miércoles, 31 de julio de 2013

¿QUIÉN ERA REALMENTE DALÍ?, Alejandro Pales Argullos (¿?)

¿QUIEN ERA DALI REALMENTE?
 Mucho y diverso se ha dicho y escrito de Salvador Dalí, pero, siempre el dichoso pero, nadie ha sabido realmente quien era o quien fue ese “genio” nacido en Figueras, una pequeña población del norte de Cataluña, azotada con frecuencia, con demasiada frecuencia por el frío y desquiciante viento de tramontana, un viento que silba como un demente, colándose a través de los resquicios de las puertas y ventanas
 Conocí a Dalí en casa de su hermana Montserrat, una pequeña y estrafalaria mujer que vivía en el piso inferior de la casa de mis padres en Barcelona y que se ganaba, supongo que más mal que bien, la vida vendiendo unas “indianas” que ella decoraba a mano en una pequeña tienda del Pueblo Español, un “engendro turístico” de Barcelona, parada obligada de todos los turistas que viajan en grupo, y que pueden ver en este lugar una representación en miniatura de todos los pueblos de España. (Que valen la pena)
 Tenía yo entonces doce o trece años, y aproveché una visita que hizo mi padre al marido de aquella señora, “un mártir” que ejercía  de abogado, y era la “sombra de Rebeca” de aquella dama extraña, pero simpática, con objeto de discutir algún problema de la comunidad de vecinos.
 Ha sido la primera y única vez que  he visto a Dalí. Estaba tranquilamente tomando un café, charlando normalmente con su sobrina Eulalia (Lali) una preciosidad de chica, de unos diecisiete años de la cual estaban enamorados tanto mí hermano mayor, como todos sus amigos.
 Me llamó la atención su cuidadísimo bigote, enhiesto y puntiagudo y su inseparable bastón que formaba parte de su “mise en scene”. Le oí hablar con naturalidad y sin afectación alguna. No recuerdo nada más. Con el tiempo supe quién era y lo que representó. Un hombre lleno de dinero, orgulloso de ello, un pintor de enorme talento, un escritor notable, un filósofo inclasificable y un ser ávido de experimentar con la vida.
 Probablemente, si no hubiera sido así ya habría sido empujado hacia el olvido.
 Salvador Dalí, para mucha gente ha sido uno de los más grandes pintores del siglo XX, un maravilloso grabador, una inteligencia notable. Pero buena parte del público lo ha considerado un mistificador arrebatado y delirante, que buscó apasionadamente la publicidad.
 Frecuentó la Escuela de Bellas Artes de Madrid, una de las mejores escuelas del mundo. Pero no aprovechó las lecciones que allí le daban, porque en ese momento hacía cubismo.
 A pesar de todo, algo debió quedarle. Un día, alguien le  dijo: "Tiene usted una técnica absolutamente extraordinaria; tendría que escribir un libro sobre su técnica". Entonces, escribió un  libro sobre la misma… jugando. Inventó unas recetas completamente fantasiosas imposibles de llevar a término pero que consideraba sublimes.
 Carlos Barral riguroso e implacable, como sólo saben serlo los poetas decía que “Dalí vivió toda su vida representando al gran pintor que nunca llegó a ser.”
 Rafael Alberti,-  más tierno, quizás por ser andaluz – sentenciaba:
 “el mejor Dalí fue el de los años de París – luego inició una deslumbrante carrera al vacío”
 Dalí se definía como uno de los raros artistas contemporáneos que siempre rehusaron  pertenecer a un partido o a una agrupación política cualquiera. La historia constituía su pasión porque era “la categoría” por excelencia, mientras  la política sólo era la anécdota efímera de la Historia.
 Y a la pregunta que uno se podría hacer sobre sí acaso él mismo era o podía ser también una anécdota efímera de la historia, su respuesta entresacada de los muchos apuntes biográficos de su vida no puede ser más elocuente:
 “Considero que como pintor soy un artista mediocre. Mi mujer, Gala, me encuentra mucho más talento del que yo mismo me encuentro. Cuando me comparo con los grandes pintores del pasado, Vermeer, Velázquez, me considero una verdadera catástrofe artística. Pero sí, a la inversa, me comparo con mis contemporáneos, entonces, evidentemente, soy el mejor. No es que sea bueno. Pero los otros son tan malos que la comparación se revela imposible”
 Es evidente que en esta respuesta parece obviar el nombre de Picasso, pero no es así si analizamos con cuidado su opinión del resto de los artistas de su tiempo
 "Todos, absolutamente todos, poseen dos cosas terribles. Primero, la lógica, heredada de Descartes, que es una catástrofe. Segundo, lo que se llama el buen gusto. Con eso se ha construido todo un mito de la pintura moderna, absolutamente ilegítimo"
 En cierto modo el Dalí filósofo argumenta que la catástrofe de la lógica heredada de Descartes se debe a que  Descartes lo basó todo en los fenómenos tradicionales de la inteligencia, y la inteligencia está produciendo su quiebra por doquier.
