domingo, 12 de mayo de 2013

AUTOBIOGRAFÍAS, Verónica Murguía


Verónica Murguía
Decir acerca de uno
Hace unos días, mientras ojeaba descuidadamente la lista debestsellers de Amazon, me di cuenta de que en ella había muchísimas autobiografías. En lo que va de este año han llegado a los estantes las de Cyndi Lauper, Pete Towshend, Paul Anka, Debbie Reynolds, Rita Moreno, Rob Lowe, la editora del Vogue, Grace Coddington, la exdianética Jenna Miscagive y la de, ejem, Adamari López, titulada un poco gerundianamente, Viviendo.
En los primeros lugares figuraba la de Sonia Sotomayor, la primera mujer de ascendencia latinoamericana en ocupar un lugar en la Suprema Corte de los Estados Unidos. Leí las primeras páginas y el tono, fervoroso, optimista, dulzarrón, me hizo retroceder.
En realidad, pensé, no me gustan las autobiografías. Mentira, me contradije de inmediato. Algunas me han gustado muchísimo, incluso cuando la prosa en la que están escritas no sea la mejor. Lloré como una loca con la lectura de Cisnes salvajes, el extraordinario libro de Jung Chang en el que cuenta la vida de su abuela, una concubina de pies de loto de ocho centímetros y la de su madre, quien participó con Mao en la Gran Marcha y luego fue internada en un campo de castigo. Cuando le toca el turno de contar su propia vida, Chang retrata –más bien confiesa– su experiencia como Guardia roja y activista en la Revolución Cultural. Quizás Chang no es la mejor escritora del mundo. Su biografía de Mao fue recibida con suspicacia por la crítica, tanto por el arbitrario manejo de los datos, como por el estilo reiterativo y quejumbroso.

Joan Didion
Anchee Min, autora de Azálea roja, otra autobiografía de esa época, escribe con más brío y con  un humor ácido que acentúa el dramatismo de años en los que la vida de los chinos se convirtió en un gigantesco teatro del absurdo. PeroCisnes salvajes me resultó más entrañable. ¿Por qué? ¿Sería por la conmovedora descripción de la dignidad con la que la abuela sobrellevó las crueldades a las que la sometieron los comunistas “por ser una reliquia feudal”? ¿Por la obvia y a ratos ingenua sinceridad de la autora? No sabría explicarlo.
La autobiografía de Mahatma Gandhi, Historia de mis experimentos con la verdad, es un libro amado, al que he acudido mil veces en busca de consejo. El breve relato autobiográfico Esa visible oscuridad, de William Styron, fue indispensable para mí en una época negra, así como Un duelo observado de C. S. Lewis. No exagero al reconocer que esas voces, esas palabras, constituyeron una suerte de tabla de salvación. Crearon y mantuvieron la semilla de ciertas formas de supervivencia y alimentaron la esperanza de vencer el miedo.
Una autobiografía como Ola, de Deraniyagala, una mujer que perdió a su marido y su hijos en el tsunami de 2004, no me provocó el relámpago de reconocimiento que me sacudió al leer The Year of Magical Thinking, de Joan Didion, quien de forma menos espectacular, pero igualmente inesperada, perdió a su marido, el escritor John Gregory Dunne y a su hija Quintana, al primero por un infarto, a la segunda por una septicemia.
Deraniyagala comienza el relato con una descripción del mar, del hotel, de la súbita altura de las olas, del pavor que la obliga a correr con los niños y que la empuja a escapar. En la huida, se olvida de tocar a la puerta del cuarto de sus padres. Esa omisión explicable, pero de consecuencias terribles, es uno de los ejes de la rueda de Tántalo en la que se convierte su mente. Sin padres, hijo o esposo, se refugia en el alcohol. Pero hay algo estridente en esa escritura. La queja reiterada, aunque justa, termina por irritar. En cambio, Didion inventa, porque esa es la palabra, una atmósfera única y al mismo tiempo universal en la que el luto transfigura cada gesto para convertirlo en parte del dilatado rito funerario en el que se transforma la vida del sobreviviente.
Un día leí que Freud no quería escribir sus memorias por la cantidad de indiscreciones que esto implicaría. No quería mentir ni justificarse.
Su colega y discípulo Carl Gustav Jung sí escribió la suya. Se titula Recuerdos, sueños y reflexiones. Una de las cosas que más me impresionó de este libro es, precisamente, la figura de Freud. Sale airoso de la minuciosa descripción de sus contradicciones, neurosis y debilidades.
Yo no sé qué es lo que hace que una autobiografía sea un libro esencial.
Quizás sea lo que hace que cualquier libro sea bueno: una misteriosa alquimia de palabras e ideas.

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