Hugo Gutiérrez Vega
Juan Carlos I junto a elefante abatido
Creo conocer bien la tierra de mi padre y de mi abuelo, que fue el último alcalde republicano de nuestro pueblo pasiego. Sé que la mayoría sigue siendo conservadora y que hay algunos que aún cultivan nostalgias miserables. Sin embargo, los culpables principales de la interrupción fueron los frívolos y atrabiliarios socialistas. Muy grande es la responsabilidad de González, que en su juventud representó una firme esperanza de cambio que, poco a poco, se fue desvaneciendo y cayendo en la corrupción, la impunidad y la torpeza. Por otra parte, Aznar y Rajoy son absolutamente impresentables, pues tienen en sus incansables fauces toda la retórica de las “montañas nevadas, banderas al viento”, las camisas azules, el “Cara al sol” y las pompas fúnebres tradicionalistas. Nunca me expliqué cómo el pueblo español siguió a esos fantasmones “de la navidad pasada”. Reconozco que tengo poco derecho a quejarme, ya que los mexicanos hemos aceptado sin chistar a toda clase de fantasmones del pasado y el presente.
En las últimas elecciones, el pueblo español se hizo presente de nuevo y manifestó su intención de cambiar el bipartidismo por un sistema político abierto a todas las corrientes del pensamiento. Ciudadanos y Podemos irrumpieron con fuerza en el panorama político. Son agrupaciones jóvenes. A ellas les toca regresar a sus ataúdes a los vampiros del pasado y clavarles la estaca en el corazón para que se desintegren. La mayor parte de los miembros de estos partidos son jóvenes. Tienen tiempo para corregir errores y corruptelas y para abrir las puertas de la esperanza.
En los primeros años de la transición todo el mundo pensó que la solución era establecer una monarquía constitucional que garantizara las libertades democráticas. El mismo Partido Comunista de Santiago Carrillo consideró que era necesario apoyar a la figura del rey y aceptó que dos de sus personalidades más notables, Rafael Alberti y la Pasionaria fueran nombrados senadores reales. Ambos se presentaron en el Congreso: la Pasionaria con su clásico vestido negro y Alberti con su destellante camisa hawaiana. Después de la intentona golpista del zafio Tejero y de varios generales cómplices, incluyendo a Armada, jefe de la Casa Militar del rey, la monarquía consolidó su prestigio. Juan Carlos i hizo fama de dicharachero y campechano. Recorría las calles de Madrid en motocicleta y tuvo amoríos que lo hicieron popular y pintoresco, en fin, un borbón con todos sus encantos y sus debilidades. Más tarde, la casa real vio cómo se erosionaba su prestigio por los escándalos de una de las infantas y su criminal consorte, las cacerías de elefantes y otras barbaridades. Las acusaciones de corrupción y el despilfarro minaron al trono. El actual monarca lleva sobre los hombros la carga del desprestigio, pero todo indica que es más prudente y sereno que su ya jubilado progenitor. A pesar de que la tradición monárquica es defendida por una ligera mayoría, los vientos republicanos se agitan con frecuencia y la modernidad está exigiendo que España forme una nueva República.
Fuerza Nueva y otras agrupaciones abiertamente franquistas han desaparecido. En su lugar se presentó un criptofranquismo ubicado en la filas del Partido Popular y, especialmente, en las figuras de Aznar y Rajoy. Los socialistas se fueron deteriorando poco a poco. La corrupción, la ineptitud y los muchos errores desprestigiaron el proyecto de Pablo Iglesias, tan bien representado en los primeros tiempos de la transición por Felipe González y sus compañeros y más tarde desprestigiado por el mismo González y sus cómplices. El debilucho señor Zapatero ya no pudo con el paquete y el Partido se fue desvaneciendo hasta llegar a la actual pérdida de setecientos mil votos que lo hunde en un abismo insondable. Tal vez pueda recuperar un poco de aliento buscando acuerdos con Podemos en algunos de los ayuntamientos y de las autonomías.
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