 “Estoy contra Descartes porque era un señor que pensaba. Yo jamás pienso, juego. El hombre a quien más detesto en el mundo, se lo voy a decir, es Auguste Rodin. Porque es el autor de una escultura abominable que representa a un pensador, la cabeza apoyada en una mano. En esa posición nunca se puede crear. Ni defecar. Sólo se puede crear a condición de jugar. Los mayores cornudos de todos los tiempos son personas como Rodin, Descartes y, sobre todo, como Karl Marx. Ahí tiene un tipo que pasó no sé cuántos años escribiendo El Capital. Todo lo que dijo es el revés de la realidad. Entre otras cosas, predijo la lucha de clases: ya no las hay porque las clases desaparecen. Por el contrario, él no había previsto la verdadera lucha de nuestra época, es decir la lucha de las razas. Sobre China, Japón, Israel, el mundo árabe, etcétera: nada, ni una palabra. Eso no tiene nada de sorprendente. Karl Marx, como Descartes, era un individuo de tipo respiratorio. Los digestivos son de tipo mucho más interesante”.
“ Yo digiero cada vez con mayor satisfacción. He descubierto que el momento más importante en la vida es el momento de la excreción. Una cosa que me revuelve es la trivialidad de las letrinas. Sea Kruschev, o Kennedy, todo el mundo está reducido a utilizar las mismas y por ello voy a proyectar una suerte de sitial, y voy a exponerlo. Son delfines. En el "sepulcrum" de los romanos, dos delfines se entrelazaban por la cola. Yo pongo los delfines lomo contra lomo, la cola para abajo, ambas cabezas al aire. De modo que se pueda utilizar cada boca para su uso específico. Yo digiero cada vez con mayor satisfacción. Descubrí que el momento más importante en la vida es el momento de la excreción. Una cosa que me revuelve es la trivialidad de las letrinas.
 “He proyectado y dibujado una suerte de sitial y voy a exponerlo. Son delfines. En el "sepulcrum" de los romanos, dos delfines se entrelazaban por la cola. Yo pongo los delfines lomo contra lomo, la cola para abajo, ambas cabezas al aire. De modo que se pueda utilizar cada boca para su uso específico.
 Eso me recuerda una historia maravillosa que contó el poeta Federico García Lorca. Su amigo, el compositor Manuel de Falla, era muy meticuloso, y muy maníaco. Un día le dijo a Lorca: "Me voy para un concierto. ¿Puedes prepararme la valija?"- Y añadió -"Toma esta tabla y ponla en el medio. -¿Para? -Porque jamás hay que mezclar lo que toca las partes nobles del cuerno con calzoncillos y medias. Siempre las separo en mi valija".
 El mismo se auto definía como un monstruo de inteligencia y en una sociedad como la nuestra, afirmaba:
           “sería peligroso que hubiera muchos Picasso y Dalí. Felizmente, no es el caso”
 Lamentaba no ser más inteligente, más que nada por su pintura, ya que su inteligencia le había privado de la mediocridad, una característica, que había proporcionado a pintores menos geniales que él, una proyección mundial tan envidiable o más que la suya.
 Su pintor preferido fue siempre Vermeer a quien consideraba el más grande de los pintores, pasión que reemplazó por un pintor francés, Gerard Dou, uno de los pintores favoritos de Luis XIV en el que nunca quiso detenerse hasta que lo descubrió en una exposición en París. Y entonces se  encandiló. Todo lo que antes dijo sobre Meissonier y  los pintores pedestres: cero.
 El máximum del arte pedestre estaba allí, en el cuadro de “La mujer hidrópica”, pintado sin pretensión alguna, pero con una nobleza, que afirmaba:
 “lo superaba todo, con una cantidad de matices tal que no se puede imaginar que un ojo humano los hubiera advertido. La fotografía jamás será capaz de sutilezas semejantes. Es la voluptuosidad total. Indiscutiblemente, ése es el camino a seguir.”
 Entender a Salvador Dalí no es una tarea fácil, salvo que se quiera simplificarlo todo tanto y quedarse  satisfecho con el tópico de “fue un buen pintor, del género surrealista, bufonesco y ambicioso económicamente.”
 La pintura – decía -  es la fotografía en color al pincel.  Para él nada era más surreal que la realidad misma, y yo me apunto a esta creencia. La existencia de la realidad es la cosa más misteriosa, más sublime y más surrealista que se pueda dar. Pintó, dos veces en su vida, cestas de pan. Creía que eran los cuadros menos surrealistas de toda su obra, ya que sólo había cestas con pan adentro. Pero acabó descubriendo, leyendo a Michel Foucault, el sentido esotérico de las cestas. Ambas naturalezas muertas que, a sus ojos, en el momento en que las pintaba, no tenían ninguna trascendencia, quizás eran  lo más surrealista que había hecho.
