jueves, 23 de abril de 2015

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS, Horacio Quiroga





EL ALMOHADÓN DE PLUMAS


Horacio Quiroga ©


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció  desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.


EL ALMOHADÓN DE PLUMAS,
HORACIO QUIROGA
(Un cuento de amor de locura y sobre todo, de muerte)
Fernando Chelle ©

El texto elegido para el análisis literario pertenece al escritor uruguayo Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937). Se trata de un cuento titulado El almohadón de plumas, perteneciente al libro Cuentos de amor de locura y de muerte, publicado en la ciudad de Buenos Aires en el año 1917.
El tema central del cuento, es la muerte inexplicable de Alicia, la protagonista, víctima de un animal extraño que vive en su almohadón de plumas. Los otros dos temas que aparecen en el título del libro, el amor y la locura, también están presentes en el cuento, aunque de manera secundaria.
Quiroga eligió estructurar la acción del cuento de manera similar a como lo hacía Edgar Allan Poe en muchas de sus Narraciones Extraordinarias, donde encontramos esos finales denominados de efecto, justamente por la impresión que quieren causar en el lector. Al igual que como sucede en El gato negro, por nombrar solo un cuento del autor norteamericano, en el Almohadón de plumas el autor se guarda para el final un as bajo la manga con que nos sorprende a todos los lectores. La estructura del cuento se inscribe dentro de lo que se podría denominar una forma clásica, a saber, comienzo, nudo y desenlace. En un primer momento, la narración se centra en la presentación de los personajes y del lugar donde transcurren los hechos, la casa. Hay un segundo momento, el más extenso, que se centra en la enfermedad de carácter inexplicable que sufre la protagonista, por último encontramos un tercer momento cuyo centro de interés es el almohadón de plumas y el extraño animal que vivía en su interior, quien terminó siendo el causante de la muerte de Alicia.
Comienza el relato con una frase contundente, cargada de un sentido oximorónico, “Su luna de miel fue un largo escalofrío”. Como lectores sabemos que se le denomina luna de miel al período de tiempo que comienza una vez finalizada la boda y que se extiende por un lapso de tiempo, donde generalmente los recién casados emprenden un viaje de vacaciones. Es un tiempo de intimidad que se caracteriza por ser un periodo de intensa felicidad. Cuando leemos las primeras palabras del texto, ya podemos vislumbrar el tono que va a acompañar el relato, no sabemos nada aún pero si una cosa tenemos en claro es que una luna de miel no se caracteriza por ser un largo escalofrío.
La voz narrativa, omnisciente y en tercera persona, continúa dando los rasgos grafopéyicos (rasgos físicos) y etopéyicos (rasgos del carácter) de los dos personajes principales del cuento. De Alicia se nos dice que es rubia, angelical y tímida, mientras que Jordán es descrito como un hombre alto, callado y de carácter duro. La intención de Quiroga en este primer momento del relato es presentar la relación amorosa de una pareja que se ama, pero que está marcada por la incomunicación. Se nos dice que Alicia quería mucho a Jordán y que este también amaba profundamente a su esposa, pero Alicia se estremecía ante la rígida presencia de su marido, ni siquiera era capaz de mirarlo fijamente y Jordán en su mutismo era incapaz de dar a conocer sus sentimientos.
Con la descripción de la casa, el lugar físico donde va a transcurrir la acción del cuento, el escritor busca, y logra, llevar la atención del lector hacia posibles interpretaciones de lo que le sucederá a la protagonista. La casa, calificada de hostil, descrita como un palacio encantado, frío y abandonado influye en el aspecto psicológico de la protagonista.
En la planificación del relato, Quiroga sabe de antemano de qué manera y en qué circunstancias va a morir Alicia, pero tiene que crear en el lector interpretaciones transitorias de lo que va ocurriendo durante la lectura para que cuando en realidad salga a la luz el verdadero motivo de la enfermedad y la muerte la sorpresa sea total. En este sentido, es lógico pensar que los estremecimientos de Alicia, que derivarán en una extraña enfermedad, se deben a las circunstancias que la rodean, como ser estar casada con un hombre tan poco comunicativo y vivir en soledad en esa extraña casa, resignando sus sueños de mujer sensible.
Cuando el narrador dice que “no es raro que adelgazara”, primera referencia física de una posible enfermedad, no nos sorprende, aunque estamos muy lejos aquí de atribuir la enfermedad a su verdadera causa.
Las dolencias de la protagonista comenzaron como una simple gripe (influenza), pero lo extraño del caso era que no lograba superarla, y poco a poco su estado de salud fue desmejorando.
Es significativo el pasaje que tiene lugar en el jardín de la casa donde Jordán acaricia la cabeza de Alicia y esta se pone a llorar. Este es el único momento del relato donde Jordán tiene una manifestación de cariño hacia su mujer, donde la distancia emocional por un momento se rompe. Es comprensible el llanto de la protagonista y la actitud de dejarse proteger, fue como si Jordán con su actitud habilitara a Alicia a manifestar todo lo que sentía y que justamente por el carácter del marido estaba obligada a reprimir.
El médico de Jordán, en su afán de solucionar esta situación inexplicable hasta el momento, da órdenes que en lugar de llevar a Alicia a la recuperación la llevan a un camino vertiginoso hacia la muerte. Al no encontrar una explicación para la debilidad que estaba sufriendo la paciente lo único que aconseja es que descanse, y es precisamente el descanso, el estar acostada, el estar en contacto con el almohadón lo que va absorbiendo gota a gota la vida de Alicia. Claro que nosotros como lectores y a esta altura del cuento esto no lo sospechamos y, es más, vemos como lógicos los consejos primarios del médico, quien con el espíritu científico que lo caracteriza apunta a mitigar las dolencias aunque desconozca las causas de fondo que las provocan.
