Nuria Girona Fibla

Va verdad de Antonio Méndez Rubio

Una subjetividad se produce donde el viviente, encontrando el lenguaje y poniéndose en juego en él sin reservas, exhibe en un gesto su irreductibilidad a él. Todo el resto es psicología, y en ninguna parte en la psicología encontramos algo así como un sujeto ético, una forma de vida.
Giorgio Agamben
“No hablar desde la voz” proponía Antonio Méndez Rubio en uno de los versos del poema “Razón de estado”:
Para qué. No hablar desde la voz.
¿Decir? No es tampoco una ayuda.
Elegir responder.
Y cavar, y cavar. Y más cal viva.
(Razón de más. Igitur, Tarragona, 2008, p. 40).
“No hablar desde la voz” no niega la posibilidad de decir aunque, a continuación, el verbo aparezca entre interrogantes. Se puede decir, claro que se puede decir: blablabla… pero no sirve de mucho. “No es tampoco una ayuda” dice el verso siguiente sin saber hasta dónde alcanza la impugnación, que incluye más de lo que antes se ha dicho y así lo sobrevuela; porque “tampoco” también es “tan-poco” (eso también queda dicho).
No es que no se pueda decir, no es que no se pueda hablar. Con premura, el verso siguiente apunta: “elegir responder”. Sin voz y sin decir no ciegan la salida, antes bien nos enfrentan a otra opción única. Al fin y al cabo podemos elegir, podemos responder. Inequívocamente, responder comprende una dicción y una acción, las reúne en una responsabilidad. Resuena, en estos versos, un llamado. Sin imperativos y sin interpelaciones, hasta sin épica; nada más lejos de esta poesía que la arenga o el mesianismo. Y sin embargo, se lee una consigna política… (a la altura de ¡a las barricadas!). También una advertencia del trabajo forzado al que lleva: “cavar y cavar” hacia dentro, en lo más hondo e íntimo e, incluso, hacia nuestro pasado, en esas fosas en las que la cal del olvido no se come los huesos de los muertos.
No es preciso aclarar a quién responde esta “Razón de estado”. ¿Habrá que recordar que la poesía de Antonio Méndez resulta ingobernable?“No hablar desde la voz” hace de la voz poética un huésped incómodo. Como ese pariente pesado que se nos instala en casa y que, con la excusa de ser familia, invade fatigosamente nuestro espacio y no encontramos ocasión para despedirlo.
Este vaciamiento de quien habla compone un gesto habitual en la escritura de Méndez Rubio, que vuelve a modularse en su nuevo libro Va verdad (Vaso Roto Ediciones, Madrid/México, 2013). Ya desde el comienzo se instaura la premisa, en la dedicatoria con tres nombres entre paréntesis: “(Julia. Sara. Toni)”. Un paréntesis que acalla la voz autorial de la inscripción, la suspende y la presenta como inciso; una manera de sustraerse de la biografía sin negar la vida del que escribe. No sabemos nada de Julia, Sara y Toni, como no sabemos nada de esta voz. “La poesía debería ser anónima” afirmó Antonio Méndez en cierta ocasión. No es de nadie, efectivamente, porque su lectura conlleva necesariamente una desapropiación del origen y su resistencia al sentido contradice la propiedad privada. Solo los policías del lenguaje aspiran a ejercer un corte en su cadena connotativa, los que imponen formas de leer institucionalizadas o los que definen la locura.
Pero si la poesía es anónima porque no es de nadie, lo que no resulta tan usual es que el poeta también lo sea, que apueste por esta destitución subjetiva y que no se amarre a una coartada narcisista. No se trata tanto de la consabida “muerte del autor” sino de plantear el espacio autorial como un vacío en donde alojarse como sujeto de la enunciación (y nunca plenamente), un vacío que disuelve soportes imaginarios e identificatorios sin borrar lo que ahí hace lazo social, sin negar la política como lugar constituyente de la experiencia de ese sujeto. Sin perder su cualidad de voz, ésta acontece donde desaparece el ego que habla, en la ruptura de la individualidad y la fisura de la representación.
Este gesto tan nimio (tan Méndez Rubio) de la dedicatoria entre paréntesis, condensa su poética, que diluye lo personal en lo subjetivo. A su vez, esta puesta en acto de una voz anónima compone una apertura a otro espacio, allí donde lo político no pasa por la política sino, más bien, por lo poético, si es posible pensar un lugar de encuentro de singularidades irreductibles a la identidad como forma de estar juntos.