 En su pensamiento, interpretándolo a través de sus opiniones, y escritos, está convencido de que no era necesario seguir una corriente concreta para ser tildado de surrealista. Algo en lo que Sigmund Freud estaba de acuerdo y el famoso psiquiatra vienés  remachaba con esta opinión:
 "Prefiero los cuadros en los que no hallo ninguna huella aparente de ese pretendido  surrealismo. A esos sí, los estudio. Allí encuentro los tesoros del pensamiento subconsciente".
 Cuando se le señalaba que él mismo en alguna de sus obras más relevantes como  “La metamorfosis de Narciso”, que está en la Tate Gallery de Londres o en “El enigma de Guillermo Tell”, en Estocolmo, el subconsciente se ostentaba por doquier, y dominaban los temas psicoanalíticos, respondía:
  “¡Ay, sí! Con todo soy producto del surrealismo consciente. Pero ahora que descubrí a Gérard Dou, todo eso va a cambiar”.
 Y afirmaba con rotundidad y solemnidad (me lo imagino con aquella voz engolada y profunda llena de síncopes):
 “¡Quiero hacer cuadros surrealistas sin saberlo!, como las cestas de pan. Y, para comenzar, pintaré el retrato de Gala, mi mujer, el ser a quien más amo, con el vestido de Dios que llevaba la noche de Navidad. Un vestido de lamé formado por minúsculas escamas de todos los colores. La cosa más difícil de pintar del mundo. Me tomaré el tiempo que haga falta. Será el cuadro más caro del mundo. Casi, casi incomprable.”
 Y la pregunta obligada a esta aseveración hubiera sido: ¿Y quién le comprará esta obra de arte en el caso de existir algún multimillonario excéntrico y amante de su pintura hasta la obsesión?
“ Las personas que tienen un enorme sentido práctico. Aunque sólo se hable de arte abstracto, pretender que la fotografía reemplace a la pintura... es algo sin sentido”.
 Y era cierto. En una subasta de Sothebys, en Londres un cuadro de Velázquez ultra figurativo “El esclavo” se adjudicó por una cantidad superior a los 4.500.000 euros frente a una fotografía impresionante y única de un autor reconocido por la que se pagaron tan sólo 150.000.  
 La gran retrospectiva de su obra que tuvo lugar en Rotterdam, en 1982 atrajo a 5.000 visitantes por día. Sobre todo a jóvenes y “hippies”, algo que no le sorprendió en absoluto porque, según pensaba:
 “cuando a estos les muestran Cézanne, no le dan bolilla. Pero tienen una suerte de frenesí por los pre-rafaelitas, por los cuadros pedestres. Les gusta lo que hace bien a la vista. Estoy seguro que adorarían a Gérard Dou, Lo contrario, son los hippies de San Francisco y de otras partes quienes se sienten próximos a mí.”.
 Como decía Paul Eluard, poeta no es el que está inspirado, sino el que es capaz de inspirar a los demás. Timothy Leary, sacerdote del LSD, dijo que Dalí era el primer pintor LSD sin LSD.
 “Jamás tomé droga alguna. A pesar de eso, todos los hippies reconocen en mí algo de su inquietud y su horror por la cultura burguesa”.
 Una cultura burguesa que él mismo promocionó con la construcción de su museo en Figueras, su ciudad natal, museo que atrae cada año a un ingente número de visitantes que pagan religiosamente su entrada y adquieren gran cantidad de postales, camisetas serigrafiadas, diapositivas y videos de la obra de Salvador Dalí. ¿No es eso una macro manifestación de la cultura burguesa que el denostaba?
 A Dalí eso no le quita el sueño y entiende que su museo era necesario para aumentar el conocimiento de su pintura, incrementar los ingresos de su país y de paso engrosar su fortuna personal.  Es más, sin cortarse un pelo, leo en un diario de hace varios años después de inaugurar su museo, su opinión sobre el mismo:
 “Para mí, la idea que prima siempre es el dinero. Pero un museo ofrece una multitud de otras amenidades. Es un centro de cretinización incomparable. Cuadros con títulos falsos, visitantes en procura de explicaciones, indagadores que prosiguen sus investigaciones, psicoanalistas que examinan si en tal época yo era más loco que en tal otra... Todo eso representa un atractivo incalculable. En mi museo de Figueras acabo de pintar un cielo raso. Representa a Dalí -es muy tradicional- con cajones. Tengo un cajón en el vientre, otro en el pecho, un tercero en los talones. Todos los cajones están abiertos al revés. De ahí sale una lluvia de monedas de oro que caen generosa e hipócritamente (es un trampantojo) sobre la cabeza de mis conciudadanos. Están chochos…”
 De esa creencia uno puede suponer, naturalmente, que cuando salía por la televisión, era entrevistado o daba sus conferencias, estaba favoreciendo lo el que denominaba “la cretinización del público” ¿o más bien pretendía despertarlo de su supina ignorancia…o se estaba simple y llanamente burlarse?
