lunes, 17 de junio de 2013

ESQUIZOFRENIA: UNA PESADILLA QUE MÉXICO NO ATIENDE, Jorge Alejandro Medellín


ESQUIZOFRENIA: PESADILLA QUE MÉXICO NO ATIENDE Por: Jorge Alejandro Medellin - junio 17 de 2013 -


 México tiene una profunda deficiencia en recursos humanos y materiales para atender la esquizofrenia. En 2005, la SS afirmaba que hay un psiquiatra por cada 300 pacientes y esta enfermedad mental es ya cada vez más común. Ciudad de México, 17 de junio (SinEmbargo).– El infierno sin fin de escapar de perseguidores anónimos o con rostro de vecinos, de amigos, de familiares, sólo se compara con la pesadilla de ser ignorado por un sistema de salud centralista y desequilibrado, insuficiente y poco interesado en atender a miles de personas que padecen esquizofrenia en México. Esta es la historia de Omar, un joven atormentado, en constante fuga. A Omar las voces lo siguen desde que tenía 16 o 17 años; lo fueron dejando sin amigos, lo aislaron en la escuela y más tarde lo enfrentaron a su familia. Después lo llevaron a confrontar a los militares, a reclamarles por invadir sus pensamientos hasta orillarlo a la fuga. Se fue de México por miedo a que le acabaran de exprimir la mente, de que lo obligaran a matar a alguien y a matarse. Casi lo consiguen. Por eso vive oculto en Estados Unidos, ahora con la angustia de una posible deportación y con el asedio de los torturadores que por temporadas taladran su mente y le hacen la vida insoportable. Lleva poco más de dos años viviendo en el estado de California, en donde una Corte de Inmigración le dio entrada a su petición de asilo tras escuchar sus argumentos sobre el ataque al que ha estado sometido desde el 27 de abril de 2009 por parte de militares mexicanos, como él sostiene. Dos meses después entró a Estados Unidos por la frontera con San Diego. Su primer empleo fue como jardinero. Lo perdió luego de vivir un nuevo episodio psicótico. Quizá sea deportado en los próximos meses, pero dice estar listo para apelar la decisión del juez que lleva su caso en el Expediente 200-624-483. Sus acosadores, relata, son militares, policías federales, policías judiciales, autoridades, vecinos y hasta periodistas. Forman parte de un plan para acabar con quienes se atreven a cuestionar al sistema establecido. Son las “agencias de la muerte”, que lo ven y lo espían todo y torturan su cabeza con toda clase de ideas destructivas. Son los fantasmas que la Risperidona (Risperdal), la Quetiapina (Seroquel), el Haloperidol (Haldol) –antipsicóticos de alta potencia usados en el tratamiento de la esquizofrenia– mantienen a raya por temporadas, en dosis que por alguna razón Omar deja de tomar durante semanas o meses. Cuando esto ocurre, las alucinaciones, la persecución y los ataques para despersonalizarlo lo lanzan a un mundo de delirio sin freno, en el que es capaz de huir al monte y andar en la madrugada por carreteras con los zapatos deshechos, ocultarse en edificios ruinosos y evadir momentáneamente a la policía, que atiende llamados de vecinos denunciando vagos o malvivientes ocultos en obras en construcción. 


