Las mañanas son densas, sombrías,
retardanzas de ayer;
fríos amaneceres oscuros, lóbregos;
como un paso de danza malaprehendido
mal representado nunca conseguido.
Pese a todo las mañanas son deseadas,
esperadas con temblor en los ojos
y en la esperanza.
Nunca más a la noche:
dicta la mañana
cuando aparece en el horizonte
y clama al desierto de lo no sucedido.
Pareciera reclamar más luz,
mucha luz,
montañas de asombro por el deslumbre
convertido en gozo.
Bienvenida la espera.
La mecánica espera, bienvenida.
La dicha es mucha y corroe por el silencio
y la oscuridad.
Salta las paredes de la inmensidad;
para prometer eternidades alcanzables,
a la mano:
vertidas en enormes velos de misterio y gozo;
frondosas,
juegan a apoderarse de todo
hasta corromper las ausencias,
llenar los vacíos y ser,
escurrimiento existencial,
miel en los recuerdos:
ser, a cántaros, a toneladas,
ser hasta ocuparlo todo.
Dame la luz del alba
para pronunciar tus recuerdos,
tus mejores recuerdos…
y los míos.
Un manojo único de gozo,
de dicha restringida
pero cierta;
más cierta que la luz,
la luz del alba de tu nombre,
de tus ojos,
tus pechos,
tus caderas…
toda tú.
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