Ya en su último ensayo, La desaparición del exterior: Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad. (Eclipsados, Zaragoza, 2012), el autor ubicaba con precisión la estrategia capitalista de negación del afuera, que totaliza el mundo en la medida en que disuelve los límites entre exterior e interior, privado y público, individual y colectivo. Si un gaseado silencioso, constante, extendido y metódico como forma renovada y legalizada del fascismo –en ese sentido, de “baja intensidad”– borra cualquier exterior, la propuesta crítica de Méndez Rubio planteaba arañar las fisuras de esta totalización. De la misma manera, Va verdad se instala, desde los primeros versos, en ese espacio que nos ha sido expulsado, un afuera imposible, una exterioridad desaparecida:Cubierta_Mendez_VaV#2099FE0
Dentro de esa inocencia
hay una parte de secreto
que habla por ti y por mí, que
calla
sin encontrar un lugar
fuera de las palabras (11).
Sin voz, sin lugar y sin palabras, aquí comienza el desaprendizaje que emprende este poemario sobre lo que es hablado y lo que no es común, como si fuera posible partir incólume, como si fuera posible…, en una salida del lenguaje que se ensaya una y otra vez:“que no / te alzas de la hendidura / definitiva / haciendo una grieta al futuro” (13), en el poema 3 y en el siguiente:
¿De verdad que no te acordabasde lo difícil que parecía escribir
con todas las letras,
hacer
como si en un hechizo se juntaran
unas palabras con otras
y, con los ojos más fuera que
dentro del mundo,
con la mano no apartada,
no sola,
saliendo ojalá indemne
de toda mi soledad? (14).
Un largo y sostenido interrogante ocupa toda la composición, al borde de lo ilegible (de muerte por asfixia), en ese “más fuera / que dentro del mundo” pero sin apartarse de él, en esa salida a lo invisible. La desaparición del exterior vuelve como vacío en esos parajes desolados de nieve y viento adonde nos lleva el libro. En este espacio tan físico como enunciativo, se inscribe la falta de yo a la que antes me refería, su decir:
Si se pudiera decir yo
digo 
como quien dice
que ha visto que las pruebas se hunden
por el peso de su propio valor,
de la confianza
en su significado (81).
A esta fragilidad nos expone todo el tiempo Va verdad, justo en el trance de un mundo que se desaparece y de un suelo movedizo que nos habita, en estos versos mínimos en extensión y expresión, siempre acortados, hendidos, sofocados, comedidos: una palabra de menos y el poema se viene abajo.
No hay en esta precariedad, también viene a decir Méndez Rubio, enunciación colectiva. Pero eso no niega el lazo discursivo, el común de ese suelo movedizo. En esta ocasión, la poesía se abre a otras voces: letras de distinto tamaño, en cursiva, citas y nombres a pie de poema: Artaud, Zambrano, Celan, Cage, etc. Estos nombres ilustres figuran también entre paréntesis, no se elevan como voces de autor(-izadas). El diálogo con sus textos se presenta como un encuentro privado, una resonancia o una huella, no como fuentes textuales sino como huellas orales. Beckett convive junto a Kiarostami, y Rothko junto a Hölderlin, en este ejercicio de indisciplina estética. Junto a ellos, la gente, la gente que dice “Rojo es temblor” (12, entrecomillado y cursiva del autor); en otro poema, la gente dice “rojo es amor” (17). La gente: toda una demografía la que reúne este libro.
El 19 noviembre 1928, Antonio Gramsci le escribe a su mujer. Está en la cárcel, se lamenta de que su contacto con el exterior se limita a la lectura y de que los libros son solo esbozos de corrientes generales de la vida del mundo, “más o menos bien conseguidos”-afirma-, pero que no pueden dar la impresión inmediata, directa, viva de la vida: “Me falta precisamente la sensación molecular, ¿cómo podría, incluso sumariamente, percibir la vida en su conjunto? También mi propia vida se siente como aterida y paralizada”.“Percibir la vida en su conjunto”, captar la “sensación molecular” que la circunda, vivir de otra manera. Letras en cursiva que se leen en susurro, textos que se pronuncian sin voz, voces menores, anónimas, amorosas, estremecidas, oídas en sueños, conversaciones y lecturas, para siquiera poner en escena la posibilidad de esa otra vida, de otro tiempo y de otras hablas:
Por aquel entonces
cuentan las últimas lenguas: que
érase una vez
que se hablaba en el aire (20).
