miércoles, 10 de junio de 2015

BRUTAL DESCONEXIÖN ENTRE ESCRITORES NOVELES Y CONSAGRADOS: JUAN SOTO IVARS, José Miguel Vilar-Bou

“Existe una desconexión generacional brutal entre escritores jóvenes y consagrados”

Hablamos con el novelista Juan Soto Ivars, una de las voces más atractivas del panorama literario nacional
El escritor Juan Soto Ivars
El escritor Juan Soto Ivars
Después de tres novelas dirigidas al público adulto, el novelista Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985), una de las nuevas voces más atractivas del panorama nacional, sorprende pasándose a la narrativa infantil. Con ¡Prohibida la ducha!(Siruela, 2015), libro ilustrado por la dibujante María Serrano, nos traslada a un mundo fantástico donde todo funciona del revés: Ducharse se considera un castigo y la cárcel es una habitación impoluta con sábanas limpias. Tan singular historia fue presentada en la librería Educania, en el centro de Murcia, que se ha propuesto, con este tipo de eventos, promover el acercamiento escritor-lector y dinamizar la relación con sus clientes.
Después de tres novelas para adultos, ¿qué te ha llevado a la literatura infantil?
Es tan sencillo como que me apetecía pasármelo bien. Y lo cierto es que escribir¡Prohibida la ducha! ha sido como volver a ser crío y quedar con mis primos para tirar petardos por ahí. Quería hacer una historia donde no tuviese que pararme a pensar demasiado. Con la novela seria, adulta, literaria, tiene que haber siempre una idea de fondo, un sentido, una estructura que lo saque todo adelante. Con esta no: Sólo hacía falta que pasasen cosas.
En ¡Prohibida la ducha! no hay moraleja ni nada por el estilo.
Es que los niños están ya muy bien educados: Se les educa todo el día en el colegio y luego en casa. No hace falta que lo hagan también los libros. Los libros están para vivir aventuras.
La historia ha sido ilustrada por la dibujante María Serrano. ¿Cómo ha sido este trabajo conjunto?
Bueno, pues la novela iba sin dibujos por el mundo, más triste que nada. Así no iba a gustarle a ningún niño. Pero entonces encontré a María y, con sus ilustraciones, el libro se convirtió en otra cosa, mucho mejor.
¿Y estaban las editoriales dispuestas a apostar por un libro tan distinto a lo que suele publicarse para niños?
Si Siruela lo ha publicado es porque es una editorial muy libre. Pero antes estuve hablando con otras, de esas que mandan cosas a los colegios, y me decían: Que si ahora lo que vende son libros en primera persona con formato diario… que si… en fin, lo que por lo visto está de moda. A mí todo eso me importaba muy poco. Lo único que quería era pasármelo bien.
¿Harás más literatura infantil en el futuro?
Si no me castigan sin escribir, sí.
¿Te diriges con tu historia a algún tipo de niño en concreto?
Pues a los niños que son niños. Porque si hay algo que me da escalofríos es cuando convierten a un niño en un adulto en miniatura. Por ejemplo, si tú a un niño le das los ingredientes para hacer una receta de cocina, lo normal es que te haga un desastre, una bomba de relojería. Y no un plato perfecto, como los de la tele. Un niño no hace cosas excelentes. Las destroza.
Quizás hoy en día se les exige demasiado a los niños.
Bueno, pero es que tampoco me gusta cuando los adultos dicen: “Yo de pequeño me pasaba el día jugando a la peonza, no como ahora que están todo el día pegados a la pantalla del iPad”. Porque este niño, cuando sea adulto, dirá lo mismo de los que vengan después, en el futuro, que no sabemos qué harán con su tiempo libre. Cada generación de niños merece ser la primera de la Creación. Hay que dejarles. Porque al final, la cultura nos hace a todos de la misma generación.
Supongo que ahí la lectura tiene un papel crucial. ¿Cómo animarías a los niños a leer?
Pues les diría que aunque un libro parezca una cosa sosa, dentro hay muchos videojuegos. Si queremos hacer lectores, los niños tienen que ver leer a los adultos. En las presentaciones de ¡Prohibida la ducha! les digo a los padres: “Si no queréis que vuestros hijos sean como yo, no les deis libros”, porque si hoy escribo, es porque leí de pequeño.