Entonces, los fantasmas cobran vida y van por él; son torretas azules y rojas que brillan en la noche y le lastiman las retinas con sus destellos, son las voces que estaban en su cabeza y ahora, desde el altoparlante de la patrulla, lo llaman por su nombre para que salga y se entregue como si fuera un delincuente. Son las siluetas de los uniformados que se acercan linterna en mano, sosteniendo con la otra sus pistolas, listas para lo que pudiera suceder. Y entonces, ¿quién se atreve a decirle a Omar que las voces en su cabeza, las órdenes, los insultos, las amenazas, la persecución y el delirio causado por los que quieren quitarle la mente no son reales? ¿Quién, en su sano juicio, le va a decir que los policías que caminan hacia él en la oscuridad no tienen nada qué ver con el Monitoreo Neuronal Remoto (MNR), la Comunicación Vía Microondas (CVM), las Armas de Energía Dirigida (AED), las Operaciones Psicológicas Encubiertas (OPE) y los Electro Encefalogramas (EEG) con los que desde abril de 2009 ha arreciado la ofensiva en su contra? ¿Quién? ¡Ahí están y vienen por él! ¡Hey, tranquilo, todo está bien!, le dicen. No, nada está bien. Omar nació en Colima. Ahí vivió hasta los 23 años con su familia. De su infancia no habla. Salvo por algunas referencias aisladas en torno a problemas y dificultades ocasionadas a sus padres y a otros familiares por su condición, la pesadilla parece haberse agudizado después de los 20 años de edad, cuando las alucinaciones y el delirio de persecución comenzaron a conjugarse con la realidad. Hace tres años vivió uno de esos episodios, una crisis psicótica que lo llevó a tocar fondo. Una vez fuera del país decidió buscar a los militares para preguntarles por qué lo acosaban, quién y bajo qué leyes y argumentos les daba permiso para horadar su mente. En julio de 2010 hizo una extensa solicitud de acceso a la información  a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) que contiene algunos datos personales, tales como su nombre completo, sus correos electrónicos y teléfono particular, enviados por él y publicados por la dependencia, contraviniendo lo dispuesto en la Ley Federal de Acceso a la Información referente a la Protección de Datos Personales, aprobada en 2007 por el Congreso de la Unión. Al mismo tiempo, Omar se registró en varios sitios y foros en busca de ayuda y para difundir su caso. Se trata de páginas creadas por personas que sufren el mismo tipo de alucinación en el que militares o policías los acosan, escarban sus mentes, los torturan y les hacen imposible la vida. En varios de estos sitios, en los que hay listados de 400, 500 o más personas narrando aspectos coincidentes como el uso de aparatos y tecnología sofisticada para penetrar sus mentes, la pérdida de sus trabajos, su aislamiento, la persecución, las voces a todas horas del día. En su solicitud de información al Ejército, Omar exigía saber qué leyes o reglamentos amparaban a los militares para atacarlo, para bombardear su cerebro con ondas de baja frecuencia, para causarle angustia y leer sus pensamientos y hacerlos públicos. Solicito la legislación u oh regulación que soporta la experimentación no consensuada en seres humanos la utilización de el monitoreo neuronal remoto y de la comunicación vía microondas para acosar he interrogar seres humanos en sus casas también solicito la regulación que permite el acoso la vigilancia24/7 que permite el uso de armas de energía dirigida contra civiles inocentes que permite torturar neuronal y físicamente también solicito la regulación que permite llevar ha cabo una operación psicológica encubierta en mi contra mi nombre es…” A causa de esto, les explicaba en su solicitud de acceso a la información “he perdido trabajo escuela vida social patrimonio…”. Omar hizo una extensa y repetitiva solicitud de información. El texto es una cascada de conceptos y reclamos en los que se percibe una lucha constante por tener claridad y control sobre lo que se piensa y la forma de expresarlo. La solicitud muestra también la enorme angustia y desazón que el joven vivía en aquellos días. “Cual es la regulación que les da derecho ha los militares ha sacarnos de nuestros hogares y trabajos de nuestra vida normal para usarnos como cobayas humanas vigilarnos interrogarnos torturarnos amenazarnos con ir ha la cárcel si demandamos u exponemos estos crímenes y matarnos sin el menor remordimiento por ultimo y si no fuera mucho pedir quisiera obtener la regulación de la ONU para la utilización de armas de energía dirigida en humanos por parte e militares”. (Sic) Para su sorpresa, la Sedena le contestó: Requerimiento de información adicional. “De conformidad con el artículo 40 de la ley federal de transparencia y acceso a la información pública gubernamental y con el fin de realizar una mejor búsqueda de la información que solicita, agradeceré a usted proporcionar los siguientes datos: –Cuándo, cómo y a qué hora- –En qué forma se le acosa. –Mediante qué procedimiento. –Quién o quiénes lo hacen y en qué lugares. –Algún otro dato que