lugar de aquel sitio
se levanta una tumba etrusca:
al despertarla se pulveriza en el aire.Destruyeron la casa. Al demolerla
erosionaron la memoria.Lo único irrefutable es que estaba muy cerca
de la Barranca del Muerto,
cuando era de verdad una barranca
con un hilo de agua
más turbio e inconfiable que mi empañado
recuerdo.Hoy no es barranca
sino avenida indiferente.Me pregunto quién será el muerto.(de El silencio de la luna)
Enfrentado a las ruinas, a la muerte, a la desesperación, Elegía del retorno es un canto de amor desesperado a la ciudad amada y herida, es un canto de desesperación ante los muertos, una angustia inabarcable ante la incapacidad de las palabras para rendir testimonio de lo que los ojos viven pero, al final, y muy en la temática continua de Pacheco, una epifanía, un reto al lector, a reconstruir: no una ciudad material, que finalmente, tarde o temprano, podría ser víctima de otro sismo, sino otra vida, otra ciudad interior que no se derrumbe; y a honrar a los muertos que nada pudieron hacer para escapar de su suerte. Espero que los fragmentos seleccionados permitan ver la particular mirada de Pacheco, la mirada que ya hemos perdido.
Las ruinas de México(Elegía del retorno)Y entonces sobrevino de repente un gran terremoto
Hechos de los Apóstoles 16, 26Volveré a la ciudad que yo más quiero
después de tanta desventura, pero
ya seré en mi ciudad un extranjero.
Luis G. Urbina, Elegía del retorno (1916)I1Absurda es la materia que se desploma,
la penetrada de vacío, la hueca.
No: la materia no se destruye,
la forma que le damos se pulveriza,
nuestras obras se hacen añicos.2La tierra gira sostenida en el fuego.
Duerme en un polvorín.
Trae en su interior una hoguera,
un infierno sólido
que de repente se convierte en abismo.3La piedra de lo profundo late en su sima.
Al despetrificarse rompe su pacto
con la inmovilidad y se transforma
en el ariete de la muerte.4De adentro viene el golpe,
la cabalgata sombría,
la estampida de los invisible, explosión
de lo que suponemos inmóvil
y bulle siempre.5Se alza el infierno para hundir la tierra.
El Vesubio estalla por dentro.
La bomba asciende en vez de caer.
Brota el rayo en un pozo de tinieblas.IILas piedras que hay en la oscuridad y en sombra
de muerte abren minas lejos de lo habitado.
En lugares ignotos donde el pie no se posa se
suspenden y balancean.
Job 28, 4-51Crece en el aire el polvo,
llena los cielos.
Se hace de tierra y de perpetua caída.
Es lo único eterno.
Sólo el polvo es indestructible.2Avanzo, doy un paso más,
miro de cerca el infierno.
Muere el día de septiembre
entre la asfixia y los gritos.Arañamos las piedras y brota sangre.
Todo el peso del mundo se ha vuelto escombro.
La palabra desastre se ha hecho tangible.10Con qué facilidad en los poemas de antes hablábamos
del polvo, la ceniza, el desastre y la muerte.
Ahora que están aquí ya no hay palabras
capaces de expresar qué significan
el polvo, la ceniza, el desastre y la muerte.12Esta ciudad no tiene historia,
sólo martirologio.El país del dolor,
la capital del sufrimiento,
el centro deshecho
del inmenso desastre interminable.IVPatria, patria de lágrimas, mi patria.
Guillermo Prieto1Si volvieran los muertos
no te reconocerían, ciudad
manchada por el desastre,
capital del vacío.Fluye la noche inerme, continúa
su infinito desplome,
envuelve las ruinas
con un nuevo dolor que lo cubre todo.VFacilis descensus Averni
Eneida VI, 584Era tan bella (nos parece ahora)
esa ciudad que odiábamos y nunca
volverá a su lugar.Hoy una cicatriz parte su cuerpo.
Jamás podrá borrarse. Siempre estará
Dividiéndolo todo el terremoto.11Jamás aprenderemos a vivir
en la epopeya del estrago.
Nunca será posible aceptar lo ocurrido,
hacer un pacto con el sismo,
olvidar a los que murieron.12Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer
otra ciudad, otro país, otra vida?
De otra manera seguirá el derrumbe.
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GERARDO CÁRDENAS (México, DF, 1962), escritor y periodista, dirige en Chicago la revista cultural contratiempo. Su libro de relatos A veces llovía en Chicago (Ediciones Vocesueltas/Libros Magenta, 2011) ganó el Premio Interamericano Carlos Montemayor a Mejor Libro de Relatos publicado en 2011 y 2012.
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