lunes, 1 de julio de 2013

¿ESTÁ ESE ANIMAL MIRÁNDOME?, Nieves y Miró Fuensalida

¿Está ese animal mirándome?

¿Está ese animal mirándome?
NIEVES Y MIRO FUENZALIDA [mediaisla¿Qué justifica el derecho del ser humano a dominar a todas las demás  que habitan el planeta? ¿No habrá llegado el momento de dejar de ser humanos?
Cuando Sir Paul McCartney descubrió que el Dalai Lama no era vegetariano le escribió para hacerle notar que si comía animales algún sufrimiento causaba a lo largo del camino contradiciendo los principios budistas de no causar daño a ningún ser sensorial. El Dalai Lama le respondió que sus  le dijeron que él necesitaba comer  por razones de salud… El llamado espiritual a la compasión por todos los seres vivos tiene su límite… ¿Cierto? Aquí uno no podría dejar preguntar… ¿Y qué ha pasado, entonces, con la famosa superación ególatra?
Los derechos del animal comúnmente se ven como un  de segunda o tercera importancia o, simplemente, como un lujo de activistas burgueses a pesar de que nunca antes en la historia humana tantos animales habían sido sometidos a tan horribles consecuencias, a tantos abusos continuos y tantas condiciones de vida torturantes. Lo remarcable es que, incluso, bajo estas condiciones de dominación tan absoluta, todavía es posible notar formas de resistencia singulares, aunque sin éxito, que los animales llevan a cabo. El  que huye del matadero y termina baleado en la calle, el elefante que escapa de la prisión del  o el chimpancé que ataca al  en el laboratorio. Este  terrible del animal sufriente podemos, a veces, captarlo fugazmente a la hora de  o en los videos clandestinos de los mataderos.
¿Qué justifica el derecho del ser humano a dominar a todas las demás especies que habitan el planeta? La respuesta es bastante conocida. Los seres humanos creemos tener el derecho a dominar a los animales porque estamos convencidos de que poseemos un tipo especial de subjetividad… ¿No será tiempo de criticar la sabiduría común que da por hecho que todos los seres vivos están aquí para nuestro uso? ¿De cuestionar esta especie de guerra que se lleva a cabo en contra de la vida animal y efectuar algún cambio en nuestra relación con ellos? ¿No habrá llegado el momento de dejar de ser humanos?
La  corporalidad, vulnerabilidad y finitud común que tenemos con el animal nos hace compañeros de viaje en la aventura de la vida y es el punto de partida desde el que es posible articular una respuesta ética animal diferente. Tradicionalmente nuestra capacidad racional y simbólica, nuestra habilidad para entrar en contratos o nuestra conciencia de la muerte han trazado una línea divisoria insalvable entre el homo sapiens y el resto de la naturaleza. Cuando el filósofo inglés  J. Bentham, en una nota al pie de , afirmó que la cuestión no es… ¿pueden ellos razonar o pueden ellos hablar?, sino… ¿pueden ellos sufrir? cambió completamente el foco al mostrar que la capacidad para el sufrimiento no es solo otra característica como la capacidad para el lenguaje, sino el prerrequisito para tener interés del todo, la condición que debemos satisfacer antes que podamos hablar de interés en cualquier sentido significativo y es esta capacidad la que, lejos de separarnos de los animales, nos une a ellos.
La distinción histórica que postula la discontinuidad radical entre animal y humano ha sido criticada desde una multiplicidad de perspectivas teóricas y políticas. Darwin, más que ningún otro, ha tenido el efecto de debilitar esta dicotomía en nombre del continuismo gradual.  Igualmente, en las humanidades y ciencias sociales las características típicas de lo humano (lenguaje, conciencia de la muerte, razón, etc.) han experimentado un desplazamiento similar al mostrar que éstas también pueden existir entre los animales no humanos o no existir entre los humanos en la manera en que tradicionalmente se ha creído. Lo que estos cambios indican es que la noción de que es lo que constituye animalidad depende de su relación con lo que supuestamente constituye humanidad y cuando esta entra en duda la comprensión de animalidad sufre una suerte similar que nos quita la certidumbre al dejarnos sin saber cómo proceder… ¿Debiera esta distinción ser redescrita? ¿O debiera ser abandonada?
Las consecuencias del gesto humanista son particularmente visibles en la variedad de fantasías sociales que crean y sostienen un “nosotros”  en cuyo nombre se concibe la animalidad  y la violencia en contra de ella. Es la tesis de un límite entendido como absoluto entre el animal y el ser humano y es esta tesis la que permite la libertad de experimentar y consumirlos industrialmente sin  moral y calificar de reacción infantil o femenina cualquier brote emocional o interés ético que se pudiera tener por formas de vida carentes de razón y lenguaje. Es esta tesis la que hoy día empieza a despertar un creciente sentido de culpa por la tortuosa historia en la que nos ha comprometido y las nociones que se han erigido sobre ella. El sufrimiento que ha causado hoy día pareciera abrumarnos con sentimientos de piedad y compasión  por el mundo biológico. “No animal ha sido herido en la producción de esta película” es una prescripción ética en la industria cinematográfica inglesa que trasluce la ansiedad europea que el daño al animal produce.