facilite su localización”. En respuesta al requerimiento de la Sedena, Omar detalló las formas en que los “aparatos” le alteraban el apetito, la digestión, el sueño. “Dicho armamento está siendo usado en mi persona en una operación inhumana por parte de el Ejército, donde se (ha) iniciado una campaña de tortura tecnológica remota, mediante la vigilancia el acoso y la experimentación de estas armas”. También le anunciaba a la Sedena que interpondría una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) por “intento de asesinato, acoso, tortura, abuso de poder y experimentación humana no consensuada”. No tuvo tiempo para hacerlo. El acoso se incrementó mientras esperaba la segunda respuesta de la Sedena. “Sobre el particular y con fundamento en los artículos 28 fracciones II y IV, 42 y 43 de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, la unidad administrativa considerada en el artículo 42 del Reglamento Interior de la Secretaría de la Defensa Nacional, tuvo a bien otorgar a su solicitud de información la siguiente respuesta: “Esta dependencia, no administra armamento con tecnología basada en energía dirigida, laser, microondas y neuronales. Asimismo, no maneja información relacionada con legislación sobre el uso de las tecnologías que manifiesta, por lo tanto, no cuenta con la información que solicita”. Las respuestas de la Defensa Nacional llaman la atención ya que la dependencia comúnmente rechaza contestar solicitudes en las que no se le pidan documentos de manera específica. No es posible saber si alguno de los 26 psiquiatras con los que cuenta la Sedena para atender a alrededor de 800 mil militares (incluyendo personal en retiro y a sus familiares) revisó las solicitudes y emitió su opinión a la Unidad de Enlace de la Secretaría. De cualquier forma, para Omar permanecer en México era ya imposible. Hizo la solicitud de información a la Sedena cuando llevaba casi tres años viviendo en California. He platicado con él por Internet en no menos de 20 ocasiones. Sólo en un par de ellas el delirio lo obligó a condicionar la charla si no comprobaba que su interlocutor era realmente yo. Le dije que podía revisar en Internet y encontraría referencias y seguramente fotos mías. El problema se solucionó y varios días después volvimos a tener ese tipo de conversaciones en las que uno pregunta sobre una misma línea temática y la otra persona habla (más bien escribe) sin cesar, pero de las cosas que le ocupan el pensamiento, tratando de controlarlo y de estructurar respuestas que llegan tardías y que hay que repetir hasta que la pregunta es contestada. En medio de una de esas conversaciones me advirtió que nadie se salvaba de ser espiado y finalmente controlado por “los operarios” militares. “Justo ahora un helicóptero sobrevuela mi espacio. Estamos siendo vigilados señor Medellín, cuídese. Yo le puedo apostar que usted ya fue localizado y que su mente ya esta siendo leída y su psique esta siendo estudiada”. Omar entró el 27 de junio de 2009 a San Isidro, California, por la frontera con Tijuana. Se ocultó un tiempo y consiguió empleo como jardinero hasta que volvió a ser presa del delirio que hizo de su vida una pesadilla y lo obligó a buscar ayuda y a tomar decisiones trascendentales. Pidió asilo político alegando tortura, aunque en la lista que le hizo al gobierno norteamericano aparecen 71 posibles violaciones cometidas en su contra. Los ataques que denuncia incluyen fatigas súbitas, aumento inesperado de energía corporal, espasmos musculares (control de los músculos desde el exterior), mensajes telepáticos, parálisis corporal total, alucinaciones controladas, imágenes transmitidas mentalmente, sensación de asfixia, diarreas, flatulencias y micciones forzadas, manipulación remota de deseos sexuales, estados de confusión, comportamiento zombie (estado de estupidez), ronquidos inducidos y lagrimeo controlado a distancia. La lista forma parte de la Declaración Jurada hecha por Omar ante la Corte de Inmigración hace dos años. La versión simple consta de 15 páginas, pero comienza en el punto número 18, con el relato de la tortura, el acoso y la persecución que comenzó en abril de 2009. Los primeros 17 puntos están suprimidos en la declaración. Los aspectos básicos del drama que ha vivido desde 2009 hasta su ingreso a territorio norteamericano quedan resumidos en las 14 cuartillas del documento abreviado. Tengo una copia en mis manos. Relata los días de mayo de 2009, cuando trabajaba en la empresa Radial Llantas, en Villa de Álvarez, Colima, negocio familiar en el que tenía poco tiempo de haber sido admitido. Una tarde de finales mayo, una camioneta con un pelotón de soldados se detuvo frente al establecimiento. En Colima se encuentra la 20 Zona Militar, con sede en la capital del estado. La V Región Militar localizada en La Mojonera, Jalisco. Cuenta con seis zonas militares, incluyendo la 20 de Colima. Las otras son la 11, la 13, la 14 y la 41. En la 20 Zona Militar operan el 29 y el 88 batallones de Infantería. Quizá el pelotón de soldados que Omar vio