viernes, 30 de agosto de 2013

RICARDO SALAZAR, FOTÓGRAFO DE ESCRITORES (primera parte), Víctor Núñez Jaime

Ricardo Salazar, fotógrafo de escritores (I)

Por:  26 de agosto de 2013
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Con su cámara Roliflex al hombro, Ricardo Salazar asistió a una comida ofrecida por el periódico mexicano Novedades a sus colaboradores. Era la época de esplendor del suplemento México en la Cultura. Los contertulios estaban reunidos en un hotel del centro de la ciudad de México. De pronto, alguien le avisó a Salazar que entre los presentes se encontraba el escritor Gabriel Zaid (a quien no le gusta ser fotografiado), pero estaba a punto de retirarse. Mientras Zaid se despedía de sus compañeros, Salazar se adelantó a la salida. Entonces, al pie de unas escaleras, cuidándose de no ser visto, el fotógrafo disparó su cámara. El clic pasó desapercibido y se obtuvo así una de las poquísimas imágenes del poeta y devastador ensayista cultural. Al otro día, la foto se publicó.
Poco tiempo después, en la entrada de El Colegio Nacional, en el centro de la capital mexicana, Zaid se encontró a Salazar y, enojado, casi a gritos, le reclamó por la fotografía que le había tomado en aquella ocasión. “Supuse que comenzarían los golpes y tendría que defenderme”, recordaría muchos años después Ricardo Salazar. Pero en ese momento, el ascensor se abrió y de él salieron cinco escritores muy amigos de Salazar, entre ellos Salvador Elizondo, y lo saludaron efusivamente. Al darse cuenta de esto, el autor de Cómo leer en bicicleta desvaneció su coraje.
Para ese entonces, Ricardo Salazar ya había elaborado parte (quizá de manera inconsciente) de su crónica gráfica del acontecer cultural y en especial de la vida literaria del México contemporáneo. Desde mediados de los años 50 del siglo pasado, en la Revista de la Universidad de México, “Emmanuel Carballo le pedía fotografías de los escritores y artistas de diversas generaciones, de hacedores de la cultura mexicana en pie, desde los más viejos hasta los más jóvenes, y de este y el otro sexo y el de más allá, y ya fuesen escritores o pintores o escultores o músicos o científicos o ya intelectuales inclasificables, etcétera, y Ricardo Salazar salía disparando a todos los puntos cardinales y a todos los domicilios de la ciudad, y a las salas de conferencias, de exposiciones, de cócteles, y a los cafés y a los bares y las cantinas y los restaurantes y las calles y las plazas, etc., para disparar con la cámara a los susodichos, fotografiándolos…Y esa ha sido la historia de Ricardo Salazar, una historia indisolublemente ligada a la historia de las figuras, las figurillas, los figurines y los desfiguros de la vidita cultural del país”, escribió José de la Colina en noviembre de 2003, dos años y medio antes de la muerte del fotógrafo.
En Jalisco (occidente de México), su estado natal, Ricardo Salazar Ahumada había estudiado algunos cursos de fotografía después de trabajar durante varios años como carpintero. También leía y repasaba libros y revistas de reproducción de imágenes. Sus técnicas fotográficas las había perfeccionado gracias a las enseñanzas de sus principales maestros: Silverio Orozco y Rodolfo Moreno.
En Guadalajara, Salazar era uno de los habituales en las tertulias del Café Apolo en donde se reunían escritores y artistas, entonces noveles, que hacían la revista Ariel, entre ellos Alfredo Leal Cortés (novio de Pina, hermana de Ricardo) y el escritor Emmanuel Carballo. Cuenta éste último que en aquel entonces a Salazar lo apodaban Lolito, “ya que sus fotos en algo nos recordaban a las de Lola Álvarez Bravo, excelente fotógrafa y amiga y la única influencia realmente importante en la vida profesional de Ricardo”.
En los inicios de 1953, Salazar se trasladó a la ciudad de México. Carballo cuenta ahora con precisión el por qué de ese viaje: “en 1953, en Guadalajara, Ricardo Salazar violó a una muchacha y la embarazó. Entonces fue a platicar conmigo y yo le ayudé a que cometiera una vileza y se viniera a vivir a la ciudad de México. Pocos meses después, yo también me fui a la ciudad con una beca del Centro Mexicano de Escritores. Pronto trabajé en Difusión Cultural de la UNAM y llamé a Ricardo para que fuera nuestro fotógrafo.”
