Los nombres en Tolstói
Tolstói en 1848, a los veinte años y en 1910, año de su muerte |
Alejandro Ariel González
Entre los múltiples aspectos que colocan a Tolstói en un lugar especial dentro de la literatura rusa del siglo XIX cabe mencionar no sólo aquellos que lo diferencian “positivamente” de la pléyade de escritores de su época, es decir, los recursos de los que se valía en su creación artística, sino también aquellos otros que, a despecho de su tradición literaria, están casi ausentes en sus obras. Buen ejemplo de ello es el caso de los apellidos cargados semánticamente: cuando el apellido de un personaje denota bien sus rasgos psicológicos o físicos, bien su actitud hacia los demás, bien su destino, bien la relación del autor con él (paródica, irónica, evocativa).
La lengua española aún no tiene, como la inglesa o la rusa, una palabra afianzada para referirse a este fenómeno. En inglés existe charactonym cuando el personaje es literario, y aptronym cuando la persona es real. Permitámonos entonces valernos de una versión castellanizada del concepto: caractónimo.
Si ya en las representaciones populares rusas podían encontrarse caractónimos, es a partir de mediados del siglo XVIII, con dramaturgos como Lukin y Fonvizin, que el recurso entra de lleno en la literatura. Desde entonces fue utilizado inagotablemente por autores de la talla de Griboyédov, Gógol, Ostrovski, Dostoievski, Saltykóv-Shchedrín, Chéjov, Bulgákov, etcétera. Algunos ejemplos clásicos: el apellido Raskólnikov proviene de la palabra raskol, que significa “escisión”, “cisma”; quien haya leído Crimen y castigo entreverá su carga simbólica. El doctor de Corazón de perro, que transforma a un perro en hombre, lleva el sugestivo apellido Preobrazhensky, que deriva de preobrazhenie, “transfiguración”.
Los caractónimos son uno de los recursos expresivos por excelencia de las letras rusas. No obstante, brillan por su ausencia en la narrativa tolstoiana. Con excepción de algún que otro cuento, no encontramos caractónimos en sus obras. Se ha discutido sobre el origen de algunos de los apellidos de sus personajes. Así, por ejemplo, el carácter cerebral y juicioso del esposo de Anna Karénina estaría reflejado en su apellido: Karenin viene del griego karenon, “cabeza”, palabra que Tolstói, que leía griego, encontró en Homero. Sin embargo, la alusión es muy críptica y sólo para entendidos; el común de los lectores no traza esa genealogía.
¿Cómo explicar esta ausencia de caractónimos en Tolstói? Quien mejor lo ha hecho es Borís Eichenbaum en su libro Lev Tolstói: los años setenta (1940): “En toda la literatura vinculada a Gógol y la escuela natural, el hombre es representado como tipo social o psicológico; se le atribuyen rasgos definidos que se ponen de manifiesto en cada acto, en cada palabra, incluso en su apellido [...] En Tolstói ocurre algo absolutamente distinto: sus hombres no son tipos y ni siquiera del todo caracteres; ‘fluyen’ y cambian, son presentados como individuos con características humanas que entran fácilmente en contacto. Por eso el rasgo típico de los personajes de Tolstói no son los apellidos [...] sino los nombres [...] Lo característico en Tolstói son las designaciones familiares, domésticas de sus protagonistas: el lector los conoce íntimamente, los siente en mayor o menor medida parecidos a él. El principio tolstoiano de intimidad y ‘fluidez’, que distingue claramente su realismo psicológico del realismo de otros escritores, se remonta a Pushkin, como desarrollo y maduración de su método.”
Así, pues, el uso o no de ciertos recursos expresivos encierra una concepción del hombre, del arte, de la representación artística. A dicha concepción puede llegarse a través de esquemas teóricos estéticos y filosóficos; más apasionante y rica –en hallazgos y perplejidades– es la vía de la lectura lenta, atenta y privilegiada (a través de la filigrana del texto) que abre la traducción.
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