En España, en general, hay un gran desconocimiento de la riqueza de nuestra propia literatura

¿Y qué leías?
En literatura infantil, me gustaba, y me gusta, Manolito Gafotas, de Elvira Lindo, y también las novelas de Roald Dahl: Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante… Libros que respetan la inteligencia del niño.
En ¡Prohibida la ducha!, igual que en Ajedrez para un detective novato, tu anterior novela, hay mucho humor. ¿Cuáles son tus fuentes a la hora de hacer reír al lector?
A mí lo que más gracia me ha hecho siempre es el humor absurdo. Desde que de crío mi tío me ponía les Luthiers. También me parto con los Monty Python, con Mr. Bean, con Agárralo como puedas… Pero bueno, las fuentes del humor son eternas: Si te lees El asno de oro, de Apuleyo, te mueres de risa, y fue escrito en el siglo II. Ahí te das cuenta de que para algunas cosas no hemos cambiado nada, porque el tío utiliza un humor escatológico exactamente igual que el de hoy. Y a mí me hace muchísima gracia. No me ha llegado todavía ese momento que se supone que llega en la vida de toda persona en que los pedos dejan de hacer reír.
Además de con el humor, juegas a veces con lo pulp. ¿Qué te atrae de él?
Me gusta esa violencia cutre y barata, hecha con cuatro latas de gasolina y una bolsa de sangre falsa. Porque no te la crees, pero mola. A veces casi prefiero eso a los efectos digitales de una batalla de El señor de los anillos. El cine de ahora hace lo irreal tan real que no te lo crees.
Empezaste como corrector. ¿Te ayudó la corrección a forjarte una disciplina como escritor?
A mí la disciplina me la dio el no tener amigos de pequeño. Con ocho o nueve años me pasaba las tardes en casa dibujando cómics. Te hablo de cómics de a lo mejor 300 páginas. Con ellos fui aprendiendo a hilar historias muy largas, que requerían tiempo. Eso me sirvió de entrenamiento para escribir las novelas que hago ahora.
Hablando de escribir, ¿tienden los escritores españoles a imitar modelos anglosajones?
En España, en general, hay un gran desconocimiento de la riqueza de nuestra propia literatura. Me parece acojonante que la gente joven, incipiente, prefiera citar a Foster Wallace antes que a Arturo Barea. En Inglaterra, su trilogía de La forja de un rebelde se tiene como una de las principales obras del siglo XX, y aquí ni la conocemos. Es que España, culturalmente, está muy por delante de lo que solemos creer. Siempre estamos dispuestos a valorar lo de fuera antes que lo nuestro, y sobre todo a imitarlo. Hemos perdido hasta nuestra propia sintaxis. Tú coges un párrafo de Paco Umbral o de Delibes y tienen una sintaxis perfecta, de una larga tradición que viene de Cervantes. Pero muchos escritores españoles pasan de esto. Han leído tantas traducciones del inglés que escriben como anglosajones. Y eso, además de ser artificial, mata el sonido original y propio del castellano.
Y con todo, ¿está España bien surtida de escritores jóvenes?
En España hay unos escritores jóvenes acojonantes: Guillermo Aguirre, Juan Gómez Bárcena, Sergio del Molino, Cristina Morales, Aixa de la Cruz… Pero existe una desconexión generacional brutal entre los consagrados que empezaron en los ochenta y los que quieren abrirse camino ahora. Ha habido quizás una falta de generosidad mutua. Los escritores de la hornada anterior tendrían que anunciar a los que vienen. Leerlos, recomendarlos. Porque si no, a los jóvenes no los leerá ni la gente de antes ni la de ahora.
¿No hay lectores para los nuevos escritores?
Tendría que haberlos. El problema es que, aunque hoy se publican cosas muy buenas, también las hay muy malas. Y nadie se fía de las recomendaciones porque se recomienda con la misma tajancia lo bueno que lo malo. Yo creo que lo de la Nocilla ha hecho mucho daño en este sentido, porque se dio una tremenda cobertura mediática a textos que no fueron capaces de calar en los lectores. Y ahora estamos pagando esa borrachera. Desde luego, hay libros en la generación Nocilla muy interesantes, pero muy pocos capaces de enganchar a la gente a la lectura. Son demasiado para intelectuales. Javier Marías, Muñoz Molina y todos estos, cuando empezaron, hacían novelas que eran bastante barrocas, pero que a la gente les gustaban. Vendían muchísimo. Y esto no está pasando ahora. Algo falla ahí porque, aunque la lectura ya no es lo que era, los lectores sí siguen siendo los mismos.

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