martes, 18 de marzo de 2014

CRUCERO VIRTUAL. LA BANDA DE ARIEL, Guillermo Samperio

Crucero Virtual, La Banda de Ariel
Guillermo Samperio

Mientras esperaba la llamada de Yanira Kiotomoro, el dios del injerto de microchips, de nombre Ariel Summer, pensaba en Reginald, su maestro de siempre. Recordaba cuando Reginald se había suicidado al lanzar un virus que causaba en el receptor una sobreexcitación sexual, la cual lo aniquilaba. El suicidio de Reginald fue inútil, pues su viuda, de nombre Deborah, no quiso saber nada de electrónica avanzada ni de robótica; despidió al personal, entre quienes se encontraba Ariel. La mujer se dedicó a dilapidar la fortuna de Reginald con hakers de la peor realea, casi como venganza del amorío que Reginald tuvo con una programadora antes del suicidio.

Quien, a su manera, siguió la tarea de Riginald fue Ariel Summer, montando un laboratorio en su casa. Respecto de Deborah, Ariel cobró un resentimiento profundo, el cual extendió hacia la sociedad y la mujer. En principio, se había quedado en la calle por culpa de ella y no le resultaba fácil conectarse con el mercado. Lo primero que se le ocurrió fue formar una banda de mujeres que siguieran sus señales digitales. Ya había hecho algunos experimentos de injerto de microchips en el cuello a varias mujeres, pero sólo lo había hecho por diversión. Las llevaba a su laboratorio; ellas, impresionadas con el equipo de Ariel, se dejaban poner los anteojos robóticos hasta quedar casi en estado cataléptico; en ese momento, Ariel realizaba el injerto. Las podía dirigir a control remoto y ellas seguían sus instrucciones sin que supieran que estaban bajo control.
A algunas les daba órdenes de robar desde carteras hasta establecimientos y no tenían el menor remordimiento de eliminar a cualquier posible delator; a otras más las adiestró inalámbricamente para prostituirse y llevarle su cuota a Ariel, quien actuaba con abierta impunidad, pues si alguna de sus pupilas caía en manos de la policía, el hombre reactivaba un microchip de desmemoria que desactivaban los otros, lo que hacía que las mujeres no tuvieran nada qué declarar. Tampoco era tan cínico de dejarlas perderse así nomás; había creado un cuerpo de protección, comandado precisamente por Yanira Kiotomoro, una asiática, preferida de Ariel, mujer que de por sí traía tendencias oscuras.

En una ocasión, Delia le robó la cartera a un cliente, al cual abandonó dormido en el cuarto, pero no previó que ese hombre ricachón traía chofer armado, quien de inmediato la amagó. Ellas tenía la instrucción de moverse un arete para transmitir la alarma a la central, donde estaba la gente de Yanira. De inmediato, cuatro mujeres, disfrazadas de rescatistas médicas, llegaron hasta el lugar. El chofer y el cliente tenían a Delia en el cuarto y la estaban golpeado con la cuerda de las cortinas. El grupo de Kiotomoro se presentó como si alguien hubiera llamado a pedir auxilio médico. Desconcertados, los hombres quisieron disimular calma, pero en una acción veloz fueron doblegados; los ataron y los degollaron. En la prensa de los días siguientes se habló de ejecuciones del narcotráfico o de la guerrilla urbana que dominaba zonas de la ciudad.
Ariel esperaba la llamada de Kiotomoro. Le había encomendado el asesinato del inventor José Luis Roma, quien a partir de la Vagina Mensajera creada por Reginald había creado el sexo robótico que se podía conseguir tanto en el mercado legal como en el pirata. De por sí resentido electrónico, Ariel Summer vio con malos ojos el ascenso de Roma; aunque el inventor mencionó a Reginald en una conferencia magistral, Ariel suponía que Roma debía hacerle un homenaje a Reginald. Un día se le metió a la cabeza que José Luis Roma debía desaparecer.

Ariel supo que un haker y pirata, de apodo Barbarroja, organizaba una fiesta-orgía en uno de sus locales. Yanira llegó a un lugar de aire apenumbrado, vio que se codeaban muñecos electrorobóticos con humanos en medio de una maratón de voces y repegos; se mezcló en el ambiente y le coqueteó a un muñeco. Desde ahí vio que Roma se encontraba en un banco alto en el bar. Kiotomoro se fue bailando con el muñeco hasta estar a una brazada de Roma. En una vuelta de la danza, podía hacer el tongo de tropezarse y meterle tres balazos con una pistola de ultrasilenciador; luego seguir bailando, diluirse entre la gente, salir del sitio y llamarle a Ariel.


Yanira hizo la mímica del tropiezo, pero en ese momento la sujetó un potente brazo de Barbarroja. "En la mirada se te nota que eres una chica microchip", dijo él.. Kiotomoro quiso resistirse y el hombre la desarmó; la condujo entre el gentío hasta su cuarto de reparaciones. Le puso los lentes robóticos, le trasplantó un par de microchips y quedó lista para atacar a su jefe. En ese instante, Yanira Kiotomoro tomó su intercomunicador y le llamó a Ariel. "Misión cumplida", dijo ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario