viernes, 19 de diciembre de 2014

KODAMA SIN BORGES, Laura Panqueva O. (Madrid)



Kodama sin Borges

María Kodama Schweizer nació el 10 de marzo de 1937.
Entrevista
Como los negativos de las fotos, la historia de una de las viudas literarias más polémicas guarda secretos que seguramente nunca revelará. La mujer que un día se hizo heredera de una de las obras narrativas más significativas del siglo xx habló en Madrid con Arcadia. ¿La idea? Retratarla sin la omnipresente figura de Borges. Aquí el improbable resultado.
Por: Laura Panqueva O.* Madrid
Publicado el: 2014-12-10
Me dice que se quedó dormida. Que la víspera se acostó tarde y que se le pasó la hora de nuestra entrevista. Que bajará pronto. Espero en la recepción del hotel Palace de Madrid, mientras pienso en cómo abordarla para que hable de ella, de sus preocupaciones, de quién es más allá de Borges pues esa es la idea de esta entrevista. María Kodama Schweizer, ojos rasgados e imponente cabellera blanca, hija de Yosaburo Kodama y María Antonia Schweizer; nieta de Dorilan López; lectora incansable de la tragedia griega, fotógrafa de lo inesperado y un personaje todavía desconocido para muchos.
Difícil de descifrar, Kodama es en el presente su pasado; es su infancia y juventud; es, también, aprendiz, heredera y amante del universo narrativo que decidió hacer suyo mucho antes de que Borges partiera. Ese lugar, de ficción y realidad, será su habitación, con seguridad, hasta el final de sus días.
Su llegada al Palace, entonces, no es una casualidad. Se hospeda allí porque ya la conocen; pero sobre todo porque le permite regresar a esos tiempos cuando viajaba al lado de Borges. Hoteles como L’Hotel en París y el Londra Palace en Venecia, atizan su memoria, ya sea para mantener un discurso preconcebido, o su vida misma. Parece que no se puede escapar de la época en la que compartía su trasegar con el más celebrado de los escritores argentinos. Quizá, después de todo, estas palabras que le dedicó hace ya tanto tiempo siguen vigentes: “Aunque parezca una paradoja, la muerte y la vida no son signos opuestos, sino que son un solo fluir, y el vínculo entre el ser que parte y el que se queda es el amor”.
Kodama camina sin prisa, como si cargara en su espalda las horas que le robó al sueño. Se disculpa de nuevo por su tardanza y me cuenta que estuvo hasta las 5:00 de la mañana con unos amigos que discutían acaloradamente sobre política. “A mí no me importa hablar de eso. Nunca me ha importado. Y tampoco me gusta discutir”, dice mientras se dirige al comedor principal, en donde busca una mesa.
La mujer, limpia de maquillaje, saluda con amabilidad a la mesera, recoge su plato de cereal y pide un café. Esta vez, no hay cámaras ni espectadores. Es ella después de una larga tertulia; después de levantarse sola y decidir que quería hablar con alguien desconocido, a pesar de su cansancio…
¿Quién era usted antes de conocer a Borges?
Una niña que iba al colegio y estudiaba. Una niña a la que le gustaba viajar y leer.
¿Y cómo aprendió a leer?
Fue una cosa maravillosa. Mi abuela me leía todas las noches y yo imaginaba las escenas. Una vez, cuando abrí los ojos vi que el libro que me leía no tenía figuras. Así que le pregunté si ella veía imágenes como yo. Me dijo que sí, que cuando fuera a la escuela iba a aprender a leer y que una vez supiera, toda la biblioteca iba a ser mía. Ese año, como regalo de Navidad, pedí aprender a leer. Lo curioso es que hace unos días encontré un cuaderno mío de esa época, y me di cuenta de que dibujaba la letra A con un punto en el medio, no sé por qué.
Su abuela fue, entonces, una de las primeras personas que despertaron su curiosidad por los libros y la literatura…
Sí. Los que tuvieron más influencia en mi formación fueron mi abuela y mi padre. Mi padre, nacido y criado en Japón, fue una persona muy especial. Él me enseñó cosas maravillosas y me hizo libre.
¿Cómo le enseñó a ser libre?
Al principio era durísimo conmigo, pero luego, con los años, comprendí por qué se comportaba así. Por ejemplo, cuando le llevaba notas buenas, él abría el cuaderno, lo miraba y me decía: “Puede estar satisfecha, ha cumplido con su deber”. Y luego de varios meses me hacía un regalo. Nunca asocié que una cosa estuviera conectada a la otra, pero sí. Además, me formó muchísimo en el arte. A él le hubiera encantado que fuera pintora. Le gustaba llevarme a exposiciones y regalarme libros de artistas.
¿Qué más le enseñó su padre?
El significado de la belleza. Un día, cuando era chica, le pregunté: “Kodama, ¿qué es la belleza?” y me dijo: “La semana que viene le voy a mostrar”. No lo olvidé nunca. Algunos días después, me trajo un libro de arte griego para enseñarme la imagen de la Victoria de Samotracia. Entonces, cuando vi la estatua le pregunté por qué no tenía cabeza y me dijo: “Quién le dijo a usted que la belleza es la cabeza. Tiene que aprender a mirar. Fíjese en la túnica y en el movimiento de los pies. Detener en el movimiento de la túnica la brisa del mar para la eternidad es la belleza”.