 En mi modesta opinión todo a la vez, sin un orden preestablecido…”a lo Dalí”.
 Él se defendía de esas aseveraciones con esa mezcla de socarronería trufada de“boutades”, que despertaban el asombro, o la carcajada de sus oyentes. Con gran seriedad exclamaba:
 “Como soy rico y doy de mamar a todos con una generosidad sin límites, las tres cosas son verdad. Trato de cretinizar a la gente en la medida en que puedo, porque los cretinos son una de mis pasiones. Los auténticos cretinos, los gelatinosos, los revulsivos, completamente retardados, llenos de baba y de saliva. Al mismo tiempo, me las arreglo para dar siempre una patada en la pierna derecha de la sociedad. Si quiere que la gente lo recuerde, siempre hay que darle, en la primera juventud, una patada en la pierna derecha. Me resulta muy voluptuoso cretinizar a la gente. Pero también despertarla.”
 Este descaro, esta displicencia estudiada, este discurso genuinamente surrealista era recibido por el público en silencio como si fuera un oráculo de los dioses, algo que en cierto modo Dalí les había hecho creer. Ellos eran la masa a la que debía cretinizar como si fuera una labor evangelizadora y argumentaba que esta cretinización suplementaria era fundamental.
 “¡No, no y no! Por lo demás, cretinizo, despierto y, después, “me ne fregó”- una expresión catalana de una ordinariez mayúscula (me la suda) - todo me da absolutamente lo mismo. A este respecto, querría añadir una precisión. Mientras alguien me pregunta por una cosa concreta, pienso, no dejo de pensar en otra cosa… En días o meses, puede que diga exactamente lo contrario de lo que acabo de decir. Así, durante 5 años, hablé mucho de la hibernación. Un día vino a verme el doctor Laborit, un eminente fisiólogo francés, y me dijo: "Querido maestro, hablemos de la hibernación". Le respondí: lo lamento, pero ya no me interesa. Soy un poco como ese filósofo que preparaba su propia tumba, en Figueras – evidentemente hablaba de sí mismo sin ningún pudor- Quería un panteón extraordinario. Cada vez que veía a su contratista, le hablaba horas del asunto. Un día el contratista le dijo: Señor, encontré el lugar ideal. Ante un paisaje maravilloso, sin tramontana ni humedad y, lo que es mejor, barato. El filósofo respondió: "Ya no me interesa" - Golpe teatral.- ¿Por qué, pues?- inquiere el contratista. "Acabo de reflexionar, ¿A qué todo esto, si no me muero?".
 Dalí era un gran estudioso y un notable escritor, y dicen los críticos que era casi mejor escribiendo que pintando. Escribía sobre todo y todos. Se interesó por la arquitectura a la que consideraba una disciplina excelsa, siempre que fuera, eso, excelsa. Se permitió el lujo de codearse con “una prima dona” de la arquitectura mundial y un referente en las facultades de esta disciplina: Le Corbusier.
 Pues bien, el amigo Dalí escribió pesimamente sobre el mismo, al que llamaba despectivamente: Corbu /sarnoso, / cuervo, etc. etc. etc., y le echaba en cara su falta de originalidad al trabajar en sus construcciones con el hormigón armado y le advertía de tan grave equivocación.
 Relata en una revista de arquitectura francesa, a raíz de estos despectivos comentarios, lo siguiente:
 “Me pasó algo sorprendente a propósito de Le Corbusier. Un día que estaba en la estación de Perpiñán, me cruzó una idea por el espíritu: Le Corbusier, la inteligencia más pesada del mundo, está ahogándose. Lo comuniqué al señor Pagés, inventor de la anti-gravitación, con quien acababa de encontrarme. Justo en ese momento llegó un periodista que me hizo saber la muerte de Le Corbusier. ¡Ahogado! Entonces, de inmediato, encargué un manojo de flores. Después, todos los años las hice llevar a su tumba. Estoy seguro de que es el único ramo de flores espléndidas que él recibe. Soy muy gentleman. Ni bien muere uno de mis enemigos, lo tapo de flores. Para que, si realmente está en alguna parte, trabaje para mí.”
 No es de extrañar que con semejantes actitudes se granjeara muchas y enconadas enemistades, pero Salvador Dalí lo negaba sistemáticamente, dado que según decía le gustaba que todo el mundo fuera su enemigo. Las personas inteligentes que le criticaban eran para el muy estimables, dado que las necias o simplemente tontas eran lo peor que le podía pasar a uno, al ser sus más fieles acólitos…a los que denominaba “subdalinianos”.
