EL SUEÑO ETERNO
En 1939 aparece por primera vez el detective Philip Marlowe en una novela de Raymond Chandler, “El sueño eterno”, que sería encarnado en el cine por el actor Humphrey Bogart; El tipo duro que en cualquier circunstancia dispone de la frase concisa, certera, ingeniosa y acerada como el metal de su pistola y, que a falta de otros argumentos, siempre tiene una bala en la recámara o la mirada displicente y escrutadora que te perdona la vida entre las volutas del humo de un cigarrillo, aunque te pegue un tiro a dos metros o reciba un puñetazo en el mentón.
En cierta forma el trío Chandler-Hawks-Bogart supone la culminación del género negro norteamericano y “El sueño eterno”, quizás, el ejemplo más logrado de esta colaboración.
La acción violenta, el trastrueque de valores éticos y la crudeza en el habla arrasan las normas del relato policial y empujan a simpatizar con unos detectives privados duros, cínicos y sin escrúpulos, a los que el cine convirtió en los nuevos transgresores del orden asfixiante de la civilización moderna. Por eso el mismo Chandler nos dice que este género o subgénero, como les gusta denominarlo a otros, “describe un mundo en el que nadie puede caminar tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar. No es extraño que un hombre sea asesinado, pero a veces resulta extraño que lo asesinen por tan poca cosa y que su muerte sea el sello de lo que llamamos civilización”.
Desde el punto de vista técnico, estilístico y argumental el género negro rompe con las reglas tradicionales, donde el asesino siempre es descubierto y la justicia triunfa haciendo que el desenlace final lo justifique todo. El nuevo paradigma narrativo que encuentra la simbiosis perfecta en el cine, consiste en aceptar que la escena era superior al argumento, en el sentido de que un buen argumento era el que produce buenas escenas. El misterio ideal era el que uno leía o veía aunque faltara el final, la novela de esta forma se transforma en guión y el guión será la base de una serie de películas que marcarán una época y una forma de vivir y de sentir la vida (Raymond Chandler y Dashiell Hammett, los dos máximos exponentes de la novela negra norteamericana, trabajaron como guionistas de Hollywood y sus novelas fueron adaptadas al cine convirtiéndose en clásicos del cine negro)
Howard Hawks en la vida y en el cine fue un todo terreno, conocía como nadie el oficio, no por casualidad antes de dirigir una película trabajó como atrezzista, montador, guionista, ayudante de dirección, y cultivó prácticamente todos los géneros que estaban de moda en el cine norteamericano de su época: Películas policiacas, westerns, bélicas, comedias sentimentales, humorísticas y satíricas; muchas de las cuales han pasado a formar parte de la memoria colectiva y de la antología del cine clásico: “La ciudad sin ley”, “Tener o no tener”, “Los caballeros las prefieren rubias”, “Río bravo”, “El sueño eterno”. Esta última, por si no fuera suficiente con la participación del trío de ases antes señalado, cuenta con el atractivo suplementario de la participación en el guión de William Faulkner (premio novel de literatura) y con el glamour como actriz principal de Lauren Bacall, todo ello entretejido en una trama compleja donde un laberinto de pistoleros, confidentes, pornógrafos y ninfómanas ponen en solfa los valores de una sociedad decadente, donde una ley asimétrica no es capaz de apuntalar el orden establecido y sólo prevalece el espíritu caballeresco de un detective cínico, desarraigado y romántico a la vez.
Este complejo rompecabezas tuvo sumamente ocupado a Howard Hawks, al que no le terminaba de casar todas las piezas, en concreto el enigmático asesinato sin resolver del chófer del general Sternwood. A tal punto llegaron sus desvelos, que debió de telefonear al autor de la novela, Chandler, para conocer la identidad del asesino; su contestación, muy en línea de los diálogos del género, fue lacónica y mordaz: “¿Cómo lo voy a saber yo? Resuélvalo usted”. Y colgó.
El guión cuenta con alguno de los diálogos más sensuales e insinuantes jamás plasmados en la pantalla entre Marlowe y prácticamente todas las mujeres que aparecen en la película. La pareja protagonista, como mandan los cánones, comienzan con un choque frontal en la primera escena y acaban con una declaración de amor muy al estilo del género negro en la última escena. «Te olvidas de una cosa, de mi» —dice ella, «Qué ocurre contigo» -—contesta él, -«Nada que tú no puedas arreglar» sentencia en la última frase de la película Lauren Bacall con el sonido de fondo de una sirena de la policía que se acerca.
Cuando rodaron esta película, Bogart y Bacall eran una feliz pareja de recién casados, ella había debutado dos años antes en una película del mismo director, “Tener o no tener”, como compañera de reparto del que sería su marido, hasta la muerte en 1957 del eterno seductor. El papel de Bacall en esta película está a medio camino entre la mujer fatal desencadenante del drama, objeto del deseo y siempre inalcanzable y enigmática como una vestal totémica perfilada con carmín y medias de seda negra, y la chica de buena familia que pretende salir a flote de las intrigas del submundo de los bajos fondos, y se agarra en el último momento a la mano tendida del detective defensor de las causas perdidas. Un detective al que también le toca sufrir, pero con clase; y si no fijémonos en la siguiente escena. Marlowe recibe una soberana paliza en un callejón y, aun tambaleante, lo primero que pide es su sombrero, herido y humillado, pero con elegancia y sin perder la compostura.
Aun con todo, en la película no sólo encontramos acción, erotismo y sarcasmo, también hay momentos, y algunos gloriosos, para las reflexiones filosóficas que el mismo Cioran incluiría entre sus aforismos. Estas frases del General en la segunda escena de la película mientras habla con Marlowe en el invernadero, “Las orquídeas son repugnantes, sus pétalos se parecen demasiado a la carne humana y su perfume tiene la fétida dulzura de la corrupción”, redondean una obra realizada con la precisión y la calidad que sólo los maestros saben poner en sus películas cuando quieren que pasen a la posteridad.
© Mario Pérez Antolín
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