Hugo Gutiérrez Vega
Siendo director de la escuela de música de la Universidad Autónoma de Querétaro en 1966, Felipe Ramírez renovó el programa de estudios, formó el coro de la institución y organizó dos festivales nacionales de música de órgano. Recuerdo a Víctor Urbán y a Dorothy Gullete del DF, a Roberto Oropeza de Morelia y a Hermilio Hernández y Franciso Javier Hernández de Guadalajara y a otros jóvenes organistas. La sede del festival era el Templo de San Agustín. Su enronquecido Walker fue, para nuestra fortuna, reparado y pudo ayudar a tantos y tan entusiastas organistas. Bach, Mozart, Hindemith, Messiaen, Holler y, sobre todo, César Franck, aportaron sus notas, y Felipe las glosó en sus famosas “improvisaciones”.
Recordemos que Querétaro tuvo una ilustre Escuela de Música Sacra dirigida por el canónigo Cirilo Conejo Roldan, por el padre Velázquez y por el señor González. La escuela estaba muy relacionada con la de Ratisbona y podía mandar becados a sus mejores estudiantes a prepararse en el estudio de órgano, contrapunto, armonía, coral y cantos ambrosiano y gregoriano. Felipe pasó cinco años en la ciudad alemana y se graduó con honores. Pensemos en el padre Conejo y en el padre Velázquez, en sus composiciones (réquiems, misas, cantatas, canciones), en los estudios de don Cirilo en Roma bajo la sombra de Perosi y al lado de la amistad de Respighi. Fue maestro y mentor de Felipe y fue el alma de la Escuela de Música Sacra , que a su muerte decayó a pesar de los esfuerzos de maestros como Eduardo Loarca y Aurelio Olvera, músico oficial de todo lo musical en Querétaro.
Terminada la aventura queretana, Felipe tuvo que dejar la dirección de la Escuela, pues el nuevo rector, de acuerdo con el gobernador, organizó una cacería de brujas para correr a todos los “comunistas”. Felipe emigró a Puebla donde fue organista titular de la catedral y dio clases en la escuela de música sacra. De ahí pasó a Ciudad de México y fue nombrado organista titular de la Catedral Metropolitana. Estuvo más de diez años en el puesto y nuevamente sufrió la persecución del poder –ahora del eclesiástico– y, en medio de la intriga organizada por un canónigo tan siniestro como los personajes de La Regenta, de Clarín, renunció y empezó a ganarse la vida como maestro del Conservatorio Nacional y como investigador en el CENIDIM. Realizó trabajos de investigación sobre músicos virreinales, especialmente Joseph de Torres y decimonónicos como Gudiño; sobre viejos archivos de música sacra y el estudio y reparación de varios órganos barrocos. Las firmas Tamburini y Walker patrocinaron algunos de sus empeños y se publicaron varias de sus investigaciones. No sabemos dónde quedó su cantata a la Universidad de Querétaro, su cantata al Guernica, de Picasso, sus composiciones para órgano, piano y flauta, y sus ensayos sobre Bach y Buxtexude. Tal vez algo ande por ahí en su asilo, en su viejo y cerrado apartamento de Coyoacán, el conservatorio, la catedral de Puebla, la metropolitana (salvo que los canónigos hayan organizado una quema inquisitorial) o en la catedral luterana de México, de la cual Felipe fue organista titular durante varios años. Espero que su hija Eva, que llegó de Alemania para asistir al sepelio de su padre, y el amigo de los últimos años de Felipe, Alberto Torres, puedan encontrar esos tesoros escondidos.
Maese Felipe, viviste una vida plena y dedicada a la música hasta que esta temible ciudad te dio un golpe asesino, te mató la esperanza y te hundió en la congoja. Ya no quiero hablar de estos daños morales. Se supone que crearon las ciudades para facilitarnos la vida y ahora resulta que nos la dificultan haciendo imposible la comunicación entre los seres humanos. Quiero recordar tu entusiasmo cuando improvisabas sobre un tema dado en el órgano de San Agustín; quiero recordar tu alegría cuando descubrías a otro compositor virreinal o cuando se terminaba la reparación de un órgano barroco en la iglesia de alguna pequeña ciudad de Tlaxcala, del Bajío o de Jalisco. En esos momentos vivías intensamente, como cuando tenías en tus brazos a la pequeña Eva, bajo la mirada amable de Frida. Te veo en el Querétaro de los años sesenta dirigiendo tu coro, dando clases en la escuela o participando en las tertulias interminables a las que asistían Zoila y Pancho, el doctor Pacheco, Nacho Arriola, Manuel Rodríguez Lapuente, Héctor y Amalia Kuri, Lauro Bonilla... A todos nos unía la voluntad de crear una universidad moderna que supiese de qué estaban hechas sus raíces históricas. La música de Bach, grave y alegre, acompañaba nuestros esfuerzos. Tú la interpretabas. Cada vez que escucho al viejo maestro alemán pienso en el joven Felipe Ramírez que fue a Ratisbona para conocerlo y se hechizó con su magia total. Así viviste Felipe, hechizado por la música, así nos enseñaste a dejarnos llevar por el hechizo.
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