ese día pertenecía a alguno de ellos. Este encuentro detonó los episodios psicóticos que llevaron a Omar a las fugas, a los periodos de internamiento en centros de prevención y rehabilitación para adictos, los intentos de suicidio (por ahorcamiento y por ingesta de veneno), las dudas sobre la muerte de su abuelo ocurrida en 2008 por una hemorragia y que las voces le hicieron creer que él la había causado y las ideas de escape hacia los Estados Unidos. Los ingresos a los centros de prevención y control de adicciones se dieron porque Omar decidió aceptar esa vía ante la presión de su familia. Se declaró farmacodependiente sin serlo. Con ello se quitaba presión y al mismo tiempo tenía la posibilidad de ser escuchado y quizá de ser atendido para acabar con la pesadilla, pero no fue así, porque el estado de Colima, al igual que más de la mitad de los estados,  solo cuenta con un puñado de psiquiatras que son insuficientes para atender a los cientos de miles de pacientes con trastornos mentales que hay en el país. La esquizofrenia es uno de los padecimientos mentales más frecuentes en México. Afecta sobre todo a la población masculina en edad productiva, que se ubica entre los 17 y los 30 años en promedio. Omar reconoce que en Colima le fue diagnosticada, pero aclara que todo forma parte de la trama urdida para acabar con él. Lo que sí parece ser parte de todo un tinglado en contra de quienes padecen algún trastorno mental es la atención psiquiátrica, que se caracteriza por ser centralizada, poco especializada y escasamente interesada en el tema de la esquizofrenia. En 2005, la Secretaría de Salud (SS) federal publicó el documento Programa Específico de Esquizofrenia, en el que se reconocía que “En México son pocos los estudios epidemiológicos realizados sobre el tema de las enfermedades mentales”, y se señalaba que con base en revisiones clínicas de 1996 –basadas a su vez en datos verificados en otros estudios hechos en los Estados Unidos– la estimación de casos de esquizofrenia en nuestro país era de entre 500 a 700 mil personas. La cifra no parecería impresionante si se toma en cuenta que hoy somos más de 110 millones de habitantes en el país, pero su correlación con el número de psiquiatras existentes, registrados, certificados y especializados, así como con el interés en atender la esquizofrenia y con la distribución de especialistas en el territorio nacional, cambia las cosas. El mismo documento de la SS indicaba que en México hay 2 mil 300 psiquiatras “certificados” y que de estos, “más del 50% tiene limitado o nulo contacto con pacientes esquizofrénicos”. Otras fuentes hablan de 2 mil 800 y de 3 mil 823 psiquiatras registrados en la Asociación Psiquiátrica Mexicana (APM) y en el Consejo Mexicano de Psiquiatría (CMP), creado en 1972 y en el que cada cinco años se certifica de manera voluntaria a los especialistas en esta rama de las neurociencias. En su sitio de Internet, la APM maneja algunos datos que están actualizados al mes de abril de 2003, es decir, hace 10 años. La página indica: “Para 1986, a 20 años de existencia, la asociación contaba con mil 73 socios. En abril del presente año (2003) existen en el país 2 mil 800 psiquiatras, de los cuales mil 346 están certificados por el Consejo Mexicano de Psiquiatría y 17 de ellos son ‘paidopsiquiatras. Solamente 25 por ciento (336) están recertificados”. Los datos de la Secretaría de Salud federal difundidos en 2005 advertían sobre “la severa problemática de falta de recursos humanos para atender este padecimiento, ya que proporcionalmente hay un psiquiatra por cada 300 pacientes esquizofrénicos”. La Secretaría precisaba además en el mismo estudio que “Actualmente existen 3 psiquiatras con subespecialidad en esquizofrenia en el país (pag. 25)”. ¿Alguno de ellos trabaja o ha trabajado en Colima en los últimos 10 años? El texto abunda en el hecho de la enorme deficiencia de recursos humanos para atender la esquizofrenia. En México existe sólo un puñado de institutos y hospitales dedicados a la formación de psiquiatras especializados en este padecimiento. El Hospital Fray Bernardino Álvarez, el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía “Doctor Manuel Velasco Suárez”, el Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente” y diversas unidades médicas del instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), de la propia SS y del Instituto de Seguridad Social y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) se encargan de formar un promedio de 50 psiquiatras por año. La subespecialidad en esquizofrenia se obtiene en un curso de un año de duración que se imparte en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía “Doctor Manuel Velasco Suárez”. De los 50 nuevos psiquiatras que surgen cada año, “más de la mitad no enfocan su campo en la esquizofrenia” y más de 80% de ellos termina estableciéndose en tres ciudades: Distrito Federal, Guadalajara y Monterrey, señala el Programa Específico de Esquizofrenia. El panorama es desolador, especialmente para alguien como Omar, originario