Estoy leyendo tu poema del retorno y pensando en nuestra ciudad, esa casa de plumas y turquesas, despojada, golpeada año con año, minuto con minuto, lágrima con lágrima. Vi las colas multicolores y pálidas en espera del camión; los mercados para las frustraciones, la mirada febril de los niños con un solo pocillo de café. Vi lo perdido en el alba de septiembre, y lo que se ha ido perdiendo desde hace | | varios siglos –algunas ciudades ganan con los años, la nuestra es perdedora–; vi los rostros de la solidaridad y los picos de los zopilotes con corbata. Vi todo eso y te llamé por teléfono. Un poema, tu poema, amigo mío, es para eso, para que veamos al leerlo, se nos encoja el alma, se nos abra la puerta del llanto y, somos tan absurdos, tan tercos, se nos entreabra la de la esperanza.
Washington, D.C. Invierno de 1985
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