“Cuentan las últimas lenguas”… dicen, se dice, si se pudiera decir, ¿me oyes?… Las voces se reúnen en la ilusión de una locución imaginaria que las vuelve vida, que las convoca y es una más entre ellas. ¿Poética del silencio? Como si toda poesía no lo fuera, como si alguna palabra fuera plena. Frente a la cháchara engolada delblablabla a la que antes me refería, este libro transforma la radical subjetividad de lo lírico es un escenario cambiante de rumores, ecos y vibraciones sonoras:
Sobre cómo se habla
cuando
el hablar viene de una vergüenza o
(también se puede decir) de una apariencia
de llevarse pensamientos y
otras cosas hasta alguna parte
se ha dicho
mucho(66).
¿Cómo decir si el habla viene de una vergüenza o una apariencia? Méndez Rubio templa así una exploración del habla en la que persiste, una poesía en la que el habla es una conjetura, un horizonte de lo posible. No me refiero a un tono coloquial-al contrario, su fractura sintáctica tienden a alejarlo de los efectos inmediatos de la oralidad-, sino a este horizonte que alienta su búsqueda, a esta indagación de los vínculos de lo individual con lo social. Aunque la familiaridad léxica se quiebra en el encabalgamiento abrupto que también lo aleja del tono conversacional, el habla se sigue inscribiendo en su deseo fantasmal, como la mirada se instaura entre la inadecuación del discurso y lo visible:
Ay, tanto que digo y oigo:
me tienes que verrespirando
por fuera y a la vez por dentro (36).
En ese lugar imposible de la respiración, que se materializa en la exactitud de los hiatos y en la precisión de la prosodia, planea esta poesía resoplada, donde los blancos del papel también pautan los ritmos del aliento:
Poema no:
simplemente respira
tan dentro que sale fuera (15).
Si respirar es resistir y conquistar un interior arrebatado, escribir es recuperar la memoria de un ritmo, pausar, tomar aire, escandir la frase de otra manera, refutar el ordenamiento de la lengua y el orden del Estado:
Rechazar eso mismo,
en esta tierra menos respirada
que el tacto de la ceniza,
ojalá, por lo menos, sirviera
para que alguien
con la voz encendida
nos contara una historiaque no fuera de sumisión (34).
Reconocemos en este aliento insumiso, una asfixia y una respiración, la materialidad más íntima de la poesía de Méndez Rubio: la entonación de una lengua propia en su voz anónima, en el habla que convoca, en el decir entrecortado. “Ojalá, por lo menos, sirviera”, lo que no puede ser vivido aparece no en realidad sino en su verdad. En la medida que avanza el libro, algo acontece, golpea, contra ese muro invisible que disuelve hegemónicamente los límites del exterior. En lo que no se puede, en lo que no hay, en esa prueba de hacer sonar otra cosa que el sentido:
La promesa en secreto
de acercarnos sin más, despacio,
al final de las preguntas
¡es verdadera! Contra el muro
invisible
¡se ve que suena! (19).
En el último poema la desaparición de este exterior se voltea, apunta una grieta, una verdad que nunca tuvo equivalente con lo real:
A oscuras
sin alguna verdad,
sin alguna obediencia
que defender como no
fuera de aire queriendo
ser aliento. Sin ningún
nombre para darnos: va
a durar, a empezar
a ocurrir (82).
Va verdad es el título de este libro, en donde la verdad no es, más bien circula, está por venir, se nos lleva. Es cierto: no produce sentido, solo desconocimiento. Pero entre el decir y el hablar, se sitúa el no saber, un lugar para el deseo, esa“verdad sin obediencia” (35) que repite en otro poema.Porque si algo contiene en sí mismo el poema es la capacidad de promover efectos de verdad, que son siempre de deseo, ese golpe de sentido que sorprende al sujeto y que nos despierta como lectores. Porque no todo saber es hablado, también eso suena, se trata de “ir / poner la voz a decir verdad” (56)… a ese horizonte vamos.