jueves, 8 de enero de 2015

EL NOMBRE DE VENEZUELA, Leandro Arellano


Ilustración de Juan Puga
El nombre de Venezuela

Leandro Arellano

Sabemos todos que es a través del amor como tomamos posesión del mundo y que el amor entra por los sentidos. ¿Primero la vista o el paladar, el oído o el tacto? Sea cual fuere su orden, el resultado no se conmueve. Si la palabra es un don de la Providencia, el nombre es cosa del ser humano. De los nombres nos atrae su belleza, su eufonía y sonoridad sobre todo. Y si algo suena mal, es malo, escribe Norman Mailer.

¿Qué hay en un nombre? La palabra dice y quiere decir. El nombre es un poco como el carácter de las personas que, cuando se posee, determina también el aspecto físico; y contiene varios sentidos reales o posibles, más allá del sentido literal. Los nombres propios tienen orígenes y significados curiosos, nacidos de la fantasía o de circunstancias fortuitas o caprichosas, algunos también de motivos racionales.

Bien que una patria no se puede poseer como se posee una propiedad, los nombres de las naciones no sólo implican una experiencia geográfica e histórica, pues representan igualmente una conjunción de anhelos, valores, comportamientos lingüísticos, psicológicos, culturales... Son producto de la historia y a la vez una elaboración y una expresión de un destino. Los hay que están cargados de tiempo hasta los bordes.
Quienes fabricamos las voces señalamos para cada cosa la suya. Austria significa “Reino del este”, mientras que Corea deriva su nombre de la dinastía que dominó la península por varios siglos. Kenia lo adopta del monte vecino de Nairobi y significa “Montaña blanca”, mientras que Rumania equivale a “Tierra de los romanos”. El nombre de El Salvador hace referencia a Cristo. 

Al mediar el siglo pasado, Ángel Rosenblat –el filólogo venezolano que en 2014 cumple treinta años de haber muerto– dedicó un estudio (impreso por la Universidad Central de Venezuela en 1956 y reeditado por José Agustín Catalá en 2000, en homenaje al autor) con el mismo título del texto presente, en el cual expone, con erudición y ternura, el origen del nombre de su país.

¿Cómo se forjó el nombre de Venezuela? Igual que en muchos casos de otras naciones hispanoamericanas, proviene de la conquista española y de la independencia. El nombre emergió como resultado de un viaje en el área por Alonso de Hojeda (u Ojeda), Juan de la Cosa y Américo Vespucio. Fue Vespucio el primero en advertir y anotar su similitud con Venecia: “Desde esa isla (la de los Gigantes, la actual Curazao) fuimos a otra isla, distante de ella tres leguas, y encontramos una grandísima población, que tenía sus casas levantadas sobre el mar como en Venecia.” Es evidente que en los dominios del gusto la razón queda casi siempre subordinada a la percepción.

Igualmente importante fue el mapa de Juan de la Cosa, de 1500, en el que, sobre el Golfo de Maracaibo, aparece escrito claramente como nombre de una población Venecuela, formado a partir del de Venecia. Venecuela figura –dice Rosenblat– con la cedilla antigua, que sonaba como ts y reproducía la z del italiano. Si en los siglos XVIXVII se confundían las grafías, aclara Rosenblat, no era el caso con la pronunciación.

No sin asombro, los historiadores de la Nueva España registraron también ese fenómeno. Los españoles han sido siempre notables historiadores. En su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo se maravilla de hallar asentamientos humanos sobre el agua. En el capítulo LXXXVII de su libro anota su admiración frente a tantas ciudades y villas pobladas en el agua: “...y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba a México, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en el agua y todos de calicanto”.

En su Historia de la conquista de México, el padre Antonio de Solís y Rivadeneira (Libro Tercero, Capítulo IX) escribe a su vez: “Había en la mitad del camino sobre la misma calzada otro lugar de hasta dos mil casas, que se llamaba Quitlavaca; y por estar fundado en el agua, le llamaron entonces Venecia.” Referencias similares aparecen en la Historia de los indios de la Nueva España de Fray Toribio de Benavente.

Como la naturaleza lo da, así es propia y completa toda figura, todo contorno. Venecia, perla en el lodo, la llama José Emilio Pacheco. Ciudades originalmente asentadas en el agua, Caracas y Xochimilco están hermanadas con aquélla, cada una con su propio carácter.
Venezuela fue, pues, el nombre de un villorrio indígena en el Golfo de Maracaibo y del mismo Golfo por cierto tiempo. Durante la etapa colonial, las provincias que conforman hoy lo que es Venezuela no eran importantes ni política ni económicamente, señala el historiador Tomás Polanco Alcántara (Perspectiva histórica de Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2010). Otras zonas de América más ricas concentraban la atención de España.
Como los derivados de calle (callejuela), de plaza (plazuela) y otros, así proviene Venezuela de Venecia. Se trata, entonces, de un diminutivo y no de otra cosa. En lo bien definido reside el secreto de la permanencia. Con todo, hubo varios intentos por llamar a esta parte del globo: Tierra Paria, Tierra Firme, Tierra de Gracia. Pero cuando el nombre recaló en unas cédulas reales del Emperador Carlos V, pronto obtuvo consagración papal, en una bula de 1531. Cierto es que a menudo se intercambiaba el nombre de Venezuela por Caracas y al revés.
Dos siglos y pico más tarde, por Cédula Real del 8 de septiembre de 1777, 

Carlos IIIestablece la Capitanía General de Venezuela y luego, en 1810, se establece la Junta Suprema de Venezuela. A partir de 1830 Venezuela ha sido ininterrumpidamente el nombre del país.

La identidad es una búsqueda siempre abierta. La historia del nombre de Venezuela nos remonta hasta la colectividad que es hoy el universo y, como nos recuerda Claudio Magris, “tras las cosas tal como son hay también una promesa, la exigencia de cómo debieran ser”. La fe moldea nuestra visión del mundo y define nuestra conducta, mas si esa fe nos faltara, basta con que la tengamos en las cosas creadas.

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