domingo, 4 de agosto de 2013

UNA FAMILIA INTERNACIONAL, Irina Zórina


Una familia internacional
Irina Zórina

A mediados de los setenta del pasado siglo XX, llegó a Moscú una casi adolescente asustada llamada Selma Ancira. Ni hablaba ni leía en ruso, pero venía deseosa de adentrarse en los caminos de la gran literatura rusa. Quería entender a Dostoievski y a Tolstói, a Pushkin y a Pasternak…
¿De dónde le venía a aquella jovencita mexicana esa pasión por lo ruso?
Pienso que ante todo debemos ir a los orígenes. Su padre, el extraordinario actor Carlos Ancira, fue desde siempre un admirador de los creadores rusos y durante veintisiete años representó en los más diversos escenarios mexicanos uno de los relatos verdaderamente emblemáticos de Nikolái Gógol: El diario de un loco. Fue Ancira quien descubrió a los espectadores de México y otros países latinoamericanos a ese escritor ruso. Recuerdo que en 1986, ya enfermo, viajó a Moscú para visitar la tumba de Gógol. Ahí, en el Cementerio de Novodiévichi, Carlos lloró sin ocultar sus lágrimas.
Y ahora es su hija, Selma, quien continúa la labor iniciada por su padre: la de llevar la gran literatura rusa al mundo hispanoparlante. A eso ha dedicado su vida.
Selma Ancira ocupa un lugar especial en el inmenso mundo multilingüe de los traductores, “los caballos de posta de la civilización”, como solía llamarlos Alexandr Pushkin. Porque son los traductores quienes crean la literatura universal. Ancira, merecidamente, ha recibido diversos premios, como el Nacional de Traducción en España, la medalla Pushkin, por parte de Rusia y el Tomás Segovia en su país natal, México. Pero, ¿qué hay detrás de estos y otros galardones? Un trabajo inmenso, una pasión verdadera y, finalmente, talento.
Selma Ancira, además de traducir, organiza anualmente un seminario internacional de traductores de literatura rusa en Yásnaia Poliana, tierra nativa de Lev Tolstói. Los traductores, al igual que los escritores, son seres solitarios. Siempre sentados al escritorio, con la vista puesta en sus computadoras o sus papeles, rodeados de libros y diccionarios. ¡Y cuánta falta les hace de vez en cuando hablar de los problemas de su oficio, oír reflexionar a sus colegas, recibir una palabra de apoyo! De ahí la idea de reunir una vez al año a estos “caballitos” en tierras de Tolstói.
Allá, a Yásnaia Poliana, llegan anualmente, provenientes de todo el mundo, los traductores de los clásicos rusos. De Tolstói, sobre todo, pero también de sus contemporáneos, Dostoievski, Turguéniev, Chéjov… así como de los grandes autores que vinieron después: Pasternak, Mandelstam, Tsvietáieva, Grossman… Las puertas del seminario están abiertas a nuevos autores y a nuevos traductores.
Yo tuve la suerte de participar el año pasado en el VII encuentro. Me sorprendió y me cautivó la atmósfera de amistad y respeto que impera en el seminario. A lo largo de mi vida he participado en un sinnúmero de encuentros académicos y literarios en Rusia y fuera de las fronteras de Rusia, y nunca, en ningún lado, me había topado con un ambiente como el que se ha creado entre los traductores en casa del gran profeta de Yásnaia Poliana. El encuentro transcurre en un espíritu de amistad, afecto, comprensión y amor digno del autor de Resurrección. En realidad, ahora es ya como una gran familia plurilingüe unida por la lengua rusa, la cultura rusa, y esa “benevolencia universal” de la que tanto escribieran Pushkin y Dostoievski. Y el mérito es de Selma Ancira, una mujer frágil pero llena de energía, con un carácter fuerte y talento para ver lo que es hermoso y llevarlo a su lector.

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