sábado, 23 de febrero de 2013

SYLVIA PLATH, LA MUSA INQUIETANTE, Manuel García Verdecia


Sylvia Plath, la musa inquietante

Sylvia Plath, la musa inquietante
MANUEL GARCÍA VERDECIA [mediaislaLos dos grandes temas de su poesía son el enfrentamiento al hombre, visto como el victimario, y la muerte como reparación de infortunios o simplemente como enigma que nos acecha y convoca, como un jardín a la vera de un , inesquivable y tentador.
Este dos de febrero hicieron 41 años de la muerte de Sylvia Plath, la poeta blonda y atractiva como una valquiria. La chica que había querido ser Dios, por fin lo lograba al abrir la puerta al gran misterio. Como otras colegas donde se hallan Safo, Anne Sexton, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Marina Tsvietáieva, entre otras, que prefirieron la fuga a tiempo antes que el horror permanente. Había dejado una obra significativa, donde latía el sentido de su búsqueda de un espacio para la mujer que era en la libertad y la creación.
Fue en esa angustiosa oscilación entre la avasalladora ambición de realización y la coartante limitación por las circunstancias que vivió la poeta, quien había venido al  en Boston en 1932, en un plácido hogar de clase media. Su padre fue el  de entomología Otto Plath, de ascendencia alemana; su madre, la profesora de lenguas Aurelia Schober, de padres austríacos y veintiún años menor que el esposo. Eran unos padres educados y modernos y se ocuparon de que la niña tuviera una vida , abierta y natural, a tono con los principios de educación contemporáneos. A la niña Sylvia le gustaba comer bien, tener animales, ir al mar y que la atendieran y le contaran historias. El padre ejerció una poderosa influencia en ella. Era el hombre seguro, conocedor, proveedor, con reputación de exitoso. Le enseñaba asuntos a Sylvia y la moldeaba en el más exigente sentido de superación. Se dice que la trataba como a una esposa en miniatura. Su muerte, cuando Sylvia sólo tenía ocho años tuvo duras consecuencias para ella.
Nunca volveré a hablar con Dios, anotó en su diario, una costumbre que practicó siempre, con una extraña intuición de inmortalidad. La madre era el sostén emocional, un poco su confesora y su consejera. Toda la vida estuvo cerca de ella y la apoyó material y espiritualmente.
Sylvia fue una  concienzuda y persistente, con una visión integral de su . Se exigía resultados sobresalientes en cuanto hacía: los estudios, la escritura, la pintura, la vida social. Generalmente alcanzaba altos logros, pero estos sorbían mucho de su tiempo y esfuerzo. Tal  de constante  y de atención a amplios horizontes la llevó a frecuentes momentos de extenuación y crisis. Un  permanente era cómo sufragar sus estudios. Además de  parciales, tuvo la suerte de obtener subvenciones, dados sus altos resultados. Su talento llamó la atención de una benefactora, la novelista Olive Higgins Prouty, quien se ocupó no sólo de sus estudios sino de su salud por igual. Pagó al psiquiatra que la atendió a fines de sus estudios preuniversitarios. Fue en 1953, terminaba estudios en Smith , Sylvia estaba deprimida por su inseguridad respecto a su escritura, la necesidad de una vida social estable y las demandas que se imponía para proseguir estudios superiores. En  a un amigo confesaba: …estoy demasiado fatigada y aturdida… No puedo pensar racionalmente en quién soy y a dónde voy. “Aturdida”, una palabra que se repite una y otra vez en su poesía, como si hubiera pasado por la vida en un estado de anotaba embriaguez. La depresión la consumía. Bajo consejo la madre la llevó con un psiquiatra, el cual recomendó sesiones de electroshock. Esto la aterrorizaba. El 24 de agosto, tras una sesión de shocks, se encerró en un olvidado cuartucho e ingirió una enorme dosis de somníferos. A los tres días fue hallada y como Lázara devuelta de entre los muertos. Era la antesala del infierno. Luego en Inglaterra, a donde viajó a estudiar con una beca, conoció al poeta Ted Hughes; creyó hallar, por su tipo y su ocupación, el hombre de su vida. Sin embargo, tras el matrimonio halló que el ejercicio de la existencia en común era menos complaciente. Con él tuvo dos hijos. Él se dedicaba por entero a su oficio y era exitoso. Esto fue fuente de nuevas neurosis. Su vida pendía ante un vacío insalvable.
Desde temprano escribió y lo hizo notablemente. Quería ser escritora, pero a la vez deseaba ser esposa y madre, sin renunciar a escribir y hacer vida social. Vivía infatigablemente atraída por los hombres y soñaba con uno para toda la vida. Anotaba hacia el final de su vida: Me siento inclinada hacia los bebés y la cama y los amigos brillantes y un hogar magnífico y estimulante donde los genios beban ginebra en la cocina después de una deliciosa cena…Su tiempo, marcado por un feminismo balbuceante y equívoco, no le concedía margen.
Los dos grandes temas de su poesía son el enfrentamiento al hombre, visto como el victimario, y la muerte como reparación de infortunios o simplemente como enigma que nos acecha y convoca, como un jardín a la vera de un camino, inesquivable y tentador. En su diario plasmaba: Líbreme de cocinar tres veces al día… líbreme de la inexorable jaula de la rutina y la costumbre. Amo la libertad. Deploro las restricciones y las limitaciones… yo soy yo… soy poderosa. Para probarlo, puso dos vasos de leche al lado de la cama de los hijos, se encerró en la cocina y abrió la llave del gas un día de febrero de 1963. | mgb, holguín, cuba manuel.odiseo@gmail.com

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