¿Su padre le heredó algún vínculo con la literatura japonesa?
La literatura japonesa es extraordinaria. Me interesa la novela psicológica que se originó allí y en otras islas como Islandia. De este género respeto mucho la manera, tan delicada, en la que se transmite lo observado.
Usted es un referente de la multiculturalidad; tiene raíces japonesas y alemanas. Pero, además, es ciudadana argentina, ¿Qué significa ser de tantas partes?
Una riqueza inmensa. Al principio, cuando era chica, sufría, pero al crecer me di cuenta de lo que tenía. No puedo ser rígida. Es decir, tengo una flexibilidad para comprender a los otros y verlos desde distintos ángulos, porque desde niña me acostumbré a aceptar a mis padres como eran, no había de otra. Eso es muy lindo.
¿Cómo es su relación con la enseñanza?
Estudié Literatura para enseñar. Esta es la profesión más noble a la que se puede dedicar una persona. Se trata de abrir la mente y enseñar a pensar; conocer el mundo a través de personas sensibles. Desgraciadamente, por el tipo de vida que llevo me queda muy difícil. Sin embargo, desde hace unos años, como directora de la Fundación Jorge Luis Borges, doy conferencias en algunas escuelas. Allí aprovecho y hablo con los chicos. Eso también es educar.
¿Y con la escritura?
No hago otra cosa que escribir conferencias. Hace poco terminamos de hacer la IV Bienal Borges-Kafka 2014 que se realizó en septiembre, en Buenos Aires. También, participé en la creación del Atrio de los Gentiles, el espacio de diálogo intercultural y responsabilidad social, patrocinado por el Vaticano, que se realizó entre el 26 y el 29 de noviembre en Buenos Aires y que presentó varios debates, entre ellos, “Borges y la trascendencia”.
Pero, más allá de las conferencias en las que participa, ¿escribe otra cosa?
Escribo cuentos. En algún momento, quise publicar un libro de cuentos, pero Borges quería escribir el prólogo y yo no quería que lo hiciera. Fui criada con un sistema espartano en el que cada persona tiene que abrirse camino sola, y no vale apoyarse sobre alguien para poder llegar. Entonces no lo dejé. Incluso, cuando estaba en la facultad de Literatura de la Universidad de Buenos Aires, esperé a que Borges se fuera para continuar con mis escritos.
¿Existe un cuento o relato suyo que le traiga algún recuerdo?
Una vez, en la Feria del Libro de Fráncfort, cuando Argentina fue el país invitado, por cosas de la vida terminé leyendo un cuento mío que se llama “El dragón”. Fue un momento lleno de fantasía, porque detrás de mí había una gran puesta en escena que simulaba el universo de mi relato.
¿Y por qué significó tanto ese momento?
Sabes…a mí me encanta que las cosas sean así, inesperadas. Yo nunca quiero algo. Soy como el río. Mi padre decía: “Lo que el río trae hay que aceptarlo y lo que se lleva desecharlo. Pero lo que queda hay que disfrutarlo”. Y yo llevo esa enseñanza a la máxima consecuencia.
¿Qué disfruta en este momento?
Según mis amigos, tengo un ojo especial para captar con mi cámara cosas en la calle que son diferentes. Te cuento una situación, quizás la más delirante de todas: un día salgo de mi casa en La Recoleta, un barrio tradicional de Buenos Aires, y veo, en la mitad de la calle, unas masetas con flores. Sigo caminando y me encuentro con un garaje. Al pasar por ahí, veo que hay una pareja de enanos negros sentados en banquitos tomando mate. No es normal eso. Luego, veo a un muchacho que me mira con insistencia, y para no quedarme con la curiosidad le pregunto: “¿Vos sos el autor de esta instalación?”, y me contesta una cosa alucinante: “Eso es un proyecto que pienso presentar para que no saquen los coches de los garajes”. Era más disparatada la respuesta que lo que creía. Inmediatamente saqué fotos porque, además, sabía que mis amigos no me iban a creer. Le dije al muchacho, con humor: “Te aconsejaría que pusieras personas más altas, porque vas a cargar con dos cadáveres en tu conciencia”.
¿Quiénes son sus amigos?
Mis marginales.
¿Cambiaría algo de su pasado?
No… sí, una sola cosa que tiene que ver conmigo.
¿Qué le gusta leer?
Mis obras preferidas son las tragedias griegas, son una perfecta disección del alma humana. Bueno, y “Las ruinas circulares”. La primera vez que leí ese cuento fue a los 10 años, no tenía ni idea que era de Borges.
¿Quién es María Kodama después de Borges?
Alguien a quien le gusta leer.
Kodama se mete a la boca una cucharada de cereal, parece que olvidó mezclar las hojuelas con el yogur que tiene justo al lado. Sin embargo, todavía no se percata de esto. Se las come como si nada. Para ese momento su atención ya no está en el desayuno, sino en un paquete que le entrega un amigo que viene de Barcelona.
En un principio, ella lo desconoce, pero unos segundos después lo saluda e invita a la mesa. Parece que lo que tiene en sus manos repletas de anillos es un manuscrito, un libro grande. No me sorprende que mencionen a Borges. Espero a que lo abra, pero no sucede. Entiendo que no hago parte del inesperado encuentro. Allí comienza otra conversación…


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