 Consideraba que Julio Verne era uno de los mayores y fundamentales cretinos de su época, que embarcó a la humanidad en las chiquilinadas...Empezando por la conquista del espacio:
 “donde no hay absolutamente nada que encontrar, ya que todo el Universo converge hacia la Tierra, y la Tierra es el único planeta donde se manifiesta ese fenómeno inaudito que se llama vida. ¿Para qué conquistar la Luna si, inclusive en nuestro planeta, hay muchos terrenos que no valen nada? La única sección importante de la Tierra es, en definitiva, la región comprendida entre Figueras y Toulouse. Pero inclusive allí hay realmente muy pocas cosas que valgan la pena. Todo lo importante está concentrado en los alrededores de la estación de ferrocarriles de Perpiñán, en el Rosellón catalán”.
 Su teoría era que Perpiñán y concretamente el punto exacto en donde se ubica su estación del ferrocarril era el lugar que resistió en el momento más trágico  de nuestra historia geológica, el momento cuando se formó el golfo de Vizcaya.
 Cuando los continentes se separaron, se formó el golfo de Vizcaya. Si los Pirineos, en el paraje exacto donde se encuentra la estación de Perpiñán, no hubiesen resistido en ese momento:
 “nos rodearían todo tipo de animales, y jamás habría habido ni Vermeer, ni Velázquez, ni el general Franco, ni Dalí, ni nada”.
 Admitiendo que hubiese sido verdad lo que dice, y que la suerte del planeta hubiese dependido realmente de esa punta de terreno, ¿por qué era tan importante, para a sus ojos? La respuesta de Dalí no puede ser más daliniana:
 “Porque los fenómenos de orden geológico que acabo de evocar fueron seguidos allí por fenómenos de la cultura humana. Estoy estudiando por qué hay que restaurar la monarquía en Rumania. Muy simplemente, porque vino un día un señor, de Sevilla, e inventó Rumania. ¿Quién? El emperador Trajano. Por lo demás, todo esto está escrito con diáfana claridad en la columna trajana, en Roma, que es la primera dibujada en el mundo. Si las personas, en lugar de leer las columnas de los diarios, cuya información es lamentable, tuvieran la paciencia de leer la columna trajana, comprenderían muchas cosas. Y, ante todo, que la columna trajana fue esculpida por andaluces, es decir los Picasso de los tiempos de Trajano”.
 Sin comentario…
 Oscar Tusquets, un reconocido arquitecto catalán, todavía vivo, conoció  muy bien a Salvador Dalí y nos presta una valiosa información sobre el Dalí más auténtico.
 “Yo lo conocí en una fiesta en Cadaqués a finales de los sesenta,- cuenta Tusquets. Era un progre, como casi todos los universitarios en la Cataluña de entonces y, claro, el maestro de Figueras me caía mal. Pero a él la arquitectura le fascinaba. Yo era un arquitecto, joven y nada oportunista, al contrario que mucha gente que lo rodeaba. Me dijo: “¿Quieres venir por casa?”. Como no era lo suficientemente rígido para decir que no, fui... Y al cabo de dos horas había cambiado de opinión sobre él. Era la persona más culta, más perspicaz, más sugerente... Y la más divertida. Alguien que se había forzado a sí mismo para divertir a los otros hasta la muerte. Y que se adelantó a su época. En su visión del marketing, por ejemplo.”
“ Dedicaba dos horas al día a los medios, pero hoy conozco a muchos artistas que dedican las 24. Dalí, cuando cortaba, cortaba. Eso sí, cuando venía la prensa, decía: ¡Ay, qué pereza, pero engolaba la voz, iba corriendo a disfrazarse... Tenía clarísimo lo importante que era la puesta en escena para conseguir el impacto mediático. La diferencia entre él y sus imitadores de hoy es que él se lo tomaba a risa. Y con el tiempo va exagerando su personaje”.
 La fiesta constituía una constante en su vida. Era esencial. Un papel esencial. Creía que la vida debía ser una fiesta continua.
 “Era súper generoso y nada interesado. Nunca pagué nada yendo con él. Cuando lo acompañábamos en París, decía: 'Tú, tú y tú... venís conmigo a comer'; a lo mejor había un ministro y lo dejaba fuera.  Y nos íbamos al Maxim y a los mejores restaurantes. Siempre procuraba rodearse de gente insólita, simpática y, sobre todo, guapa. Un colombiano muy andrógino se convirtió en su invitador oficial; rastreaba Cadaqués en busca de los especímenes más exóticos y escandalosos para llevarlos a Port Lligat. Y en Nueva York los domingos por la noche organizaba cenas de príncipes y mendigos, a las que invitaba a ricos esnobs, artistas de por allí y algunos desarrapados escogidos en función de su guapura”.