Todo va a encajar en el cuento cuando aparezca la verdadera causa de la extraña debilidad de Alicia, cuando aparezca el extraño animal que vivía en el almohadón. Recién a último momento vamos a atar cabos y a entender por qué Alicia empeoraba, por qué la enfermedad estaba vinculada con la sangre (tenía anemia), por qué la vida se le iba gota a gota, pero como hemos referido anteriormente, vemos cómo Quiroga ha estructurado el relato de manera de jugar todo el tiempo con nuestra incertidumbre y guardar la sorpresa para el final, con lo que logra el efecto que pensó desde un principio.
También encontramos otros dos pasajes significativos en este segundo momento de la narración que merecen que nos ocupemos de ellos con algún detenimiento. En primer lugar, la actitud de Jordán frente a su agonizante esposa, y en segundo lugar las alucinaciones de esta última. En distintos relatos Horacio Quiroga juega con elementos simbólicos, que de alguna manera refieren a la muerte, o más específicamente, a ceremonias que la rodean. Por ejemplo, lo hace en el cuentoA la deriva, donde se refiere que las paredes que rodean el río Paraná lo encajonan fúnebremente, no podemos dejar de ver en esa metáfora la muerte en vida de Paulino que poco más tarde se concretará, pero que allí va en su lecho fúnebre a la deriva. En el caso de El almohadón de plumas, es muy clara la ceremonia fúnebre que está viviendo Jordán, aunque Alicia todavía se encuentre con vida. El dormitorio donde se encontraba el cuerpo de Alicia, todavía con vida, estaba en silencio y con las luces prendidas, Jordán la visitaba y en silencio caminaba por la habitación mirando la cama.
El segundo pasaje que resulta significativo, además de bien logrado, es el que se refiere a las alucinaciones de la protagonista. Este pasaje, además de mostrar cómo se va agravando la situación debido a la gran debilidad de Alicia, muestra el trasfondo psicológico en el pensamiento de la protagonista que aflora en forma de alucinación. Es importante reparar en el contenido de las alucinaciones y por sobre todo cómo es la visión de Jordán que tiene Alicia. No hay dudas que ese antropoide que la miraba fijamente no era otro que Jordán y tenemos que preguntarnos por qué Alicia vería a su marido de esta forma. Sabemos que un antropoide es un animal con forma humana, un mono por ejemplo, pero que de todas maneras no es humano. Reparemos ahora en el carácter de Jordán, en lo callado, en lo serio, en lo poco comunicativo y entenderemos por qué Alicia tiene esta visión alucinada de su marido, ella alucina sobre sus sentimientos, pareciera que en este estado alterado se develara la verdadera visión que Alicia tenía de Jordán.
Este segundo momento de la estructura interna del relato, el más amplio, se cierra con la voz del narrador quien resume algunos aspectos de la enfermedad pero que además nombra al pasar el objeto que va a ser el centro de interés del desenlace de la historia, el almohadón.
El último momento o desenlace de la historia comienza con la frase “Alicia murió por fin”. Se dijo anteriormente que el centro de interés de este tercer momento era el almohadón, y esto es así hasta tal punto que a Alicia ya no se la nombrará más en el relato. Aparece la sirvienta, otro personaje secundario, ya habíamos visto al médico, con la única finalidad de enfocar nuestra atención en el almohadón. Como lectores, acompañamos a la sirvienta en esa mirada extrañada sobre el almohadón y el primer plano de la atención se detendrá allí, en el objeto que escondía al causante de la tragedia. Se establece un diálogo entre Jordán y la sirvienta cuyo único centro de interés es el almohadón. Lo primero que llamó la atención de la sirvienta fueron las manchas de sangre que había en el almohadón y, en segundo lugar, cuando intentó levantarlo por orden de Jordán se aterrorizó con el extraordinario peso que este presentaba.
El nerviosismo se apoderó de Jordán, lo vemos cortar de un tajo la funda del almohadón ansioso por saber qué era todo aquello, a qué se debían las manchas de sangre y aquel extraordinario peso. Luego, lo inesperado, el as bajo la manga, el terror escondido entre las plumas que en el último momento del relato aparece para evacuar todas nuestras dudas.
Luego de la descripción de este extraño animal, el narrador nos cuenta a modo de explicación, cuál era su modus operandi, cómo succionaba la sangre de Alicia y cómo había pasado inadvertido para todos. Ahora, con la aparición de este animal inesperado, se unen todos los cabos, y comenzamos a explicarnos y a entender una a una las dolencias que aquejaban a la protagonista y que en cinco días con sus noches la llevaron a la muerte.
Es muy curioso el último párrafo del cuento, parece no formar parte de la ficción y ser una explicación cuasi científica de la vida y alimentación de los parásitos que viven en las aves y que en ocasiones habitan los almohadones de plumas. Pareciera como si Quiroga quisiera darle un toque realista a tanto desborde imaginativo, quizá lo hizo con la intención de impresionar a algunos lectores incautos para que lleguen a preguntarse si en verdad esto pudo suceder y reparen en los riesgos que pueden llegar a correr como poseedores de similares almohadones.












Horacio Quiroga

HORACIO QUIROGA
Escritor, Salto, Uruguay, 31/12/1878 – Buenos Aires, Argentina, 19/2/1937. Más información en REALIDADES Y FICCIONES Nº 4, marzo de 2011:


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