Uno puede decir si… ciertamente el animal sufre y merece nuestra piedad. Debemos abandonar el humanismo. Pero, ¿dónde comienza el pos humanismo? Los defensores de los derechos del animal creen que han empezado a efectuar un desplazamiento radical del antropocentrismo. En su lugar, sin embargo, han empezado a producir versiones, con ligeras diferencias, del mismo antropocentrismo revelando que no es tan fácil desprenderse de él. Las fuentes de estas dificultades las encontramos en las limitaciones antropocéntricas tácitas funcionando en las instituciones políticas y legales que hacen que el discurso de los derechos del animal termine reproduciendo estas mismas limitaciones. El modelo filosófico dominante, por ejemplo, que ellos tratan de desarrollar, intenta demostrar que los animales, en medida significativa, son iguales que los seres humanos en tanto son sujetos con preferencias personales, deseos, afectos y expresiones que los coloca bajo consideraciones morales. La confianza total en las descripciones científicas del animal, que frecuentemente encontramos en los discursos sobre los derechos del animal, les sirve de base para establecer afirmaciones éticas sobre ellos. Por ejemplo, evidencia de que ciertas especies poseen mentalidad para afirmar la existencia de subjetividad y sentido moral (o a la inversa, para negarles cualquier consideración moral o legal). El problema es que la filosofía moral funciona dentro de un modelo centrado exclusivamente en el sujeto humano y para ubicarse dentro de él uno tiene que hablar su lenguaje y ceder a sus demandas. Y, paradójicamente, resulta que es justamente este modelo el que ha sido usado para negarle al animal cualquier derecho por siglos.
La defensa del animal basada en su naturaleza o en sus derechos, en última instancia, no cambia nada fuera de disminuir el sentido de culpa y recuperar la buena conciencia. Necesitamos ir más allá de la defensa legal del animal y reconocer el poder que el animal tiene para interrumpir, sorprender y, tal vez, reconstituir la comunidad humana. Una interrupción que viene de un animal “singular”, un animal que yo encaro y me encara y que cuestiona mi modo de vida. Algunos teóricos contemporáneos piensan que la respuesta está en retornarle la mirada al animal no humano y recibirla de vuelta. Gracias a  este doble gesto la comunidad humana podría expandirse para incorporar la animalidad. Esta nueva forma de estar con el animal surge, a veces, en esos momentos inesperados en donde se produce un ligero reajuste de la conciencia ¿No es a esto a lo que el filósofo Derrida se refiere cuando una mañana caminando desnudo hacia la ducha descubre que su gato lo estaba mirando? Es en ese instante cuando un animal nos quita nuestra superioridad soberana y la desnudez se transforma en la condición límite que caracteriza la relación comunitaria. Mientras el animal mira al humano él prohíbe ser reducido solo a un puro cuerpo desnudo, a un puro cuerpo que se acaricia y cepilla. La interrupción de lo humano por el animal no es solo una anécdota o una excentricidad personal. Es una interrupción que nos abre a la posibilidad de descubrir que la forma en que hoy vemos al animal es parte de un  registro histórico que la une a una tradición particular que hoy, tal vez, debiéramos reevaluar.
Más allá de la intención de Derrida la cuestión del animal contiene significados adicionales. Nuestros discursos, ya sean científicos o filosóficos, son inadecuados para describir la rica multiplicidad de las formas de vida y perspectivas que se encuentran en los seres que llamamos animales y su origen antropocéntrico les impide lograr por sí mismos la revolución en pensamiento y lenguaje necesaria para confrontar las dificultades que rodean la vida animal. Casi todos los movimientos liberadores y revolucionarios de los últimos tiempos (y el movimiento que busca desplazar el antropocentrismo es uno de ellos) corren el riesgo de revertir la jerarquía de las distinciones binarias. Cuando un grupo de seres como los animales ha sido consistentemente devaluado a través del tiempo una de las pocas formas de desafiar los prejuicios conceptuales e institucionales es otorgarle al grupo devaluado un valor más alto del que poseen aquellos con los que se comparan negativamente. Sin embargo, con todo el mérito que esto pueda tener, no es suficiente para alcanzar una perspectiva genuinamente pos antropocéntrica.
El abandono del antropocentrismo no significa volver a una completa identidad entre seres humanos y animales. De lo que se trata es de ir más allá de las visiones reductivas del animal que hemos heredado de la tradición filosófica, especialmente Aristóteles y Descartes, y que todavía nos domina. No solo la perspectiva humana se ha aceptado acríticamente como el punto de partida para casi todas las investigaciones epistemológicas, sino que también cualquier cuestión filosófica ha sido subordinada primariamente al interés humano. En todos los niveles, sea científico, social, moral o experiencial el modelo humanista trata de mantener la discontinuidad al  precio de cerrarse a sí mismo a nuevos encuentros emocionales o autocríticos mostrando con ello su debilidad más que su fortaleza. La filosofía, como algunos teóricos contemporáneos creen, ya no puede fundarse a sí misma en la suposición de que la perspectiva y el interés humano constituyen el locus primario del pensamiento. Hacer filosofía hoy día, dicen, significa proceder con vista a la ruptura de la distinción jerárquica entre animal y humano que tradicionalmente ha fundado el pensamiento hasta ahora.
Un genuino pensamiento pos humanista solo puede ser desarrollado descentrando el ser humano y pensando desde una nueva humildad y generosidad hacia el animal no humano. Y mientras el animal no entre en nuestra consideración difícilmente podremos lograr ese nuevo proyecto. | nymf, ottawa, on nievesmiro@sympatico.ca

No hay comentarios:

Publicar un comentario