 Se caricaturizaba a propósito, antes de que lo hicieran los demás. Además, a todo le veía el lado bueno. Cuando Breton lo bautizó como “d'Avida Dollars”, le pareció estupendo:
 “¡Qué favor me ha hecho!; en América ganar dinero es lo más sagrado. Triunfaré con ese eslogan”.
 El objetivo de sus cuadros, de veras, era puramente comercial. Una frase de Gustave Moreau le impresionó mucho:
 "Dejo de pintar mi pedazo, - decía -, solamente cuando veo que el oro surge de la punta de mi pincel". Dalí siguió el consejo al pie de la letra. Inclusive los pescadores de Cadaqués murmuraban de escondidas: "Aquest porc d’en Dalí treu or amb el seu pincell”(ese cerdo de Dalí, con su pincelito, hace oro"). Él consciente de ello replicaba: “Soy místico como todos los españoles. Ser místico es hacer oro”.
 ¡Todo le iba a favor! Le importaba mucho más disfrutar que poseer. Para eso quería el dinero Dalí. Y, claro, ahí Gala lo ayudó mucho. Pero no solo en eso. Él tenía 25 años cuando la conoció y ella, que le llevaba 10, le comentó a su marido de entonces, Paul Éluard, que le parecía un tipo antipático y ridículo, con su pelo engominado y su pinta de bailarín de tango. Pero decidieron verse al día siguiente y ya no se separaron. Se casaron por lo civil en 1934 y por la Iglesia 10 años después. Ella era una auténtica musa de los surrealistas, que había sufrido y hecho sufrir a varios. Pero se encaprichó de aquel excéntrico joven y decidió muy fríamente que la obra de arte de su vida sería Dalí.
 Y se dedicó a construirlo. De hecho, formaban una simbiosis perfecta. Ella encarnando el lado masculino: la energía, la organización, el pragmatismo. Él, lo femenino: la creatividad, la imaginación, el desorden. Gala tenía sus jóvenes amantes y él montaba orgías. Y sabía muy bien a quién proponerle  que participara. Le interesaban esos montajes porque era un voyeur, como todos los artistas. Al fin y al cabo es su profesión. Pero no participaba, máximo se masturbaba. Yo creo que follar, solo folló con Gala. Él mismo lo dijo.
 “Fue la primera con quien hice el amor. No es que me guste mucho hacer el amor, pero tenía 29 años y me creía impotente. Gala me reveló a mí mismo. Jamás hice el amor con nadie más”.
 “La libertad sexual es muy mala, de todo punto de vista. La mayor cretinización -y empleo una vez más la palabra en un sentido no peyorativo- es caer enamorado. Porque entonces, uno babea como un cretino. Ahora, con la promiscuidad, no hay posibilidad de enamorarse. Creo, por lo demás, que se va a volver a cierta forma de amor cortés. Se pasará de la licencia total a un período de castidad”.
 Y también que gracias a ella no se volvió loco de verdad. Tenía razón. Gala era, sin discusión, un personaje inteligentísimo y fascinante. Aunque estaba siempre celosa de todos sus amigos, y algunos la odiaban.
 Incluso se dedicó a estudiar la técnica de los pintores clásicos; el tipo de pigmentos, los sitios donde podía comprarlos, para enseñársela a él. Decía que eso de pegar periódicos encima de la tela o echarle arena no era serio ni duradero. Y la verdad es que Salvador consideraba que lo mejor de su obra  eran sus ideas, no su realización.
 La pasión de Dalí por Gala llegó a ser enfermiza, pese a los desprecios que esta le hacía objeto. Hasta tal punto que en algún momento llegó a declarar que:
 “Gala, de cualquier manera, es una excepción en todo. Pero siempre dije que si Gala muriera, me gustaría comerla pero no a trozos...me gustaría que una vez muerta…se volviera pequeña como una aceituna negra…a ella le gusta ese color…y entonces me la tragaría, en un puro acto del canibalismo, una de las manifestaciones más evidentes de la ternura. Es un ser excepcional… Me hizo ganar todo el dinero que poseo.”
 Salvador Dalí se consideraba mejor escritor que pintor. Llegó a pensar en escribir en tarjetones, meterlos en sobres sellados y llevarlos a subastar. El comprador desconocería de qué se trataba, pero el divino Dalí le garantizaba su rentabilidad. Ocurrencias como esa, de lo más precursoras, pasaban por frivolidades, pero a él le daba igual. Nunca se rompía ese buen rollo suyo que nadie ha logrado imitar. Tampoco hablaba mal de nadie, aunque intentaban que lo hiciera. Él, por ejemplo, le mandaba una postal cada verano a Picasso, que no contestaba. Y una vez que el torero Luis Miguel Dominguín los había citado, Picasso se echó atrás; por eso, nunca se encontraron. Y con Buñuel, igual. A los 50 años de filmar  “El perro andaluz”, declaró:
 “He tenido una idea buenísima: hacer El perro andaluz II. Va a ser un éxito mundial. Le he enviado una cartita a Buñuel…pero no ha entendido nada y, me ha contestado: Agua pasada no mueve molino. No ha visto el negocio que habríamos hecho con esto”.
