UN PARTIDO PARA LA MEMORIA
Nunca quise dejarla. Pero ella de mí se alejó, desde hace muchos meses. Algo grave lo sucedía. En su cabeza por las noches danzaban buhos, hechiceras, magos, perros, sirenas e infinidad de seres de este y otros contextos. Adicta a la coca-cola; sus vicios anteriores parecieron pequeños. Marihuana, coca y anfetaminas, al igual que el tabaco y el alcohol, habían desapasrecido de su itinerario cotidiano. No obstante. Pese a ser aparentemente inocuo su vicio al refresco, la atacaron los seres extrasensoriales.
Nunca quise dejarla. Pero ya entre ella y yo no había sexo. Ni siquiera caricias. Una que otra frase de afecto, si acaso se colaba en nuestras charlas que siempre culminaban con palabras agrias de su parte o un mohín siempre a favor de ella, por lo menos desde su perspectiva.
Nunca quise dejarla. Pero ella se empeñó en deshacerse de mí, como si mi comportamiento la hubiera partido por la mitad o yo fuera el promotor de sus desdichas.
Nunca quise dejarla. Pero ella se mantuvo en lo suyo y optó por el Islam, como fuente de refugio y dicha; y se hizo promotora del autosacrificio.
De eso me enteré apenas ayer que fuí a recoger sus restos a París, donde -quiensabecómo- fue a parar en las afueras de un estadio este 13 de noviembre de 2015, cuando se jugó el partido Francia contra Alemania.
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