PUENTES, FUENTES
Entre el rumor acuoso de unos arcos extraviados,
golpeados con el cincel suave de la virtud
de estar entre mis ojos con su canto,
voy acelerando las rúbricas libres
de mis firmas de emociones.
Es un puente blando que me une
al aroma de la ceniza antigua,
encajado entre las corrientes vagas
de mis tardes de sábado,
resumidas en el trote ligero de mis pies,
sucios y felices cuando flotan
en el barro permisivo de mis pecados veniales.
Poco a poco,
con la fidelidad de ir suprimiendo
de los estanques antiguos el lodo y la pizarra,
voy filtrando sin prisa, también sin pausa,
las agujas de las fuentes oscuras,
voy aclarando las aguas de mi llanto.
Barajo con ternura mis cartas de firmeza,
desato de las fronteras antiguas
el viejo desdén de las cuerdas rotas,
dejo circular a su antojo el río,
le permito recorrer mis valles,
escucho el eco de aquel Otoño de secuelas
cobijadas bajo humildes arboledas
de las remotas orillas socavadas.
No pido nada bajo este puente;
que hoy me sirve de lecho
en la prudente soledad de saberme vivo,
con los helechos siendo hucha de lo poco que preciso,
nada les exijo a las siluetas grises
que en un lugar lejano se guarecen.
Solo, desde mi escuela de llana calma,
con las llamas de mi signo como escolta,
hablaré sin dictarle a nadie la doctrina,
esperando alcanzar la fe precisa
que me eleve en esta alfombra de hojas vivas.
golpeados con el cincel suave de la virtud
de estar entre mis ojos con su canto,
voy acelerando las rúbricas libres
de mis firmas de emociones.
Es un puente blando que me une
al aroma de la ceniza antigua,
encajado entre las corrientes vagas
de mis tardes de sábado,
resumidas en el trote ligero de mis pies,
sucios y felices cuando flotan
en el barro permisivo de mis pecados veniales.
Poco a poco,
con la fidelidad de ir suprimiendo
de los estanques antiguos el lodo y la pizarra,
voy filtrando sin prisa, también sin pausa,
las agujas de las fuentes oscuras,
voy aclarando las aguas de mi llanto.
Barajo con ternura mis cartas de firmeza,
desato de las fronteras antiguas
el viejo desdén de las cuerdas rotas,
dejo circular a su antojo el río,
le permito recorrer mis valles,
escucho el eco de aquel Otoño de secuelas
cobijadas bajo humildes arboledas
de las remotas orillas socavadas.
No pido nada bajo este puente;
que hoy me sirve de lecho
en la prudente soledad de saberme vivo,
con los helechos siendo hucha de lo poco que preciso,
nada les exijo a las siluetas grises
que en un lugar lejano se guarecen.
Solo, desde mi escuela de llana calma,
con las llamas de mi signo como escolta,
hablaré sin dictarle a nadie la doctrina,
esperando alcanzar la fe precisa
que me eleve en esta alfombra de hojas vivas.
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