 Lo cierto es que se las arregló para no tragar bilis ninguna. No tuvo celos de nadie. Vivió como quiso. En algún lugar de sus memorias lo cuenta:
 “Yo, de pequeño, quería ser cocinera; después: rey... Y desde entonces mi ambición no ha dejado de aumentar'”
 Era feliz. La fiesta en el sentido literal de la palabra le divertía, la fiesta y el juego, muchas veces un juego de características infantiloides. Lo cierto es que  Se divirtió mucho.
 “Para mí, la fiesta es el fuego de artificio constante. Es encontrar a gente a quien se ve muy poco, decirle cosas que la influyan, hacerla cambiar de opinión, trastornarla, cretinizarla, volverla más inteligente. Embellecer a los feos y afear a los bellos. Es manipular a la gente de mi época divirtiéndola, es más cuando pinto sigo los consejos de Rafael, que decía: "cuando se quiere lograr algo, hay que pensar siempre y sobre todo en otra cosa". Por ende, cuando pinto, siempre está Gala que me lee libros. No escucho lo que lee, porque escucho la música que, al mismo tiempo, suena en el tocadiscos. Pero, a decir verdad, tampoco escucho la música. Porque pienso en otras cosas. Al cabo de la jornada, me hallo muy sorprendido de lo que hice, sin saber cabalmente cómo salió. Cada cuadro es el producto de una fiesta perpetua de mi espíritu”.
 No le preocupaba la soledad según declaraba, algo que pongo en duda si me atengo a los últimos tiempos, cuando ya gravemente enfermo vivía en la más absoluta de las soledades, acompañado tan sólo por una enfermera que le cuidaba. No sé si entonces le servía de algo recordar lo que una vez afirmó:
 “Nunca estoy solo. Tengo la costumbre de estar siempre con Salvador Dalí. Créame, eso es una fiesta permanente.”
 Políticamente Dalí era inclasificable. Su relación con el franquismo fue en apariencia buena, pero me da la impresión que era un trilero de cuidado y que jugaba con los dados marcados.
 Tampoco coincido con quienes vieron en él un cínico o un franquista convencido. Él decía que la política es la anécdota miserable de la historia y que no le interesaba nada. Estoy convencido de que sus estruendosas declaraciones sobre Franco eran solo una “boutade” más contra lo políticamente correcto.
 Algo que histéricamente atacó toda su vida. Hablando un día con el arquitecto y amigo Oscar Tusquets, le dijo:
 “¿Tú sabes la diferencia entre un dandi y un esnob?'”. Le dijo que no lo sabía. “¡Hombre, Tusquets - siempre le llamaba así-  esto es fundamental! Un esnob se vuelve loco por que lo inviten a una fiesta, y un dandi hace lo imposible para que lo echen”.
 Con esa anécdota supe que Dalí tenía el objetivo, ¡desde los cinco años!, de ser un dandi. Que lo echasen de la familia “Yo escupo en la faz de mi madre”, de la escuela de Bellas Artes de Madrid, del grupo surrealista... Y cuando todos los artistas eran progresistas, de izquierda, ¿qué podía hacer para que lo echasen? Decir que le gustaban el dinero y Franco. Yo creo que Dalí era en verdad un nihilista total. No creía en nada. Y lo primero en lo que no creía era en él.
 Proclamaba que él era el único surrealista verdaderamente salido del romanticismo. Los otros, con    su romanticismo, provocaron todas las catástrofes. La invasión de Hitler es el producto del surrealismo, la revolución de mayo de 1968 también. Él era el único surrealista clásico que vivía cerca del Mediterráneo, en regiones claras, mientras que todos los demás estaban enmarañados por el romanticismo alemán.
 "Si son surrealistas, si aman el romanticismo, y sobre todo el romanticismo alemán e irracional, entonces amen a Hitler, que es un loco, un ser delirante total"
 En esa época, el mismo soñaba con Hitler, estaba apasionado por la espalda de Hitler. De igual manera, en otro momento, estuvo apasionado por Lenin. Hitler le parecía tener una espalda muy comestible.
 “De haber podido, hubiera extraído de la espalda de Hitler una porción, como una porción de queso de La vaca que ríe”.
 Seguro, que esa era una reacción puramente irracional y surrealista. Él había previsto el fin de Hitler con dos años de adelanto. Lo anunció en una novela. Era verdaderamente ineluctable. Porque Hitler, afirmaba era un puro masoquista que sólo había emprendido toda esa acción wagneriana con la meta inconsciente de perder o morir.