de Colima, un estado en el que hasta 2010 sólo había seis psiquiatras registrados para atender a una población superior a los 650 mil habitantes. El número seis de la revista Salud Mental (Volumen 34. Noviembre-Diciembre 2011) titulado: ¿Cuántos somos? ¿Dónde estamos? ¿Dónde deberíamos estar? El papel del Psiquiatra en México, elaborada por el Instituto Nacional de Psiquiatría “Juan Ramón de la Fuente”, revisa la problemática de la excesiva concentración de médicos psiquiatras y su dispar distribución geográfica. Según el documento, el CPM tenía registrados en Colima, en 2010, a dos psiquiatras, mientras que la APM contaba en sus registros con cuatro psiquiatras en esa entidad, de los cuales solo tres estaban certificados. En tanto, el Distrito Federal aparece con 708 psiquiatras avalados por el CPM y 569 registrados en la APM. Un estudio más reciente difundido también en la revista Salud Mental (Volumen 35. Número 4. Julio-Agosto, 2012) titulado: Los especialistas en psiquiatría en México: su distribución, ejercicio profesional y certificación, habla de 3 mil 823 psiquiatras ejerciendo en México para atender potencialmente a 112 millones de habitantes. El documento tiene casi un año de haber sido difundido y advierte que “Hasta donde abarca esta revisión, no hay un estudio actual en México sobre la cifra total de psiquiatras, su localización, sus datos demográficos ni sobre su práctica profesional…”. “Las tardes son completamente mías”, escribe Omar en su muro de Skype, en donde a veces nos encontramos para platicar unos minutos. También tiene su página en Facebook, a la que ingresa ahora de manera más frecuente, sin el temor y la ansiedad que los episodios psicóticos le detonan. Desde hace poco más de un mes ha vuelto a tomar Risperidona y Sertralina, un fármaco para tratar la depresión severa. La ansiedad, los delirios y el lenguaje confuso, repetitivo, han disminuido sensiblemente. Me dice en el chat que ahora piensa con más claridad, que está más tranquilo, aunque no se confía porque los operarios no descansan y en cualquier momento van a atacarlo de nuevo. Su espacio en Facebook tiene nuevas fotos, tomadas en 2011 y 2012. Algún amigo lo acompaña en sus paseos y en otras imágenes es él quien maneja la cámara. Siempre aparece solo, ya sea visitando museos de cera, al lado de reproducciones de artistas de cine lo bien con el mar como fondo. En otras, las que se toma él mismo, está en gimnasios. Se le ve embarnecido, fuerte, concentrado en el ejercicio. La única foto en la que sonríe es en la que está sentado junto a una figura de cera del Guasón que Heath Ledger interpretó en 2008, en la película “Batman, El Caballero Oscuro”. Omar lleva una playera blanca y con la mano derecha sostiene la barbilla del villano de cine. En diciembre de 2012 tuvo un nuevo episodio psicótico que se prolongó hasta finales de enero de este año. Fueron meses muy duros, tiempos en los que el suicidio era la única salida a sus problemas, pero al final resistió los embates del delirio y siguió adelante, aunque con consecuencias inevitables pues perdió el empleo que durante tres años y medio tuvo como jardinero. Lo peor estaba por venir. Fue a parar a una casa de asistencia en donde le hicieron varios exámenes de rutina y asegura que ahí le diagnosticaron VIH, pero en las conversaciones posteriores esta situación no le inquietó ni volvió a mencionarla a pesar de que le pregunté varias veces cómo se sentía y si estaba tomando medicamentos contra el síndrome. En la declaración jurada que le hizo a la Corte de Inmigración en 2011, Omar dijo que en 2009, cuando estuvo internado en el centro de atención y prevención de adicciones Yo Soy AC, ubicado en la comunidad de Los Limones, en Colima, los operarios le hicieron creer que lo habían contagiado de VIH al mezclar sus alimentos con las heces fecales de una persona que padecía el síndrome. No hay forma de saber si el diagnóstico que le hicieron es real o si de alguna manera forma parte de su delirio. Omar no menciona esto en las charlas que tuvimos y no parece inquietarle mucho. Mientras trabajó como jardinero intentó tener una relación sentimental pero las cosas no resultaron. En marzo tuvo una ligera recaída y pensó abandonarlo todo y dejar que el gobierno norteamericano lo deportara. “Ando en la calle, puedo hacer de todo pero los operarios me manipulan, no me dejan. Estoy cansado y bajo control mental, ni sé lo que ando haciendo”, me dijo entonces. El 13 de mayo volvimos a platicar en el chat. Estaba feliz y animado porque acaba de conseguir trabajo con un contratista. Mañana empiezo, me dijo, así que ya me voy a dormir porque tengo que madrugar. –¿Cómo te sientes, cómo ves las cosas ahora?, le pregunté. –Me siento más claro de pensamiento. –Se nota de inmediato. Te noto menos ansioso, más templado. –Hay esperanza en mi sosiego. Todos los días pido que se termine, para ser norma y vivir mi vida. –Así será, créelo. –Me tengo que retirar señor Medellín, buenas noches.


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