UN LIBRO SOBRE EL OBISPO SALVADOREÑO OSCAR ROMERO, RECIENTE BEATO
Su título es simplemente Óscar Romero.El autor es Roberto Morozzo della Rocca (Roma 1955), enseña Historia contemporánea en la Universidad de Roma Tres. Es autor de varios libros sobre diversos temas de historia contemporánea. En esta obra ha coordinado un equipo internacional de autores especialistas en la figura, el país y la época de monseñor Romero. Y en un acto realizado en una de las amplias dependencia de Santa Catalina de Siena, se presentó con una mesa compuesta por Monseñor Barba, obispo de Gregorio de Laferrere, Jorge Castro, analista político, Marco Gallo, de la Comunidad San Egidio y de la Cátedra Pontificia de la UCA, Francesca Amborgetti, periodista de ANSA, coautora de "El jesuita" y el embajador de El Salvador en Argentina, Oscar Menjívar, un nuevo libro de Talitakum ediciones, vio la luz ante un numeroso público asombrado. Los oradores tocaron diferentes aspectos de la vida y obra del religioso mártir, destacándose los testimonios del embajador de El Salvador y de Francesca Amborgetti que nos mostraron un hombre de carne y hueso entrampado en la guerra civil de su país y con la ferviente vocación de hacer oír la palabra de Cristo entre los estragos de la guerra, la violencia y la fanatización.
Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo salvadoreño, formado en Roma, inició su carrera eclesiástica como párroco de gran actividad pastoral, aunque opuesto a las nuevas disposiciones del Concilio Vaticano II. En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de El Salvador, y en 1974 obispo de Santiago de María. De origen conservador, gozaba del apoyo del Nuncio Apostólico de Roma, y fue nombrado obispo de Santiago de María en 1974.
De gran dedicación pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales, predicaba todos los domingos en la catedral, y visitaba a los campesinos más pobres. Bien visto por ello entre los sacerdotes de su diócesis, se le reprochó cierta falta de organización y de individualismo. En 1975, el asesinato, a manos de la Guardia Nacional, de varios campesinos que regresaban de un acto religioso, le hizo atender por primera vez a la grave situación política del país. Así, cuando el 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, las sucesivas expulsiones y muertes de sacerdotes y laicos (especialmente la del sacerdote Rutilio Grande) lo convencieron de la inicuidad del gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina. Monseñor Romero pidió al Presidente una investigación, excomulgó a los culpables, celebró una misa única el 20 de marzo (asistieron cien mil personas) y decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato (así lo hizo en la toma de posesión del presidente Carlos Humberto Romero del 2 de julio). Asimismo, promovió la creación de un "Comité Permanente para velar por la situación de los derechos humanos".
En junio de 1978 volvió a Roma y, como en veces anteriores, fue reconvenido por algunos cardenales y apoyado por Pablo VI. Continuó, pues, con idéntica actitud de denuncia, ganándose la animadversión del gobierno salvadoreño y la admiración internacional. La Universidad de Georgetown (EE.UU.) y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris causa (1978 y 1980 respectivamente), algunos miembros del Parlamento británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en 1980 el "Premio Paz", de manos de la luterana Acción Ecuménica de Suecia Insatisfecho por la actuación de la nueva Junta de Gobierno, a la que había ayudado a formar, intensificó los llamamientos a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país, la Junta y el ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e incluso a los grupos terroristas para colaborar en la reconstrucción de El Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático. El 17 de febrero de 1980 escribió una larga carta al presidente estadounidense Jimmy Carter, pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor. “Estoy solo- escribió por entonces- mis amigos, mis parientes, los sacerdotes y laicos que me acompañaban, ya no están a mi lado”
Finalmente, el 23 de marzo, Domingo de Ramos, Monseñor Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía. Al día siguiente, hacia las seis y media de la tarde, durante la celebración de una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, fue asesinado en el mismo altar por un francotirador. Y sí, estaba solo. Nadie custodiaba la puerta a pesar de que Romero estaba amenazado de muerte. Nadie se ocupó de detener al sicario. El sí vio a su sicario y cambió el discurso en el ofertorio asegurando que la sangre de Cristo nunca es derramada en vano. Se atribuyó el crimen a grupos de ultraderecha, afirmándose que la orden de disparar habría sido dada por el antiguo Mayor Roberto D'Aubuisson (uno de los fundadores, posteriormente, del partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA); sin embargo, no se detuvo a nadie y todavía en la actualidad permanecen sin identificación y castigo los culpables. Hoy la hermana del autor intelectual de su muerte es la que impulsa la canonización de Romero. El 23 de mayo, Francisco lo beatificó y es el primer mártir latinoamericano. A 35 años de su asesinato, la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero, que se concretó el 23 de mayo, en la principal plaza de El Salvador, es vista por el gobierno salvadoreño como un cierre para las heridas de los trágicos años 70, que dividieron al país a sangre y fuego entre izquierda y derecha.
Vilma Lilia Osella
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