 Sobre Stalin opinaba que todos los hombres que poseen mucha autoridad, le impresionaban mucho y Stalin más porque porqué era el más cruel, el más autoritario, el que, dentro de la historia contemporánea, fue verdaderamente Vulcano forjando el escudo de Aquiles. Escudo que, por otra parte, serviría para protegernos a todos.“Porque los rusos – decía - estarán de nuestro lado para defendemos contra los chinos.”
 ¿Y con respecto a Franco y la monarquía? Su respuesta es una tomadura de pelo.
 “Estoy convencido de que el general Franco es un gran político. Hace algunos meses tuve el honor de almorzar con él y adquirí la convicción que también es un santo. Es decir, un místico en la tradición de los grandes místicos españoles. Después del almuerzo -allí fue donde me percaté de que era un santo-, me dije que iba a hacer una siesta como la hago cotidianamente, una siesta de media hora. Y él se fue a visitar una biblioteca de antiguos pergaminos. Se cambió de traje para inaugurar una ruta, y después recibió a 15 ministros. No hay en el mundo un hombre joven capaz de tal energía. Sólo es capaz de ella un hombre con fe en su misión, como él. Es un ser absolutamente extraordinario en lo suyo, que no es lo mío, porque soy incapaz  de apropiarme de las cosas ajenas”
 “Personalmente estoy contra la pena de muerte. Me parece que un hombre no tiene derecho a disponer de la vida, de la existencia de otro, así fuese el mayor criminal. Por lo demás, estoy a menudo por los mayores criminales. Mi preferencia va más bien a los seres crueles. Metafísicamente, pues, estoy contra la pena de muerte. Pero si aún existe la pena de muerte en alguna parte, y si alguien cree tener una misión histórica, considero que debe aplicar lo que cree hasta los últimos límites. Veinte condenas a muerte, seguramente, es más económico que los miles de muertos de una guerra civil.”
 “Todo lo que estoy diciendo es efectivamente monstruoso. Pero la guerra civil es monstruosa. En uno de mis cuadros, que es la premonición de la guerra civil española, titulado "Construcción blanda con porotos hervidos", figuré además un monstruo que se auto-devoraba”.
 “Soy monárquico, porque, desde el punto de vista científico, es la única forma de gobierno que corresponde a los recientísimos descubrimientos de la ciencia biológica. Desde la primera a la última célula, todo se ha trasformado de manera ineluctable, genéticamente. La monarquía es genética. Viene de Dios. Y mis ideas al respecto acaban de ser reafirmadas por la lectura de Légitimité, un libro extraordinario de Blanc de Saint-Bonnet, que busqué durante años y que al fin encontré en estos días. El autor refiere que Blanca de Castilla, madre de San Luis, decía: Preferiría ver muerto a mi hijo antes que saber que estuvo unos minutos en pecado mortal. Mientras que Leticia, madre de Napoleón, le repetía sin cesar: Aprovecha, porque no va a durar. Es toda la diferencia entre lo legítimo y lo ilegítimo.”
 “Para hablar de manera vulgar, los presidentes de las repúblicas siempre tienen tendencia -ya que su mandato sólo dura 5 años- a hacer combinaciones, a poner dinero a izquierda y derecha, en Suiza... Quien nace príncipe no precisa tomar dinero. Le basta con nacer. Todo lo tiene. También resulta mucho más decorativo.”
 Para finalizar este post, que podría alargarme lo indecible, porque el personaje da para lo que uno quiera y mucho más, acabo con una reflexión daliniana que no tiene desperdicio y da cuenta muy precisa de su pensamiento delirante, estudiado al milímetro y siempre dirigido a descolocar al oyente o al lector:
 “soy un jesuita, hipócrita, y utilizo todos los medios para difundir las ideas que quiero imponer a mi época. Me gustan tanto las catástrofes que estoy listo para recibir una bomba atómica en la cabeza. Con una bomba atómica, uno sólo se arriesga a ser desintegrado, a pasar del estado de hombre al estado de ángel. Nada que perder, todo por ganar”.
 “El Apocalipsis me gusta mucho. Además, lo ilustré. Pero soy como San Agustín. Deseo que venga lo más tarde posible. Cuando San Agustín hacía todas sus orgías, las mayores orgías que jamás se soñó, rogaba a Dios todas las noches para que lo convirtiese. Y acababa su rezo diciendo: "Pero aguarda dos o tres semanas más".
 Cuenta José Luis de Vilallonga que una vez en París se lo encontró en el bar del hotel Meurice. Sin pedirle permiso, se sentó a su lado y en voz alta para que se le oyera bien en el salón solicitó al camarero en un macarrónico francés:
              “¡Garçon je veux un Cinzano avec une goutte de sang de perdrix!”
 Vilallonga le hizo observar que estaban solos en el bar…y entonces Dalí respondió
 “Tienes razón” – y con una voz perfectamente normal ordenó al barman:
                                                 “Georges tráeme un vermut”.

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