Las órdenes de trabajo de Salazar consistían en retratar a escritores, ya fueran jóvenes principiantes o consagrados. Además de seguir los lineamientos de Carballo, Jaime García Terrés, entonces al frente de Difusión Cultural de la Universidad, le encargaba registrar la efervescencia cultural cotidiana: el arte escénico universitario, montajes del grupo Poesía en Voz Alta, el grupo de Teatro de Arquitectura, los artistas que se presentaban en la Casa del Lago y, en general, la vida cotidiana de Ciudad Universitaria y otros recintos pertenecientes a la Máxima Casa de Estudios.
Además, recorría las salas de redacción de publicaciones como Novedades, Siempre! y años después Unomásuno y Vuelta. Y también se iba a esas otras “salas de redacción” que suelen llamarse bares y cantinas. Se reunía con sus amigos (Efraín Huerta, Jaime Sabines, Rubén Salazar Mallén, Jesús Arellano —quien le dedicó un poema: Barbas para desatar la lujuria—… entre muchos otros) en el Salón Palacio y otras cantinas por el rumbo de la calle capitalina Bucareli para departir con ellos y, al mismo tiempo, recoger con su cámara esas sesiones.
Pero también los escritores llegaban a su hogar. “Juan Rulfo y yo —dijo Salazar— fuimos muy buenos amigos. Seguido llegaba a mi casa, como a las dos o tres de la tarde y, como nos encantaba beber, nos poníamos hasta las chanclas con tequila. Algunas veces íbamos a una cantina en Avenida Chapultepec y Niza. Juan José Arreola fue otro de mis buenos cuates. Le tomé cantidad de fotos. Cuando el fue director de La casa del Lago, decía que yo era su fotógrafo de cabecera.”
RicardoSalazarAlto, flaco, barba de candado crecida, gafas grandes, pelo negro engominado, muchas veces de camisa y traje pero sin corbata, Salazar “fusilaba con la cámara” a sus personajes cada vez que se los encontraba. Precisamente, su cámara era una más de sus partes vivas. “Ricardo tenía una forma muy curiosa de fotografiar que no era sorprenderlo a uno, sino ponernos contra una pared y como si nos fusilara tomaba la foto”, recuerda José de la Colina.
Lola Álvarez Bravo había descrito la forma de trabajar de sus colegas, entre ellos Salazar, y de ella misma: “en el fotógrafo se desarrolla un tercer ojo que lo capta todo. El proceso es el siguiente: ve, recibe el impacto, pasa al cerebro, lo transmite a la mano y ésta a la cámara: entonces lo visto cobra vida.”
Y conforme pasó el tiempo, Salazar acumuló cientos de imágenes. Se trata de rostros de hombres y mujeres, quienes solos o integrados a un escenario o paisaje, expresan su soledad, su amor por el trabajo, su desconcierto, su esperanza, su amistad, su inteligencia o hasta sus deslices. De esta manera, quedaron congelados los rasgos, los gestos, las actitudes de los principales exponentes de la literatura mexicana. La cámara de Salazar aguardó, rastreó, descubrió los secretos de una figura o un rostro, hasta arrancarle su expresión más profunda.
Son fotos que constituyen lo inmediato y lo lejano de los personajes de la literatura mexicana, luces que iluminan un instante y lo aíslan antes de extraviarse en el caudal vertiginoso del tiempo. Varias de esas imágenes se han quedado para siempre en nuestra retina: Arreola frente al tablero de Ajedrez. Reyes en medio de su capilla alfonsina. Elena Garro bailando. Agustí Bartra en la salida del viejo edificio del Fondo de Cultura Económica. Elena Poniatowska sonriente a los 20 años de edad. Siqueiros en Cuernavaca poco después de salir de la cárcel. Max Aub frente a los micrófonos de la radio universitaria. El doctor Alt montando en un burro mientras observa los ríos de lava del volcán Pihuani, en Jalisco. Josué Ramírez, José de la Colina, Fernando García Ramírez y Noé Cárdenas frente al edificio del periódico Novedades. Carlos Valdés, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos y Juan García Ponce en el décimo piso de la torre de Rectoría…, por citar sólo unas cuantas.
Porque en el archivo de Ricardo Salazar también existen varios retratos de personajes como Octavio Paz, Nellie Campobello, Francisco Monterde, Eduardo Lizalde, José Luis Martínez, José Revueltas, Martín Luis Guzmán, José Vascocelos, Juan Rulfo, Juan Vicente Melo, Federico Campbell, Juan José Reyes, Carlos Fuentes, Inés Arredondo, Ramón Xiaru, Luis Buñuel, Celestino Gorostiza, Ricardo Yáñez, Elías Nandino, Diego Rivera, Carlos Monsiváis, Beatriz Espejo…Varias de esas series fotográficas, permiten ver cómo ha evolucionado la vida o la carrera de cada escritor. Salazar les tomó “la primera foto conocida”, “la foto de la suerte” o, de plano, “la foto clásica”. CONTINUARÁ...

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