Retrospectiva
De la introducción a la antología MUSEO POETICO,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1974.
Con la muerte de Góngora (1627) termina para España un período de esplendor poético que se había prolongado por más de dos siglos y durante el cual el lenguaje había sido llevado a sus posibilidades extremas en la poesía. Si exceptuamos las mustias violetas del jardincillo becqueriano que florecieron fugaces ya en la segunda mitad del siglo XIX, se puede decir que el silencio poético de España duró casi tres siglos, durante los cuales, sin embargo, el espíritu del lenguaje poético español no calló; muerto en España, el Fénix de la poesía renace de sus cenizas en América.
Pero no habrá pasado menos de siglo y medio antes de que el lenguaje poético haya fraguado con toda su pureza en el crisol americano y el trasplante o injerto de la lengua española no daría sus primeros frutos maduros sino después de un arduo proceso de aclimatación y absorción. La influencia de la compleja simbiosis de conceptismo y culteranismo que caracterizó a la última poesía que se hizo en España se manifestaría casi simultáneamente en puntos tan remotos entre sí como Inglaterra y México. En 1692 se escribe en México lo que es seguramente el primer poema -en el sentido en que hemos definido esta forma como construcción absoluta, autónoma y hermética en la Introducción- en América; es decir: el primer poema en el sentido "moderno" que este término tiene ya después de Mallarmé: el Primer Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) que damos íntegro en la sección retrospectiva al lado de algunos parangones y muestras que ilustran la transición del clasicismo al barroco en el nivel del lenguaje poético durante el período que va desde la Conquista (1521) hasta la época de Sor Juana o segunda mitad del siglo XVII. Incluimos en primer término el hermoso Madrigal de Gutierre de Cetina (1520-1557), poeta español que vivió y murió en México, simplemente a título de referencia medianera acerca del estado del lenguaje poético español en el momento de su asimilación en América.
El siglo XVIII, dentro del que se inscribe el espíritu neoclásico, no abunda en obras de gran originalidad. Los modelos de la antigüedad se imitan con corrección pero sin brillo. La estrecha sujeción a los cánones de la preceptiva y métrica clásica restan en la poesía la libertad y la individualidad al lenguaje. El soneto de Joaquín Velásquez de Cárdenas y León (1732-1789) que incluimos es buena muestra del amaneramiento en que ha caído el arte de ese siglo, pero contiene, como en germen, la posibilidad de una idea que vendría a ser uno de los grandes imperativos de la poesía moderna: la "imagen poética", entidad misteriosa que preocupará a casi todos los poetas de nuestro tiempo y que está magistralmente resuelta en los dos últimos versos.
La primera mitad del siglo romántico no conoce en México ningún hecho de creación poética importante y ni siquiera de la altura de algunas composiciones como las de los sudamericanos Bello y Olmedo que produjeron obras de vasto aliento épico en las que por primera vez se concretaban los ideales de las naciones recién liberadas. Tal vez el hecho más significativo en el ámbito mexicano de esta época haya sido la estadía del poeta cubano José María Heredia (1803-1839) en el país. Se considera generalmente que Heredia es el primer poeta que en América encarna plenamente el sentimiento del romanticismo europeo de la primera mitad del siglo XIX.
Tiene lugar, sin embargo, durante esas décadas, en América también -aunque en la de habla inglesa-, un acontecimiento que habrá de ser de capital importancia para la historia de la poesía en español. El poeta norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849) a pesar de estar modestamente considerado en la historia de la poesía de su país, formula todos los principios y, por así decirlo, sienta las bases teóricas de toda la poesía moderna de Occidente. Sus ideas habrán de cobrar una importancia enorme en uno de los momentos más altos de la poesía en español, como veremos.
No deja el furioso vendaval romántico tras de sí más que unos cuantos poemas en pie. Son los poemas que están realmente muy bien construidos y que reflejan, aunque sea de una manera vacilante todavía, los primeros destellos de la idea de Poe. Construcciones sistemáticas con vistas a la unidad interior del organismo verbal del poema, son los tres poemas que transcribimos como muestras de lo mejor de la poesía romántica en México. El soneto de Vicente Riva Palacio (1832-1896) que incluimos tiene resonancias de ese sentimiento de desencanto que con gran perfección técnica expresa la poesía de Leconte de Lisle en Francia y del Tensión de los In memoriam en Inglaterra. No ha sonado la hora de la imagen todavía, aunque su potencia se está gestando silenciosamente.
El poema Ante un cadáver de Manuel Acuña (1849-1873) merece una mayor atención de la que generalmente se le concede. La leyenda "romántica" en la que ha quedado envuelta la vida de este poeta y la popularidad de su desafortunado Nocturno, enturbian la perfecta adecuación de fondo, forma y ritmo, en una construcción que constituye una meditación sistemática de acuerdo a los principios de la filosofía positivista que había ya cundido en México. La destreza verbal con que está hecho este poema no es la más significativa de sus virtudes. Propone, en primer lugar, el inicio de una tentativa que con los años se convertiría en una obsesión por la que se darían los mejores frutos de la poesía mexicana moderna: la tentativa de romper la barrera que Poe oponía a la posibilidad de eso que se llama el "poema largo". Además su tema: la meditación acerca de la muerte y de la transformación de la materia, junto con el del sueño, será el de algunas obras egregias del siglo XX.
Hemos incluido también en esta sección de la Antología un poema de Juan de Dios Peza (1852-1910), cuya popularidad está bien acendrada en el gusto general y que ha merecido el título de "El Cantor del Hogar", lo que no mengua nada de la excelencia de En mi barrio, poema que plantea el tema de "la vuelta al terruño", tema que cobrará esplendores inusitados en la obra de uno de los más grandes poetas mexicanos modernos. La evidente inadecuación de los galopantes decasílabos con el tono elegíaco que anima el poema, contribuye, sin duda, a su encanto. Se trata, por otra parte, de un poema técnicamente perfecto.
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